“Nadie sospecha que soy totalmente sorda, y eso se lo debo a mis padres, que intentaron por todos los medios que no perdiera el habla. Ellos me pusieron una logopeda todos los días, después del colegio, y gracias a ella fui aprendiendo a modelar la voz”. Así creció Cristina Regojo, pendiente de los labios de sus hermanos, sus profesores y compañeros de clase, y con la constante atención de sus padres, que siempre la trataron como una más.
De hecho, la matricularon en los mismos colegios que al resto, y le ofrecieron las mismas oportunidades. “Mis padres estaban convencidos de que yo podía hacer exactamente lo mismo que mis hermanos, y no se equivocaron. He crecido en un hogar cristiano, con la ayuda de los sacramentos y con una gran fe. Siempre me dieron confianza y motivos sobrenaturales para discurrir”, recuerda.
“He compartido penas y alegrías y, como decía San Josemaría, con buen humor, para afrontar las dificultades con deportividad. Siempre he visto a mis padres como un ejemplo; nos han enseñado a tener su fe, a querernos mucho, y a desarrollar unos valores, que es lo más grande que me han podido dar”, asegura.
Desde muy niña, Cristina decidió ser médico para ayudar a personas como ella y combatir la meningitis. Eran tiempos en los que la inclusión no era una política prioritaria. A pesar de que el objetivo era arduo y difícil, se lo propuso con todas sus fuerzas, y tras años de esfuerzo consiguió ser admitida en la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra. “Mi sordera no me ha impedido alcanzar mis sueños profesionales. No hay más límite que el que tú aceptas”, subraya.
¿Cómo pudo lograrlo? “Con la ayuda de Dios, la de mis padres y toda mi familia”, afirma. “Mis padres son del Opus Dei y me han educado con exigencia y enorme cariño. La capacidad de lucha y la perseverancia te ayudan a alcanzar las metas que te propones, pero el mérito es de mis padres, que me hicieron sentirme como una más y desarrollar mi autoestima”.
Piedras en el camino
En la actualidad, Cristina trabaja como médico especialista en análisis clínicos en los hospitales Álvaro Cunqueiro y Meixoeiro, de Vigo. Es madre de familia, y fundó hace cuatro años, junto con cinco supervivientes de la enfermedad, la Asociación Española contra la Meningitis. La entidad recauda fondos gracias a un evento anual que se ha convertido en un clásico en la ciudad de Vigo: la Carrera Benéfica de Correpasillos, que congrega a 500 niños de entre dos y cinco años de Vigo, La Coruña, Santiago, Villagarcía de Arosa y El Grove, y cuenta con el apoyo del Ayuntamiento de Vigo y la Diputación de Pontevedra. Cristina colabora también con la asociación CLAVE, que ofrece atención logopédica, formativa y audiológica a personas con deficiencia auditiva.
Pero hasta llegar aquí el camino no fue precisamente de rosas. Al llegar a la Universidad, Cristina sintió que el mundo giraba a una velocidad que no podía alcanzar. No lograba entender a los profesores ni seguir las clases. Era incapaz de tomar apuntes. Empezó a suspender, y se hundió. Pensó en dejarlo todo y volver con sus padres. Pero entonces sucedió algo inesperado.
“Tuve la suerte de conocer a mi marido y hacer la carrera con él. Durante los duros años de la facultad, él fue mi motor, el que me daba los apuntes y me explicaba cuando no entendía; fue una ayuda fundamental, el punto de anclaje gracias al que acabé la carrera”, rememora. Beni, su marido, asiente mientras la escucha. Los dos están agradecidos a San Josemaría y a la Universidad de Navarra, que fue donde se conocieron, y donde decidieron casarse ya en segundo de carrera.
Detrás de todo lo vivido, Cristina ve la mano de Dios. “Estoy convencida que esto tuvo un por qué, Dios me mandó esa ayuda en la carrera y luchamos juntos y tuvimos a nuestro primer hijo, el mayor, lo criamos entre los libros y las prácticas y ahora él también está estudiando Medicina, en la misma Universidad de Navarra”, dice convencida.
El gran cambio
A los 30 años, Cristina se sometió a una operación para colocarse un implante coclear, y comenzó a oír y a sentirse más segura. Entonces fue consciente del camino recorrido y de que era una gran afortunada. “Sé que otros no han podido contarlo. Por eso, sentía que tenía que darme, tenía que hacer algo, que aportar algo más”. Así fue como nació la Asociación Española contra la Meningitis, una entidad que ya se ha convertido en internacional, y que promueve la vacunación y la investigación, además de ofrecer asesoramiento y ayuda a las víctimas y sus familiares.
“Una familia afectada por la meningitis es un drama, se te va el niño en 24 horas y, aunque sean pocos los casos, son suficientes para plantearse incluir la vacuna en el calendario vacunal, y que sea accesible a todo el mundo”, considera.
Junto a su labor como médico y su trabajo en la asociación, Cristina saca adelante a su familia. La tecnología le facilita soluciones para lograrlo. Su teléfono móvil y el fijo están adaptados, y en casa tiene instalado un sistema de aviso mediante vibración que le advierte si llaman a la puerta, si llora el bebé o suena el teléfono. Su domicilio, su lugar de trabajo y su cerebro están también adaptados para poder leer con rapidez las expresiones faciales.
Se desenvuelve con tal naturalidad que todos los días tiene que recordar a las personas que le rodean en su trabajo que es sorda, para que le hablen más despacio. De hecho no puede ver televisión ni ir al cine si en la pantalla no aparecen subtítulos, no se entera de los avisos por megafonía cuando viaja, le incomoda no poder conversar con su marido en la oscuridad, ni poder cantar canciones de moda con su hijo mayor, porque no entiende bien la letra. “Hay sonidos de la naturaleza que nunca he escuchado, y barreras con las que no puedo luchar”, confiesa. Sin embargo, parece cuestión de tiempo que Cristina encuentre la forma de superar todos esos obstáculos, como ha ocurrido con los anteriores, ya que, como asegura su hija pequeña, ella es toda una superheroína.