Sólo te tengo a ti

Pilar es presidenta de una Asociación de Niños Maltratados y directora de un Centro de Menores

Estoy casada, soy madre de familia y feliz abuela de dos nietos. Mi trabajo es algo singular: soy Presidenta de una Asociación de niños maltratados y directora, desde hace quince años, de un centro de menores.

Antes atendíamos –porque como luego explicaré, se trata de un proyecto familiar- a niños de 0 a 3 años, hasta que nos propusieron trabajar con adolescentes de 12 a 18 años. Nos lo estuvimos pensando, y al fin, nos decidimos. 

Fue un cambio fuerte, duro, aunque teníamos cierta experiencia, porque junto con mi marido había creado una granja-escuela, que nos parecía un buen modelo de enseñanza. 

Y así, dejamos la enseñanza reglada y, en conexión con el plan de barriadas marginadas, impulsamos ese tipo de enseñanza.

Mi encuentro con el Opus Dei

Sin ese anclaje en Dios, no podría afrontar día tras día los retos de un trabajo como el mío

Durante ese tiempo yo estaba atravesando un periodo de crisis espiritual que me había llevado a perder la fe. Hasta que un día, hablando de cuestiones de trabajo con un Fiscal de Menores, estuvimos hablando de los valores espirituales, y me recomendó que pidiera consejo a un sacerdote de la Obra.

Así nos encontramos el Opus Dei y yo, en un periodo crucial de la mi vida. Y desde entonces el Opus Dei no sólo me ha ayudado a recobrar la fe, sino que me da la fuerza para seguir trabajando en este campo, tan complicado. 

Sin ese anclaje en Dios, no podría afrontar día tras día los retos de un trabajo como el mío, que es muy difícil, mucho más difícil de lo que pueda parecer a primera vista.

Mi marido es el subdirector del centro y mi hija, la psicóloga. Todas las chicas y chicos que tenemos en el centro –veinticuatro- están sujetos a la Ley del Menor. Ellos quieren vivir a su aire, y lo primero que piensan, cuando llegan al centro, es: “mañana mismo me escapo”. Pero su drama, lo profundamente triste de su situación, es que no tienen a nadie que les quiera; no tienen a nadie a quien acudir, salvo a los que estamos allí. Son niños sin familia. A veces se escapan y cuando vuelven, te lo dicen: “Es que me he dado cuenta de que solamente te tengo a ti”. 

¿Cómo te has metido en esto?

A veces se escapan y cuando vuelven, te lo dicen: “Es que me he dado cuenta de que solamente te tengo a ti”.

Cuando leo el historial de estos niños me da una gran pena, porque con frecuencia han sido maltratados física, psíquica y sexualmente. No es fácil ayudarles a sanar esas heridas, aunque estemos veinte educadores para veinticuatro personas, casi uno por persona, las veinticuatro horas del día y todos los días del año… Y son pocas personas.

¿Cómo te has metido en esto? –me preguntan algunos. Y yo les digo que no saben lo que significa no tener familia, y haber sufrido el maltrato en las propias carnes, o que tu padre o tu madre te haya forzado desde pequeño a la prostitución… Tenemos que ayudarles. Y en esto, las enseñanzas de San Josemaría me dan nuevas fuerzas cada día.