Sin fronteras

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

Es en Roma y en 1943 cuando Salvador Canals y José Orlandis conocen a Wladimir Vince y Anton Würster, de nacionalidad croata. El primer contacto tiene lugar en el Laterano, ateneo donde cursan los estudios de Derecho Canónico; al igual que el resto de los edificios de la Santa Sede en Roma, este Ateneo goza del status de extraterritorialidad. En el Laterano estudia un grupo reducido de alumnos que quiere conocer el Derecho de la Iglesia; y un contingente heterogéneo y numeroso de hombres que se refugian tras un carnet con el escudo pontificio para protegerse de la ocupación alemana en Italia. Este es el caso de dos croatas exiliados. No tardan muchos días en descubrir la amistad y el afecto de Salvador y José.

Wladimir Vince es natural de Djacobo y tiene 20 años. Iniciaba los estudios de Derecho en Zagreb cuando fue destinado a la Embajada de su país en Roma, en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Anton Würster le acompañará durante esta etapa de sus vidas. Cuando los azares políticos cambian el régimen de su patria, tienen que abandonar la tarea que les llevó a Italia y adoptar la condición de refugiados.

En los primeros días de junio de 1944, los alemanes salen de Roma porque el ejército aliado ha logrado romper el frente.. La situación de Wlado y Anton es, cada vez, más comprometida; se ven obligados a abandonar el lugar que les ha dado protección hasta este momento. Los amigos españoles acuden en su ayuda: a través de los PP. Claretianos Larraona y Goyeneche consiguen que el Abad de los Benedictinos -que acoge sin diferencias a todos los refugiados en peligro- habilite para ellos unas habitaciones en su convento de St. Stefano.

Es singular que los bandos de la guerra respetaran, sucesivamente, esta moderna versión del derecho de asilo en los edificios eclesiásticos, y así salvaran sus vidas multitud de personas de muy diversa ideología. El día del triunfo aliado saldrán de su refugio en el Laterano personalidades tan dispares como Pietro Nenni, socialista, y Alcide de Gasperi, jefe de la Democracia Cristiana. Puede decirse que este 4 de junio de 1944 se produce un auténtico «relevo de la Guardia». Salen de sus refugios los antifascistas y dejan su sitio a los representantes del fascio que se ven obligados a huir.

Después de la ocupación aliada, Salvador Canals y José Orlandis siguen su trabajo habitual y, cada semana, acuden a ver a los amigos croatas en su refugio de St. Stefano.

Wladimir Vince será el primer croata que pide la admisión en la Obra, en 1946. Este hombre simpático, oportuno y tenaz, pone su vida entera en manos de Dios. Años más tarde, con el recuerdo de las vecinas montañas de Croacia que no podrá volver a contemplar y en su querida ciudad de Zagreb, traducirá, con infinito cariño, los puntos de «Camino» a su lengua natal. La universalidad que ha subrayado tantas veces el Fundador, empieza a materializarse en estas vocaciones fuera de España.

Mientras tanto, Luka Brajnovic, otro compatriota yugoslavo, logra huir de un campo de concentración y se reúne con ellos en la capital italiana.

En 1945, Croacia pasa a formar parte de la República Federal Yugoslava. Como consecuencia del exilio de su marido, Ana Tiján de Brajnovic, que vive allí con una hija de pocos años, tendrá que sufrir las consecuencias de la persecución religiosa, trabajos forzados y cárcel. No volverá a reunirse con su marido hasta 1956. De un modo providencial lograrán abandonar Yugoslavia y llegar a este reencuentro tras doce años que les resultan casi eternos.

Años más tarde, también Luka Branovic y Anton Würster pedirán la admisión en la Obra.

Y como muestra del cariño humano y la profunda preocupación del Fundador del Opus Dei por la vida de cuantos pasan a su lado, he aquí el testimonio conmovedor de Ana Tiján:

«He tenido poco contacto directo con el Padre. Sin émbargo, él se ha convertido, de un modo especial, en el personaje central de mi familia y de cada uno de sus miembros. Todo este contacto se reduce a un fuerte apretón de manos, a una mirada indescriptible, llena de bondad, profundidad y vida, a un ruego sincero de oración por él, a una alegría no simulada y expresada de poder conocerme, y, años después, de reconocerme y saludarme de nuevo. Todo esto sin dejar casi tiempo de poder agradecerle todas las atenciones que ha tenido con mi familia; felicitándonos por las bodas de plata de nuestro matrimonio, compartiendo la alegría del reencuentro de mi marido y mío después de doce años de separación»(13).

Así, con el espíritu que Monseñor Escrivá de Balaguer había inculcado en sus almas, los hombres del Opus Dei supieron tender un puente de amistad y fraternidad con los hermanos de otros países; compartieron sus dificultades y pusieron en sus vidas la fortaleza de una misión divina. Les brindaron el amor de una familia universal, sin fronteras, que Dios abría a los hombres de todas las latitudes del mundo.