Santificación del trabajo en todos sus aspectos

“El trabajo no es sólo uno de los más altos de los valores humanos y medio con el que los hombres deben contribuir al progreso de la sociedad: es también camino de santificación.“ San Josemaría Escrivá, Conversaciones, n. 24

El contacto con el Opus Dei supuso para Toni Zweifel, de modo particular, el descubrimiento de que el trabajo profesional iluminado y ennoblecido por la fe, se convierte en ocasión de encuentro con el Hijo de Dios hecho hombre. La perfección cristiana no puede separarse de esta identificación con Cristo precisamente en el ejercicio del trabajo profesional. Sería contrario a la verdad de nuestra vocación cristiana aislar la fe y el amor del quehacer cotidiano. A partir de ese momento Toni iba poniendo de modo consecuente cada vez más a Dios en el centro de toda su actividad; en ella expresaba su amor a Dios y su disposición de servicio a los demás.

Empeño y calidad profesional

Toni ponía todo el corazón en sus diferentes actividades. Lo que había comenzado lo llevaba a término de modo consecuente y, si era preciso, con infinita paciencia, independientemente de que fuese fácil o difícil, interesante o monótono, brillante u oscuro.

Durante años –por ejemplo– dedicó tiempo y energía a un proyecto de un centro internacional de encuentros. Después de una larga búsqueda en toda Suiza, adquirió unos terrenos apropiados; parecía un proyecto seguro, pero al final, quedó bloqueado, a causa de conflictos de política local y de una violenta campaña de prensa. Aquello fue una de las mayores desilusiones de su vida, y sin embargo no supuso un obstáculo para que pusiese también ahí la última piedra: continuó administrando la propiedad a pesar de que surgieron nuevas dificultades hasta que, finalmente, la vendió sin pérdidas a un agricultor. Paralelamente se dedicaba a la búsqueda de nuevos terrenos.

Pero las actividades de Toni no eran un simple alarde de fuerza. Sabía que el auténtico servicio no es sólo esfuerzo, sino que exige también calidad. Por eso buscó la mayor competencia profesional posible. Como ingeniero hizo varios inventos y, en base a sus cualidades, tenía buenas esperanzas de una carrera académica. Así mismo, en cuanto secretario de la Fundación Limmat, se formó con profundidad en las cuestiones de la ayuda al desarrollo y en la administración de los donativos recibidos; de hecho descubrió nuevos caminos y soluciones que le convirtieron en una autoridad en este campo.

Con rectitud de intención

Toni realizaba las tareas que emprendía con gran rectitud de intención. Algo que no se manifestaba sólo en los proyectos importantes que tenía entre manos –como en el caso que hemos relatado más arriba– sino sobre todo en las innumerables cosas incómodas que solucionaba en y alrededor del hogar. No se consideraba exento de dichos trabajos, pues estaba convencido de que ahí encontraba a Dios lo mismo que en cualquiera de sus actividades profesionales y que, además, en ese momento era la mejor manera de servir a los demás. Tampoco reaccionaba con mal humor si algo no salía como esperaba o cuando improvisamente debía cambiar sus planes.

El dinero que durante 17 años de su vida tuvo que manejar diariamente en cuanto Secretario General de la Fundación, fue para él siempre sólo un instrumento, así como lo es la escoba para el barrendero. Tampoco el éxito de sus esfuerzos, que claramente se iba manifestando, le llevaba a buscar poder, riqueza o fama. Favoritismos e innobles acuerdos bajo mano eran para él un tabú ya el sólo considerarlos. En una ocasión, una empresa constructora le ofreció un inmueble bien situado a muy buen precio, con la condición de que Toni le adjudicase la renovación y le ayudase a eludir el impuesto sobre la compra. Toni reaccionó inmediatamente rompiendo las tratativas.

Colaboración con los superiores y los empleados

El esfuerzo de Toni por santificar el trabajo se manifestaba especialmente en su colaboración, tanto con los jefes como con colegas y empleados. El profesor de la Escuela Politécnica Federal (ETH) con quien Toni trabajó como asistente, da un claro testimonio: “cada tarea la llevaba a término con gran empeño y cuidado. Con su carácter tranquilo, modesto y educado se ganaba siempre la confianza total. Mi colaboración con el fallecido ha quedado grabada indeleblemente en mi memoria como ejemplo luminoso de una relación humana”. Así mismo, los órganos directivos de la Fundación Limmat podían confiar en un secretario absolutamente leal, que llevaba a término con entusiasmo incluso las resoluciones en las que él al comienzo había mantenido otra opinión.

Las personas que ejecutan un trabajo intenso, con principios firmes y afán de eficacia, no raramente se muestran inflexibles con los empleados. Toni no estaba libre de dicho peligro. No sólo exigía mucho de sí mismo sino también de los demás y no dejaba pasar un fallo sin corregirlo. Su obstinación en este aspecto podía molestar inicialmente, si bien Toni se esforzaba en encontrar el tono adecuado. Veía claramente que debía cuidar este rasgo de su carácter y luchaba para dominar su temperamento. Y con éxito, pues sus colaboradores lo describen unánimemente como un jefe cordial y atento, que sabía siempre respetar sus opiniones y métodos de trabajo.

Toni nunca hizo esperar a nadie. Daba la sensación de que había nacido con el sentido de la puntualidad, pero la verdad es que ésta era fruto de su lucha interior.

Se preocupaba por la mejor formación posible de sus colaboradores, especialmente tras presentarse la leucemia. Les trasmitía constantemente sus experiencias y métodos por él elaborados. Nunca intentó reservarse parte de sus conocimientos y hacerse así imprescindible. Cuando pocas semanas antes de su muerte fue ingresado por última vez en el hospital, había liquidado todos los asuntos pendientes. A su sucesor, que había preparado óptimamente, le dejó todo en perfecto orden, pasándole experiencias valiosas y detalladas, y los poderes formales necesarios para la continuidad del trabajo.

En todas esas facetas se manifestaba una sola cosa: su búsqueda de la santidad en los quehaceres ordinarios, especialmente en el ejercicio de su profesión. Fiel a la llamada de S. Josemaría ponía a Cristo en la cumbre de todas las actividades, y estas se convertían así en “Trabajo de Dios” – en opus Dei.