Teresa de Calcuta, enriquecida por la pobreza

La Madre Teresa de Calcuta, beatificada por Juan Pablo II el pasado domingo, buscó "la unión con Cristo, que espera a sus discípulos, los consuela y los bendice en la pobreza y en la caridad". Artículo del postulador de la causa de san Josemaría publicado por La Razón bajo el título 'Teresa de Calcuta, modelo de caridad teologal'.

Quienes hacen tangible la perenne actualidad del Evangelio son los santos. Cada santo es como una parábola viviente de aquella expresión de la Carta a los Hebreos que refleja su experiencia más intensa: «Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y por los siglos».

Ésta es también la primera herencia que dejan a sus seguidores y a toda la Iglesia: la convicción de que hoy, como hace dos mil años por los caminos de Palestina, Cristo pasa a nuestro lado y nos llama: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes y dáselos a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme». Es la certeza de que, hoy como entonces, cada hombre, cada mujer, puede apoyar la cabeza sobre el pecho de Jesús y escuchar el pulso del amor de Dios a sus criaturas.

Para comprender la actualidad de la Madre Teresa de Calcuta hay que superar las normales categorías antropológicas y sociológicas. La suya no es sólo una rebelión contra la sociedad de consumo, su ideal no es mera filantropía, no es simplemente la defensa de la dignidad de quienes no tienen nada. Ciertamente, en ella tenemos un ejemplo de celo por la virtud de la pobreza que no acepta compromisos ni siquiera con las garantías mínimas de bienestar que ofrecen los sistemas estatales desarrollados. En sus religiosas no quiere nada que a sus ojos pueda representar una atenuación de la lógica sobrenatural contenida en el ejemplo de Cristo. Su amor a la pobreza es una auténtica bofetada a esa fuga del dolor, a ese apegamiento a la comodidad a que el progreso de Occidente nos tiene acostumbrados; pero es, sobre todo, el fruto del ardor con que un alma santa busca a Cristo: para un alma enamorada, decía San Josemaría Escrivá, los enfermos son Cristo.

Del mismo modo, su caridad no está inspirada por veleidades de reformas sociales o de apoyo al desarrollo de los sistemas sanitarios. En el pobre, en el enfermo, en el moribundo, la Madre Teresa ve y trata de consolar a Cristo. Su caridad responde al espíritu que informa las consideraciones de Juan Pablo II en su carta Novo millennio ineunte: «Tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como "en su casa". ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la buena nueva del Reino? Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras».

Dicho de otro modo, el mensaje de la Madre Teresa —como sucede con todos los santos— tiene un manantial, una linfa y un punto focal inconfundibles y específicamente teologales: nace de Cristo, se alimenta de la sed de Cristo, tiende a Cristo. La unión con Jesucristo, ésta es la meta de la búsqueda incansable e insaciable que se reconoce en la trayectoria existencial de todos los santos. En la Madre Teresa aparece especialmente clara en los momentos en que el Señor quiere hacerle pasar por la experiencia de la noche oscura. En 1956 confiaba al Arzobispo de Calcuta: «Quiero ser apóstol de la alegría».

Pero, por una misteriosa disposición de la Providencia, tenía que llevar a cabo ese apostolado en la agonía de una ausencia de Dios que le resultaba insoportable, como escribía en marzo de 1956: «En ocasiones la agonía de la ausencia de Dios es tan grande, y es a la vez tan profundo el vivo deseo del Ausente, que la única oración que aún consigo recitar es "Sagrado Corazón de Jesús, confío en ti. Saciaré tu sed de almas"». Todavía cuatro años más tarde la prueba le atormentaba, pero ella seguía buscando a Cristo obstinadamente, confiadamente, segura de que obtendría respuesta: «He comenzado a amar la oscuridad. Porque ahora creo que es una parte, una pequeñísima parte, de la oscuridad y del dolor que Jesús conoció en la tierra». Con Cristo, las tinieblas se convierten en luz, la aridez en fuego arrollador.

En este incesante empeño de búsqueda de la unión se encuentra también la explicación de la fecundidad espiritual de los santos. El cometido último de las hijas y de los hijos de la Madre Teresa de Calcuta no es el testimonio de la pobreza, ni tampoco la asistencia a los enfermos y a los moribundos de los ambientes más miserables de la sociedad, sino la búsqueda de la unión con Cristo, que espera a sus discípulos, los consuela y los bendice en la pobreza y en la caridad.

Mons. Flavio Capucci

Postulador de la Causa de canonización de San Josemaría Escrivá

Mons. Flavio Capucci/ La Razón