Mi nombre es María Teresa, tengo 81 años y nací en 1943 en Santalecina, provincia de Huesca. Mi madre siempre creyó que se salvó gracias a la Virgen de Torreciudad. Aunque yo nací sin complicaciones, después del parto mi madre estuvo al borde de la muerte. Los médicos no encontraban la causa de su mal, al punto que ya tenían preparada la ropa para amortajarla.
En su inconsciencia, según nos contó ella misma, recordó a un ermitaño que solía visitar el pueblo con una capilla de la Virgen de Torreciudad. En su desesperación, le pidió a la Virgen que si la salvaba, ella y su familia irían al santuario de Torreciudad a agradecérselo. Mi madre siempre decía que fue un milagro lo que la salvó, y aunque tardamos unos años en cumplir esa promesa, finalmente pudimos venir.
Yo nací en 1943, pero no fue hasta alrededor de 1950 cuando hicimos el viaje. El santuario aún no estaba construido, y fue una verdadera odisea llegar hasta la ermita. La encontramos en muy mal estado, todo estaba deteriorado, pero con mucha fe logramos llegar. Ahora todo está precioso, pero en ese entonces, la ermita estaba casi en ruinas.
Recuerdo que un señor nos llevó a toda la familia en una furgoneta, pero solo pudo llegar hasta cierto punto, pues el camino estaba rodeado de montañas y olivos. Tuvimos que continuar a pie por una pequeña senda, enfrentándonos a varias dificultades; uno de los nuestros se cayó, y yo me lastimé un poco la rodilla, aunque no fue grave. Sin embargo, todos estábamos llenos de ilusión.
A mitad de camino, encontramos un pequeño huerto donde un hombre con un burro nos indicó que era el ermitaño. Muy amablemente nos guió hasta la ermita y, cuando llegamos, ya la tenía abierta. Pudimos ver a la Virgen, a quien le tengo una gran devoción. Siempre recuerdo a mi madre y me pregunto qué hubiera sentido ella si hubiera podido acompañarnos en esa visita.
Hoy en día, Torreciudad es un centro de acogida y recogimiento. Al entrar, uno experimenta una paz espiritual indescriptible, como si estuvieras tocando el cielo.