Sobre el tiempo empleado

San Josemaría entre los enfermos de Madrid (1927-1931)

Estos datos no dan respuesta a la pregunta que cabe hacerse acerca del tiempo que dedicó don Josemaría a estas visitas. Sin embargo, los recuerdos de algunas damas apostólicas y auxiliares dan alguna luz y nos aproximan al tema cuando testimonian que atendía a cada enfermo con una dedicación personalizada. Asunción Muñoz dice:

¡Cuántas veces he dialogado con él acerca de un alma que habíamos de salvar, de un paciente que necesitábamos convencer! Yo le pedía consejo acerca de lo que habíamos de decir o hacer. Y él iba todas las tardes a ver a alguno de ellos puesto que los enfermos para él eran un tesoro: los llevaba en el corazón [...]. Gran trabajador, y de actividad constante en el celo por las almas, no lo parecía, ya que se dedicaba a cada uno sin prisa como si no tuviera ninguna otra cosa que hacer35.

En cada una de las visitas domiciliarias empleó, pues, todo el tiempo que consideró necesario para atender al enfermo, conversando con calma. Algunos relatos escritos por el mismo don Josemaría en sus Apuntes íntimos, que estudiaremos más adelante, confirman que ésa era, grosso modo , su manera habitual de proceder.

Por otra parte, dedicaba bastantes horas a la preparación y conclusión de esta actividad, según evidencia el citado testimonio de Asunción Muñoz y otros. Tanto antes como después de haber hecho una visita, despachaba con las religiosas y con las auxiliares encargadas de su organización. “Se interesaba mucho por todas aquellas personas –recordó Margarita Alvarado–, y enseguida nos ponía al corriente de cómo estaban, de lo que necesitaban, de cómo podíamos ayudar a cada una y a quién convenía volver a visitar”36.

El testimonio de Vicenta Reyero nos da a conocer el tiempo que solía emplear en la administración de la Comunión a los enfermos los jueves o primeros viernes de mes. Vicenta era por entonces la portera del Patronato de Enfermos y podía seguir atentamente los movimientos del capellán: Los Primeros Viernes de mes, administraba la Comunión a los enfermos de las barriadas pobres de Madrid. Salía en coche a eso de las ocho de la mañana; eran muchos enfermos y muy dispersos. Un buen número de ellos vivía en buhardillas, por lo que era preciso subir y bajar muchas escaleras. Regresaba alrededor de la una con aspecto bastante cansado. Algunas veces solía acompañarle en estas visitas el señor Bonafós, un hombre muy caritativo que ya ha fallecido. El día anterior iba a confesarles y, generalmente, los mismos enfermos pedían que fuese precisamente don Josemaría quien volviera a confesarles el mes siguiente37.

Los dos documentos que reproducimos a pie de página38 confirman que la Comunión administrada en el primer viernes del año 1928, 6 de enero, fiesta de la Epifanía del Señor, fue preparada el martes y el jueves anteriores. En concreto, el martes día 3, el capellán tuvo que ir a la calle de Encomienda y a la de Embajadores que están en el distrito de la Inclusa y, además, a la de San Raimundo, en el barrio de Bellas Vistas, del distrito de Universidad; y el jueves día 5, fue a las calles del Escorial, (distrito de Hospicio); a la de Travesía del Fúcar (Congreso) y también a la de Ercilla (Inclusa) y, finalmente, según se anota en el reverso del doc. 31, a Eloy Gonzalo, en el distrito de Chamberí39.

Aunque no se pueda contabilizar con exactitud el número de horas empleadas por san Josemaría durante este curso escolar para atender esta actividad, el observador atento puede apreciar cómo vivió las virtudes del orden y del aprovechamiento del tiempo para llevarlo a cabo con constancia y exactitud.

Porque no eran muchas las horas de que disponía si se tiene en cuenta el conjunto de sus obligaciones. Sin detenernos en la descripción de sus abundantes y apremiantes responsabilidades personales en las que tenía que emplear la mayor parte del día, sí daremos unas pinceladas. En primer lugar, sobre las ocupaciones familiares. Desde noviembre de 1927, vivía en Fernando el Católico, n. 46, con su madre y sus hermanos Carmen y Santiago, que cumplía entonces ocho años. La presencia de los suyos, recientemente instalados en un ambiente desconocido, comportaba una serie de atenciones –gustosas–, que llevaban consigo la dedicación de un tiempo.

Como hemos dicho, desarrollaba además una actividad universitaria docente en la Academia Cicuéndez, situada en la calle del Pez. Tenía que impartir –y preparar– clases de derecho romano y de instituciones de derecho canónico a una docena de alumnos. Las daba en días alternos, por la tarde, hacia las 5, después de haber dirigido el rezo del rosario y de hacer la reserva del Santísimo en la iglesia del patronato de 3.30 a 4.30. Hay que tener en cuenta que para llegar a tener mayor amistad con sus alumnos y poder meter en sus almas inquietudes apostólicas, a veces se quedaba charlando con ellos y hablando de diferentes temas; o bien los estudiantes le acompañaban por la calle a la salida de la academia.

Más abajo comentaremos cómo se sorprendieron al saber que después de las clases, algunas tardes iba a Vallecas o a Tetuán para atender enfermos que necesitaban ayuda espiritual40.

Estas ocupaciones no le alejaron en ningún momento del empeño en conocer cuál era la Voluntad de Dios y disponer su alma para acoger aquello que, según presentía, habría de constituir el principal quehacer de su sacerdocio. Por eso, en su horario de trabajo, incluía un plan de vida espiritual suficiente, pero bastante amplio, que mantenía vivo su trato personal con Dios.

Julio González-Simancas y Lacasa