"Siento el peso de la Obra y la fuerza de Dios"

Hace ahora diez años, monseñor Javier Echevarría narró su vida en el Opus Dei en una extensa entrevista realizada por Pilar Urbano. Ofrecemos un resumen y la posibilidad de leerla íntegra.

¿Cómo llega ud. a conocer la Obra?

En la revista Catolicismo apareció, en 1944, un reportaje sobre los tres primeros miembros del Opus Dei -ingenieros- que se ordenaron sacerdotes. Un amigo mío vio esa revista, en su casa, por casualidad, en 1948, y nos la enseñó a los seis o siete de la pandilla. Aquello era muy novedoso, y a mis amigos les intrigó bastante. A mí no, la verdad.

Un domingo por la tarde, el 6 de junio, íbamos a ir al cine. Mi amigo me telefoneó, proponiéndome un cambio de planes: "¿te apetece que vayamos a una residencia, en Diego de León, para enterarnos de qué es el Opus Dei?". Y allá nos fuimos los seis. Nos atendieron muy bien. No en grupo, sino que cada uno pudimos hablar con un miembro de la Obra y preguntar lo que nos interesara saber. Al salir de allí, yo llevaba en el bolsillo una flamante estampa de Isidoro Zorzano, un ingeniero del Opus Dei, cuyo proceso de beatificación se acababa de iniciar. Me pareció un "santo laico" atractivo, al que se podía imitar. (...)

Ese verano nos quedamos en Madrid. Nunca había sido así. Y ello me dio ocasión para frecuentar un centro de la Obra (...). "Españoleto" se llamaba aquel piso de gente joven donde, siempre que me dejaba caer por allí, me daban algún trabajillo de la casa: lijar unas sillas viejas para repintarlas de nuevo; ayudar en la decoración; echar una mano en algún arreglo de carpintería... Me gustó eso de sentirme útil, y ser tratado como alguien que puede hacer algo por los demás. El 8 de septiembre pedí la admisión en la Obra. Yo tenía 16 años.

¿Y qué es lo que le enganchó?

El ambiente de alegría: estudiaban y trabajaban como locos, pero estaban muy contentos. El que, sin cambiar de estado, pudiese uno santificarse con su profesión. Y el horizonte inmenso de poder llevar a Cristo a mucha gente. Desde muy pequeño era muy sociable y me gustaba tener muchos y muy buenos amigos.

¿Cómo conoció al Fundador del Opus Dei?

El Padre vivía ya en Roma desde 1946, aunque venía a España con cierta frecuencia. En uno de esos viajes, en noviembre de 1948, nos invitaron a una tertulia con él en Diego de León (...). Al acabar aquella tertulia -seríamos unos treinta y cinco-, el Padre se dirigió a los tres que éramos más recientes y nos propuso ir esa misma tarde con él a conocer Molinoviejo, una casa en pleno campo de Segovia, para convivencias y retiros.

Nos metimos seis en un viejo Vauxhall. Detrás iba el Padre. Yo, delante, compartiendo el asiento con otro. Conducía el doctor Odón Moles. Durante el trayecto hicimos de todo: charlamos, cantamos, reímos, rezamos... El Padre nos hablaba de innumerables apostolados que la Obra tenía que hacer por todas las partes del mundo, y que nos estaban esperando (...)

Cuando usted piensa en san Josemaría Escrivá ¿qué idea, qué vivencia fuerte le viene a la cabeza?

-Me viene el hecho asombroso y real, muy real, de su amor apasionado a Jesucristo y de su paternidad. He tenido la suerte de vivir veintiséis años junto a él. Y siempre me sorprendía la sinceridad de su cariño hacia cada persona de la Obra, aunque no le hubiese visto jamás. Lo que le ocurriera a una hija suya o a un hijo suyo, lo que le contasen por carta, lo que le dijeran en una tertulia... todo le interesaba, todo le afectaba como algo propio, porque nos quería de veras, como a hijos de su oración y de su mortificación (...).

Y al cerrar los ojos, ¿cómo le ve?

Le veo entre gente, hablando de Dios... Le veo yendo, saliendo al encuentro de los demás... Le veo entregándose a todos nosotros, a tiempo completo, sin ahorrarse un esfuerzo, sin reservarse un minuto para sí mismo. Todo lo nuestro -un dolor de muelas, un examen, una preocupación familiar, un partido de fútbol que íbamos a jugar-, todo le era conocido y familiar. ¡Éramos su vida!

De don Álvaro, con quien ha vivido usted 44 años, ¿qué imagen le viene a la mente?

A don Álvaro le veo eclipsándose siempre, en un segundo plano, desde donde pudiera ver, oír y atender a nuestro Padre: mirándole, incluso físicamente, con el deseo de aprender de él. Y ello, a pesar de sus magníficas dotes humanas, con las que se llevaba a la gente de calle. Sin lisonjas, en justicia, tengo que decir que don Álvaro, por su espléndida inteligencia, por su amplia cultura, por su exquisita educación, por su capacidad de relación social, por la altura de su pensamiento, por la profundidad de su vida interior, y por una larga serie de virtudes morales que vivió con heroísmo, ha sido un gigante. Y sé que no exagero. Sin embargo, yo le he visto siempre pendiente de nuestro Fundador, secundándole en todo, para ayudarle a hacer el Opus Dei. Él fue un fiel ejecutor de lo que el Fundador indicó.

¿Es cierto que monseñor Escrivá tenía predilección por usted?

-¿Por mí?... ¡No, no!... Eso no. Quizá, conmigo, y con otros que vivíamos cerca de él, tenía más confianza. Pero nunca tuvo hijos predilectos. De haber tenido alguno, sería don Álvaro, porque era un instrumento muy valioso para la Iglesia y para la Obra. Y hay que recordar que el Fundador solía decir: "a don Álvaro no lo elegí yo: fue Dios quien lo puso a mi lado".

Yo me sentí muy querido por el Fundador. Pero también muy exigido. Me corrigió, y fuerte, en varias ocasiones. Una vez llegó a decirme: "hijo mío, si no cambias, no podré confiar en ti". Fue duro oírlo, pero el Padre tenía razón y a mí me sirvió mucho (...).

Me parece que el desafío del sucesor es que, entre santo y santo, han dejado el listón muy alto...

-Pues sí, han dejado el listón muy alto, pero también han dejado una pértiga muy fuerte. De una parte, ellos ayudan, desde el cielo. Y de otra, está muy nítido el ejemplo de cómo ellos actuaron. Bastará pensar, ante cualquier situación: ¿qué haría el Fundador? o, ¿qué haría don Álvaro?, para tener la seguridad casi total de que, siguiendo por ahí, acierta uno.

Cuando murió Escrivá (...), Del Portillo le quitó el "lignum crucis" que llevaba colgado del cuello, y se lo puso "hasta que haya un nuevo Padre". Ahora, al fallecer don Álvaro, ¿se ha puesto usted también esa reliquia del leño de la Cruz?

-Sí, pero no enseguida. A los dos días (...)

¿Y entonces sintió sobre sí "el peso" de la Obra?

-Sentí el peso de la Obra. Pero también la fuerza de Dios. La Obra, guste o disguste, es espiritualmente monolítica. Más claro: "un solo corazón, una sola alma". Están rezando todos, para que yo acierte. Y las cartas se reciben a millares, de todos los rincones del mundo, de todo tipo de personas...

¿Qué es el "peso" de la Obra?

-Es la santidad de más de setenta mil personas, que tienen que responder a un compromiso con Dios, en su trabajo, en sus deberes de estado, en su trato con los demás hombres. Y ese peso se nota, porque todos somos frágiles y podemos no dar el do de pecho, o estar desambientados en esa gran orquesta que es la Iglesia.

Pilar Urbano. Época. Mayo 1994.