«No se trata de establecer reglas estrictas sino de dar lo mejor de nosotros»

La vida cotidiana de Rodrigo y Mariana, guatemaltecos, refleja los desafíos de una pareja de nuestro tiempo que desea vivir su matrimonio no sólo como un compromiso terrenal, sino como una vocación que los guía hacia el cielo, aprendiendo del mensaje de san Josemaría.

La importancia de conocer el mensaje de san Josemaría desde jóvenes

Desde muy jóvenes tuvimos la gran suerte de conocer el mensaje de san Josemaría. Esto fue una bendición porque la juventud es una etapa de la vida en la que aún no se han tomado esas grandes decisiones que marcan el resto del camino. Desde entonces, teníamos muy claro que la santidad es posible en el mundo, que el matrimonio también es una vocación y un camino de santificación.

En ese contexto, comenzamos a plantearnos: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál será mi vocación? Y ambos comprendimos, desde el noviazgo, que nuestra vocación era el matrimonio. Teníamos claro que el noviazgo no era un fin en sí mismo, sino una etapa transitoria, una preparación para algo más grande, si ese era el plan de Dios. Aunque no significaba que el matrimonio estaba garantizado, sí sabíamos que ese tiempo era para conocernos y discernir juntos.


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Prioridades claras en la vida familiar

A lo largo del matrimonio, aprendimos a priorizar lo realmente importante. Por ejemplo, aunque el trabajo pueda ser demandante, sabemos que a veces basta con hacer una pausa para atender a nuestro hijo, quien también se ha convertido en nuestro compañero de vida y, en cierto sentido, de trabajo. Hacer tiempo para jugar con él, enseñarle algo nuevo o simplemente estar presentes es una prioridad.

En cuanto a la dinámica de nuestra vida cotidiana, nunca establecimos reglas estrictas sobre quién debía hacer qué. Más bien, ambos tratamos de dar lo mejor de nosotros en cada momento. Si surgen tareas o responsabilidades, el que puede las asume, siempre con el deseo de complacer al otro y, sobre todo, de santificarnos mutuamente. Hay cosas que, de manera natural, han terminado siendo tarea de uno o del otro, pero siempre desde una actitud de servicio y amor, como nos enseñó san Josemaría.

Un esfuerzo compartido por amor

En el matrimonio no se trata de dividir responsabilidades al 50 %, sino de entregarse al 100 %. Hay días en los que uno tiene que dar más porque el otro lo necesita, y viceversa. Al final, el motor de todo es el amor: amor por servir, por agradar y por ayudarnos mutuamente a crecer.

Aunque a veces pueda parecer que la vida con un hijo es complicada, eso no nos ha impedido soñar con ampliar la familia. Queremos darle a nuestro hijo el regalo de un hermano porque sabemos que será una bendición para todos. La idea de crecer como familia, de construir juntos un hogar donde reine el amor y el servicio mutuo, es algo que nos motiva profundamente.

En definitiva, vivir el mensaje de san Josemaría en nuestra vida matrimonial y familiar nos ha dado una perspectiva clara: cada pequeño gesto, cada esfuerzo y cada sacrificio tienen un propósito trascendental. Es un camino que no siempre es fácil, pero que vale la pena recorrer juntos.


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