Catequesis de Benedicto XVI sobre los salmos

Libro electrónico con las catequesis sobre los salmos, del 4 de mayo de 2005 al 15 de febrero de 2006, continuación de la catequesis de san Juan Pablo II sobre los salmos, que predicó del 28 de marzo de 2001 al 26 de enero de 2005.

Portada del libro de la catequesis de Benedicto XVI sobre los salmos

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Libro relacionado: Catequesis de san Juan Pablo II sobre los salmos


Sumario de la catequesis de Benedicto XVI sobre los salmos

El guardián de Israel

Miércoles 4 de mayo de 2005

Salmo 120

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Como ya anuncié el miércoles pasado, he decidido reanudar en las catequesis el comentario a los salmos y cánticos que componen las Vísperas, utilizando los textos preparados por mi querido predecesor el Papa Juan Pablo II.

Iniciamos hoy con el salmo 120. Este salmo forma parte de la colección de "cánticos de las ascensiones", o sea, de la peregrinación hacia el encuentro con el Señor en el templo de Sión. Es un salmo de confianza, pues en él resuena seis veces el verbo hebreo shamar, "guardar, proteger". Dios, cuyo nombre se invoca repetidamente, se presenta como el "guardián" que nunca duerme, atento y solícito, el "centinela" que vela por su pueblo para defenderlo de todo riesgo y peligro.

El canto comienza con una mirada del orante dirigida hacia las alturas, "a los montes", es decir, a las colinas sobre las que se alza Jerusalén: desde allá arriba le vendrá la ayuda, porque allá arriba mora el Señor en su templo (cf. vv. 1-2). Con todo, los "montes" pueden evocar también los lugares donde surgen santuarios dedicados a los ídolos, que suelen llamarse "los altos", a menudo condenados por el Antiguo Testamento (cf. 1R 3,2; 2R 18,4). En este caso se produciría un contraste: mientras el peregrino avanza hacia Sión, sus ojos se vuelven hacia los templos paganos, que constituyen una gran tentación para él. Pero su fe es inquebrantable y su certeza es una sola: "El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra" (Sal 120,2). También en la peregrinación de nuestra vida suceden cosas parecidas. Vemos alturas que se abren y se presentan como una promesa de vida: la riqueza, el poder, el prestigio, la vida cómoda. Alturas que son tentaciones, porque se presentan como la promesa de la vida. Pero, gracias a nuestra fe, vemos que no es verdad y que esas alturas no son la vida. La verdadera vida, la verdadera ayuda viene del Señor. Y nuestra mirada, por consiguiente, se vuelve hacia la verdadera altura, hacia el verdadero monte: Cristo.

2. Esta confianza está ilustrada en el Salmo mediante la imagen del guardián y del centinela, que vigilan y protegen. Se alude también al pie que no resbala (cf. v. 3) en el camino de la vida y tal vez al pastor que en la pausa nocturna vela por su rebaño sin dormir ni reposar (cf. v. 4). El pastor divino no descansa en su obra de defensa de su pueblo, de todos nosotros.

Luego, en el Salmo, se introduce otro símbolo, el de la "sombra", que supone la reanudación del viaje durante el día soleado (cf. v. 5). El pensamiento se remonta a la histórica marcha por el desierto del Sinaí, donde el Señor camina al frente de Israel "de día en columna de nube para guiarlos por el camino" (Ex 13,21). En el Salterio a menudo se ora así: "A la sombra de tus alas escóndeme..." (Sal 16,8; cf. Sal 90,1). Aquí también hay un aspecto muy real de nuestra vida. A menudo nuestra vida se desarrolla bajo un sol despiadado. El Señor es la sombra que nos protege, nos ayuda.

3. Después de la vela y la sombra, viene el tercer símbolo: el del Señor que "está a la derecha" de sus fieles (cf. Sal 120,5). Se trata de la posición del defensor, tanto en el ámbito militar como en el procesal: es la certeza de que el Señor no abandona en el tiempo de la prueba, del asalto del mal y de la persecución. En este punto, el salmista vuelve a la idea del viaje durante un día caluroso, en el que Dios nos protege del sol incandescente.

Pero al día sucede la noche. En la antigüedad se creía que incluso los rayos de la luna eran nocivos, causa de fiebre, de ceguera o incluso de locura; por eso, el Señor nos protege también durante la noche (cf. v. 6), en las noches de nuestra vida.

El Salmo concluye con una declaración sintética de confianza. Dios nos guardará con amor en cada instante, protegiendo nuestra vida de todo mal (cf. v. 7). Todas nuestras actividades, resumidas en dos términos extremos: "entradas" y "salidas", están siempre bajo la vigilante mirada del Señor. Asimismo, lo están todos nuestros actos y todo nuestro tiempo, "ahora y por siempre" (v. 8).

4. Ahora, al final, queremos comentar esta última declaración de confianza con un testimonio espiritual de la antigua tradición cristiana. En efecto, en el Epistolariode Barsanufio de Gaza (murió hacia mediados del siglo VI), un asceta de gran fama, al que consultaban monjes, eclesiásticos y laicos por su clarividente discernimiento, encontramos que cita con frecuencia el versículo del Salmo: "El Señor te guarda de todo mal; él guarda tu alma". Con este Salmo, con este versículo, Barsanufio quería confortar a los que le manifestaban sus aflicciones, las pruebas de la vida, los peligros y las desgracias.

En cierta ocasión, Barsanufio, cuando un monje le pidió que orara por él y por sus compañeros, respondió así, incluyendo en sus deseos la cita de ese versículo: "Hijos míos queridos, os abrazo en el Señor, y le suplico que os guarde de todo mal y os dé paciencia como a Job, gracia como a José, mansedumbre como a Moisés y el valor en el combate como a Josué, hijo de Nun, dominio de los pensamientos como a los jueces, victoria sobre los enemigos como a los reyes David y Salomón, la fertilidad de la tierra como a los israelitas... Os conceda el perdón de vuestros pecados con la curación de vuestro cuerpo como al paralítico. Os salve de las olas como a Pedro y os libere de la tribulación como a Pablo y a los demás apóstoles.Os guarde de todo mal como a sus hijos verdaderos, y os conceda todos los anhelos de vuestro corazón, para bien de vuestra alma y de vuestro cuerpo, en su nombre. Amén" (Barnasufio y Juan de Gaza, Epistolario, 194: Collana di Testi Patristici, XCIII, Roma 1991, pp. 235-236).

Salmo 120

1 En mi aflicción invoqué al Señor,
y él me respondió.

2 ¡Líbrame, Señor, de los labios mentirosos
y de la lengua traicionera!

3 ¿Con qué te castigará el Señor,
lengua traicionera?

4 Con flechas afiladas de guerrero
y con brasas de retama.

5 ¡Ay de mí, que estoy desterrado en Mésec,
y vivo en los campamentos de Quedar!

6 Mucho tiempo he convivido
con los que odian la paz.

7 Cuando yo hablo de paz,
ellos declaran la guerra.

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Himno de adoración y alabanza

Miércoles 11 de mayo de 2005

Apocalipsis, 15

Queridos hermanos y hermanas:

1. Breve y solemne, incisivo y grandioso en su tonalidad es el cántico que acabamos de escuchar y de hacer nuestro, elevándolo como himno de alabanza al "Señor, Dios todopoderoso" (Ap 15,3). Se trata de uno de los muchos textos de oración insertados en el Apocalipsis, el último libro de la sagrada Escritura, libro de juicio, de salvación y, sobre todo, de esperanza.

En efecto, la historia no está en las manos de potencias oscuras, de la casualidad o únicamente de las opciones humanas. Sobre las energías malignas que se desencadenan, sobre la acción vehemente de Satanás y sobre los numerosos azotes y males que sobrevienen, se eleva el Señor, árbitro supremo de las vicisitudes históricas. Él las lleva sabiamente hacia el alba del nuevo cielo y de la nueva tierra, sobre los que se canta en la parte final del libro con la imagen de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21-22).

Quienes entonan este cántico, que queremos meditar ahora, son los justos de la historia, los vencedores de la bestia satánica, los que a través de la aparente derrota del martirio son en realidad los auténticos constructores del mundo nuevo, con Dios como artífice supremo.

2. Comienzan ensalzando las "obras grandes y maravillosas" y los "caminos justos y verdaderos" del Señor (cf. v. 3). En este cántico se utiliza el lenguaje característico del éxodo de Israel de la esclavitud de Egipto. El primer cántico de Moisés —pronunciado después del paso del mar Rojo— celebra al Señor "terrible en prodigios, autor de maravillas" (Ex 15,11). El segundo cántico, referido por el Deuteronomio al final de la vida del gran legislador, reafirma que "su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia" (Dt 32,4).

Así pues, se quiere reafirmar que Dios no es indiferente a las vicisitudes humanas, sino que penetra en ellas realizando sus "caminos", o sea, sus proyectos y sus "obras" eficaces.

3. Según nuestro himno, esta intervención divina tiene una finalidad muy precisa: ser un signo que invita a todos los pueblos de la tierra a la conversión. Por consiguiente, el himno nos invita a todos a convertirnos siempre de nuevo. Las naciones deben aprender a "leer" en la historia un mensaje de Dios. La aventura de la humanidad no es confusa y sin sentido, ni está sin remedio a merced de la prevaricación de los prepotentes y de los perversos.

Existe la posibilidad de reconocer la acción divina oculta en la historia. También el concilio ecuménico Vaticano II, en la constitución pastoral Gaudium et spes, invita a los creyentes a escrutar, a la luz del Evangelio, los signos de los tiempos para encontrar en ellos la manifestación de la acción misma de Dios (cf. nn. 4 y 11). Esta actitud de fe lleva al hombre a descubrir la fuerza de Dios que actúa en la historia y a abrirse así al temor del nombre del Señor.

En efecto, en el lenguaje bíblico este "temor" de Dios no es miedo, no coincide con el miedo; el temor de Dios es algo muy diferente: es el reconocimiento del misterio de la trascendencia divina. Por eso, está en la base de la fe y enlaza con el amor. Dice la sagrada Escritura en el Deuteronomio: "El Señor, tu Dios, te pide que lo temas, que lo ames con todo tu corazón y con toda tu alma" (cf.Dt 10,12). Y san Hilario, obispo del siglo IV, dijo: "Todo nuestro temor está en el amor".

En esta línea, en nuestro breve himno, tomado del Apocalipsis, se unen el temor y la glorificación de Dios. El himno dice: "¿Quién no temerá, Señor, y glorificará tu nombre?" (Ap 15,4). Gracias al temor del Señor no se tiene miedo al mal que abunda en la historia, y se reanuda con entusiasmo el camino de la vida. Precisamente gracias al temor de Dios no tenemos miedo del mundo y de todos estos problemas; no tememos a los hombres, porque Dios es más fuerte.

El Papa Juan XXIII dijo en cierta ocasión: "Quien cree no tiembla, porque, al tener temor de Dios, que es bueno, no debe tener miedo del mundo y del futuro". Y el profeta Isaías dice: "Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Ánimo, no temáis!" (Is 35,3-4).

4. El himno concluye con la previsión de una procesión universal de los pueblos, que se presentarán ante el Señor de la historia, revelado por sus "justos juicios" (cf. Ap 15,4). Se postrarán en adoración. Y el único Señor y Salvador parece repetirles las palabras que pronunció en la última tarde de su vida terrena, cuando dijo a sus Apóstoles: "¡Ánimo! Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

Queremos concluir nuestra breve reflexión sobre el cántico del "Cordero victorioso" (cf. Ap 15, 3), entonado por los justos del Apocalipsis,con un antiguo himno del lucernario, es decir, de la oración vespertina, ya conocido por san Basilio de Cesarea. Ese himno dice: "Al llegar al ocaso del sol, al ver la luz de la tarde, cantamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de Dios. Eres digno de que te cantemos en todo momento con voces santas, Hijo de Dios, tú que das la vida. Por eso, el mundo te glorifica" (S. Pricolo-M. Simonetti,La preghiera dei cristiani, Milán 2000, p. 97).
¡Gracias!

Apocalipsis, 15

1 Después vi en el cielo otro signo grande y admirable: siete Ángeles que llevaban las siete últimas plagas, con las cuales debía consumarse la ira de Dios.

2 También vi como un mar de cristal, mezclado de fuego. Los que habían vencido a la Bestia, a su imagen y la cifra de su nombre, estaban de pie sobre el mar, teniendo en sus manos grandes arpas,

3 y cantaban el canto de Moisés, el servidor de Dios, y el canto del Cordero, diciendo: «¡Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los pueblos! ¿Quién dejará de temerte, Señor, quién no alabará tu Nombre?

4 Sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán a adorarte, porque se ha manifestado la justicia de tus actos».

5 Después de esto, vi abrirse en el cielo el Templo, el tabernáculo del Testimonio.

6 De él salieron los siete Ángeles que tenían las siete plagas, y estaban vestidos de lino puro y resplandeciente, y ceñidos con cinturones de oro.

7 Entonces, uno de los cuatro Seres Vivientes entregó a los siete Ángeles siete copas colmadas de la ira del Dios que vive por los siglos de los siglos.

8 Y el Templo se llenó del humo que procede de la gloria de Dios y de su poder, de manera que nadie pudo entrar al Templo hasta que cesaron las siete plagas de los siete Ángeles.

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Alabad el nombre del señor

Miércoles 18 de mayo de 2005

Salmo 112

Queridos hermanos y hermanas:

Antes de introducirnos en una breve interpretación del salmo que se ha cantado, quisiera recordar que hoy es el cumpleaños de nuestro amado Papa Juan Pablo II. Habría cumplido 85 años y estamos seguros de que desde allá arriba nos ve y está con nosotros. En esta ocasión queremos expresar nuestra profunda gratitud al Señor por el don de este Papa y queremos también dar gracias al Papa por todo lo que hizo y sufrió.

1. Acaba de resonar, en su sencillez y belleza, el salmo 112, verdadero pórtico a una pequeña colección de salmos que va del 112 al 117, convencionalmente llamada "el Hallel egipcio". Es el aleluya, o sea, el canto de alabanza que exalta la liberación de la esclavitud del faraón y la alegría de Israel al servir al Señor en libertad en la tierra prometida (cf. Sal 113).

No por nada la tradición judía había unido esta serie de salmos a la liturgia pascual. La celebración de ese acontecimiento, según sus dimensiones histórico-sociales y sobre todo espirituales, se sentía como signo de la liberación del mal en sus múltiples manifestaciones.

El salmo 112 es un breve himno que, en el original hebreo, consta sólo de sesenta palabras, todas ellas impregnadas de sentimientos de confianza, alabanza y alegría.

2. La primera estrofa (cf. Sal 112,1-3) exalta "el nombre del Señor", que, como es bien sabido, en el lenguaje bíblico indica a la persona misma de Dios, su presencia viva y operante en la historia humana.

Tres veces, con insistencia apasionada, resuena "el nombre del Señor" en el centro de la oración de adoración. Todo el ser y todo el tiempo —"desde la salida del sol hasta su ocaso", dice el Salmista (v. 3)— está implicado en una única acción de gracias. Es como si se elevara desde la tierra una plegaria incesante al cielo para ensalzar al Señor, Creador del cosmos y Rey de la historia.

3. Precisamente a través de este movimiento hacia las alturas, el Salmo nos conduce al misterio divino. En efecto, la segunda parte (cf. vv. 4-6) celebra la trascendencia del Señor, descrita con imágenes verticales que superan el simple horizonte humano. Se proclama: "el Señor se eleva sobre todos los pueblos", "se eleva en su trono", y nadie puede igualarse a él; incluso para mirar al cielo debe "abajarse", porque "su gloria está sobre el cielo" (v. 4).

La mirada divina se dirige a toda la realidad, a los seres terrenos y a los celestes. Sin embargo, sus ojos no son altaneros y lejanos, como los de un frío emperador. El Señor —dice el Salmista— "se abaja para mirar" (v. 6).

4. Así, se pasa al último movimiento del Salmo (cf. vv. 7-9), que desvía la atención de las alturas celestes a nuestro horizonte terreno. El Señor se abaja con solicitud por nuestra pequeñez e indigencia, que nos impulsaría a retraernos por timidez. Él, con su mirada amorosa y con su compromiso eficaz, se dirige a los últimos y a los desvalidos del mundo: "Levanta del polvo al desvalido; alza de la basura al pobre" (v. 7).

Por consiguiente, Dios se inclina hacia los necesitados y los que sufren, para consolarlos; y esta palabra encuentra su mayor densidad, su mayor realismo en el momento en que Dios se inclina hasta el punto de encarnarse, de hacerse uno de nosotros, y precisamente uno de los pobres del mundo. Al pobre le otorga el mayor honor, el de "sentarlo con los príncipes", sí, "con los príncipes de su pueblo" (v. 8). A la mujer sola y estéril, humillada por la antigua sociedad como si fuera una rama seca e inútil, Dios le da el honor y la gran alegría de tener muchos hijos (cf. v. 9). El Salmista, por tanto, alaba a un Dios muy diferente de nosotros por su grandeza, pero al mismo tiempo muy cercano a sus criaturas que sufren.

Es fácil intuir en estos versículos finales del salmo 112 la prefiguración de las palabras de María en el Magníficat, el cántico de las opciones de Dios que "mira la humillación de su esclava". María, más radical que nuestro salmo, proclama que Dios "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes" (cf. Lc 1, 48. 52; Sal 112, 6-8).

5. Un "himno vespertino" muy antiguo, conservado en las así llamadasConstituciones de los Apóstoles (VII, 48), recoge y desarrolla el inicio gozoso de nuestro salmo. Lo recordamos aquí, al final de nuestra reflexión, para poner de relieve la relectura "cristiana" que la comunidad primitiva hacía de los salmos: "Alabad, niños, al Señor; alabad el nombre del Señor. Te alabamos, te cantamos, te bendecimos, por tu inmensa gloria. Señor Rey, Padre de Cristo, Cordero inmaculado que quita el pecado del mundo. A ti la alabanza, a ti el himno, a ti la gloria, a Dios Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén" (S. Pricoco M. Simonetti, La preghiera dei cristiani, Milán 2000, p. 97).

Salmo 112

1 ¡Aleluya! Alaben, servidores del Señor,
alaben el nombre del Señor.

2 Bendito sea el nombre del Señor,
desde ahora y para siempre.

3 Desde la salida del sol hasta su ocaso,
sea alabado el nombre del Señor.

4 El Señor está sobre todas las naciones,
su gloria se eleva sobre el cielo,

5 ¿Quién es como el Señor, nuestro Dios,
que tiene su morada en las alturas,

6 y se inclina para contemplar
el cielo y la tierra?

7 El levanta del polvo al desvalido,
alza al pobre de su miseria,

8 para hacerlo sentar entre los nobles,
entre los nobles y su pueblo;

9 él honra a la mujer estéril en su hogar,
haciendo de ella una madre feliz.

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Acción de gracias en el templo

Miércoles 25 de mayo de 2005

Salmo 115

1. El salmo 115, con el que acabamos de orar, siempre se ha utilizado en la tradición cristiana, desde san Pablo, el cual, citando su inicio según la traducción griega de los Setenta, escribe así a los cristianos de Corinto: "Teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: "Creí, por eso hablé", también nosotros creemos, y por eso hablamos" (2Co 4,13).

El Apóstol se siente espiritualmente de acuerdo con el salmista en la serena confianza y en el sincero testimonio, a pesar de los sufrimientos y las debilidades humanas. Escribiendo a los Romanos, san Pablo utilizará el versículo 2 del Salmo y presentará un contraste entre el Dios fiel y el hombre incoherente: "Dios es veraz y todo hombre mentiroso" (Rm 3,4).

La tradición cristiana ha leído, orado e interpretado el texto en diversos contextos y así se aprecia toda la riqueza y la profundidad de la palabra de Dios, que abre nuevas dimensiones y nuevas situaciones.

Al inicio se leyó sobre todo como un texto del martirio, pero luego, cuando la Iglesia alcanzó la paz, se transformó cada vez más en texto eucarístico, por la referencia al "cáliz de la salvación".

En realidad, Cristo es el primer mártir. Dio su vida en un contexto de odio y de falsedad, pero transformó esta pasión —y así también este contexto— en la Eucaristía: en una fiesta de acción de gracias. La Eucaristía es acción de gracias: "Alzaré el cáliz de la salvación".

2. El salmo 115, en el original hebreo, constituye una única composición con el salmo anterior, el 114. Ambos constituyen una acción de gracias unitaria, dirigida al Señor que libera de la pesadilla de la muerte, de los contextos de odio y mentira.

En nuestro texto aflora la memoria de un pasado angustioso: el orante ha mantenido en alto la antorcha de la fe, incluso cuando a sus labios asomaba la amargura de la desesperación y de la infelicidad (cf. Sal 115,10). En efecto, a su alrededor se elevaba una especie de cortina gélida de odio y engaño, porque el prójimo se manifestaba falso e infiel (cf. v. 11). Pero la súplica se transforma ahora en gratitud porque el Señor ha permanecido fiel en este contexto de infidelidad, ha sacado a su fiel del remolino oscuro de la mentira (cf. v. 12). Y así este salmo es siempre para nosotros un texto de esperanza, porque el Señor no nos abandona ni siquiera en las situaciones difíciles; por ello, debemos mantener elevada la antorcha de la fe.

Por eso, el orante se dispone a ofrecer un sacrificio de acción de gracias, durante el cual se beberá en el cáliz ritual, la copa de la libación sagrada, que es signo de gratitud por la liberación (cf. v. 13) y encuentra su realización plena en el cáliz del Señor. Así pues, la liturgia es la sede privilegiada para elevar la alabanza grata al Dios salvador.

3. En efecto, no sólo se alude al rito sacrificial, sino también, de forma explícita, a la asamblea de "todo el pueblo", en cuya presencia el orante cumple su voto y testimonia su fe (cf. v. 14). En esta circunstancia hará pública su acción de gracias, consciente de que, incluso cuando se cierne sobre él la muerte, el Señor lo acompaña con amor. Dios no es indiferente ante el drama de su criatura, sino que rompe sus cadenas (cf. v. 16).

El orante, salvado de la muerte, se siente "siervo" del Señor, "hijo de su esclava" (cf. v. 16), una hermosa expresión oriental para indicar a quien ha nacido en la misma casa del amo. El salmista profesa humildemente y con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad.

4. El Salmo, reflejando las palabras del orante, concluye evocando de nuevo el rito de acción de gracias que se celebrará en el marco del templo (cf. vv. 17-19). Así su oración se situará en un ámbito comunitario. Se narra su historia personal para que sirva de estímulo a creer y amar al Señor. En el fondo, por tanto, podemos descubrir a todo el pueblo de Dios mientras da gracias al Señor de la vida, el cual no abandona al justo en el seno oscuro del dolor y de la muerte, sino que lo guía a la esperanza y a la vida.

5. Concluyamos nuestra reflexión con las palabras de san Basilio Magno, el cual, en la Homilía sobre el salmo 115, comenta así la pregunta y la respuesta recogidas en el Salmo: «"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación". El salmista ha comprendido los numerosísimos dones recibidos de Dios: del no ser ha sido llevado al ser, ha sido plasmado de la tierra y dotado de razón...; luego ha conocido la economía de la salvación en favor del género humano, reconociendo que el Señor se ha entregado a sí mismo en redención en lugar de todos nosotros, y, buscando entre todas las cosas que le pertenecen, no sabe cuál don será digno del Señor. "¿Cómo pagaré al Señor?". No con sacrificios ni con holocaustos..., sino con toda mi vida. Por eso, dice: "Alzaré el cáliz de la salvación", llamando cáliz al sufrimiento en la lucha espiritual, al resistir al pecado hasta la muerte. Esto, por lo demás, es lo que nos enseñó nuestro Salvador en el Evangelio: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz"; y de nuevo a los discípulos, "¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?", significando claramente la muerte que aceptaba para la salvación del mundo» (PG XXX, 109), transformando así el mundo del pecado en un mundo redimido, en un mundo de acción de gracias por la vida que nos ha dado el Señor.

Salmo 115

1 Amo al Señor, porque él escucha
el clamor de mi súplica,

2 porque inclina su oído hacia mí,
cuando yo lo invoco.

3 Los lazos de la muerte me envolvieron,
me alcanzaron las redes del Abismo,
caí en la angustia y la tristeza;

4 entonces invoqué al Señor:
«¡Por favor, sálvame la vida!».

5 El Señor es justo y bondadoso,
nuestro Dios es compasivo;

6 el Señor protege a los sencillos:
yo estaba en la miseria y me salvó.

7 Alma mía, recobra la calma,
porque el Señor ha sido bueno contigo.

8 El libró mi vida de la muerte,
mis ojos de las lágrimas
y mis pies de la caída.

9 Yo caminaré en la presencia del Señor,
en la tierra de los vivientes.

10 Tenía confianza, incluso cuando dije:
«¡Qué grande es mi desgracia!».

11 Yo, que en mi turbación llegué a decir:
«¡Los hombres son todos mentirosos!».

12 ¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?

13 Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor.

14 Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo.

15 ¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!

16 Yo, Señor, soy tu servidor,
tu servidor, lo mismo que mi madre:
por eso rompiste mis cadenas.

17 Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor.

18 Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo,

19 en los atrios de la Casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

¡Aleluya!

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Cristo, siervo de Dios

Miércoles 1 de junio de 2005

Filipenses 2,6-11

1. En toda celebración dominical de Vísperas, la liturgia nos propone el breve pero denso himno cristológico de la carta a los Filipenses (cf. Flp 2,6-11). Vamos a reflexionar ahora sobre la primera parte de ese himno (cf. vv. 6-8), que acaba de resonar, donde se describe el paradójico "despojarse" del Verbo divino, que renuncia a su gloria y asume la condición humana.

Cristo encarnado y humillado en la muerte más infame, la de la crucifixión, se propone como modelo vital para el cristiano. En efecto, este, como se afirma en el contexto, debe tener "los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (v. 5), sentimientos de humildad y donación, desprendimiento y generosidad.

2. Ciertamente, Cristo posee la naturaleza divina con todas sus prerrogativas. Pero esta realidad trascendente no se interpreta y vive con vistas al poder, a la grandeza y al dominio. Cristo no usa su igualdad con Dios, su dignidad gloriosa y su poder como instrumento de triunfo, signo de distancia y expresión de supremacía aplastante (cf. v. 6). Al contrario, él "se despojó", se vació a sí mismo, sumergiéndose sin reservas en la miserable y débil condición humana. La forma (morphe) divina se oculta en Cristo bajo la "forma" (morphe) humana, es decir, bajo nuestra realidad marcada por el sufrimiento, la pobreza, el límite y la muerte (cf. v. 7).

Así pues, no se trata de un simple revestimiento, de una apariencia mudable, como se creía que sucedía a las divinidades de la cultura grecorromana: la realidad de Cristo es divina en una experiencia auténticamente humana. Dios no sólo toma apariencia de hombre, sino que se hace hombre y se convierte realmente en uno de nosotros, se convierte realmente en "Dios con nosotros"; no se limita a mirarnos con benignidad desde el trono de su gloria, sino que se sumerge personalmente en la historia humana, haciéndose "carne", es decir, realidad frágil, condicionada por el tiempo y el espacio (cf. Jn 1,14).

3. Esta participación radical y verdadera en la condición humana, excluido el pecado (cf. Hb 4,15), lleva a Jesús hasta la frontera que es el signo de nuestra finitud y caducidad, la muerte. Ahora bien, su muerte no es fruto de un mecanismo oscuro o de una ciega fatalidad: nace de su libre opción de obediencia al designio de salvación del Padre (cf. Flp 2,8).

El Apóstol añade que la muerte a la que Jesús sale al encuentro es la muerte de cruz, es decir, la más degradante, pues así quiere ser verdaderamente hermano de todo hombre y de toda mujer, incluso de los que se ven arrastrados a un fin atroz e ignominioso.

Pero precisamente en su pasión y muerte Cristo testimonia su adhesión libre y consciente a la voluntad del Padre, como se lee en la carta a los Hebreos: "A pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer" (Hb 5,8).

Detengámonos aquí, en nuestra reflexión sobre la primera parte del himno cristológico, centrado en la encarnación y en la pasión redentora. Más adelante tendremos ocasión de profundizar en el itinerario sucesivo, el pascual, que lleva de la cruz a la gloria. Creo que el elemento fundamental de esta primera parte del himno es la invitación a tener los mismos sentimientos de Jesús. Tener los mismos sentimientos de Jesús significa no considerar el poder, la riqueza, el prestigio como los valores supremos de nuestra vida, porque en el fondo no responden a la sed más profunda de nuestro espíritu, sino abrir nuestro corazón al Otro, llevar con el Otro el peso de nuestra vida y abrirnos al Padre del cielo con sentido de obediencia y confianza, sabiendo que precisamente obedeciendo al Padre seremos libres. Tener los mismos sentimientos de Jesús ha de ser el ejercicio diario de los cristianos.

4. Concluyamos nuestra reflexión con un gran testigo de la tradición oriental, Teodoreto, que fue obispo de Ciro, en Siria, en el siglo V: "La encarnación de nuestro Salvador representa la más elevada realización de la solicitud divina en favor de los hombres. En efecto, ni el cielo ni la tierra, ni el mar ni el aire, ni el sol ni la luna, ni los astros ni todo el universo visible e invisible, creado por su palabra o más bien sacado a la luz por su palabra según su voluntad, indican su inconmensurable bondad como el hecho de que el Hijo unigénito de Dios, el que subsistía en la naturaleza de Dios (cf. Flp 2,6), reflejo de su gloria, impronta de su ser (cf. Hb 1,3), que existía en el principio, estaba en Dios y era Dios, por el cual fueron hechas todas las cosas (cf. Jn 1,1-3), después de tomar la condición de esclavo, apareció en forma de hombre, por su figura humana fue considerado hombre, se le vio en la tierra, se relacionó con los hombres, cargó con nuestras debilidades y tomó sobre sí nuestras enfermedades" (Discursos sobre la divina Providencia, 10: Collana di testi patristici, LXXV, Roma 1998, pp. 250-251).

Teodoreto de Ciro prosigue su reflexión poniendo de relieve precisamente el estrecho vínculo, que se destaca en el himno de la carta a los Filipenses, entre la encarnación de Jesús y la redención de los hombres. "El Creador, con sabiduría y justicia, actuó por nuestra salvación, dado que no quiso servirse sólo de su poder para concedernos el don de la libertad ni armar únicamente la misericordia contra aquel que ha sometido al género humano, para que aquel no acusara a la misericordia de injusticia, sino que inventó un camino rebosante de amor a los hombres y, a la vez, dotado de justicia. En efecto, después de unir a sí la naturaleza del hombre ya vencida, la lleva a la lucha y la prepara para reparar la derrota, para vencer a aquel que un tiempo había logrado inicuamente la victoria, para librarse de la tiranía de quien cruelmente la había hecho esclava y para recobrar la libertad originaria" (ib., pp. 251-252).

Filipenses 2,6-11

6 El, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:

7 al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,

8 se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.

9 Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,

10 para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,

11 y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
«Jesucristo es el Señor».

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Grandes son las obras del Señor

Miércoles 8 de junio de 2005

Salmo 110

Queridos hermanos y hermanas:

1. Hoy sentimos un viento fuerte. El viento en la sagrada Escritura es símbolo del Espíritu Santo. Esperamos que el Espíritu Santo nos ilumine ahora en la meditación del salmo 110, que acabamos de escuchar. Este salmo encierra un himno de alabanza y acción de gracias por los numerosos beneficios que definen a Dios en sus atributos y en su obra de salvación: se habla de "misericordia", "clemencia", "justicia", "fuerza", "verdad", "rectitud", "fidelidad", "alianza", "obras", "maravillas", incluso de "alimento" que él da y, al final, de su "nombre" glorioso, es decir, de su persona. Así pues, la oración es contemplación del misterio de Dios y de las maravillas que realiza en la historia de la salvación.

2. El Salmo comienza con el verbo de acción de gracias que se eleva del corazón del orante, pero también de toda la asamblea litúrgica (cf. v. 1). El objeto de esta oración, que incluye también el rito de la acción de gracias, se expresa con la palabra "obras" (cf. vv. 2. 3. 6. 7). Esas obras son las intervenciones salvíficas del Señor, manifestación de su "justicia" (cf. v. 3), término que en el lenguaje bíblico indica ante todo el amor que genera salvación.

Por tanto, el núcleo del Salmo se transforma en un himno a la alianza (cf. vv. 4-9), al vínculo íntimo que une a Dios con su pueblo y que comprende una serie de actitudes y gestos. Así, se habla de "misericordia y clemencia" (cf. v. 4), a la luz de la gran proclamación del Sinaí: "El Señor, el Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad" (Ex 34,6).

La "clemencia" es la gracia divina que envuelve y transfigura al fiel, mientras que la "misericordia" en el original hebreo se expresa con un término característico que remite a las "vísceras" maternas del Señor, más misericordiosas aún que las de una madre (cf. Is 49,15).

3. Este vínculo de amor incluye el don fundamental del alimento y, por tanto, de la vida (cf. Sal 110,5), que, en la relectura cristiana, se identificará con la Eucaristía, como dice san Jerónimo: "Como alimento dio el pan bajado del cielo; si somos dignos de él, alimentémonos" (Breviarium in Psalmos,110: PL XXVI, 1238-1239).

Luego viene el don de la tierra, "la heredad de los gentiles" (Sal110, 6), que alude al grandioso episodio del Éxodo, cuando el Señor se reveló como el Dios de la liberación. Por tanto, la síntesis del cuerpo central de este canto se ha de buscar en el tema del pacto especial entre el Señor y su pueblo, como declara de modo lapidario el versículo 9: "Ratificó para siempre su alianza".

4. El salmo 110 concluye con la contemplación del rostro divino, de la persona del Señor, expresada a través de su "nombre" santo y trascendente. Luego, citando un dicho sapiencial (cf. Pr 1,7; 9,10; 15,33), el salmista invita a todos los fieles a cultivar el "temor del Señor" (Sal 110,10), principio de la verdadera sabiduría. Este término no se refiere al miedo ni al terror, sino al respeto serio y sincero, que es fruto del amor, a la adhesión genuina y activa al Dios liberador. Y, si las primeras palabras del canto habían sido una acción de gracias, las últimas son una alabanza: del mismo modo que la justicia salvífica del Señor "dura por siempre" (v. 3), así la gratitud del orante no tiene pausa: "La alabanza del Señor dura por siempre" (v. 10).

Para resumir, el Salmo nos invita al final a descubrir las muchas cosas buenas que el Señor nos da cada día. Nosotros vemos más fácilmente los aspectos negativos de nuestra vida. El Salmo nos invita a ver también las cosas positivas, los numerosos dones que recibimos, para sentir así la gratitud, porque sólo un corazón agradecido puede celebrar dignamente la gran liturgia de la gratitud, la Eucaristía.

5. Para concluir nuestra reflexión, quisiéramos meditar con la tradición eclesial de los primeros siglos cristianos el versículo final con su célebre declaración, reiterada en otros lugares de la Biblia (cf. Pr 1,7): "El principio de la sabiduría es el temor del Señor" (Sal 110,10).

El escritor cristiano Barsanufio de Gaza, en la primera mitad del siglo VI, lo comenta así: "¿Qué es principio de la sabiduría sino abstenerse de todo lo que desagrada a Dios? ¿Y de qué modo uno puede abstenerse sino evitando hacer algo sin haber pedido consejo, o no diciendo nada que no se deba decir, y además considerándose a sí mismo loco, tonto, despreciable y totalmente inútil?" (Epistolario,234: Collana di testi patristici, XCIII, Roma 1991, pp. 265-266).

Con todo, Juan Casiano, que vivió entre los siglos IV y V, prefería precisar que "hay una gran diferencia entre el amor, al que nada le falta y que es el tesoro de la sabiduría y de la ciencia, y el amor imperfecto, denominado "principio de la sabiduría"; este, por contener en sí la idea del castigo, queda excluido del corazón de los perfectos al llegar la plenitud del amor" (Conferencias a los monjes, 2, 11, 13: Collana di testi patristici, CLVI, Roma 2000, p. 29). Así, en el camino de nuestra vida hacia Cristo, el temor servil que hay al inicio es sustituido por un temor perfecto, que es amor, don del Espíritu Santo.

Salmo 110

1 Doy gracias al Señor de todo corazón,
en la reunión y en la asamblea de los justos.

2 Grandes son las obras del Señor:
los que las aman desean comprenderlas.

3 Su obra es esplendor y majestad,
su justicia permanece para siempre.

4 El hizo portentos memorables,
el Señor es bondadoso y compasivo.

5 Proveyó de alimento a sus fieles
y se acuerda eternamente de su alianza.

6 Manifestó a su pueblo el poder de sus obras,
dándole la herencia de las naciones.

7 Las obras de sus manos son verdad y justicia;
todos sus preceptos son indefectibles:

8 están afianzados para siempre
y establecidos con lealtad y rectitud.

9 Él envió la redención a su pueblo,
promulgó su alianza para siempre:
Su Nombre es santo y temible.

10 El temor del Señor es el comienzo de la sabiduría:
son prudentes los que lo practican.
Su alabanza por siempre permanece.

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El Señor, esperanza del pueblo

Miércoles 15 de junio de 2005

Salmo 122

Queridos hermanos y hermanas:

Por desgracia, habéis sufrido bajo la lluvia. Ahora esperamos que el tiempo mejore.

1. Jesús, en el evangelio, afirma con gran fuerza que el ojo es un símbolo que refleja el yo profundo, es un espejo del alma (cf. Mt 6,22-23). Pues bien, el salmo 122, que se acaba de proclamar, incluye un entramado de miradas: el fiel eleva sus ojos hacia el Señor y espera una reacción divina, para captar un gesto de amor, una mirada de benevolencia. También nosotros elevamos nuestra mirada y esperamos un gesto de benevolencia del Señor.

A menudo en el Salterio se habla de la mirada del Altísimo, el cual "observa desde el cielo a los hijos de Adán, para ver si hay alguno sensato que busque a Dios" (Sal 13,2). El salmista, como hemos escuchado, utiliza la imagen del esclavo y de la esclava, que están pendientes de su señor a la espera de una decisión liberadora.

Aunque la escena corresponde a la situación del mundo antiguo y a sus estructuras sociales, la idea es clara y significativa: esa imagen, tomada del mundo del Oriente antiguo, quiere exaltar la adhesión del pobre, la esperanza del oprimido y la disponibilidad del justo con respecto al Señor.

2. El orante espera que las manos divinas se muevan, porque actúan según la justicia, destruyendo el mal. Por eso, en el Salterio el orante a menudo eleva los ojos hacia el Señor poniendo en él su esperanza: "Tengo los ojos puestos en el Señor, porque él saca mis pies de la red" (Sal 24,15), mientras "se me nublan los ojos de tanto aguardar a mi Dios" (Sal 68,4).

El salmo 122 es una súplica en la que la voz de un fiel se une a la de toda la comunidad. En efecto, el Salmo pasa de la primera persona singular —"A ti levanto mis ojos"— a la plural "nuestros ojos" y "Dios mío, ten misericordia de nosotros" (cf. vv. 1-3). Se expresa la esperanza de que las manos del Señor se abran para derramar dones de justicia y libertad. El justo espera que la mirada de Dios se revele en toda su ternura y bondad, como se lee en la antigua bendición sacerdotal del libro de los Números: "Ilumine el Señor su rostro sobre ti y te sea propicio; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz" (Nm 6,25-26).

3. La segunda parte del Salmo, caracterizada por la invocación: "Misericordia, Dios mío, misericordia" (Sal 122,3), muestra cuán importante es la mirada amorosa de Dios. Está en continuidad con el final de la primera parte, donde se reafirma la confianza "en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia" (v. 2).

Los fieles necesitan una intervención de Dios, porque se encuentran en una situación lamentable de desprecio y burlas por parte de gente prepotente. El salmista utiliza aquí la imagen de la saciedad: "Estamos saciados de desprecios; nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos" (vv. 3-4).

A la tradicional saciedad bíblica de alimento y de años, considerada un signo de la bendición divina, se opone una intolerable saciedad, constituida por una cantidad exorbitante de humillaciones. Y nos consta que hoy también numerosas naciones, numerosas personas realmente están saciadas de burlas, demasiado saciadas del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos.

Pidamos por ellos y ayudemos a estos hermanos nuestros humillados.

Por eso, los justos han puesto su causa en manos del Señor y él no permanece indiferente a esos ojos implorantes, no ignora su invocación, y la nuestra, ni defrauda su esperanza.

4. Al final, demos la palabra a san Ambrosio, el gran arzobispo de Milán, el cual, con el espíritu del salmista, pondera poéticamente la obra que Dios realiza a favor nuestro en Jesús, nuestro Salvador: "Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, él es médico; si tienes sed, es fuente; si estás oprimido por la iniquidad, es justicia; si necesitas ayuda, es fuerza; si temes la muerte, es vida; si deseas el cielo, es camino; si huyes de las tinieblas, es luz; si buscas alimento, es comida" (La virginidad, 99: SAEMO, XIV, 2, Milán-Roma 1989, p. 81).

Salmo 122

1 Canto de peregrinación.
Levanto mis ojos hacia ti,
que habitas en el cielo.

2 Como los ojos de los servidores
están fijos en las manos de su señor,
y los ojos de la servidora
en las manos de su dueña:
así miran nuestros ojos al Señor, nuestro Dios,
hasta que se apiade de nosotros.

3 ¡Ten piedad, Señor,
ten piedad de nosotros,
porque estamos hartos de desprecios!

4 Nuestra alma está saturada
de la burla de los arrogantes,
del desprecio de los orgullosos.

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Nuestro auxilio es el nombre del Señor

Miércoles 22 de junio de 2005

Salmo 123

Queridos hermanos y hermanas:

1. El salmo 123, que acabamos de proclamar, es un canto de acción de gracias entonado por toda la comunidad orante, que eleva a Dios la alabanza por el don de la liberación. El salmista proclama al inicio esta invitación: "Que lo diga Israel" (v. 1), estimulando así a todo el pueblo a elevar una acción de gracias viva y sincera al Dios salvador. Si el Señor no hubiera estado de parte de las víctimas, ellas, con sus escasas fuerzas, habrían sido impotentes para liberarse y los enemigos, como monstruos, las habrían desgarrado y triturado.

Aunque se ha pensado en algún acontecimiento histórico particular, como el fin del exilio babilónico, es más probable que el salmo sea un himno compuesto para dar gracias a Dios por los peligros evitados y para implorar de él la liberación de todo mal. En este sentido es un salmo muy actual.

2. Después de la alusión inicial a ciertos "hombres" que asaltaban a los fieles y eran capaces de "tragarlos vivos" (cf. vv. 2-3), dos son los momentos del canto. En la primera parte dominan las aguas que arrollan, para la Biblia símbolo del caos devastador, del mal y de la muerte: "Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes" (vv. 4-5). El orante experimenta ahora la sensación de encontrarse en una playa, salvado milagrosamente de la furia impetuosa del mar.

La vida del hombre está plagada de asechanzas de los malvados, que no sólo atentan contra su existencia, sino que también quieren destruir todos los valores humanos. Vemos cómo estos peligros existen también ahora. Pero ―podemos estar seguros también hoy― el Señor se presenta para proteger al justo, y lo salva, como se canta en el salmo 17: "Él extiende su mano de lo alto para asirme, para sacarme de las profundas aguas; me libera de un enemigo poderoso, de mis adversarios más fuertes que yo. (...) El Señor fue un apoyo para mí; me sacó a espacio abierto, me salvó porque me amaba" (vv. 17-20). Realmente, el Señor nos ama; esta es nuestra certeza, el motivo de nuestra gran confianza.

3. En la segunda parte de nuestro canto de acción de gracias se pasa de la imagen marina a una escena de caza, típica de muchos salmos de súplica (cf. Sal 123,6-8). En efecto, se evoca un fiera que aprieta entre sus fauces una presa, o la trampa del cazador, que captura un pájaro. Pero la bendición expresada por el Salmo nos permite comprender que el destino de los fieles, que era un destino de muerte, ha cambiado radicalmente gracias a una intervención salvífica: "Bendito sea el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes; hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió y escapamos" (vv. 6-7).

La oración se transforma aquí en un suspiro de alivio que brota de lo profundo del alma: aunque se desvanezcan todas las esperanzas humanas, puede aparecer la fuerza liberadora divina. Por tanto, el Salmo puede concluir con una profesión de fe, que desde hace siglos ha entrado en la liturgia cristiana como premisa ideal de todas nuestras oraciones: "Adiutorium nostrum in nomine Domini, qui fecit caelum et terram", "Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra" (v. 8). En particular, el Todopoderoso está de parte de las víctimas y de los perseguidos, "que claman a él día y noche", y "les hará justicia pronto" (cf. Lc 18,7-8).

4. San Agustín hace un comentario articulado de este salmo. En un primer momento, observa que cantan adecuadamente este salmo los "miembros de Cristo que han conseguido la felicidad". Así pues, en particular, "lo han cantado los santos mártires, los cuales, habiendo salido de este mundo, están con Cristo en la alegría, dispuestos a retomar incorruptos los mismos cuerpos que antes eran corruptibles. En vida sufrieron tormentos en el cuerpo, pero en la eternidad estos tormentos se transformarán en adornos de justicia". Y San Agustín habla de los mártires de todos los siglos, también del nuestro.

Sin embargo, en un segundo momento, el Obispo de Hipona nos dice que también nosotros, no sólo los bienaventurados en el cielo, podemos cantar este salmo con esperanza. Afirma: "También a nosotros nos sostiene una segura esperanza, y cantaremos con júbilo. En efecto, para nosotros no son extraños los cantores de este salmo... Por tanto, cantemos todos con un mismo espíritu: tanto los santos que ya poseen la corona, como nosotros, que con el afecto nos unimos en la esperanza a su corona. Juntos deseamos aquella vida que aquí en la tierra no tenemos, pero que no podremos tener jamás si antes no la hemos deseado".

San Agustín vuelve entonces a la primera perspectiva y explica: "Reflexionan los santos en los sufrimientos que han pasado, y desde el lugar de bienaventuranza y de tranquilidad donde ahora se hallan miran el camino recorrido para llegar allá; y, como habría sido difícil conseguir la liberación si no hubiera intervenido la mano del Liberador para socorrerlos, llenos de alegría exclaman: "Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte". Así inicia su canto. Era tan grande su júbilo, que ni siquiera han dicho de qué habían sido librados" (Esposizione sul Salmo 123,3: Nuova Biblioteca Agostiniana, XXVIII, Roma 1977, p. 65).

Salmo 123

1 Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
–que lo diga Israel–,

2 si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando los hombres se alzaron contra nosotros,

3 nos habrían devorado vivos.
Cuando ardió su furor contra nosotros,

4 las aguas nos habrían inundado,
un torrente nos habría sumergido,

5 nos habrían sumergido las aguas turbulentas.

6 ¡Bendito sea el Señor,
que no nos entregó como presa de sus dientes!

7 Nuestra vida se salvó como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió y nosotros escapamos.

8 Nuestra ayuda está en el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

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Dios salvador

Miércoles 6 de julio de 2005

Efesios 1,3-14

Queridos hermanos y hermanas:

1. Hoy no hemos escuchado un salmo, sino un himno tomado de la carta a los Efesios (cf. Ef 1,3-14), un himno que se repite en la liturgia de las Vísperas de cada una de las cuatro semanas. Este himno es una oración de bendición dirigida a Dios Padre. Su desarrollo delinea las diversas etapas del plan de salvación que se realiza a través de la obra de Cristo.

En el centro de la bendición resuena el vocablo griego mysterion, un término asociado habitualmente a los verbos de revelación ("revelar", "conocer", "manifestar"). En efecto, este es el gran proyecto secreto que el Padre había conservado en sí mismo desde la eternidad (cf. v. 9), y que decidió actuar y revelar "en la plenitud de los tiempos" (cf. v. 10) en Jesucristo, su Hijo.

En el himno las etapas de ese plan se señalan mediante las acciones salvíficas de Dios por Cristo en el Espíritu. Ante todo —este es el primer acto—, el Padre nos elige desde la eternidad para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor (cf. v. 4); después nos predestina a ser sus hijos (cf. vv. 5-6); además, nos redime y nos perdona los pecados (cf. vv. 7-8); nos revela plenamente el misterio de la salvación en Cristo (cf. vv. 9-10); y, por último, nos da la herencia eterna (cf. vv. 11-12), ofreciéndonos ya ahora como prenda el don del Espíritu Santo con vistas a la resurrección final (cf. vv. 13-14).

2. Así pues, son muchos los acontecimientos salvíficos que se suceden en el desarrollo del himno. Implican a las tres Personas de la santísima Trinidad: se parte del Padre, que es el iniciador y el artífice supremo del plan de salvación; se fija la mirada en el Hijo, que realiza el designio dentro de la historia; y se llega al Espíritu Santo, que imprime su "sello" a toda la obra de salvación. Nosotros, ahora, nos detenemos brevemente en las dos primeras etapas, las de la santidad y la filiación (cf. vv. 4-6).

El primer gesto divino, revelado y actuado en Cristo, es la elección de los creyentes, fruto de una iniciativa libre y gratuita de Dios. Por tanto, al principio, "antes de crear el mundo" (v. 4), en la eternidad de Dios, la gracia divina está dispuesta a entrar en acción. Me conmueve meditar esta verdad: desde la eternidad estamos ante los ojos de Dios y él decidió salvarnos. El contenido de esta llamada es nuestra "santidad", una gran palabra. Santidad es participación en la pureza del Ser divino. Pero sabemos que Dios es caridad. Por tanto, participar en la pureza divina significa participar en la "caridad" de Dios, configurarnos con Dios, que es "caridad". "Dios es amor" (1Jn 4,8. 16): esta es la consoladora verdad que nos ayuda a comprender que "santidad" no es una realidad alejada de nuestra vida, sino que, en cuanto que podemos llegar a ser personas que aman, con Dios entramos en el misterio de la "santidad". El ágape se transforma así en nuestra realidad diaria. Por tanto, entramos en la esfera sagrada y vital de Dios mismo.

3. En esta línea, se pasa a la otra etapa, que también se contempla en el plan divino desde la eternidad: nuestra "predestinación" a hijos de Dios. No sólo criaturas humanas, sino realmente pertenecientes a Dios como hijos suyos.

San Pablo, en otro lugar (cf. Ga 4,5; Rm 8,15. 23), exalta esta sublime condición de hijos que implica y resulta de la fraternidad con Cristo, el Hijo por excelencia, "primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29), y la intimidad con el Padre celestial, al que ahora podemos invocar Abbá, al que podemos decir "padre querido" con un sentido de verdadera familiaridad con Dios, con una relación de espontaneidad y amor. Por consiguiente, estamos en presencia de un don inmenso, hecho posible por el "beneplácito de la voluntad" divina y por la "gracia", luminosa expresión del amor que salva.

4. Ahora, para concluir, citamos al gran obispo de Milán, san Ambrosio, que en una de sus cartas comenta las palabras del apóstol san Pablo a los Efesios, reflexionando precisamente sobre el rico contenido de nuestro himno cristológico. Subraya, ante todo, la gracia sobreabundante con la que Dios nos ha hecho hijos adoptivos suyos en Cristo Jesús. "Por eso, no se debe dudar de que los miembros están unidos a su cabeza, sobre todo porque desde el principio hemos sido predestinados a ser hijos adoptivos de Dios, por Jesucristo" (Lettera XVI ad Ireneo, 4:SAEMO, XIX, Milán-Roma 1988, p. 161).

El santo obispo de Milán prosigue su reflexión afirmando: "¿Quién es rico, sino el único Dios, creador de todas las cosas?". Y concluye: "Pero es mucho más rico en misericordia, puesto que ha redimido a todos y, como autor de la naturaleza, nos ha transformado a nosotros, que según la naturaleza de la carne éramos hijos de la ira y sujetos al castigo, para que fuéramos hijos de la paz y de la caridad" (n. 7: ib., p. 163).

Efesios 1,3-14

3 Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bienes espirituales en el cielo,

4 y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo,
para que fuéramos santos
e irreprochables en su presencia, por el amor.

5 Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo,
conforme al beneplácito de su voluntad,

6 para alabanza de la gloria de su gracia,
que nos dio en su Hijo muy querido.

7 En él hemos sido redimidos por su sangre
y hemos recibido el perdón de los pecados,
según la riqueza de su gracia,

8 que Dios derramó sobre nosotros,
dándonos toda sabiduría y entendimiento.

9 Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad,
conforme al designio misericordioso
que estableció de antemano en Cristo,

10 para que se cumpliera en la plenitud de los tiempos:
reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra,
bajo un solo jefe, que es Cristo.

11 En él hemos sido constituidos herederos,
y destinados de antemano –según el previo designio
del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad–

12 a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo,
para alabanza de su gloria.

13 En él, ustedes,
los que escucharon la Palabra de la verdad,
la Buena Noticia de la salvación,
y creyeron en ella,
también han sido marcados con un sello
por el Espíritu Santo prometido.

14 Ese Espíritu es el anticipo de nuestra herencia
y prepara la redención del pueblo
que Dios adquirió para sí,
para alabanza de su gloria.

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Confiar en Dios como un niño en brazos de su madre

Miércoles 10 de agosto de 2005

Salmo 130

Queridos hermanos y hermanas:

1. Hemos escuchado sólo pocas palabras, cerca de treinta en el original hebreo del salmo 130. Sin embargo, son palabras intensas, que desarrollan un tema muy frecuente en toda la literatura religiosa: la infancia espiritual. De modo espontáneo el pensamiento se dirige inmediatamente a santa Teresa de Lisieux, a su "caminito", a su "permanecer pequeña" para "estar entre los brazos de Jesús" (cf. Manoscritto "C", 2r-3v: Opere complete, Ciudad del Vaticano 1997, pp. 235-236).

En efecto, en el centro del Salmo resalta la imagen de una madre con su hijo, signo del amor tierno y materno de Dios, como ya lo había presentado el profetaOseas: "Cuando Israel era niño, yo lo amé (...). Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer" (Os 11,1. 4).

2. El Salmo comienza con la descripción de la actitud antitética a la de la infancia, la cual es consciente de su fragilidad, pero confía en la ayuda de los demás. En cambio, el Salmo habla de la ambición del corazón, la altanería de los ojos y "las grandezas y los prodigios" (cf. Sal 130,1). Es la representación de la persona soberbia, descrita con términos hebreos que indican "altanería" y "exaltación", la actitud arrogante de quien mira a los demás con aires de superioridad, considerándolos inferiores a él.

La gran tentación del soberbio, que quiere ser como Dios, árbitro del bien y del mal (cf. Gn 3,5), es firmemente rechazada por el orante, que opta por la confianza humilde y espontánea en el único Señor.

3. Así, se pasa a la inolvidable imagen del niño y de la madre. El texto original hebreo no habla de un niño recién nacido, sino más bien de un "niño destetado" (Sal 130,2). Ahora bien, es sabido que en el antiguo Próximo Oriente el destete oficial se realizaba alrededor de los tres años y se celebraba con una fiesta (cf. Gn 21,8; 1S 1,20-23; 2M 7,27).

El niño al que alude el salmista está vinculado a su madre por una relación ya más personal e íntima y, por tanto, no por el mero contacto físico y la necesidad de alimento. Se trata de un vínculo más consciente, aunque siempre inmediato y espontáneo. Esta es la parábola ideal de la verdadera "infancia" del espíritu, que no se abandona a Dios de modo ciego y automático, sino sereno y responsable.

4. En este punto, la profesión de confianza del orante se extiende a toda la comunidad: "Espere Israel en el Señor ahora y por siempre" (Sal 130,3). Ahora la esperanza brota en todo el pueblo, que recibe de Dios seguridad, vida y paz, y se mantiene en el presente y en el futuro, "ahora y por siempre".

Es fácil continuar la oración utilizando otras frases del Salterio inspiradas en la misma confianza en Dios: "Desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios" (Sal 21,11). "Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá" (Sal 26,10). "Tú, Dios mío, eres mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías" (Sal 70,5-6).

5. Como hemos visto, a la confianza humilde se contrapone la soberbia. Un escritor cristiano de los siglos IV y V, Juan Casiano, advierte a los fieles de la gravedad de este vicio, que "destruye todas las virtudes en su conjunto y no sólo ataca a los mediocres y a los débiles, sino principalmente a los que han logrado cargos de responsabilidad con el uso de la fuerza". Y prosigue: "Por este motivo el bienaventurado David custodia con tanta circunspección su corazón, hasta el punto de que se atreve a proclamar ante Aquel a quien ciertamente no se ocultaban los secretos de su conciencia: "Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad". (...) Y, sin embargo, conociendo bien cuán difícil es también para los perfectos esa custodia, no presume de apoyarse únicamente en sus fuerzas, sino que suplica con oraciones al Señor que le ayude a evitar los dardos del enemigo y a no ser herido: "Que el pie del orgullo no me alcance" (Sal 35,12)" (Le istituzioni cenobitiche, XII, 6, Abadía de Praglia, Bresseo di Teolo, Padua 1989, p. 289).

De modo análogo, un antiguo texto anónimo de los Padres del desierto nos ha transmitido esta declaración, que se hace eco del Salmo 130: "No he superado nunca mi rango para subir más arriba, ni me he turbado jamás en caso de humillación, porque todos mis pensamientos se reducían a pedir al Señor que me despojara del hombre viejo" (I Padri del deserto. Detti, Roma 1980, p. 287).

Salmo 130

1 Mi corazón no se ha ensoberbecido, Señor,
ni mis ojos se han vuelto altaneros.
No he pretendido grandes cosas
ni he tenido aspiraciones desmedidas.

2 No, yo aplaco y modero mis deseos:
como un niño tranquilo en brazos de su madre,
así está mi alma dentro de mí.

3 Espere Israel en el Señor,
desde ahora y para siempre.

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Dios, alegría y esperanza nuestra

Miércoles 17 de agosto de 2005

Salmo 125

Queridos hermanos y hermanas:

1. Al escuchar las palabras del salmo 125 se tiene la impresión de contemplar con los propios ojos el acontecimiento cantado en la segunda parte del libro de Isaías: el "nuevo éxodo". Es el regreso de Israel del exilio babilónico a la tierra de los padres, tras el edicto del rey persa Ciro en el año 558 a.C. Entonces se repitió la experiencia gozosa del primer éxodo, cuando el pueblo hebreo fue liberado de la esclavitud egipcia.

Este salmo cobraba un significado particular cuando se cantaba en los días en que Israel se sentía amenazado y atemorizado, porque debía afrontar de nuevo una prueba. En efecto, el Salmo comprende una oración por el regreso de los prisioneros del momento (cf. v. 4). Así, se transforma en una oración del pueblo de Dios en su itinerario histórico, lleno de peligros y pruebas, pero siempre abierto a la confianza en Dios salvador y liberador, defensor de los débiles y los oprimidos.

2. El Salmo introduce en un clima de júbilo: se sonríe, se festeja la libertad obtenida, afloran a los labios cantos de alegría (cf. vv. 1-2).

La reacción ante la libertad recuperada es doble. Por un lado, las naciones paganas reconocen la grandeza del Dios de Israel: "El Señor ha estado grande con ellos" (v. 2). La salvación del pueblo elegido se convierte en una prueba nítida de la existencia eficaz y poderosa de Dios, presente y activo en la historia. Por otro lado, es el pueblo de Dios el que profesa su fe en el Señor que salva: "El Señor ha estado grande con nosotros" (v. 3).

3. El pensamiento va después al pasado, revivido con un estremecimiento de miedo y amargura. Centremos nuestra atención en la imagen agrícola que usa el salmista: "Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares" (v. 5). Bajo el peso del trabajo, a veces el rostro se cubre de lágrimas: se está realizando una siembra fatigosa, que tal vez resulte inútil e infructuosa. Pero, cuando llega la cosecha abundante y gozosa, se descubre que el dolor ha sido fecundo.

En este versículo del Salmo se condensa la gran lección sobre el misterio de fecundidad y de vida que puede encerrar el sufrimiento. Precisamente como dijo Jesús en vísperas de su pasión y muerte: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24).

4. El horizonte del Salmo se abre así a la cosecha festiva, símbolo de la alegría engendrada por la libertad, la paz y la prosperidad, que son fruto de la bendición divina. Así pues, esta oración es un canto de esperanza, al que se puede recurrir cuando se está inmerso en el tiempo de la prueba, del miedo, de la amenaza externa y de la opresión interior.

Pero puede convertirse también en una exhortación más general a vivir la vida y hacer las opciones en un clima de fidelidad. La perseverancia en el bien, aunque encuentre incomprensiones y obstáculos, al final llega siempre a una meta de luz, de fecundidad y de paz.

Es lo que san Pablo recordaba a los Gálatas: "El que siembra en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos" (Ga 6,8-9).

5. Concluyamos con una reflexión de san Beda el Venerable (672-735) sobre el salmo 125 comentando las palabras con que Jesús anunció a sus discípulos la tristeza que les esperaba y, al mismo tiempo, la alegría que brotaría de su aflicción (cf.Jn 16, 20).

Beda recuerda que "lloraban y se lamentaban los que amaban a Cristo cuando vieron que los enemigos lo prendieron, lo ataron, lo llevaron a juicio, lo condenaron, lo flagelaron, se burlaron de él y, por último, lo crucificaron, lo hirieron con la lanza y lo sepultaron. Al contrario, los que amaban el mundo se alegraban (...) cuando condenaron a una muerte infamante a aquel que les molestaba sólo al verlo. Los discípulos se entristecieron por la muerte del Señor, pero, conocida su resurrección, su tristeza se convirtió en alegría; visto después el prodigio de la Ascensión, con mayor alegría todavía alababan y bendecían al Señor, como testimonia el evangelista san Lucas (cf. Lc 24,53). Pero estas palabras del Señor se pueden aplicar a todos los fieles que, a través de las lágrimas y las aflicciones del mundo, tratan de llegar a las alegrías eternas, y que con razón ahora lloran y están tristes, porque no pueden ver aún a aquel que aman, y porque, mientras estén en el cuerpo, saben que están lejos de la patria y del reino, aunque estén seguros de llegar al premio a través de las fatigas y las luchas. Su tristeza se convertirá en alegría cuando, terminada la lucha de esta vida, reciban la recompensa de la vida eterna, según lo que dice el Salmo: "Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares"" (Omelie sul Vangelo, 2, 13: Collana di Testi Patristici, XC, Roma 1990, pp. 379-380).

Salmo 125

1 Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía que soñábamos:

2 nuestra boca se llenó de risas
y nuestros labios, de canciones.
Hasta los mismos paganos decían:
«¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!».

3 ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros
y estamos rebosantes de alegría!

4 ¡Cambia, Señor, nuestra suerte
como los torrentes del Négueb!

5 Los que siembran entre lágrimas
cosecharán entre canciones.

6 El sembrador va llorando
cuando esparce la semilla,
pero vuelve cantando
cuando trae las gavillas.

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El esfuerzo humano es inútil sin Dios

Miércoles 31 de agosto de 2005

Salmo 126

Queridos hermanos y hermanas:

1. El salmo 126, que se acaba de proclamar, nos presenta un espectáculo en movimiento: una casa en construcción, la ciudad con sus centinelas, la vida de las familias, las vigilias nocturnas, el trabajo diario, los pequeños y grandes secretos de la existencia. Pero sobre todo ello se eleva una presencia decisiva, la del Señor que se cierne sobre las obras del hombre, como sugiere el inicio incisivo del Salmo: "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles" (v. 1).

Ciertamente, una sociedad sólida nace del compromiso de todos sus miembros, pero necesita la bendición y la ayuda de Dios, que por desgracia a menudo se ve excluido o ignorado. El libro de los Proverbios subraya el primado de la acción divina para el bienestar de una comunidad y lo hace de modo radical, afirmando que "la bendición del Señor es la que enriquece, y nada le añade el trabajo a que obliga" (Pr 10,22).

2. Este salmo sapiencial, fruto de la meditación sobre la realidad de la vida de todo hombre, está construido fundamentalmente sobre un contraste: sin el Señor, en vano se intenta construir una casa estable, edificar una ciudad segura, hacer que el propio esfuerzo dé fruto (cf. Sal 126,1-2). En cambio, con el Señor se tiene prosperidad y fecundidad, una familia con muchos hijos y serena, una ciudad bien fortificada y defendida, libre de peligros e inseguridades (cf. vv. 3-5).

El texto comienza aludiendo al Señor representado como constructor de la casa y centinela que vela por la ciudad (cf. Sal 120,1-8). El hombre sale por la mañana a trabajar para sustentar a su familia y contribuir al desarrollo de la sociedad. Es un trabajo que ocupa sus energías, provocando el sudor de su frente (cf. Gn 3, 19) a lo largo de toda la jornada (cf. Sal 126,2).

3. Pues bien, el salmista, aun reconociendo la importancia del trabajo, no duda en afirmar que todo ese trabajo es inútil si Dios no está al lado del que lo realiza. Y, por el contrario, afirma que Dios premia incluso el sueño de sus amigos. Así el salmista quiere exaltar el primado de la gracia divina, que da consistencia y valor a la actividad humana, aunque esté marcada por el límite y la caducidad. En el abandono sereno y fiel de nuestra libertad al Señor, también nuestras obras se vuelven sólidas, capaces de un fruto permanente. Así nuestro "sueño" se transforma en un descanso bendecido por Dios, destinado a sellar una actividad que tiene sentido y consistencia.

4. En este punto, el salmo nos presenta otra escena. El Señor ofrece el don de los hijos, considerados como una bendición y una gracia, signo de la vida que continúa y de la historia de la salvación orientada hacia nuevas etapas (cf. v. 3). El salmista destaca, en particular, a "los hijos de la juventud": el padre que ha tenido hijos en su juventud no sólo los verá en todo su vigor, sino que además ellos serán su apoyo en la vejez. Así podrá afrontar con seguridad el futuro, como un guerrero armado con las "saetas" afiladas y victoriosas que son los hijos (cf. vv. 4-5).

Esta imagen, tomada de la cultura del tiempo, tiene como finalidad celebrar la seguridad, la estabilidad, la fuerza de una familia numerosa, como se repetirá en el salmo sucesivo —el 127—, en el que se presenta el retrato de una familia feliz.

El cuadro final describe a un padre rodeado por sus hijos, que es recibido con respeto a las puertas de la ciudad, sede de la vida pública. Así pues, la generación es un don que aporta vida y bienestar a la sociedad. Somos conscientes de ello en nuestros días al ver naciones a las que el descenso demográfico priva de lozanía, de energías, del futuro encarnado por los hijos. Sin embargo, sobre todo ello se eleva la presencia de Dios que bendice, fuente de vida y de esperanza.

5. Los autores espirituales han usado a menudo el salmo 126 precisamente con el fin de exaltar esa presencia divina, decisiva para avanzar por el camino del bien y del reino de Dios. Así, el monje Isaías (que murió en Gaza en el año 491), en su Asceticon (Logos 4, 118), recordando el ejemplo de los antiguos patriarcas y profetas, enseña: "Se situaron bajo la protección de Dios, implorando su ayuda, sin poner su confianza en los esfuerzos que realizaban. Y la protección de Dios fue para ellos una ciudad fortificada, porque sabían que nada podían sin la ayuda de Dios, y su humildad les impulsaba a decir, con el salmista: "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas"" (Recueil ascétique, Abbaye de Bellefontaine 1976, pp. 74-75).

Eso vale también para hoy: sólo la comunión con el Señor puede custodiar nuestras casas y nuestras ciudades.

Salmo 126

1 Canto de peregrinación. De Salomón.
Si el Señor no edifica la casa,
en vano trabajan los albañiles;
si el Señor no custodia la ciudad
en vano vigila el centinela.

2 Es inútil que ustedes madruguen;
es inútil que velen hasta muy tarde
y se desvivan por ganar el pan:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!

3 Los hijos son un regalo del Señor,
el fruto del vientre es una recompensa;

4 como flechas en la mano de un guerrero
son los hijos de la juventud.

5 ¡Feliz el hombre que llena con ellos su aljaba!
No será humillado al discutir con sus enemigos
en la puerta de la ciudad.

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Cristo, primogénito de toda criatura y primer resucitado de entre los muertos

Miércoles 7 de septiembre de 2005

Colosenses 1,15-20

Queridos hermanos y hermanas:

1. En catequesis anteriores hemos contemplado el grandioso cuadro de Cristo, Señor del universo y de la historia, que domina el himno recogido al inicio de lacarta de san Pablo a los Colosenses. En efecto, este cántico marca las cuatro semanas en que se articula la liturgia de las Vísperas.

El núcleo del himno está constituido por los versículos 15-20, donde entra en escena de modo directo y solemne Cristo, definido "imagen de Dios invisible" (v. 15). San Pablo emplea con frecuencia el término griego ekån, icono. En sus cartas lo usa nueve veces, aplicándolo tanto a Cristo, icono perfecto de Dios (cf. 2Co 4,4), como al hombre, imagen y gloria de Dios (cf. 1Co11,7). Sin embargo, el hombre, con el pecado, "cambió la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible" (Rm 1,23), prefiriendo adorar a los ídolos y haciéndose semejante a ellos.

Por eso, debemos modelar continuamente nuestro ser y nuestra vida según la imagen del Hijo de Dios (cf. 2Co 3,18), pues Dios "nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido" (Col 1,13). Este es el primer imperativo de nuestro himno: modelar nuestra vida según la imagen del Hijo de Dios, entrando en sus sentimientos y en su voluntad, en su pensamiento.

2. Luego, se proclama a Cristo "primogénito (engendrado antes) de toda criatura" (v. 15). Cristo precede a toda la creación (cf. v. 17), al haber sido engendrado desde la eternidad: por eso "por él y para él fueron creadas todas las cosas" (v. 16). También en la antigua tradición judía se afirmaba que "todo el mundo ha sido creado con vistas al Mesías" (Sanhedrin 98 b).

Para el apóstol san Pablo, Cristo es el principio de cohesión ("todo se mantiene en él"), el mediador ("por él") y el destino final hacia el que converge toda la creación. Él es el "primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29), es decir, el Hijo por excelencia en la gran familia de los hijos de Dios, en la que nos inserta el bautismo.

3. En este punto, la mirada pasa del mundo de la creación al de la historia: Cristo es "la cabeza del cuerpo: de la Iglesia" (Col 1,18) y lo es ya por su Encarnación. En efecto, entró en la comunidad humana para regirla y componerla en un "cuerpo", es decir, en una unidad armoniosa y fecunda. La consistencia y el crecimiento de la humanidad tienen en Cristo su raíz, su perno vital y su "principio".

Precisamente con este primado Cristo puede llegar a ser el principio de la resurrección de todos, el "primogénito de entre los muertos", porque "todos revivirán en Cristo. (...) Cristo como primicia; luego, en su venida, los de Cristo" (1Co 15,22-23).

4. El himno se encamina a su conclusión celebrando la "plenitud", en griego pleroma, que Cristo tiene en sí como don de amor del Padre. Es la plenitud de la divinidad, que se irradia tanto sobre el universo como sobre la humanidad, transformándose en fuente de paz, de unidad y de armonía perfecta (cf. Col 1,19-20).

Esta "reconciliación" y "pacificación" se realiza por "la sangre de la cruz", que nos ha justificado y santificado. Al derramar su sangre y entregarse a sí mismo, Cristo trajo la paz que, en el lenguaje bíblico, es síntesis de los bienes mesiánicos y plenitud salvífica extendida a toda la realidad creada.

Por eso, el himno concluye con un luminoso horizonte de reconciliación, unidad, armonía y paz, sobre el que se yergue solemne la figura de su artífice, Cristo, "Hijo amado" del Padre.

5. Sobre este denso texto han reflexionado los escritores de la antigua tradición cristiana. San Cirilo de Jerusalén, en uno de sus diálogos, cita el cántico de lacarta a los Colosenses para responder a un interlocutor anónimo que le había preguntado: "¿Podemos decir que el Verbo engendrado por Dios Padre ha sufrido por nosotros en su carne?". La respuesta, siguiendo la línea del cántico, es afirmativa. En efecto, afirma san Cirilo, "la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda criatura, visible e invisible, por el cual y en el cual todo existe, ha sido dado ―dice san Pablo― como cabeza a la Iglesia; además, él es el primer resucitado de entre los muertos", es decir, el primero en la serie de los muertos que resucitan. Él ―prosigue san Cirilo― "hizo suyo todo lo que es propio de la carne del hombre y "soportó la cruz sin miedo a la ignominia" (Hb 12,2). Nosotros decimos que no fue un simple hombre, colmado de honores, no sé cómo, el que uniéndose a él se sacrificó por nosotros, sino que fue crucificado el mismo Señor de la gloria" (Perché Cristo è uno, Colección de textos patrísticos, XXXVII, Roma 1983, p. 101).

Ante este Señor de la gloria, signo del amor supremo del Padre, también nosotros elevamos nuestro canto de alabanza y nos postramos para adorarlo y darle gracias.

Colosenses 1,15-20

15 Él es la Imagen del Dios invisible,
el Primogénito de toda la creación,

16 porque en él fueron creadas todas las cosas,
tanto en el cielo como en la tierra
los seres visibles y los invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades:
todo fue creado por medio de él y para él.

17 El existe antes que todas las cosas
y todo subsiste en él.

18 Él es también la Cabeza del Cuerpo,
es decir, de la Iglesia.
Él es el Principio,
el Primero que resucitó de entre los muertos,
a fin de que él tuviera la primacía en todo,

19 porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud.

20 Por él quiso reconciliar consigo
todo lo que existe en la tierra y en el cielo,
restableciendo la paz por la sangre de su cruz.

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Promesas a la casa de David

Miércoles 14 de septiembre de 2005

Salmo 131

Queridos hermanos y hermanas:

1.Hemos escuchado la primera parte del salmo 131, un himno que la liturgia de Vísperas nos presenta en dos momentos distintos. Muchos estudiosos piensan que este canto resonó en la celebración solemne del traslado del arca del Señor, signo de la presencia divina en medio del pueblo de Israel, en Jerusalén, la nueva capital elegida por David.

En el relato de este acontecimiento, tal como nos lo presenta la Biblia, se lee que el rey David "danzaba y giraba con todas sus fuerzas ante el Señor, ceñido de un efod de lino. David y toda la casa de Israel hacían subir el arca del Señor entre clamores y resonar de cuernos" (2S 6,14-15).

Otros estudiosos, en cambio, afirman que el salmo 131 se refiere a una celebración conmemorativa de ese acontecimiento antiguo, después de la institución del culto en el santuario de Sión precisamente por obra de David.

2.Nuestro himno parece suponer una dimensión litúrgica: probablemente se utilizaba durante el desarrollo de una procesión, con la presencia de sacerdotes y fieles, y con la intervención de un coro.

Siguiendo la liturgia de Vísperas, reflexionaremos en los primeros diez versículos del Salmo, los que se acaban de proclamar. En el centro de esta sección se encuentra el solemne juramento que pronunció David. En efecto, se dice que, una vez superado el duro contraste que tuvo con su predecesor el rey Saúl, "juró al Señor e hizo voto al Fuerte de Jacob" (Sal 131,2). El contenido de este compromiso solemne, expresado en los versículos 3-5, es claro: el soberano no pisará el palacio real de Jerusalén, no irá tranquilo a descansar, si antes no ha encontrado una morada para el arca del Señor.

Y esto es muy importante, porque demuestra que en el centro de la vida social de una ciudad, de una comunidad, de un pueblo, debe estar una presencia que evoca el misterio de Dios trascendente, precisamente un espacio para Dios, una morada para Dios. El hombre no puede caminar bien sin Dios, debe caminar juntamente con Dios en la historia, y el templo, la morada de Dios, tiene la misión de indicar de modo visible esta comunión, este dejarse guiar por Dios.

3.En este punto, después de las palabras de David, aparece, tal vez mediante las palabras de un coro litúrgico, el recuerdo del pasado. En efecto, se evoca el descubrimiento del arca en los campos de Jaar, en la región de Efratá (cf. v. 6): allí había permanecido largo tiempo, después de ser restituida por los filisteos a Israel, que la había perdido durante una batalla (cf. 1S 7,1; 2S 6,2.11).

Por eso, desde esa provincia es llevada a la futura ciudad santa, y nuestro pasaje termina con una celebración festiva, en la que por un lado está el pueblo que adora (cf. Sal 131,7.9), o sea, la asamblea litúrgica; y, por otro, el Señor, que vuelve a hacerse presente y operante mediante el signo del arca colocada en Sión (cf. v. 8), así en el centro de su pueblo.

El alma de la liturgia está en este encuentro entre sacerdotes y fieles, por una parte, y el Señor con su poder, por otra.

4.Como sello de la primera parte del salmo 131 resuena una aclamación orante en favor de los reyes sucesores de David: "Por amor a tu siervo David, no niegues audiencia a tu ungido" (v. 10).

Así pues, se refiere al futuro sucesor de David, "tu ungido". Es fácil intuir una dimensión mesiánica en esta súplica, destinada inicialmente a pedir ayuda para el soberano judío en las pruebas de la vida. En efecto, el término "ungido" traduce el término hebreo "Mesías": así, la mirada del orante se dirige más allá de las vicisitudes del reino de Judá y se proyecta hacia la gran espera del "Ungido perfecto", el Mesías, que será siempre grato a Dios, por él amado y bendecido. Y no será sólo de Israel, sino el "ungido", el rey de todo el mundo. Dios está con nosotros y se espera este "ungido", que vino en la persona de Jesucristo.

5.Esta interpretación mesiánica del "ungido" futuro ha sido común en la relectura cristiana y se ha extendido a todo el Salmo.

Es significativa, por ejemplo, la aplicación que Hexiquio de Jerusalén, un presbítero de la primera mitad del siglo V, hizo del versículo 8 a la encarnación de Cristo. En su Segunda homilía sobre la Madre de Dios se dirige así a la Virgen. "Sobre ti y sobre Aquel que de ti ha nacido, David no cesa de cantar con la cítara: "Levántate, Señor, ven a tu mansión, ven con el arca de tu poder" (Sal 131,8)".

¿Quién es "el arca de tu poder"? Hexiquio responde: "Evidentemente, la Virgen, la Madre de Dios, pues si tú eres la perla, ella es con verdad el arca; si tú eres el sol, la Virgen será denominada necesariamente el cielo; y si tú eres la flor incontaminada, la Virgen será entonces planta de incorrupción, paraíso de inmortalidad" (Testi mariani del primo millennio, I, Roma 1988, pp. 532-533).

Me parece muy importante esta doble interpretación. El "ungido" es Cristo. Cristo, el Hijo de Dios, se encarnó. Y el Arca de la alianza, la verdadera morada de Dios en el mundo, no hecha de madera sino de carne y sangre, es la Virgen, que se ofrece al Señor como Arca de la alianza y nos invita a ser también nosotros morada viva de Dios en el mundo.

Salmo 131

1Acuérdate, Señor, en favor de David,
de todos sus desvelos,

2 del juramento que prestó al Señor,
del voto que hizo al Fuerte de Jacob:

3 «No entraré bajo el techo de mi casa
ni me acostaré en mi propio lecho;

4 no daré descanso a mis ojos
ni reposo a mis párpados,

5 hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una Morada para el Fuerte de Jacob».

6 Sí, oímos hablar del Arca de Efratá,
y la encontramos en los campos de Jaar.

7 ¡Entremos en su Morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies!

8 ¡Levántate, Señor, entra en el lugar de tu Reposo,
tú y tu Arca poderosa!

9 Que tus sacerdotes se revistan de justicia
y tus fieles griten de alegría.

10 Por amor a David, tu servidor,
no rechaces a tu Ungido.

11 El Señor hizo un juramento a David,
una firme promesa, de la que no se retractará:
«Yo pondré sobre tu trono
a uno de tus descendientes.

12 Si tus descendientes observan mi alianza
y los preceptos que yo les enseñaré,
también se sentarán sus hijos
en tu trono para siempre».

13 Porque el Señor eligió a Sión,
y la deseó para que fuera su Morada.

14 «Este es mi Reposo para siempre;
aquí habitaré, porque lo he deseado.

15 Yo lo bendeciré con abundantes provisiones
y saciaré de pan a sus pobres;

16 revestiré a los sacerdotes con la salvación,
y sus fieles gritarán de alegría.

17 Allí haré germinar el poder de David:
yo preparé una lámpara para mi ungido.

18 Cubriré de vergüenza a sus enemigos,
y su insignia real florecerá sobre él».

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Elección de David y de Sión

Miércoles 21 de septiembre de 2005

Salmo 131

Queridos hermanos y hermanas:

1. Acaba de resonar la segunda parte del salmo 131, un canto que evoca un acontecimiento capital en la historia de Israel: el traslado del arca del Señor a la ciudad de Jerusalén.

David fue el artífice de este traslado, atestiguado en la primera parte del Salmo, sobre el que ya hemos reflexionado. En efecto, el rey había hecho el juramento de no establecerse en el palacio real si antes no encontraba una morada para el arca de Dios, signo de la presencia del Señor en medio de su pueblo (cf. vv. 3-5).

A ese juramento del rey responde ahora el juramento de Dios mismo: "El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará" (v. 11). Esta solemne promesa, en su esencia, es la misma que el profeta Natán había hecho, en nombre de Dios, al mismo David; se refiere a la descendencia davídica futura, destinada a reinar establemente (cf. 2S 7,8-16).

2. Con todo, el juramento divino implica el esfuerzo humano, hasta el punto de que está condicionado por un "si": "Si tus hijos guardan mi alianza" (Sal 131,12). A la promesa y al don de Dios, que no tiene nada de mágico, debe responder la adhesión fiel y activa del hombre, en un diálogo que implica dos libertades: la divina y la humana.

En este punto, el Salmo se transforma en un canto que exalta los efectos estupendos tanto del don del Señor como de la fidelidad de Israel. En efecto, se experimentará la presencia de Dios en medio del pueblo (cf. vv. 13-14): él será como un habitante entre los habitantes de Jerusalén, como un ciudadano que vive con los demás ciudadanos las vicisitudes de la historia, pero ofreciendo el poder de su bendición.

3. Dios bendecirá las cosechas, preocupándose de los pobres para que puedan saciar su hambre (cf. v. 15); extenderá su manto protector sobre los sacerdotes, ofreciéndoles su salvación; hará que todos los fieles vivan con alegría y confianza (cf. v. 16).

La bendición más intensa se reserva una vez más para David y su descendencia: "Haré germinar el vigor de David, enciendo una lámpara para mi ungido. A sus enemigos los vestiré de ignominia, sobre él brillará mi diadema" (vv. 17-18).

Una vez más, como había sucedido en la primera parte del Salmo (cf. v. 10), entra en escena la figura del "Ungido", en hebreo "Mesías", uniendo así la descendencia davídica al mesianismo que, en la relectura cristiana, encuentra plena realización en la figura de Cristo. Las imágenes usadas son vivaces: a David se le representa como un vástago que crece con vigor. Dios ilumina al descendiente davídico con una lámpara brillante, símbolo de vitalidad y de gloria; una diadema espléndida marcará su triunfo sobre los enemigos y, por consiguiente, la victoria sobre el mal.

4. En Jerusalén, en el templo donde se conserva el arca y en la dinastía davídica, se realiza la doble presencia del Señor: la presencia en el espacio y la presencia en la historia. Así, el salmo 131 se transforma en una celebración del Dios-Emmanuel, que está con sus criaturas, vive a su lado y las llena de beneficios, con tal de que permanezcan unidas a él en la verdad y en la justicia. El centro espiritual de este himno ya es un preludio de la proclamación de san Juan: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).

5. Concluyamos recordando que los Padres de la Iglesia usaron habitualmente el inicio de esta segunda parte del salmo 131 para describir la encarnación del Verbo en el seno de la Virgen María.

Ya san Ireneo, refiriéndose a la profecía de Isaías sobre la virgen que da a luz, explicaba: "Las palabras: "Escuchad, pues, casa de David" (Is 7,13) dan también a entender que el Rey eterno, que Dios había prometido a David suscitar del "fruto de su seno" (Sal 131,11), es el mismo que nació de la Virgen, descendiente de David. Porque por esto le había prometido Dios un rey que sería el "fruto de su vientre" ―lo que era propio de una virgen embarazada― (...). Así, por tanto, la Escritura (...) pone y afirma vigorosamente la expresión "fruto del vientre" para proclamar de antemano la generación de Aquel que debía nacer de la Virgen, tal como Isabel, llena del Espíritu Santo, atestiguó, diciendo a María: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lc 1,42). Por estas palabras el Espíritu Santo indica, a los que quieren entender, que la promesa hecha por Dios a David de suscitar un Rey "del fruto de su vientre" se cumplió cuando la Virgen, es decir, María dio a luz" (Adversus hareses, III, 21, 5).

Así, en el gran arco que va del Salmo antiguo hasta la encarnación del Señor, vemos la fidelidad de Dios. En el Salmo ya se pone de manifiesto el misterio de un Dios que habita con nosotros, que se hace uno de nosotros en la Encarnación. Y esta fidelidad de Dios es nuestra confianza en medio de los cambios de la historia, es nuestra alegría.

Salmo 131

1Acuérdate, Señor, en favor de David,
de todos sus desvelos,

2 del juramento que prestó al Señor,
del voto que hizo al Fuerte de Jacob:

3 «No entraré bajo el techo de mi casa
ni me acostaré en mi propio lecho;

4 no daré descanso a mis ojos
ni reposo a mis párpados,

5 hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una Morada para el Fuerte de Jacob».

6 Sí, oímos hablar del Arca de Efratá,
y la encontramos en los campos de Jaar.

7 ¡Entremos en su Morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies!

8 ¡Levántate, Señor, entra en el lugar de tu Reposo,
tú y tu Arca poderosa!

9 Que tus sacerdotes se revistan de justicia
y tus fieles griten de alegría.

10 Por amor a David, tu servidor,
no rechaces a tu Ungido.

11 El Señor hizo un juramento a David,
una firme promesa, de la que no se retractará:
«Yo pondré sobre tu trono
a uno de tus descendientes.

12 Si tus descendientes observan mi alianza
y los preceptos que yo les enseñaré,
también se sentarán sus hijos
en tu trono para siempre».

13 Porque el Señor eligió a Sión,
y la deseó para que fuera su Morada.

14 «Este es mi Reposo para siempre;
aquí habitaré, porque lo he deseado.

15 Yo lo bendeciré con abundantes provisiones
y saciaré de pan a sus pobres;

16 revestiré a los sacerdotes con la salvación,
y sus fieles gritarán de alegría.

17 Allí haré germinar el poder de David:
yo preparé una lámpara para mi ungido.

18 Cubriré de vergüenza a sus enemigos,
y su insignia real florecerá sobre él».

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Himno a Dios, realizador de maravillas

Miércoles 28 de septiembre de 2005

Salmo 134

Queridos hermanos y hermanas:

1. Se presenta ahora ante nosotros la primera parte del salmo 134, un himno de índole litúrgica, entretejido de alusiones, reminiscencias y referencias a otros textos bíblicos. En efecto, la liturgia compone a menudo sus textos tomando del gran patrimonio de la Biblia un rico repertorio de temas y de oraciones, que sostienen el camino de los fieles.

Sigamos la trama orante de esta primera sección (cf. Sal 134,1-12), que se abre con una amplia y apasionada invitación a alabar al Señor (cf. vv. 1-3). El llamamiento se dirige a los "siervos del Señor que estáis en la casa del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios" (vv. 1-2).

Por tanto, estamos en el clima vivo del culto que se desarrolla en el templo, el lugar privilegiado y comunitario de la oración. Allí se experimenta de modo eficaz la presencia de "nuestro Dios", un Dios "bueno" y "amable", el Dios de la elección y de la alianza (cf. vv. 3-4).

Después de la invitación a la alabanza, un solista proclama la profesión de fe, que inicia con la fórmula "Yo sé" (v. 5). Este Credo constituirá la esencia de todo el himno, que se presenta como una proclamación de la grandeza del Señor (ib.), manifestada en sus obras maravillosas.

2. La omnipotencia divina se manifiesta continuamente en el mundo entero, "en el cielo y en la tierra, en los mares y en los océanos". Él es quien produce nubes, relámpagos, lluvia y vientos, imaginados como encerrados en "silos" o depósitos (cf. vv. 6-7).

Sin embargo, es sobre todo otro aspecto de la actividad divina el que se celebra en esta profesión de fe. Se trata de la admirable intervención en la historia, donde el Creador muestra el rostro de redentor de su pueblo y de soberano del mundo. Ante los ojos de Israel, recogido en oración, pasan los grandes acontecimientos del Éxodo.

Ante todo, la conmemoración sintética y esencial de las "plagas" de Egipto, los flagelos suscitados por el Señor para doblegar al opresor (cf. vv. 8-9). Luego, se evocan las victorias obtenidas por Israel después de su larga marcha por el desierto. Se atribuyen a la potente intervención de Dios, que "hirió de muerte a pueblos numerosos, mató a reyes poderosos" (v. 10). Por último, la meta tan anhelada y esperada, la tierra prometida: "Dio su tierra en heredad, en heredad a Israel, su pueblo" (v. 12).

El amor divino se hace concreto y casi se puede experimentar en la historia con todas sus vicisitudes dolorosas y gloriosas. La liturgia tiene la tarea de hacer siempre presentes y eficaces los dones divinos, sobre todo en la gran celebración pascual, que es la raíz de toda otra solemnidad, y constituye el emblema supremo de la libertad y de la salvación.

3. Recogemos el espíritu del salmo y de su alabanza a Dios, proponiéndolo de nuevo a través de la voz de san Clemente Romano, tal como resuena en la larga oración conclusiva de su Carta a los Corintios. Él observa que, así como en el salmo 134 se manifiesta el rostro del Dios redentor, así también su protección, que concedió a los antiguos padres, ahora llega a nosotros en Cristo: "Oh Señor, muestra tu rostro sobre nosotros para el bien en la paz, para ser protegidos por tu poderosa mano, y líbrenos de todo pecado tu brazo excelso, y de cuantos nos aborrecen sin motivo. Danos concordia y paz a nosotros y a todos los que habitan sobre la tierra, como se la diste a nuestros padres que te invocaron santamente en fe y verdad. (...) A ti, el único que puedes hacer esos bienes y mayores que esos por nosotros, a ti te confesamos por el sumo Sacerdote y protector de nuestras almas, Jesucristo, por el cual sea a ti gloria y magnificencia ahora y de generación en generación, y por los siglos de los siglos" (60, 3-4; 61, 3: Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1993, pp. 234-235).

Sí, esta oración de un Papa del siglo primero la podemos rezar también nosotros, en nuestro tiempo, como nuestra oración para el día de hoy: "Oh Señor, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros hoy, para el bien de la paz. Concédenos en estos tiempos concordia y paz a nosotros y a todos los habitantes de la tierra, por Jesucristo, que reina de generación en generación y por los siglos de los siglos. Amén".

Salmo 134

¡Aleluya!

1 Alaben el nombre del Señor,
alábenlo, servidores del Señor,

2 los que están en la Casa del Señor,
en los atrios del Templo de nuestro Dios.

3 Alaben al Señor, porque es bueno,
canten a su Nombre, porque es amable;

4 porque el Señor eligió a Jacob,
a Israel, para que fuera su posesión.

5 Sí, yo sé que el Señor es grande,
nuestro Dios está sobre todos los dioses.

6 el Señor hace todo lo que quiere en el cielo y en la tierra,
en el mar y en los océanos.

7 Levanta las nubes desde el horizonte,
con los relámpagos provoca la lluvia,
saca a los vientos de sus depósitos.

8 El hirió a los primogénitos de Egipto,
tanto a los hombres como a los animales:

9 realizó señales y prodigios
–en medio de ti, Egipto–
contra el Faraón y todos sus ministros.,

10 Derrotó a muchas naciones
y mató a reyes poderosos:

11 a Sijón, rey de los amorreos,
a Og, rey de Basán,
y a todos los reyes de Canaán.

12 Y dio sus territorios en herencia,
en herencia a su pueblo, Israel.

13 Tu Nombre, Señor, permanece para siempre,
y tu recuerdo, por todas las generaciones:

14 porque el Señor defiende a su pueblo
y se compadece de sus servidores.

15 Los ídolos de las naciones son plata y oro,
obra de las manos de los hombres:

16 tienen boca, pero no hablan;
tienen ojos, pero no ven;

17 tienen orejas, pero no oyen,
y no hay aliento en su boca.

18 ¡Qué sean como ellos los que los fabrican,
y también los que confían en ellos!

19 Pueblo de Israel, bendice al Señor;
familia de Aarón, bendice al Señor;

20 familia de Leví, bendice al Señor;
fieles del Señor, bendigan al Señor.

21 ¡Bendito sea el Señor desde Sión,
el que habita en Jerusalén!

¡Aleluya!

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Sólo Dios es grande y eterno

Miércoles 5 de octubre de 2005

Salmo 134

Queridos hermanos y hermanas:

1. La liturgia de las Vísperas nos presenta el salmo 134, un canto con tono pascual, en dos pasajes distintos. El que acabamos de escuchar contiene la segunda parte (cf. vv. 13-21), la cual concluye con el aleluya, exclamación de alabanza al Señor con la que se había iniciado el Salmo.

El salmista, después de conmemorar, en la primera parte del himno, el acontecimiento del Éxodo, centro de la celebración pascual de Israel, ahora compara con gran relieve dos concepciones religiosas diversas. Por un lado, destaca la figura del Dios vivo y personal que está en el centro de la fe auténtica (cf. vv. 13-14). Su presencia es eficaz y salvífica; el Señor no es una realidad inmóvil y ausente, sino una persona viva que "gobierna" a sus fieles, "se compadece" de ellos y los sostiene con su poder y su amor.

2. Por otro lado, se presenta la idolatría (cf. vv. 15-18), manifestación de una religiosidad desviada y engañosa. En efecto, el ídolo no es más que "hechura de manos humanas", un producto de los deseos humanos; por tanto, es incapaz de superar los límites propios de las criaturas. Ciertamente, tiene una forma humana, con boca, ojos, orejas, garganta, pero es inerte, no tiene vida, como sucede precisamente a una estatua inanimada (cf. Sal 113,4-8).

El destino de quienes adoran a estos objetos sin vida es llegar a ser semejantes a ellos: impotentes, frágiles, inertes. En esta descripción de la idolatría como religión falsa se representa claramente la eterna tentación del hombre de buscar la salvación en "las obras de sus manos", poniendo su esperanza en la riqueza, en el poder, en el éxito, en lo material. Por desgracia, a quienes actúan de esa manera, adorando la riqueza, lo material, les sucede lo que ya describía de modo eficaz el profeta Isaías: "A quien se apega a la ceniza, su corazón engañado le extravía. No salvará su vida. Nunca dirá: "¿Acaso lo que tengo en la mano es engañoso?" (Is 44,20).

3. El salmo 134, después de esta meditación sobre la religión verdadera y la falsa, sobre la fe auténtica en el Señor del universo y de la historia, y sobre la idolatría, concluye con una bendición litúrgica (cf. vv. 19-21), que pone en escena una serie de figuras presentes en el culto tributado en el templo de Sión (cf. Sal 113,9-13).

Toda la comunidad congregada en el templo eleva en coro a Dios, creador del universo y salvador de su pueblo en la historia, una bendición, expresada con variedad de voces y con la humildad de la fe.

La liturgia es el lugar privilegiado para la escucha de la palabra divina, que hace presentes los actos salvíficos del Señor, pero también es el ámbito en el cual se eleva la oración comunitaria que celebra el amor divino. Dios y el hombre se encuentran en un abrazo de salvación, que culmina precisamente en la celebración litúrgica. Podríamos decir que es casi una definición de la liturgia: realiza un abrazo de salvación entre Dios y el hombre.

4. Comentando los versículos de este salmo referentes a los ídolos y la semejanza que tienen con ellos los que confían en los mismos (cf. Sal 134,15-18), san Agustín explica: "En efecto, creedme hermanos, esas personas tienen cierta semejanza con sus ídolos: ciertamente, no en su cuerpo, sino en su hombre interior. Tienen orejas, pero no escuchan lo que Dios les dice: "El que tenga oídos para oír, que oiga". Tienen ojos, pero no ven; es decir, tienen los ojos del cuerpo pero no el ojo de la fe". No perciben la presencia de Dios. Tienen ojos y no ven. Y del mismo modo, "tienen narices pero no perciben olores. No son capaces de percibir el olor del que habla el Apóstol: Somos el buen olor de Cristo en todos los lugares (cf. 2Co 2,15). ¿De qué les sirve tener narices, si con ellas no logran respirar el suave perfume de Cristo?".

Es verdad ―reconoce san Agustín―, hay aún personas que viven en la idolatría; y esto vale también para nuestro tiempo, con su materialismo, que es una idolatría. San Agustín añade: aunque hay aún personas así, aunque persiste esta idolatría, sin embargo, "cada día hay gente que, convencida por los milagros de Cristo nuestro Señor, abraza la fe, ―y gracias a Dios esto también sucede hoy―. Cada día se abren ojos a los ciegos y oídos a los sordos, comienzan a respirar narices antes obstruidas, se sueltan las lenguas de los mudos, se consolidan las piernas de los paralíticos, se enderezan los pies de los lisiados. De todas estas piedras salen hijos de Abraham (cf. Mt 3,9). Así pues, hay que decirles a todos esos: "Casa de Israel, bendice al Señor"... Bendecid al Señor, vosotros, pueblos en general; esto significa: casa de Israel. Bendecidlo vosotros, prelados de la Iglesia; esto significa: casa de Aarón. Bendecidlo vosotros, ministros; esto significa: casa de Leví. Y ¿qué decir de las demás naciones? "Vosotros, que teméis al Señor, bendecid al Señor"" (Exposición sobre el salmo 134,24-25): Nuova Biblioteca Agostiniana, XXVIII, Roma 1997, pp. 375. 377).

Hagamos nuestra esta invitación y bendigamos, alabemos y adoremos al Señor, al Dios vivo y verdadero.

Salmo 134

¡Aleluya!

1 Alaben el nombre del Señor,
alábenlo, servidores del Señor,

2 los que están en la Casa del Señor,
en los atrios del Templo de nuestro Dios.

3 Alaben al Señor, porque es bueno,
canten a su Nombre, porque es amable;

4 porque el Señor eligió a Jacob,
a Israel, para que fuera su posesión.

5 Sí, yo sé que el Señor es grande,
nuestro Dios está sobre todos los dioses.

6 el Señor hace todo lo que quiere en el cielo y en la tierra,
en el mar y en los océanos.

7 Levanta las nubes desde el horizonte,
con los relámpagos provoca la lluvia,
saca a los vientos de sus depósitos.

8 El hirió a los primogénitos de Egipto,
tanto a los hombres como a los animales:

9 realizó señales y prodigios
–en medio de ti, Egipto–
contra el Faraón y todos sus ministros.,

10 Derrotó a muchas naciones
y mató a reyes poderosos:

11 a Sijón, rey de los amorreos,
a Og, rey de Basán,
y a todos los reyes de Canaán.

12 Y dio sus territorios en herencia,
en herencia a su pueblo, Israel.

13 Tu Nombre, Señor, permanece para siempre,
y tu recuerdo, por todas las generaciones:

14 porque el Señor defiende a su pueblo
y se compadece de sus servidores.

15 Los ídolos de las naciones son plata y oro,
obra de las manos de los hombres:

16 tienen boca, pero no hablan;
tienen ojos, pero no ven;

17 tienen orejas, pero no oyen,
y no hay aliento en su boca.

18 ¡Qué sean como ellos los que los fabrican,
y también los que confían en ellos!

19 Pueblo de Israel, bendice al Señor;
familia de Aarón, bendice al Señor;

20 familia de Leví, bendice al Señor;
fieles del Señor, bendigan al Señor.

21 ¡Bendito sea el Señor desde Sión,
el que habita en Jerusalén!

¡Aleluya!

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Saludo a la ciudad santa de Jerusalén

Miércoles 12 de octubre de 2005

Salmo 121

Queridos hermanos y hermanas:

1. La oración que acabamos de escuchar y gustar es uno de los más hermosos y apasionados cánticos de las subidas. Se trata del salmo 121, una celebración viva y comunitaria en Jerusalén, la ciudad santa hacia la que suben los peregrinos.

En efecto, al inicio, se funden dos momentos vividos por el fiel: el del día en que aceptó la invitación a "ir a la casa del Señor" (v. 1) y el de la gozosa llegada a los "umbrales" de Jerusalén (cf. v. 2). Sus pies ya pisan, por fin, la tierra santa y amada. Precisamente entonces sus labios se abren para elevar un canto de fiesta en honor de Sión, considerada en su profundo significado espiritual.

2. Jerusalén, "ciudad bien compacta" (v. 3), símbolo de seguridad y estabilidad, es el corazón de la unidad de las doce tribus de Israel, que convergen hacia ella como centro de su fe y de su culto. En efecto, a ella suben "a celebrar el nombre del Señor" (v. 4) en el lugar que la "ley de Israel" (Dt12,13-14; 16, 16) estableció como único santuario legítimo y perfecto.

En Jerusalén hay otra realidad importante, que es también signo de la presencia de Dios en Israel: son "los tribunales de justicia en el palacio de David" (Sal 121, 5); es decir, en ella gobierna la dinastía davídica, expresión de la acción divina en la historia, que desembocaría en el Mesías (cf. 2S 7,8-16).

3. Se habla de "los tribunales de justicia en el palacio de David" (v. 5) porque el rey era también el juez supremo. Así, Jerusalén, capital política, era también la sede judicial más alta, donde se resolvían en última instancia las controversias: de ese modo, al salir de Sión, los peregrinos judíos volvían a sus aldeas más justos y pacificados.

El Salmo ha trazado, así, un retrato ideal de la ciudad santa en su función religiosa y social, mostrando que la religión bíblica no es abstracta ni intimista, sino que es fermento de justicia y solidaridad. Tras la comunión con Dios viene necesariamente la comunión de los hermanos entre sí.

4. Llegamos ahora a la invocación final (cf. vv. 6-9). Toda ella está marcada por la palabra hebrea shalom, "paz", tradicionalmente considerada como parte del nombre mismo de la ciudad santa: Jerushalajim, interpretada como "ciudad de la paz".

Como es sabido, shalom alude a la paz mesiánica, que entraña alegría, prosperidad, bien, abundancia. Más aún, en la despedida que el peregrino dirige al templo, a la "casa del Señor, nuestro Dios", además de la paz se añade el "bien": "te deseo todo bien" (v. 9). Así, anticipadamente, se tiene el saludo franciscano: "¡Paz y bien!". Todos tenemos algo de espíritu franciscano. Es un deseo de bendición sobre los fieles que aman la ciudad santa, sobre su realidad física de muros y palacios, en los que late la vida de un pueblo, y sobre todos los hermanos y los amigos. De este modo, Jerusalén se transformará en un hogar de armonía y paz.

5. Concluyamos nuestra meditación sobre el salmo 121 con la reflexión de uno de los Santos Padres, para los cuales la Jerusalén antigua era signo de otra Jerusalén, también "fundada como ciudad bien compacta". Esta ciudad ―recuerda san Gregorio Magno en sus Homilías sobre Ezequiel― "ya tiene aquí un gran edificio en las costumbres de los santos. En un edificio una piedra soporta la otra, porque se pone una piedra sobre otra, y la que soporta a otra es a su vez soportada por otra. Del mismo modo, exactamente así, en la santa Iglesia cada uno soporta al otro y es soportado por el otro. Los más cercanos se sostienen mutuamente, para que por ellos se eleve el edificio de la caridad. Por eso san Pablo recomienda: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo" (Ga 6,2). Subrayando la fuerza de esta ley, dice: "La caridad es la ley en su plenitud" (Rm 13,10). En efecto, si yo no me esfuerzo por aceptaros a vosotros tal como sois, y vosotros no os esforzáis por aceptarme tal como soy, no puede construirse el edificio de la caridad entre nosotros, que también estamos unidos por amor recíproco y paciente". Y, para completar la imagen, no conviene olvidar que "hay un cimiento que soporta todo el peso del edificio, y es nuestro Redentor; él solo nos soporta a todos tal como somos. De él dice el Apóstol: "nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1Co 3,11). El cimiento soporta las piedras, y las piedras no lo soportan a él; es decir, nuestro Redentor soporta el peso de todas nuestras culpas, pero en él no hubo ninguna culpa que sea necesario soportar" (2, 1, 5: Opere di Gregorio Magno, III/2, Roma 1993, pp. 27. 29).

Así, el gran Papa san Gregorio nos explica lo que significa el Salmo en concreto para la práctica de nuestra vida. Nos dice que debemos ser en la Iglesia de hoy una verdadera Jerusalén, es decir, un lugar de paz, "soportándonos los unos a los otros" tal como somos; "soportándonos mutuamente" con la gozosa certeza de que el Señor nos "soporta" a todos. Así crece la Iglesia como una verdadera Jerusalén, un lugar de paz. Pero también queremos orar por la ciudad de Jerusalén, para que sea cada vez más un lugar de encuentro entre las religiones y los pueblos; para que sea realmente un lugar de paz.

Salmo 121

1.¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la Casa del Señor»!

2 Nuestros pies ya están pisando
tus umbrales, Jerusalén.

3 Jerusalén, que fuiste construida
como ciudad bien compacta y armoniosa.

4 Allí suben las tribus, las tribus del Señor
–según es norma en Israel–
para celebrar el nombre del Señor.

5 Porque allí está el trono de la justicia,
el trono de la casa de David.

6 Auguren la paz a Jerusalén:
«¡Vivan seguros los que te aman!

7 ¡Haya paz en tus muros
y seguridad en tus palacios!».

8 Por amor a mis hermanos y amigos,
diré: «La paz esté contigo».

9 Por amor a la Casa del Señor, nuestro Dios,
buscaré tu felicidad.

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"Desde lo hondo a ti grito"

Miércoles 19 de octubre de 2005

Salmo 129

Queridos hermanos y hermanas:

1. Se ha proclamado uno de los salmos más célebres y arraigados en la tradición cristiana: el De profundis, llamado así por sus primeras palabras en la versión latina. Juntamente con el Miserere ha llegado a ser uno de los salmos penitenciales preferidos en la piedad popular.

Más allá de su aplicación fúnebre, el texto es, ante todo, un canto a la misericordia divina y a la reconciliación entre el pecador y el Señor, un Dios justo pero siempre dispuesto a mostrarse "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado" (Ex 34,6-7). Precisamente por este motivo, el Salmo se encuentra insertado en la liturgia vespertina de Navidad y de toda la octava de Navidad, así como en la del IV domingo de Pascua y de la solemnidad de la Anunciación del Señor.

2. El salmo 129 comienza con una voz que brota de las profundidades del mal y de la culpa (cf. vv. 1-2). El orante se dirige al Señor, diciendo: "Desde lo hondo a ti grito, Señor". Luego, el Salmo se desarrolla en tres momentos dedicados al tema del pecado y del perdón. En primer lugar, se dirige a Dios, interpelándolo directamente con el "tú": "Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto" (vv. 3-4).

Es significativo que lo que produce el temor, una actitud de respeto mezclado con amor, no es el castigo sino el perdón. Más que la ira de Dios, debe provocar en nosotros un santo temor su magnanimidad generosa y desarmante. En efecto, Dios no es un soberano inexorable que condena al culpable, sino un padre amoroso, al que debemos amar no por miedo a un castigo, sino por su bondad dispuesta a perdonar.

3. En el centro del segundo momento está el "yo" del orante, que ya no se dirige al Señor, sino que habla de él: "Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela a la aurora" (vv. 5-6). Ahora en el corazón del salmista arrepentido florecen la espera, la esperanza, la certeza de que Dios pronunciará una palabra liberadora y borrará el pecado.

La tercera y última etapa en el desarrollo del Salmo se extiende a todo Israel, al pueblo a menudo pecador y consciente de la necesidad de la gracia salvífica de Dios: "Aguarde Israel al Señor (...); porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa: y él redimirá a Israel de todos sus delitos" (vv. 7-8).

La salvación personal, implorada antes por el orante, se extiende ahora a toda la comunidad. La fe del salmista se inserta en la fe histórica del pueblo de la alianza, "redimido" por el Señor no sólo de las angustias de la opresión egipcia, sino también "de todos sus delitos". Pensemos que el pueblo de la elección, el pueblo de Dios, somos ahora nosotros. También nuestra fe nos inserta en la fe común de la Iglesia. Y precisamente así nos da la certeza de que Dios es bueno con nosotros y nos libra de nuestras culpas.

Partiendo del abismo tenebroso del pecado, la súplica del De profundis llega al horizonte luminoso de Dios, donde reina "la misericordia y la redención", dos grandes características de Dios, que es amor.

4. Releamos ahora la meditación que sobre este salmo ha realizado la tradición cristiana. Elijamos la palabra de san Ambrosio: en sus escritos recuerda a menudo los motivos que llevan a implorar de Dios el perdón.

"Tenemos un Señor bueno, que quiere perdonar a todos", recuerda en el tratado sobre La penitencia, y añade: "Si quieres ser justificado, confiesa tu maldad: una humilde confesión de los pecados deshace el enredo de las culpas... Mira con qué esperanza de perdón te impulsa a confesar" (2, 6, 40-41:Sancti Ambrosii Episcopi Mediolanensis Opera SAEMO, XVII, Milán-Roma 1982, p. 253).

En la Exposición del Evangelio según san Lucas, repitiendo la misma invitación, el Obispo de Milán manifiesta su admiración por los dones que Dios añade a su perdón: "Mira cuán bueno es Dios; está dispuesto a perdonar los pecados. Y no sólo te devuelve lo que te había quitado, sino que además te concede dones inesperados". Zacarías, padre de Juan Bautista, se había quedado mudo por no haber creído al ángel, pero luego, al perdonarlo, Dios le había concedido el don de profetizar en el canto del Benedictus: "El que poco antes era mudo, ahora ya profetiza —observa san Ambrosio—; una de las mayores gracias del Señor es que precisamente los que lo han negado lo confiesen. Por tanto, nadie pierda la confianza, nadie desespere de las recompensas divinas, aunque le remuerdan antiguos pecados. Dios sabe cambiar de parecer, si tú sabes enmendar la culpa" (2, 33: SAEMO, XI, Milán-Roma 1978, p. 175).

Salmo 129

1 Desde lo más profundo te invoco, Señor,

2 ¡Señor, oye mi voz!
Estén tus oídos atentos
al clamor de mi plegaria.

3 Si tienes en cuenta las culpas, Señor,
¿quién podrá subsistir?

4 Pero en ti se encuentra el perdón,
para que seas temido.

5 Mi alma espera en el Señor,
y yo confío en su palabra.

6 Mi alma espera al Señor,
más que el centinela la aurora.
Como el centinela espera la aurora,

7 espere Israel al Señor,
porque en él se encuentra la misericordia
y la redención en abundancia:

8 él redimirá a Israel
de todos sus pecados.

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Cristo, siervo de Dios

Miércoles 26 de octubre de 2005

Filipenses 2,6-11

Queridos hermanos y hermanas:

1. Una vez más, siguiendo el recorrido propuesto por la liturgia de las Vísperas con los diversos salmos y cánticos, hemos escuchado el admirable y esencial himno insertado por san Pablo en la carta a los Filipenses (Flp 2,6-11).

Ya subrayamos en otra ocasión que el texto tiene un movimiento descendente y otro ascendente. En el primero, Cristo Jesús, desde el esplendor de su divinidad, que le pertenece por naturaleza, elige descender hasta la humillación de la “muerte de cruz”. Así se hace realmente hombre y nuestro redentor, con una auténtica y plena participación en nuestra realidad humana de dolor y muerte.

2. El segundo movimiento, ascendente, revela la gloria pascual de Cristo que, después de la muerte, se manifiesta de nuevo en el esplendor de su majestad divina.

El Padre, que había aceptado el acto de obediencia del Hijo en la Encarnación y en la Pasión, ahora lo “exalta” de modo supereminente, como dice el texto griego. Esta exaltación no sólo se expresa con la entronización a la diestra de Dios, sino también con la concesión a Cristo de un “nombre sobre todo nombre” (v. 9).

Ahora bien, en el lenguaje bíblico, el “nombre” indica la verdadera esencia y la función específica de una persona; manifiesta su realidad íntima y profunda. Al Hijo, que por amor se humilló en la muerte, el Padre le confiere una dignidad incomparable, el “nombre” más excelso, el de “Señor”, propio de Dios mismo.

3. En efecto, la proclamación de fe, entonada en coro por el cielo, la tierra y el abismo postrados en adoración, es clara y explícita: “Jesucristo es Señor” (v. 11). En griego se afirma que Jesús es Kyrios, un título ciertamente regio, que en la traducción griega de la Biblia se usaba en vez del nombre de Dios revelado a Moisés, nombre sagrado e impronunciable. Con este nombre, “Kyrios”, se reconoce a Jesucristo verdadero Dios.

Así pues, por una parte, se produce un reconocimiento del señorío universal de Jesucristo, que recibe el homenaje de toda la creación, vista como un súbdito postrado a sus pies. Pero, por otra, la aclamación de fe declara a Cristo subsistente en la forma o condición divina, por consiguiente presentándolo como digno de adoración.

4. En este himno, la referencia al escándalo de la cruz (cf. 1Co 1,23) y, antes aún, a la verdadera humanidad del Verbo hecho carne (cf. Jn 1,14), se entrelaza y culmina con el acontecimiento de la resurrección. A la obediencia sacrificial del Hijo sigue la respuesta glorificadora del Padre, a la que se une la adoración por parte de la humanidad y de la creación. La singularidad de Cristo deriva de su función de Señor del mundo redimido, que le fue conferida por su obediencia perfecta “hasta la muerte”. El proyecto de salvación tiene en el Hijo su pleno cumplimiento y los fieles son invitados —sobre todo en la liturgia— a proclamarlo y a vivir sus frutos.

Esta es la meta a la que lleva el himno cristológico que, desde hace siglos, la Iglesia medita, canta y considera guía de su vida: “Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2,5).

5. Veamos ahora la meditación que san Gregorio Nacianceno escribió sabiamente sobre nuestro himno. En un canto en honor de Cristo, ese gran doctor de la Iglesia del siglo IV declara que Jesucristo “no se despojó de ninguna parte constitutiva de su naturaleza divina y a pesar de ello me salvó como un médico que se inclina hasta tocar las heridas fétidas. (…) Era del linaje de David, pero fue el creador de Adán. Llevaba la carne, pero también era ajeno al cuerpo. Fue engendrado por una madre, pero por una madre virgen; era limitado, pero también inmenso. Y lo pusieron en un pesebre, pero una estrella hizo de guía a los Magos, que llegaron llevándole dones y ante él se postraron. Como un mortal se enfrentó al demonio, pero, siendo invencible, superó al tentador después de una triple batalla. (…) Fue víctima, pero también sumo sacerdote; fue sacrificador, pero era Dios. Ofreció a Dios su sangre y de este modo purificó a todo el mundo. Una cruz lo mantuvo elevado de la tierra, pero el pecado quedó clavado. (…) Bajó al lugar de los muertos, pero salió del abismo y resucitó a muchos que estaban muertos. El primer acontecimiento es propio de la miseria humana, pero el segundo corresponde a la riqueza del ser incorpóreo. (…) El Hijo inmortal asumió esa forma terrena porque te ama” (Carmina arcana, 2: Collana di Testi Patristici, LVIII, Roma 1986, pp. 236-238).

Al final de esta meditación, quisiera subrayar dos palabras para nuestra vida. Ante todo, esta exhortación de san Pablo: “Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. Aprender a sentir como sentía Jesús; conformar nuestro modo de pensar, de decidir, de actuar, a los sentimientos de Jesús. Si nos esforzamos por conformar nuestros sentimientos a los de Jesús, vamos por el camino correcto. La otra palabra es de san Gregorio Nacianceno: “Jesús te ama”. Esta palabra, llena de ternura, es para nosotros un gran consuelo, pero también una gran responsabilidad cada día.

Filipenses 2,6-11

6 El, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:

7 al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,

8 se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.

9 Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,

10 para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,

11 y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
«Jesucristo es el Señor».

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Felicidad del justo

Miércoles 2 de noviembre de 2005

Salmo 111

Queridos hermanos y hermanas:

1. Después de celebrar ayer la solemne fiesta de Todos los Santos del cielo, hoy conmemoramos a todos los Fieles Difuntos. La liturgia nos invita a orar por nuestros seres queridos que han fallecido, dirigiendo nuestro pensamiento al misterio de la muerte, herencia común de todos los hombres.

Iluminados por la fe, contemplamos el enigma humano de la muerte con serenidad y esperanza. Según la Escritura, más que un final, es un nuevo nacimiento, es el paso obligado a través del cual pueden llegar a la vida plena los que conforman su vida terrena según las indicaciones de la palabra de Dios.

El salmo 111, composición de índole sapiencial, nos presenta la figura de estos justos, los cuales temen al Señor, reconocen su trascendencia y se adhieren con confianza y amor a su voluntad a la espera de encontrarse con él después de la muerte.

A esos fieles está reservada una "bienaventuranza": "Dichoso el que teme al Señor" (v. 1). El salmista precisa inmediatamente en qué consiste ese temor: se manifiesta en la docilidad a los mandamientos de Dios. Llama dichoso a aquel que "ama de corazón sus mandatos" y los cumple, hallando en ellos alegría y paz.

2. La docilidad a Dios es, por tanto, raíz de esperanza y armonía interior y exterior. El cumplimiento de la ley moral es fuente de profunda paz de la conciencia. Más aún, según la visión bíblica de la "retribución", sobre el justo se extiende el manto de la bendición divina, que da estabilidad y éxito a sus obras y a las de sus descendientes: "Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. En su casa habrá riquezas y abundancia" (vv. 2-3; cf. v. 9). Ciertamente, a esta visión optimista se oponen las observaciones amargas del justo Job, que experimenta el misterio del dolor, se siente injustamente castigado y sometido a pruebas aparentemente sin sentido. Job representa a muchas personas justas, que sufren duras pruebas en el mundo. Así pues, conviene leer este salmo en el contexto global de la sagrada Escritura, hasta la cruz y la resurrección del Señor. La Revelación abarca la realidad de la vida humana en todos sus aspectos.

Con todo, sigue siendo válida la confianza que el salmista quiere transmitir y hacer experimentar a quienes han escogido seguir el camino de una conducta moral intachable, contra cualquier alternativa de éxito ilusorio obtenido mediante la injusticia y la inmoralidad.

3. El centro de esta fidelidad a la palabra divina consiste en una opción fundamental, es decir, la caridad con los pobres y necesitados: "Dichoso el que se apiada y presta (...). Reparte limosna a los pobres" (vv. 5. 9). Por consiguiente, el fiel es generoso: respetando la norma bíblica, concede préstamos a los hermanos que pasan necesidad, sin intereses (cf. Dt 15,7-11) y sin caer en la infamia de la usura, que arruina la vida de los pobres.

El justo, acogiendo la advertencia constante de los profetas, se pone de parte de los marginados y los sostiene con ayudas abundantes. "Reparte limosna a los pobres", se dice en el versículo 9, expresando así una admirable generosidad, completamente desinteresada.

4. El salmo 111, juntamente con el retrato del hombre fiel y caritativo, "justo, clemente y compasivo", presenta al final, en un solo versículo (cf. v. 10), también el perfil del malvado. Este individuo asiste al éxito del justo recomiéndose de rabia y envidia. Es el tormento de quien tiene una mala conciencia, a diferencia del hombre generoso cuyo "corazón está firme" y "seguro" (vv. 7-8).

Nosotros fijamos nuestra mirada en el rostro sereno del hombre fiel, que "reparte limosna a los pobres" y, para nuestra reflexión conclusiva, acudimos a las palabras de Clemente Alejandrino, el Padre de la Iglesia del siglo II, que comenta una afirmación difícil del Señor. En la parábola sobre el administrador injusto aparece la expresión según la cual debemos hacer el bien con "dinero injusto".

Aquí surge la pregunta: el dinero, la riqueza, ¿son de por sí injustos? o ¿qué quiere decir el Señor? Clemente Alejandrino lo explica muy bien en su homilía titulada "¿Cuál rico se salvará?" Y dice: Jesús "declara injusta por naturaleza cualquier posesión que uno conserva para sí mismo como bien propio y no la pone al servicio de los necesitados; pero declara también que partiendo de esta injusticia se puede realizar una obra justa y saludable, ayudando a alguno de los pequeños que tienen una morada eterna junto al Padre (cf. Mt 10,42; 18, 10)" (31, 6: Collana di Testi Patristici, CXLVIII, Roma 1999, pp. 56-57).

Y, dirigiéndose al lector, Clemente añade: "Mira, en primer lugar, que no te ha mandado esperar a que te rueguen o te supliquen, te pide que busques tú mismo a los que son dignos de ser escuchados, en cuanto discípulos del Salvador" (31, 7: ib., p. 57).

Luego, recurriendo a otro texto bíblico, comenta: "Así pues, es hermosa la afirmación del Apóstol: "Dios ama a quien da con alegría" (2Co 9,7), a quien goza dando y no siembra con mezquindad, para no recoger del mismo modo, sino que comparte sin tristeza, sin hacer distinciones y sin dolor; esto es auténticamente hacer el bien" (31, 8: ib.).

En el día de la conmemoración de los difuntos, como dije al principio, todos estamos llamados a confrontarnos con el enigma de la muerte y, por tanto, con la cuestión de cómo vivir bien, cómo encontrar la felicidad. Y este salmo responde: dichoso el hombre que da; dichoso el hombre que no utiliza la vida para sí mismo, sino que da; dichoso el hombre que es "justo, clemente y compasivo"; dichoso el hombre que vive amando a Dios y al prójimo. Así vivimos bien y así no debemos tener miedo a la muerte, porque tenemos la felicidad que viene de Dios y que dura para siempre.

Salmo 111

1 ¡Aleluya!
Feliz el hombre que teme al Señor
y se complace en sus mandamientos.

2 Su descendencia será fuerte en la tierra:
la posteridad de los justos es bendecida.

3 En su casa habrá abundancia y riqueza,
su generosidad permanecerá para siempre.

4 Para los buenos brilla una luz en las tinieblas:
es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo.

5 Dichoso el que se compadece y da prestado,
y administra sus negocios con rectitud.

6 El justo no vacilará jamás,
su recuerdo permanecerá para siempre.

7 No tendrá que temer malas noticias:
su corazón está firme, confiado en el Señor.

8 Su ánimo está seguro, y no temerá,
hasta que vea la derrota de sus enemigos.

9 El da abundantemente a los pobres:
su generosidad permanecerá para siempre,
y alzará su frente con dignidad.

10 El malvado, al verlo, se enfurece,
rechinan sus dientes y se consume;
pero la ambición de los malvados se frustrará.

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Himno pascual

Miércoles 9 de noviembre de 2005

Salmo 135

Queridos hermanos y hermanas:

1. Ha sido llamado “el gran Hallel”, es decir, la alabanza solemne y grandiosa que el judaísmo entonaba durante la liturgia pascual. Hablamos del salmo 135, cuya primera parte acabamos de escuchar, según la división propuesta por la liturgia de las Vísperas (cf. Vv. 1-9).

Reflexionemos ante todo en el estribillo: “Es eterna su misericordia”. En esa frase destaca la palabra “misericordia”, que en realidad es una traducción legítima, pero limitada, del vocablo originario hebreo hesed. En efecto, este vocablo forma parte del lenguaje característico que usa la Biblia para hablar de la relación que existe entre Dios y su pueblo. El término trata de definir las actitudes que se establecen dentro de esa relación: la fidelidad, la lealtad, el amor y, evidentemente, la misericordia de Dios.

Aquí tenemos la representación sintética del vínculo profundo e interpersonal que instaura el Creador con su criatura. Dentro de esa relación, Dios no aparece en la Biblia como un Señor impasible e implacable, ni como un ser oscuro e indescifrable, semejante al hado, contra cuya fuerza misteriosa es inútil luchar. Al contrario, él se manifiesta como una persona que ama a sus criaturas, vela por ellas, las sigue en el camino de la historia y sufre por las infidelidades que a menudo el pueblo opone a su hesed, a su amor misericordioso y paterno.

2. El primer signo visible de esta caridad divina —dice el salmista— ha de buscarse en la creación. Luego entrará en escena la historia. La mirada, llena de admiración y asombro, se detiene ante todo en la creación: los cielos, la tierra, las aguas, el sol, la luna y las estrellas.

Antes de descubrir al Dios que se revela en la historia de un pueblo, hay una revelación cósmica, al alcance de todos, ofrecida a toda la humanidad por el único Creador, “Dios de los dioses” y “Señor de los señores” (vv. 2-3).

Como había cantado el salmo 18, “el cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra” (vv. 2-3). Así pues, existe un mensaje divino, grabado secretamente en la creación y signo del hesed, de la fidelidad amorosa de Dios, que da a sus criaturas el ser y la vida, el agua y el alimento, la luz y el tiempo.

Hay que tener ojos limpios para captar esta revelación divina, recordando lo que dice el libro de la Sabiduría: “De la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor” (Sb 13,5; cf. Rm 1,20). Así, la alabanza orante brota de la contemplación de las “maravillas” de Dios (cf.Sal 135,4), expuestas en la creación, y se transforma en gozoso himno de alabanza y acción de gracias al Señor.

3. Por consiguiente, de las obras creadas se asciende hasta la grandeza de Dios, hasta su misericordia amorosa. Es lo que nos enseñan los Padres de la Iglesia, en cuya voz resuena la constante Tradición cristiana.

Así, san Basilio Magno, en una de las páginas iniciales de su primera homilía sobre el Exameron, en la que comenta el relato de la creación según el capítulo primero del libro del Génesis, se detiene a considerar la acción sabia de Dios, y llega a reconocer en la bondad divina el centro propulsor de la creación. He aquí algunas expresiones tomadas de la larga reflexión del santo obispo de Cesarea de Capadocia:

«”En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Mi palabra se rinde abrumada por el asombro ante este pensamiento» (1, 2, 1: Sulla Genesi, en Omelie sull’Esamerone, Milán 1990, pp. 9. 11). En efecto, aunque algunos, “engañados por el ateísmo que llevaban en su interior, imaginaron que el universo no tenía guía ni orden, como si estuviera gobernado por la casualidad”, el escritor sagrado “en seguida nos ha iluminado la mente con el nombre de Dios al inicio del relato, diciendo: “En el principio creó Dios". Y ¡qué belleza hay en este orden!" (1, 2, 4: ib., p. 11). "Así pues, si el mundo tiene un principio y ha sido creado, busca al que lo ha creado, busca al que le ha dado inicio, al que es su Creador. (...) Moisés nos ha prevenido con su enseñanza imprimiendo en nuestras almas como sello y filacteria el santísimo nombre de Dios, cuando dijo: "En el principio creó Dios". La naturaleza bienaventurada, la bondad sin envidia, el que es objeto de amor por parte de todos los seres racionales, la belleza más deseable que ninguna otra, el principio de los seres, la fuente de la vida, la luz intelectiva, la sabiduría inaccesible, es decir, Dios "en el principio creó los cielos y la tierra"" (1, 2, 6-7: ib., p. 13).

Creo que las palabras de este Santo Padre del siglo IV tienen una actualidad sorprendente cuando dice: "Algunos, engañados por el ateísmo que llevaban en su interior, imaginaron que el universo no tenía guía ni orden, como si estuviera gobernado por la casualidad". ¡Cuántos son hoy los que piensan así! Engañados por el ateísmo, consideran y tratan de demostrar que es científico pensar que todo carece de guía y de orden, como si estuviera gobernado por la casualidad. El Señor, con la sagrada Escritura, despierta la razón que duerme y nos dice: "En el inicio está la Palabra creadora. Y la Palabra creadora que está en el inicio -la Palabra que lo ha creado todo, que ha creado este proyecto inteligente que es el cosmos- es también amor".

Por consiguiente, dejémonos despertar por esta Palabra de Dios; pidamos que esta Palabra ilumine también nuestra mente, para que podamos captar el mensaje de la creación —inscrito también en nuestro corazón—: que el principio de todo es la Sabiduría creadora, y que esta Sabiduría es amor, es bondad; "es eterna su misericordia".

Salmo 135

1 ¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

2 ¡Den gracias al Dios de los Dioses,
porque es eterno su amor!

3 ¡Den gracias al Señor de los señores,
porque es eterno su amor!

4 Al único que hace maravillas,
¡porque es eterno su amor!

5 al que hizo los cielos sabiamente,

¡porque es eterno su amor!

6 al que afirmó la tierra sobre las aguas,
¡porque es eterno su amor!

7 Al que hizo los grandes astros,
¡porque es eterno su amor!

8 el sol, para gobernar el día,
¡porque es eterno su amor!

9 la luna y las estrellas para gobernar la noche,
¡porque es eterno su amor!

10 Al que hirió a los primogénitos de Egipto,
¡porque es eterno su amor!

11 y sacó de allí a su pueblo,
¡porque es eterno su amor!

12 con mano fuerte y brazo poderoso,
¡porque es eterno su amor!

13 Al que abrió en dos partes el Mar Rojo,
¡porque es eterno su amor!

14 al que hizo pasar por el medio a Israel,
¡porque es eterno su amor!

15 y hundió en el Mar Rojo al Faraón con sus tropas,
¡porque es eterno su amor!

16 Al que guió a su pueblo por el desierto
¡porque es eterno su amor!

17 al que derrotó a reyes poderosos,
¡porque es eterno su amor!

18 y dio muerte a reyes temibles,
¡porque es eterno su amor!

19 a Sijón, rey de los amorreos,
¡porque es eterno su amor!

20 y a Og, rey de Basán,
¡porque es eterno su amor!

21 Al que dio sus territorios en herencia,
¡porque es eterno su amor!

22 en herencia a Israel, su servidor,
¡porque es eterno su amor!

23 al que en nuestra humillación se acordó de nosotros,
¡porque es eterno su amor!

24 y nos libró de nuestros opresores,
¡porque es eterno su amor!

25 Al que da el alimento a todos los vivientes,
¡porque es eterno su amor!

26 ¡Den gracias al Dios de los cielos,
porque es eterno su amor!

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Acción de gracias por la salvación realizada por Dios

Miércoles 16 de noviembre de 2005

Salmo 135

Queridos hermanos y hermanas:

1. Nuestra reflexión vuelve al himno de alabanza del salmo 135 que la liturgia de las Vísperas propone en dos etapas sucesivas, siguiendo una distinción específica que la composición ofrece a nivel temático. En efecto, la celebración de las obras del Señor se delinea entre dos ámbitos, el del espacio y el del tiempo.

En la primera parte (cf. vv. 1-9), que fue objeto de nuestra meditación precedente, desempeñaba un papel destacado la acción divina en la creación, que dio origen a las maravillas del universo. Así, en esa parte del salmo se proclama la fe en Dios creador, que se revela a través de sus criaturas cósmicas. Ahora, en cambio, el gozoso canto del salmista, llamado por la tradición judía "el gran Hallel", o sea, la alabanza más elevada dirigida al Señor, nos conduce a un horizonte diverso, el de la historia. La primera parte, por tanto, trata de la creación como reflejo de la belleza de Dios, la segunda habla de la historia y del bien que Dios ha realizado por nosotros en el curso del tiempo.
Sabemos que la revelación bíblica proclama repetidamente que la presencia de Dios salvador se manifiesta de modo particular en la historia de la salvación (cf. Dt26,5-9; Jos 24,1-13).

2. Así pues, pasan ante los ojos del orante las acciones liberadoras del Señor, que tienen su centro en el acontecimiento fundamental del éxodo de Egipto. A este está profundamente vinculado el arduo viaje por el desierto del Sinaí, cuya última etapa es la tierra prometida, el don divino que Israel sigue experimentando en todas las páginas de la Biblia.

El célebre paso a través del mar Rojo, "dividido en dos partes", casi desgarrado y domado como un monstruo vencido (cf. Sal 135,13), hace surgir el pueblo libre y llamado a una misión y a un destino glorioso (cf. vv. 14-15; Ex 15,1-21), que encuentra su relectura cristiana en la plena liberación del mal con la gracia bautismal (cf. 1Co 10,1-4). Se abre, además, el itinerario por el desierto: allí el Señor es representado como un guerrero que, prosiguiendo la obra de liberación iniciada en el paso del mar Rojo, defiende a su pueblo, hiriendo a sus adversarios. Por tanto, desierto y mar representan el paso a través del mal y la opresión, para recibir el don de la libertad y de la tierra prometida (cf.Sal 135,16-20).

3. Al final, el Salmo alude al país que la Biblia exalta de modo entusiasta como "tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y hontanares (...), tierra de trigo y de cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares, de aceite y de miel, tierra donde el pan que comas no te será racionado y donde no carecerás de nada; tierra donde las piedras tienen hierro y de cuyas montañas extraerás el bronce" (Dt 8,7-9).

Esta celebración exaltante, que va más allá de la realidad de aquella tierra, quiere ensalzar el don divino dirigiendo nuestra expectativa hacia el don más alto de la vida eterna con Dios. Un don que permite al pueblo ser libre, un don que nace —como se sigue repitiendo en la antífona que articula cada versículo— del heseddel Señor, es decir, de su "misericordia", de su fidelidad al compromiso asumido en la alianza con Israel, de su amor, que sigue revelándose a través del "recuerdo" (cf. Sal 135,23). En el tiempo de la "humillación", o sea, de las sucesivas pruebas y opresiones, Israel descubrirá siempre la mano salvadora del Dios de la libertad y del amor. También en el tiempo del hambre y de la miseria el Señor entrará en escena para ofrecer el alimento a toda la humanidad, confirmando su identidad de creador (cf. v. 25).

4. Por consiguiente, en el salmo 135 se entrelazan dos modalidades de la única revelación divina, la cósmica (cf. vv. 4-9) y la histórica (cf. vv. 10-25). Ciertamente, el Señor es trascendente como creador y dueño absoluto del ser; pero también está cerca de sus criaturas, entrando en el espacio y en el tiempo. No se queda fuera, en el cielo lejano. Más aún, su presencia en medio de nosotros alcanza su ápice en la encarnación de Cristo.

Esto es lo que la relectura cristiana del salmo proclama de modo límpido, como testimonian los Padres de la Iglesia, que ven la cumbre de la historia de la salvación y el signo supremo del amor misericordioso del Padre en el don del Hijo, como salvador y redentor de la humanidad (cf. Jn 3,16).

Así, san Cipriano, mártir del siglo III, al inicio de su tratado sobre Las obras de caridad y la limosna, contempla con asombro las obras que Dios realizó en Cristo su Hijo en favor de su pueblo, prorrumpiendo por último en un apasionado reconocimiento de su misericordia. "Amadísimos hermanos, muchos y grandes son los beneficios de Dios, que la bondad generosa y copiosa de Dios Padre y de Cristo ha realizado y siempre realizará para nuestra salvación; en efecto, para preservarnos, darnos una nueva vida y poder redimirnos, el Padre envió al Hijo; el Hijo, que había sido enviado, quiso ser llamado también Hijo del hombre, para hacernos hijos de Dios: se humilló, para elevar al pueblo que antes yacía en la tierra, fue herido para curar nuestras heridas, se hizo esclavo para conducirnos a la libertad a nosotros, que éramos esclavos. Aceptó morir, para poder ofrecer a los mortales la inmortalidad. Estos son los numerosos y grandes dones de la divina misericordia" (1: Trattati: Collana di Testi Patristici, CLXXV, Roma 2004, p. 108).

Con estas palabras el santo Doctor de la Iglesia desarrolla el Salmo con una enumeración de los beneficios que Dios nos ha hecho, añadiendo a lo que el Salmista no conocía todavía, pero que ya esperaba, el verdadero don que Dios nos ha hecho: el don del Hijo, el don de la Encarnación, en la que Dios se nos dio a nosotros y permanece con nosotros, en la Eucaristía y en su Palabra, cada día, hasta el final de la historia. El peligro nuestro está en que la memoria del mal, de los males sufridos, a menudo sea más fuerte que el recuerdo del bien. El Salmo sirve para despertar en nosotros también el recuerdo del bien, de tanto bien como el Señor nos ha hecho y nos hace, y para que podamos ver si nuestro corazón se hace más atento: en verdad, la misericordia de Dios es eterna, está presente día tras día.

Salmo 135

1 ¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

2 ¡Den gracias al Dios de los Dioses,
porque es eterno su amor!

3 ¡Den gracias al Señor de los señores,
porque es eterno su amor!

4 Al único que hace maravillas,
¡porque es eterno su amor!

5 al que hizo los cielos sabiamente,

¡porque es eterno su amor!

6 al que afirmó la tierra sobre las aguas,
¡porque es eterno su amor!

7 Al que hizo los grandes astros,
¡porque es eterno su amor!

8 el sol, para gobernar el día,
¡porque es eterno su amor!

9 la luna y las estrellas para gobernar la noche,
¡porque es eterno su amor!

10 Al que hirió a los primogénitos de Egipto,
¡porque es eterno su amor!

11 y sacó de allí a su pueblo,
¡porque es eterno su amor!

12 con mano fuerte y brazo poderoso,
¡porque es eterno su amor!

13 Al que abrió en dos partes el Mar Rojo,
¡porque es eterno su amor!

14 al que hizo pasar por el medio a Israel,
¡porque es eterno su amor!

15 y hundió en el Mar Rojo al Faraón con sus tropas,
¡porque es eterno su amor!

16 Al que guió a su pueblo por el desierto
¡porque es eterno su amor!

17 al que derrotó a reyes poderosos,
¡porque es eterno su amor!

18 y dio muerte a reyes temibles,
¡porque es eterno su amor!

19 a Sijón, rey de los amorreos,
¡porque es eterno su amor!

20 y a Og, rey de Basán,
¡porque es eterno su amor!

21 Al que dio sus territorios en herencia,
¡porque es eterno su amor!

22 en herencia a Israel, su servidor,
¡porque es eterno su amor!

23 al que en nuestra humillación se acordó de nosotros,
¡porque es eterno su amor!

24 y nos libró de nuestros opresores,
¡porque es eterno su amor!

25 Al que da el alimento a todos los vivientes,
¡porque es eterno su amor!

26 ¡Den gracias al Dios de los cielos,
porque es eterno su amor!

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Dios salvador

Miércoles 23 de noviembre de 2005

Efesios 1,1-10

Queridos hermanos y hermanas:

1. Cada semana la liturgia de las Vísperas propone a la Iglesia orante el solemne himno de apertura de la carta a los Efesios, el texto que acaba de proclamarse. Pertenece al género de las berakot, o sea, las "bendiciones", que ya aparecen en el Antiguo Testamento y tendrán una difusión ulterior en la tradición judía. Por tanto, se trata de un constante hilo de alabanza que sube a Dios, a quien, en la fe cristiana, se celebra como "Padre de nuestro Señor Jesucristo".

Por eso, en nuestro himno de alabanza es central la figura de Cristo, en la que se revela y se realiza la obra de Dios. En efecto, los tres verbos principales de este largo y compacto cántico nos conducen siempre al Hijo.

2. Dios "nos eligió en la persona de Cristo" (Ef 1,4): es nuestra vocación a la santidad y a la filiación adoptiva y, por tanto, a la fraternidad con Cristo. Este don, que transforma radicalmente nuestro estado de criaturas, se nos ofrece "por obra de Cristo" (v. 5), una obra que entra en el gran proyecto salvífico divino, en el amoroso "beneplácito de la voluntad" (v. 6) del Padre, a quien el Apóstol está contemplando con conmoción.

El segundo verbo, después del de la elección ("nos eligió"), designa el don de la gracia: "La gracia que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo" (ib.). En griego tenemos dos veces la misma raíz charisy echaritosen, para subrayar la gratuidad de la iniciativa divina que precede a toda respuesta humana. Así pues, la gracia que el Padre nos da en el Hijo unigénito es manifestación de su amor, que nos envuelve y nos transforma.

3. He aquí el tercer verbo fundamental del cántico paulino: tiene siempre por objeto la gracia divina, que "ha prodigado sobre nosotros" (v. 8). Por consiguiente, estamos ante un verbo de plenitud, podríamos decir —según su tenor originario— de exceso, de entrega sin límites y sin reservas.

Así, llegamos a la profundidad infinita y gloriosa del misterio de Dios, abierto y revelado por gracia a quien ha sido llamado por gracia y por amor, al ser esta revelación imposible de alcanzar con la sola dotación de la inteligencia y de las capacidades humanas. "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios" (1Co 2,9-10).

4. El "misterio de la voluntad" divina tiene un centro que está destinado a coordinar todo el ser y toda la historia, conduciéndolos a la plenitud querida por Dios: es "el designio de recapitular en Cristo todas las cosas" (Ef1,10). En este "designio", en griego oikonomia, o sea, en este proyecto armonioso de la arquitectura del ser y del existir, se eleva Cristo como jefe del cuerpo de la Iglesia, pero también como eje que recapitula en sí "todas las cosas, las del cielo y las de la tierra". La dispersión y el límite se superan y se configura la "plenitud", que es la verdadera meta del proyecto que la voluntad divina había preestablecido desde los orígenes.

Por tanto, estamos ante un grandioso fresco de la historia de la creación y de la salvación, sobre el que ahora querríamos meditar y profundizar a través de las palabras de san Ireneo, un gran Doctor de la Iglesia del siglo II, el cual, en algunas páginas magistrales de su tratado Contra las herejías, había desarrollado una reflexión articulada precisamente acerca de la recapitulación realizada por Cristo.

5. La fe cristiana —afirma— reconoce que "no hay más que un solo Dios Padre y un solo Cristo Jesús, Señor nuestro, que ha venido por medio de toda "economía" y que ha recapitulado en sí todas las cosas. En esto de "todas las cosas" queda comprendido también el hombre, esta obra modelada por Dios, y así ha recapitulado también en sí al hombre; de invisible haciéndose visible, de inasible asible, de impasible pasible y de Verbo hombre" (III, 16, 6: Già e non ancora, CCCXX, Milán 1979, p. 268).

Por eso, "el Verbo de Dios se hizo carne" realmente, no en apariencia, porque entonces "su obra no podía ser verdadera". En cambio, "lo que aparentaba ser, era eso precisamente, o sea Dios recapitulando en sí la antigua plasmación del hombre, a fin de matar el pecado, destruyendo la muerte y vivificar al hombre; por eso eran verdaderas sus obras" (III, 18, 7: ib., pp. 277-278).

Se ha constituido Jefe de la Iglesia para atraer a todos a sí en el momento justo. Con el espíritu de estas palabras de san Ireneo oremos: sí, Señor, atráenos a ti, atrae al mundo a ti y danos la paz, tu paz.

Efesios 1,1-10

1 Pablo, Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, saluda a los santos que creen en Cristo Jesús.

2 Llegue a ustedes la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

3 Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bienes espirituales en el cielo,

4 y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo,
para que fuéramos santos
e irreprochables en su presencia, por el amor.

5 Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo,
conforme al beneplácito de su voluntad,

6 para alabanza de la gloria de su gracia,
que nos dio en su Hijo muy querido.

7 En él hemos sido redimidos por su sangre
y hemos recibido el perdón de los pecados,
según la riqueza de su gracia,

8 que Dios derramó sobre nosotros,
dándonos toda sabiduría y entendimiento.

9 Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad,
conforme al designio misericordioso
que estableció de antemano en Cristo,

10 para que se cumpliera en la plenitud de los tiempos:
reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra,
bajo un solo jefe, que es Cristo.

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Junto a los canales de Babilonia

Miércoles 30 de noviembre de 2005

Salmo 136

Queridos hermanos y hermanas:

1. En este primer miércoles de Adviento, tiempo litúrgico de silencio, vigilancia y oración como preparación para la Navidad, meditamos el salmo 136, que se ha hecho célebre en la versión latina de su inicio, Super flumina Babylonis. El texto evoca la tragedia que vivió el pueblo judío durante la destrucción de Jerusalén, acaecida en el año 586 a.C., y el sucesivo y consiguiente destierro en Babilonia. Se trata de un canto nacional de dolor, marcado por una profunda nostalgia por lo que se había perdido.

Esta apremiante invocación al Señor para que libre a sus fieles de la esclavitud babilónica expresa también los sentimientos de esperanza y espera de la salvación con los que hemos iniciado nuestro camino de Adviento.

La primera parte del Salmo (cf. vv. 1-4) tiene como telón de fondo la tierra del destierro, con sus ríos y canales, que regaban la llanura de Babilonia, sede de los judíos deportados. Es casi la anticipación simbólica de los campos de concentración, en los que el pueblo judío —en el siglo que acaba de concluir— sufrió una operación infame de muerte, que ha quedado como una vergüenza indeleble en la historia de la humanidad.

La segunda parte del Salmo (cf. vv. 5-6), por el contrario, está impregnada del recuerdo amoroso de Sión, la ciudad perdida pero viva en el corazón de los desterrados.

2. En sus palabras, el salmista se refiere a la mano, la lengua, el paladar, la voz y las lágrimas. La mano es indispensable para el músico que toca la cítara, pero está paralizada (cf. v. 5) por el dolor, entre otras causas porque las cítaras están colgadas de los sauces.

La lengua es necesaria para el cantor, pero está pegada al paladar (cf. v. 6). En vano los verdugos babilonios "los invitan a cantar, para divertirlos" (cf. v. 3). Los "cantos de Sión" son "cantos del Señor" (vv. 3-4); no son canciones folclóricas, para espectáculo. Sólo pueden elevarse al cielo en la liturgia y en la libertad de un pueblo.

3. Dios, que es el árbitro último de la historia, sabrá comprender y acoger según su justicia también el grito de las víctimas, por encima de los graves acentos que a veces asume.

Vamos a utilizar una meditación de san Agustín sobre este salmo. En ella el gran Padre de la Iglesia introduce una nota sorprendente y de gran actualidad: sabe que incluso entre los habitantes de Babilonia hay personas comprometidas en favor de la paz y del bien de la comunidad, aunque no comparten la fe bíblica, es decir, aunque no conocen la esperanza en la ciudad eterna a la que aspiramos. Llevan en sí mismos una chispa de deseo de algo desconocido, de algo más grande, de algo trascendente, de una verdadera redención. Y él dice que incluso entre los perseguidores, entre los no creyentes, se encuentran personas con esa chispa, con una especie de fe, de esperanza, en la medida que les es posible en las circunstancias en que viven. Con esta fe también en una realidad desconocida, están realmente en camino hacia la verdadera Jerusalén, hacia Cristo. Y con esta apertura de esperanza también para los babilonios —como los llama Agustín—, para los que no conocen a Cristo, y ni siquiera a Dios, y a pesar de ello desean algo desconocido, algo eterno, nos exhorta también a nosotros a no fijarnos simplemente en las cosas materiales del momento presente, sino a perseverar en el camino hacia Dios. Sólo con esta esperanza más grande podemos también transformar este mundo, de modo adecuado. San Agustín lo dice con estas palabras: "Si somos ciudadanos de Jerusalén, (...) y debemos vivir en esta tierra, en la confusión del mundo presente, en esta Babilonia, donde no vivimos como ciudadanos sino como prisioneros, es necesario que no sólo cantemos lo que dice el Salmo, sino que también lo vivamos: esto se hace con una aspiración profunda del corazón, plena y religiosamente deseoso de la ciudad eterna".

Y añade, refiriéndose a la "ciudad terrestre llamada Babilonia": "Tiene personas que, impulsadas por el amor a ella, se esfuerzan por garantizar la paz —la paz temporal—, sin alimentar en su corazón otra esperanza, más aún, poniendo en esto toda su alegría, sin buscar nada más. Y vemos que se esfuerzan al máximo por ser útiles a la sociedad terrena. Ahora bien, si se comprometen con conciencia pura en este esfuerzo, Dios no permitirá que perezcan con Babilonia, pues los ha predestinado a ser ciudadanos de Jerusalén, pero con tal de que, viviendo en Babilonia, no tengan su soberbia, su lujo caduco y su irritante arrogancia. (...) Ve su esclavitud y les mostrará la otra ciudad, por la que deben suspirar verdaderamente y hacia la cual deben dirigir todo esfuerzo" (Esposizioni sui Salmi, 136, 1-2:Nuova Biblioteca Agostiniana, XXVIII, Roma 1977, pp. 397. 399).

Pidamos al Señor que en todos nosotros se despierte este deseo, esta apertura hacia Dios, y que también los que no conocen a Cristo sean tocados por su amor, de forma que todos juntos estemos en peregrinación hacia la ciudad definitiva y la luz de esta ciudad brille también en nuestro tiempo y en nuestro mundo.

Salmo 136

1 Junto a los ríos de Babilonia,
nos sentábamos a llorar,
acordándonos de Sión,

2 En los sauces de las orillas
teníamos colgadas nuestras cítaras.

3 Allí nuestros carceleros nos pedían cantos,
y nuestros opresores, alegría:
«¡Canten para nosotros un canto de Sión!».

4 ¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor
en tierra extranjera?

5 Si me olvidara de ti, Jerusalén,
que se paralice mi mano derecha;

6 que la lengua se me pegue al paladar
si no me acordara de ti,
si no pusiera a Jerusalén
por encima de todas mis alegrías.

7 Recuerda, Señor, contra los edomitas,
el día de Jerusalén,
cuando ellos decían: «¡Arrásenla!
¡Arrasen hasta sus cimientos!».

8 ¡Ciudad de Babilonia, la devastadora,
feliz el que te devuelva el mal que nos hiciste!

9 ¡Feliz el que tome a tus hijos
y los estrelle contra las rocas!

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Himno de acción de gracias

Miércoles 7 de diciembre de 2005

Salmo 137

Queridos hermanos y hermanas:

1. El himno de acción de gracias que acabamos de escuchar, y que constituye el salmo 137, atribuido por la tradición judía al rey David, aunque probablemente fue compuesto en una época posterior, comienza con un canto personal del orante. Alza su voz en el marco de la asamblea del templo o, por lo menos, teniendo como referencia el santuario de Sión, sede de la presencia del Señor y de su encuentro con el pueblo de los fieles.

En efecto, el salmista afirma que “se postrará hacia el santuario” de Jerusalén (cf. V. 2): en él canta ante Dios, que está en los cielos con su corte de ángeles, pero que también está a la escucha en el espacio terreno del templo (cf. V. 1). El orante tiene la certeza de que el “nombre” del Señor, es decir, su realidad personal viva y operante, y sus virtudes de fidelidad y misericordia, signos de la alianza con su pueblo, son el fundamento de toda confianza y de toda esperanza (cf. V. 2).

2. Aquí la mirada se dirige por un instante al pasado, al día del sufrimiento: la voz divina había respondido entonces al clamor del fiel angustiado. Dios había infundido valor al alma turbada (cf. V. 3). El original hebreo habla literalmente del Señor que “agita la fuerza en el alma” del justo oprimido: es como si se produjera la irrupción de un viento impetuoso que barre las dudas y los temores, infunde una energía vital nueva y aumenta la fortaleza y la confianza.

Después de esta premisa, aparentemente personal, el salmista ensancha su mirada al mundo e imagina que su testimonio abarca todo el horizonte: “todos los reyes de la tierra”, en una especie de adhesión universal, se asocian al orante en una alabanza común en honor de la grandeza y el poder soberanos del Señor (cf. Vv. 4-6).

3. El contenido de esta alabanza coral que elevan todos los pueblos permite ver ya a la futura Iglesia de los paganos, la futura Iglesia universal. Este contenido tiene como primer tema la “gloria” y los “caminos del Señor” (cf. V. 5), es decir, sus proyectos de salvación y su revelación. Así se descubre que Dios, ciertamente, es “sublime” y trascendente, pero “se fija en el humilde” con afecto, mientras que aleja de su rostro al soberbio como señal de rechazo y de juicio (cf. V. 6).

Como proclama Isaías, “así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre es Santo: “En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el ánimo de los humillados”” (Is 57,15). Por consiguiente, Dios opta por defender a los débiles, a las víctimas, a los humildes. Esto se da a conocer a todos los reyes, para que sepan cuál debe ser su opción en el gobierno de las naciones.

Naturalmente, no sólo se dice a los reyes y a todos los gobiernos, sino también a todos nosotros, porque también nosotros debemos saber qué opción hemos de tomar: ponernos del lado de los humildes, de los últimos, de los pobres y los débiles.

4. Después de este llamamiento, con dimensión mundial, a los responsables de las naciones, no sólo de aquel tiempo sino también de todos los tiempos, el orante vuelve a la alabanza personal (cf. Sal 137,7-8). Con una mirada que se dirige hacia el futuro de su vida, implora una ayuda de Dios también para las pruebas que aún le depare la existencia. Y todos nosotros oramos así juntamente con el orante de aquel tiempo.

Se habla, de modo sintético, de la “ira del enemigo” (v. 7), una especie de símbolo de todas las hostilidades que puede afrontar el justo durante su camino en la historia. Pero él sabe, como sabemos también nosotros, que el Señor no lo abandonará nunca y que extenderá su mano para sostenerlo y guiarlo. Las palabras conclusivas del Salmo son, por tanto, una última y apasionada profesión de confianza en Dios porque su misericordia es eterna. “No abandonará la obra de sus manos”, es decir, su criatura (cf. V. 8). Y también nosotros debemos vivir siempre con esta confianza, con esta certeza en la bondad de Dios.

Debemos tener la seguridad de que, por más pesadas y tempestuosas que sean las pruebas que debamos afrontar, nunca estaremos abandonados a nosotros mismos, nunca caeremos fuera de las manos del Señor, las manos que nos han creado y que ahora nos siguen en el itinerario de la vida. Como confesará san Pablo, “Aquel que inició en vosotros la obra buena, él mismo la llevará a su cumplimiento” (Flp 1,6).

5. Así hemos orado también nosotros con un salmo de alabanza, de acción de gracias y de confianza. Ahora queremos seguir entonando este himno de alabanza con el testimonio de un cantor cristiano, el gran san Efrén el Sirio (siglo IV), autor de textos de extraordinaria elevación poética y espiritual.

“Por más grande que sea nuestra admiración por ti, Señor, tu gloria supera lo que nuestra lengua puede expresar”, canta san Efrén en un himno (Inni sulla Verginità,7: L’arpa dello Spirito, Roma 1999, p. 66), y en otro: “Alabanza a ti, para quien todas las cosas son fáciles, porque eres todopoderoso” (Inni sulla Natività, 11: ib., p. 48); y este es un motivo ulterior de nuestra confianza: que Dios tiene el poder de la misericordia y usa su poder para la misericordia. Una última cita de san Efrén: “Que te alaben todos los que comprenden tu verdad” (Inni sulla Fede, 14: ib., p. 27).

Salmo 137

1 Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
te cantaré en presencia de los ángeles.

2 Me postraré ante tu santo Templo,
y daré gracias a tu Nombre
por tu amor y tu fidelidad,
porque tu promesa ha superado tu renombre.

3 Me respondiste cada vez que te invoqué
y aumentaste la fuerza de mi alma.

4 Que los reyes de la tierra te bendigan
al oír las palabras de tu boca,

5 y canten los designios del Señor,
porque la gloria del Señor es grande.

6 El Señor está en las alturas,
pero se fija en el humilde
y reconoce al orgulloso desde lejos,

7 Si camino entre peligros, me conservas la vida,
extiendes tu mano contra el furor de mi enemigo,
y tu derecha me salva.

8 El Señor lo hará todo por mí.
Señor, tu amor es eterno,
¡no abandones la obra de tus manos!

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Dios lo ve todo

Miércoles 14 de diciembre de 2005

Salmo 138

Queridos hermanos y hermanas:

1. En dos etapas distintas, la liturgia de las Vísperas —cuyos salmos y cánticos estamos meditando— nos propone la lectura de un himno sapiencial de gran belleza y fuerte impacto emotivo: el salmo 138. Hoy reflexionaremos sobre la primera parte de la composición (cf. Vv. 1-12), es decir, sobre las primeras dos estrofas, que exaltan respectivamente la omnisciencia de Dios (cf. Vv. 1-6) y su omnipresencia en el espacio y en el tiempo (cf. Vv. 7-12).

El vigor de las imágenes y de las expresiones tiene como finalidad la celebración del Creador: “Si es notable la grandeza de las obras creadas —afirma Teodoreto de Ciro, escritor cristiano del siglo V—, ¡cuánto más grande debe de ser su Creador!” (Discursos sobre la Providencia, 4: Collana di Testi patristici, LXXV, Roma 1988, p. 115). Con su meditación el salmista desea sobre todo penetrar en el misterio del Dios trascendente, pero cercano a nosotros.

2. El mensaje fundamental que nos transmite es muy claro: Dios lo sabe todo y está presente al lado de sus criaturas, que no pueden sustraerse a él. Pero su presencia no es agobiante, como la de un inspector; ciertamente, su mirada sobre el mal es severa, pues no puede quedar indiferente ante él.

Con todo, el elemento fundamental es una presencia salvífica, capaz de abarcar todo el ser y toda la historia. Es prácticamente el escenario espiritual al que alude san Pablo, hablando en el Areópago de Atenas, con la cita de un poeta griego: “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).

3. El primer pasaje (cf. Sal 138,1-6), como decíamos, es la celebración de la omnisciencia divina. En efecto, se repiten los verbos de conocimiento, como “sondear”, “conocer”, “saber”, “penetrar”, “comprender”, “distinguir”. Como es sabido, el conocimiento bíblico supera el puro y simple aprender y comprender intelectivo; es una especie de comunión entre el que conoce y lo conocido: por consiguiente, el Señor tiene intimidad con nosotros, mientras pensamos y actuamos.

El segundo pasaje de nuestro salmo (cf. Vv. 7-12), en cambio, está dedicado a la omnipresencia divina. En él se describe de modo muy vivo la ilusoria voluntad del hombre de sustraerse a esa presencia. Ocupa todo el espacio: está ante todo el eje vertical “cielo-abismo” (cf. V. 8); luego viene la dimensión horizontal, que va desde la aurora, es decir, desde el oriente, y llega hasta “el confín del mar” Mediterráneo, o sea, hasta occidente (cf. V. 9). Todos los ámbitos del espacio, incluso los más secretos, contienen una presencia activa de Dios.

El salmista, a continuación, introduce también la otra realidad en la que estamos inmersos: el tiempo, representado simbólicamente por la noche y la luz, las tinieblas y el día (cf. Vv. 11-12). Incluso la oscuridad, en la que nos resulta difícil caminar y ver, está penetrada por la mirada y la epifanía del Señor del ser y del tiempo. Su mano siempre está dispuesta a aferrar la nuestra para guiarnos en nuestro itinerario terreno (cf. V. 10). Por consiguiente, es una cercanía no de juicio, que infundiría temor, sino de apoyo y liberación.

Así, podemos comprender cuál es el contenido último, el contenido esencial de este salmo: es un canto de confianza. Dios está siempre con nosotros. No nos abandona ni siquiera en las noches más oscuras de nuestra vida. Está presente incluso en los momentos más difíciles. El Señor no nos abandona ni siquiera en la última noche, en la última soledad, en la que nadie puede acompañarnos, en la noche de la muerte. Nos acompaña incluso en esta última soledad de la noche de la muerte

Por eso, los cristianos podemos tener confianza: nunca estamos solos. La bondad de Dios está siempre con nosotros.

4. Comenzamos con una cita del escritor cristiano Teodoreto de Ciro. Concluyamos con una reflexión del mismo autor, en su IV Discurso sobre la Providencia divina,porque en definitiva este es el tema del Salmo. Comentando el versículo 6, en el que el orante exclama: “Tanto saber me sobrepasa; es sublime y no lo abarco”, Teodoreto explica el pasaje dirigiéndose a la interioridad de su conciencia y de su experiencia personal y afirma: “Volviéndome hacia mí mismo, entrando hasta lo más íntimo de mí mismo y alejándome de los ruidos exteriores, quise sumergirme en la contemplación de mi naturaleza… Reflexionando sobre estas cosas y pensando en la armonía entre la naturaleza mortal y la inmortal, quedé asombrado ante tan gran prodigio y, dado que no logré comprender este misterio, reconozco mi derrota; más aún, mientras proclamo la victoria de la sabiduría del Creador y le canto himnos de alabanza, grito: “Tanto saber me sobrepasa; es sublime y no lo abarco”” (Collana di Testi patristici, LXXV, Roma 1988, pp. 116-117).

Salmo 138

1 Señor, tú me sondeas y me conoces

2 tú sabes si me siento o me levanto;
de lejos percibes lo que pienso,

3 te das cuenta si camino o si descanso,
y todos mis pasos te son familiares.

4 Antes que la palabra esté en mi lengua,
tú, Señor, la conoces plenamente;

5 me rodeas por detrás y por delante
y tienes puesta tu mano sobre mí;

6 una ciencia tan admirable me sobrepasa:
es tan alta que no puedo alcanzarla.

7 ¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu?
¿A dónde huiré de tu presencia?

8 Si subo al cielo, allí estás tú;
si me tiendo en el Abismo, estás presente.

9 Si tomara las alas de la aurora
y fuera a habitar en los confines del mar,

10 también allí me llevaría tu mano
y me sostendría tu derecha.

11 Si dijera: «¡Que me cubran las tinieblas
y la luz sea como la noche a mi alrededor!»,

12 las tinieblas no serían oscuras para ti
y la noche será clara como el día.

13 Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:

14 te doy gracias porque fui formado
de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras!
Tú conocías hasta el fondo de mi alma

15 y nada de mi ser se te ocultaba,
cuando yo era formado en lo secreto,
cuando era tejido en lo profundo de la tierra.

16 Tus ojos ya veían mis acciones,
todas ellas estaban en tu Libro;
mis días estaban escritos y señalados,
antes que uno solo de ellos existiera.

17 ¡Qué difíciles son para mí tus designios!
¡Y qué inmenso, Dios mío, es el conjunto de ellos!

18 Si me pongo a contarlos,
son más que la arena;
y si terminara de hacerlo,
aún entonces seguiría a tu lado.

19 ¡Ojalá, Dios mío, hicieras morir a los malvados
y se apartaran de mí los hombres sanguinarios,

20 esos que hablan de ti con perfidia
y en vano se rebelan contra ti!

21 ¿Acaso yo no odio a los que te odian
y aborrezco a los que te desprecian?

22 Yo los detesto implacablemente,
y son para mí verdaderos enemigos.

23 Sondéame, Dios mío, y penetra mi interior;
examíname y conoce los que pienso;

24 observa si estoy en un camino falso
y llévame por el camino eterno.

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Señor, tú me sondeas y me conoces

Miércoles 28 de diciembre de 2005

Salmo 138

Queridos hermanos y hermanas:

1. En esta audiencia general del miércoles de la octava de Navidad, fiesta litúrgica de los Santos Inocentes, reanudamos nuestra meditación sobre el salmo 138, cuya lectura orante nos propone la liturgia de las Vísperas en dos etapas distintas. Después de contemplar en la primera parte (cf. Vv. 1-12) al Dios omnisciente y omnipotente, Señor del ser y de la historia, ahora este himno sapiencial de intensa belleza y pasión se fija en la realidad más alta y admirable de todo el universo, el hombre, definido como el “prodigio” de Dios (cf. V. 14). En realidad, se trata de un tema en profunda sintonía con el clima navideño que estamos viviendo en estos días, en los que celebramos el gran misterio del Hijo de Dios hecho hombre, más aún, hecho Niño por nuestra salvación.

Después de considerar la mirada y la presencia del Creador que se extienden por todo el horizonte cósmico, en la segunda parte del salmo que meditamos hoy, la mirada amorosa de Dios se fija en el ser humano, considerado en su inicio pleno y completo. Aún es un ser “informe” en el seno materno: algunos estudiosos de la Biblia interpretan la palabra hebrea que usa el salmo como equivalente a “embrión”, descrito mediante esa palabra como una pequeña realidad oval, enrollada, pero sobre la cual ya se posa la mirada benévola y amorosa de los ojos de Dios (cf. V. 16).

2. El salmista, para definir la acción divina dentro del seno materno, recurre a las clásicas imágenes bíblicas, mientras que la cavidad generadora de la madre se compara a “lo profundo de la tierra”, es decir, a la constante vitalidad de la gran madre tierra (cf. V. 15).

Ante todo, se utiliza el símbolo del alfarero y del escultor, que “forma”, que plasma su creación artística, su obra maestra, precisamente como se decía en el libro del Génesis con respecto a la creación del hombre: “El Señor Dios formó al hombre con polvo del suelo” (Gn 2,7). Luego viene el símbolo del “tejido”, que evoca la delicadeza de la piel, de la carne, de los nervios “entretejidos” sobre el esqueleto.

También Job evocaba con fuerza estas y otras imágenes para exaltar la obra maestra que es la persona humana, a pesar de estar golpeada y herida por el sufrimiento: “Tus manos me formaron, me plasmaron (…). Recuerda que me hiciste como se amasa el barro (…). ¿No me vertiste como leche y me cuajaste como queso? De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios” (Jb 10,8-11).

3. Sumamente fuerte es, en nuestro salmo, la idea de que Dios ya ve todo el futuro de ese embrión aún “informe”: en el libro de la vida del Señor ya están escritos los días que esa criatura vivirá y colmará de obras durante su existencia terrena. Así vuelve a manifestarse la grandeza trascendente del conocimiento divino, que no sólo abarca el pasado y el presente de la humanidad, sino también el arco todavía oculto del futuro. También se manifiesta la grandeza de esta pequeña criatura humana, que aún no ha nacido, formada por las manos de Dios y envuelta en su amor: un elogio bíblico del ser humano desde el primer momento de su existencia.

Ahora releamos la reflexión que san Gregorio Magno, en sus Homilías sobre Ezequiel, hizo sobre la frase del salmo que hemos comentado: “Siendo todavía informe me han visto tus ojos y todo estaba escrito en tu libro” (v. 16). Sobre esas palabras el Pontífice y Padre de la Iglesia construyó una original y delicada meditación acerca de los que en la comunidad cristiana son más débiles en su camino espiritual.

Y dice que también los débiles en la fe y en la vida cristiana forman parte de la arquitectura de la Iglesia, “son incluidos en ella (…) en virtud de su buen deseo. Es verdad que son imperfectos y pequeños, pero, en la medida en que logran comprender, aman a Dios y al prójimo, y no dejan de realizar el bien que pueden. A pesar de que aún no llegan a los dones espirituales hasta el punto de abrir el alma a la acción perfecta y a la ardiente contemplación, no se apartan del amor a Dios y al prójimo, en la medida en que son capaces de comprenderlo. Por eso, sucede que también ellos, aunque estén situados en un lugar menos importante, contribuyen a la edificación de la Iglesia, pues, si bien son inferiores por doctrina, profecía, gracia de milagros y completo desprecio del mundo, se apoyan en el fundamento del temor y del amor, en el que encuentran su solidez” (2, 3, 12-13: Opere di Gregorio Magno III/2, Roma 1993, pp. 79-81).

El mensaje de san Gregorio es un gran consuelo para todos nosotros que a menudo avanzamos con dificultad por el camino de la vida espiritual y eclesial. El Señor nos conoce y nos envuelve con su amor.

Salmo 138

1 Señor, tú me sondeas y me conoces

2 tú sabes si me siento o me levanto;
de lejos percibes lo que pienso,

3 te das cuenta si camino o si descanso,
y todos mis pasos te son familiares.

4 Antes que la palabra esté en mi lengua,
tú, Señor, la conoces plenamente;

5 me rodeas por detrás y por delante
y tienes puesta tu mano sobre mí;

6 una ciencia tan admirable me sobrepasa:
es tan alta que no puedo alcanzarla.

7 ¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu?
¿A dónde huiré de tu presencia?

8 Si subo al cielo, allí estás tú;
si me tiendo en el Abismo, estás presente.

9 Si tomara las alas de la aurora
y fuera a habitar en los confines del mar,

10 también allí me llevaría tu mano
y me sostendría tu derecha.

11 Si dijera: «¡Que me cubran las tinieblas
y la luz sea como la noche a mi alrededor!»,

12 las tinieblas no serían oscuras para ti
y la noche será clara como el día.

13 Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:

14 te doy gracias porque fui formado
de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras!
Tú conocías hasta el fondo de mi alma

15 y nada de mi ser se te ocultaba,
cuando yo era formado en lo secreto,
cuando era tejido en lo profundo de la tierra.

16 Tus ojos ya veían mis acciones,
todas ellas estaban en tu Libro;
mis días estaban escritos y señalados,
antes que uno solo de ellos existiera.

17 ¡Qué difíciles son para mí tus designios!
¡Y qué inmenso, Dios mío, es el conjunto de ellos!

18 Si me pongo a contarlos,
son más que la arena;
y si terminara de hacerlo,
aún entonces seguiría a tu lado.

19 ¡Ojalá, Dios mío, hicieras morir a los malvados
y se apartaran de mí los hombres sanguinarios,

20 esos que hablan de ti con perfidia
y en vano se rebelan contra ti!

21 ¿Acaso yo no odio a los que te odian
y aborrezco a los que te desprecian?

22 Yo los detesto implacablemente,
y son para mí verdaderos enemigos.

23 Sondéame, Dios mío, y penetra mi interior;
examíname y conoce los que pienso;

24 observa si estoy en un camino falso
y llévame por el camino eterno.

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Cristo, primogénito de toda criatura, primogénito de entre los muertos

Miércoles 4 de enero de 2006

Colosenses 1,1-29

Queridos hermanos y hermanas:

1. En esta primera audiencia general del nuevo año vamos a meditar el célebre himno cristológico que se encuentra en la carta a los Colosenses: es casi el solemne pórtico de entrada de este rico escrito paulino, y es también un pórtico de entrada de este año. El himno propuesto a nuestra reflexión, es introducido con una amplia fórmula de acción de gracias (cf. Vv. 3. 12-14), que nos ayuda a crear el clima espiritual para vivir bien estos primeros días del año 2006, así como nuestro camino a lo largo de todo el año nuevo (cf. Vv. 15-20).

La alabanza del Apóstol, al igual que la nuestra, se eleva a “Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo” (v. 3), fuente de la salvación, que se describe primero de forma negativa como “liberación del dominio de las tinieblas” (v. 13), es decir, como “redención y perdón de los pecados” (v. 14), y luego de forma positiva como “participación en la herencia del pueblo santo en la luz” (v. 12) y como ingreso en “el reino de su Hijo querido” (v. 13).

2. En este punto comienza el grande y denso himno, que tiene como centro a Cristo, del cual se exaltan el primado y la obra tanto en la creación como en la historia de la redención (cf. Vv. 15-20). Así pues, son dos los movimientos del canto. En el primero se presenta a Cristo como “primogénito de toda criatura” (v. 15). En efecto, él es la “imagen de Dios invisible”, y esta expresión encierra toda la carga que tiene el “icono” en la cultura de Oriente: más que la semejanza, se subraya la intimidad profunda con el sujeto representado.

Cristo vuelve a proponer en medio de nosotros de modo visible al “Dios invisible” —en él vemos el rostro de Dios— a través de la naturaleza común que los une. Por esta altísima dignidad suya, Cristo “es anterior a todo”, no sólo por ser eterno, sino también y sobre todo con su obra creadora y providente: “Por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles (…). Todo se mantiene en él” (vv. 16-17). Más aún, todas las cosas fueron creadas también “por él y para él” (v. 16).

Así san Pablo nos indica una verdad muy importante: la historia tiene una meta, una dirección. La historia va hacia la humanidad unida en Cristo, va hacia el hombre perfecto, hacia el humanismo perfecto. Con otras palabras, san Pablo nos dice: sí, hay progreso en la historia. Si queremos, hay una evolución de la historia. Progreso es todo lo que nos acerca a Cristo y así nos acerca a la humanidad unida, al verdadero humanismo. Estas indicaciones implican también un imperativo para nosotros: trabajar por el progreso, que queremos todos. Podemos hacerlo trabajando por el acercamiento de los hombres a Cristo; podemos hacerlo configurándonos personalmente con Cristo, yendo así en la línea del verdadero progreso.

3. El segundo movimiento del himno (cf. Col 1,18-20) está dominado por la figura de Cristo salvador dentro de la historia de la salvación. Su obra se revela ante todo al ser “la cabeza del cuerpo, de la Iglesia” (v. 18): este es el horizonte salvífico privilegiado en el que se manifiestan en plenitud la liberación y la redención, la comunión vital que existe entre la cabeza y los miembros del cuerpo, es decir, entre Cristo y los cristianos. La mirada del Apóstol se dirige hasta la última meta hacia la que, como hemos dicho, converge la historia: Cristo es el “primogénito de entre los muertos” (v. 18), es aquel que abre las puertas a la vida eterna, arrancándonos del límite de la muerte y del mal.

En efecto, este es el pleroma, la “plenitud” de vida y de gracia que reside en Cristo mismo, que a nosotros se nos dona y comunica (cf. V. 19). Con esta presencia vital, que nos hace partícipes de la divinidad, somos transformados interiormente, reconciliados, pacificados: esta es una armonía de todo el ser redimido, en el que Dios será “todo en todos” (1Co 15,28). Y vivir como cristianos significa dejarse transformar interiormente hacia la forma de Cristo. Así se realiza la reconciliación, la pacificación.

4. A este grandioso misterio de la Redención le dedicamos ahora una mirada contemplativa y lo hacemos con las palabras de san Proclo de Constantinopla, que murió en el año 446. En su primera homilía sobre la Madre de Dios, María, presenta el misterio de la Redención como consecuencia de la Encarnación.

En efecto —dice san Proclo—, Dios se hizo hombre para salvarnos y así arrancarnos del poder de las tinieblas, a fin de llevarnos al reino de su Hijo querido, como recuerda este himno de la carta a los Colosenses. “El que nos ha redimido no es un simple hombre —comenta san Proclo—, pues todo el género humano era esclavo del pecado; pero tampoco era un Dios sin naturaleza humana, pues tenía un cuerpo. Si no se hubiera revestido de mí, no me habría salvado. Al encarnarse en el seno de la Virgen, se vistió de condenado. Allí se produjo el admirable intercambio: dio el espíritu y tomó la carne” (8: Testi mariani del primo millennio, I, Roma 1988, p. 561).

Por consiguiente, estamos ante la obra de Dios, que ha realizado la Redención precisamente por ser también hombre. Es el Hijo de Dios, salvador, pero a la vez es también nuestro hermano, y con esta cercanía nos comunica el don divino. Es realmente el Dios con nosotros. Amén.

Colosenses 1,1-29

1 Pablo, Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo

2 saludan a los santos de Colosas, sus fieles hermanos en Cristo. Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre.

3 Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando sin cesar por ustedes,

4 desde que nos hemos enterado de la fe que tienen en Cristo Jesús y del amor que demuestran a todos los santos,

5 a causa de la esperanza que les está reservada en el cielo. Ustedes oyeron anunciar esta esperanza por medio de la Palabra de la verdad, de la Buena Noticia

6 que han recibido y que se extiende y fructifica en el mundo entero. Eso mismo sucede entre ustedes, desde que oyeron y comprendieron la gracia de Dios en toda su verdad,

7 al ser instruidos por Epafras, nuestro querido compañero en el servicio de Dios. Él es para ustedes un fiel ministro de Cristo,

8 y por él conocimos el amor que el Espíritu les inspira.

9 Por eso, desde que nos enteramos de esto, oramos y pedimos sin cesar por ustedes, para que Dios les haga conocer perfectamente su voluntad, y les dé con abundancia la sabiduría y el sentido de las cosas espirituales.

10 Así podrán comportarse de una manera digan del Señor, agradándolo en todo, fructificando en toda clase de obras buenas y progresando en el conocimiento de Dios.

11 Fortalecidos plenamente con el poder de su gloria, adquirirán una verdadera firmeza y constancia de ánimo,

12 y darán gracias con alegría al Padre, que nos ha hecho dignos de participar de la herencia luminosa de los santos.

13 Porque él nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido,

14 en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados.

15 Él es la Imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación,

16 porque en él fueron creadas todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra los seres visibles y los invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades: todo fue creado por medio de él y para él.

17 El existe antes que todas las cosas y todo subsiste en él.

18 Él es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia. Él es el Principio, el Primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que él tuviera la primacía en todo,

19 porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud.

20 Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz.

21 Antes, a causa de sus pensamientos y sus malas obras, ustedes eran extraños y enemigos de Dios.

22 Pero ahora, él los ha reconciliado en el cuerpo carnal de su Hijo, entregándolo a la muerte, a fin de que ustedes pudieran presentarse delante de él como una ofrenda santa, inmaculada e irreprochable.

23 Para esto es necesario que ustedes permanezcan firmes y bien fundados en la fe, sin apartarse de la esperanza transmitida por la Buena Noticia que han oído y que fue predicada a todas las criaturas que están bajo el cielo y de la cual yo mismo, Pablo, fui constituido ministro.

24 Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia.

25 En efecto, yo fui constituido ministro de la Iglesia, porque de acuerdo con el plan divino, he sido encargado de llevar a su plenitud entre ustedes la Palabra de Dios,

26 el misterio que estuvo oculto desde toda la eternidad y que ahora Dios quiso manifestar a sus santos.

27 A ellos les ha revelado cuánta riqueza y gloria contiene para los paganos este misterio, que es Cristo entre ustedes, la esperanza de la gloria.

28 Nosotros anunciamos a Cristo, exhortando a todos los hombres e instruyéndolos en la verdadera sabiduría, a fin de que todos alcancen su madurez en Cristo.

29 Por esta razón, me fatigo y lucho con la fuerza de Cristo que obra en mí poderosamente.

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Oración del Rey por la victoria y la paz

Miércoles 11 de enero de 2006

Salmo 143

Queridos hermanos y hermanas:

1. Nuestro itinerario en el Salterio usado por la liturgia de las Vísperas llega ahora a un himno regio, el salmo 143, cuya primera parte se acaba de proclamar: en efecto, la liturgia propone este canto subdividiéndolo en dos momentos.

La primera parte (cf. vv. 1-8) manifiesta, de modo neto, la característica literaria de esta composición: el salmista recurre a citas de otros textos sálmicos, articulándolos en un nuevo proyecto de canto y de oración.

Precisamente porque este salmo es de época sucesiva, es fácil pensar que el rey exaltado no tiene ya los rasgos del soberano davídico, pues la realeza judía había acabado con el exilio de Babilonia en el siglo VI a.C., sino que representa la figura luminosa y gloriosa del Mesías, cuya victoria ya no es un acontecimiento bélico-político, sino una intervención de liberación contra el mal. No se habla del "mesías" —término hebreo para referirse al "consagrado", como era el soberano—, sino del "Mesías" por excelencia, que en la relectura cristiana tiene el rostro de Jesucristo, "hijo de David, hijo de Abraham" (Mt 1,1).

2. El himno comienza con una bendición, es decir, con una exclamación de alabanza dirigida al Señor, celebrado con una pequeña letanía de títulos salvíficos: es la roca segura y estable, es la gracia amorosa, es el alcázar protegido, el refugio defensivo, la liberación, el escudo que mantiene alejado todo asalto del mal (cf.Sal 143,1-2). También se utiliza la imagen marcial de Dios que adiestra a los fieles para la lucha a fin de que sepan afrontar las hostilidades del ambiente, las fuerzas oscuras del mundo.

Ante el Señor omnipotente el orante, pese a su dignidad regia, se siente débil y frágil. Hace, entonces, una profesión de humildad, que se formula, como decíamos, con las palabras de los salmos 8 y 38. En efecto, siente que es "un soplo", como una sombra que pasa, débil e inconsistente, inmerso en el flujo del tiempo que transcurre, marcado por el límite propio de la criatura (cf. Sal 143,4).

3. Entonces surge la pregunta: ¿por qué Dios se interesa y preocupa de esta criatura tan miserable y caduca? A este interrogante (cf. v. 3) responde la grandiosa irrupción divina, llamada "teofanía", a la que acompaña un cortejo de elementos cósmicos y acontecimientos históricos, orientados a celebrar la trascendencia del Rey supremo del ser, del universo y de la historia.

Los montes echan humo en erupciones volcánicas (cf. v. 5), los rayos son como saetas que desbaratan a los malvados (cf. v. 6), las "aguas caudalosas" del océano son símbolo del caos, del cual, sin embargo, es librado el rey por obra de la misma mano divina (cf. v. 7). En el fondo están los impíos, que dicen "falsedades" y "juran en falso" (cf. vv. 7-8), una representación concreta, según el estilo semítico, de la idolatría, de la perversión moral, del mal que realmente se opone a Dios y a sus fieles.

4. Ahora, para nuestra meditación, consideraremos inicialmente la profesión de humildad que el salmista realiza y acudiremos a las palabras de Orígenes, cuyo comentario a este texto ha llegado a nosotros en la versión latina de san Jerónimo. "El salmista habla de la fragilidad del cuerpo y de la condición humana" porque "por lo que se refiere a la condición humana, el hombre no es nada.

"Vanidad de vanidades, todo es vanidad", dijo el Eclesiastés". Pero vuelve entonces la pregunta, marcada por el asombro y la gratitud: ""Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?"... Es gran felicidad para el hombre conocer a su Creador. En esto nos diferenciamos de las fieras y de los demás animales, porque sabemos que tenemos nuestro Creador, mientras que ellos no lo saben".

Vale la pena meditar un poco estas palabras de Orígenes, que ve la diferencia fundamental entre el hombre y los demás animales en el hecho de que el hombre es capaz de conocer a Dios, su Creador; de que el hombre es capaz de la verdad, capaz de un conocimiento que se transforma en relación, en amistad. En nuestro tiempo, es importante que no nos olvidemos de Dios, junto con los demás conocimientos que hemos adquirido mientras tanto, y que son muchos. Pero resultan todos problemáticos, a veces peligrosos, si falta el conocimiento fundamental que da sentido y orientación a todo: el conocimiento de Dios creador.

Volvamos a Orígenes, que dice: "No podrás salvar esta miseria que es el hombre, si tú mismo no la tomas sobre ti. "Señor, inclina tu cielo y desciende". Tu oveja perdida no podrá curarse si no la cargas sobre tus hombros... Estas palabras se dirigen al Hijo: "Señor, inclina tu cielo y desciende"... Has descendido, has abajado el cielo y has extendido tu mano desde lo alto, y te has dignado tomar sobre ti la carne del hombre, y muchos han creído en ti" (Orígenes Jerónimo,74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 512-515).

Para nosotros, los cristianos, Dios ya no es, como en la filosofía anterior al cristianismo, una hipótesis, sino una realidad, porque Dios "ha inclinado su cielo y ha descendido". El cielo es él mismo y ha descendido en medio de nosotros. Con razón, Orígenes ve en la parábola de la oveja perdida, a la que el pastor toma sobre sus hombros, la parábola de la Encarnación de Dios. Sí, en la Encarnación él descendió y tomó sobre sus hombros nuestra carne, a nosotros mismos. Así, el conocimiento de Dios se ha hecho realidad, se ha hecho amistad, comunión. Demos gracias al Señor porque "ha inclinado su cielo y ha descendido", ha tomado sobre sus hombros nuestra carne y nos lleva por los caminos de nuestra vida.

El salmo, que partió de nuestro descubrimiento de que somos débiles y estamos lejos del esplendor divino, al final llega a esta gran sorpresa de la acción divina: a nuestro lado está el Dios-Emmanuel, que para los cristianos tiene el rostro amoroso de Jesucristo, Dios hecho hombre, hecho uno de nosotros.

Salmo 143

1 Bendito sea el Señor, mi Roca,
el que adiestra mis brazos para el combate
y mis manos para la lucha.

2 Él es mi bienhechor y mi fortaleza,
mi baluarte y mi libertador;
él es el escudo con que me resguardo,
y el que somete los pueblos a mis pies.

3 Señor, ¿qué es el hombre para que tú lo cuides,
y el ser humano, para que pienses en él?

4 El hombre es semejante a un soplo,
y sus días son como una sombre fugaz.

5 Inclina tu cielo, Señor, y desciende;
toca las montañas para que arrojen humo.

6 Lanza un rayo y dispersa a tus enemigos,
dispara tus flechas, y confúndelos.

7 Extiende tu mano desde lo alto,
y líbrame de las aguas caudalosas;
sálvame del poder de los extranjeros,

8 que dicen mentiras con la boca
y tienen las manos llenas de traición.

9 Dios mío, yo quiero cantarte un canto nuevo
y tocar para ti con el arpa de diez cuerdas,

10 porque tú das la victoria a los reyes
y libras a David, tu servidor.
Líbrame de la espada maligna,

11 sálvame del poder de los extranjeros,
que dicen mentiras con la boca
y tienen las manos llenas de traición.

12 Que nuestros hijos sean como plantas,
florecientes en plena juventud;
que nuestras hijas se asemejen a columnas,
esculpidas como las de un palacio.

13 Que nuestros graneros estén repletos
con productos de todas las especies;
que nuestros rebaños se reproduzcan a millares
en todas nuestras praderas.

14 Que nuestros bueyes estén bien cargados,
que no haya brechas ni aberturas en los muros
ni gritos de angustia en nuestras plazas.

15 ¡Feliz el pueblo que tiene todo esto,
feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor!

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Oración del Rey

Miércoles 25 de enero de 2006

Salmo 143

Queridos hermanos y hermanas:

1. Concluye hoy la Semana de oración por la unidad de los cristianos, durante la cual hemos reflexionado en la necesidad de pedir constantemente al Señor el gran don de la unidad plena entre todos los discípulos de Cristo. En efecto, la oración contribuye de modo esencial a hacer más sincero y fructífero el compromiso ecuménico común de las Iglesias y comunidades eclesiales.

En este encuentro queremos reanudar la meditación sobre el salmo 143, que laliturgia de las Vísperas nos propone en dos momentos distintos (cf. vv. 1-8 y vv. 9-15). Tiene el tono de un himno; y también en este segundo movimiento del salmo entra en escena la figura del "Ungido", es decir, del "Consagrado" por excelencia, Jesús, que atrae a todos hacia sí para hacer de todos "uno" (cf. Jn 17,11. 21). Con razón, la escena que dominará el canto estará marcada por la prosperidad y la paz, los símbolos típicos de la era mesiánica.

2. Por esto, el cántico se define como "nuevo", término que en el lenguaje bíblico no indica tanto la novedad exterior de las palabras, cuanto la plenitud última que sella la esperanza (cf. v. 9). Así pues, se canta la meta de la historia, en la que por fin callará la voz del mal, que el salmista describe como "falsedades" y "jurar en falso", expresiones que aluden a la idolatría (cf. v. 11).

Pero después de este aspecto negativo se presenta, con un espacio mucho mayor, la dimensión positiva, la del nuevo mundo feliz que está a punto de llegar. Esta es la verdadera shalom, es decir, la "paz" mesiánica, un horizonte luminoso que se articula en una sucesión de escenas de vida social: también para nosotros pueden convertirse en auspicio de la creación de una sociedad más justa.

3. En primer lugar está la familia (cf. v. 12), que se basa en la vitalidad de la generación. Los hijos, esperanza del futuro, se comparan a árboles robustos; las hijas se presentan como columnas sólidas que sostienen el edificio de la casa, semejantes a las de un templo. De la familia se pasa a la vida económica, al campo con sus frutos conservados en silos, con las praderas llenas de rebaños que pacen, con los bueyes que avanzan en los campos fértiles (cf. vv. 13-14).

La mirada pasa luego a la ciudad, es decir, a toda la comunidad civil, que por fin goza del don valioso de la paz y de la tranquilidad pública. En efecto, desaparecen para siempre las "brechas" que los invasores abren en las murallas de las plazas durante los asaltos; acaban las "incursiones", que implican saqueos y deportaciones, y, por último, ya no se escucha el "gemido" de los desesperados, de los heridos, de las víctimas, de los huérfanos, triste legado de las guerras (cf. v. 14).

4. Este retrato de un mundo diverso, pero posible, se encomienda a la obra del Mesías y también a la de su pueblo. Todos juntos, bajo la guía del Mesías Cristo, debemos trabajar por este proyecto de armonía y paz, cesando la acción destructora del odio, de la violencia, de la guerra. Sin embargo, hay que hacer una opción, poniéndose de parte del Dios del amor y de la justicia.

Por esto el Salmo concluye con las palabras: "Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor". Dios es el bien de los bienes, la condición de todos los demás bienes. Sólo un pueblo que conoce a Dios y defiende los valores espirituales y morales puede realmente ir hacia una paz profunda y convertirse también en una fuerza de paz para el mundo, para los demás pueblos. Y, por tanto, puede entonar con el salmista el "cántico nuevo", lleno de confianza y esperanza. Viene espontáneamente a la mente la referencia a la nueva alianza, a la novedad misma que es Cristo y su Evangelio.

Es lo que nos recuerda san Agustín. Leyendo este salmo, interpreta también las palabras: "tocaré para ti el arpa de diez cuerdas". El arpa de diez cuerdas es para él la ley compendiada en los diez mandamientos. Pero debemos encontrar la clave correcta de estas diez cuerdas, de estos diez mandamientos. Y, como dice san Agustín, estas diez cuerdas, los diez mandamientos, sólo resuenan bien si vibran con la caridad del corazón. La caridad es la plenitud de la ley. Quien vive los mandamientos como dimensión de la única caridad, canta realmente el "cántico nuevo". La caridad que nos une a los sentimientos de Cristo es el verdadero "cántico nuevo" del "hombre nuevo", capaz de crear también un "mundo nuevo". Este salmo nos invita a cantar "con el arpa de diez cuerdas" con corazón nuevo, a cantar con los sentimientos de Cristo, a vivir los diez mandamientos en la dimensión del amor, contribuyendo así a la paz y a la armonía del mundo (cf. Esposizioni sui salmi, 143, 16: Nuova Biblioteca Agostiniana, XXVIII, Roma 1977, p. 677).

Salmo 143

1 Bendito sea el Señor, mi Roca,
el que adiestra mis brazos para el combate
y mis manos para la lucha.

2 Él es mi bienhechor y mi fortaleza,
mi baluarte y mi libertador;
él es el escudo con que me resguardo,
y el que somete los pueblos a mis pies.

3 Señor, ¿qué es el hombre para que tú lo cuides,
y el ser humano, para que pienses en él?

4 El hombre es semejante a un soplo,
y sus días son como una sombre fugaz.

5 Inclina tu cielo, Señor, y desciende;
toca las montañas para que arrojen humo.

6 Lanza un rayo y dispersa a tus enemigos,
dispara tus flechas, y confúndelos.

7 Extiende tu mano desde lo alto,
y líbrame de las aguas caudalosas;
sálvame del poder de los extranjeros,

8 que dicen mentiras con la boca
y tienen las manos llenas de traición.

9 Dios mío, yo quiero cantarte un canto nuevo
y tocar para ti con el arpa de diez cuerdas,

10 porque tú das la victoria a los reyes
y libras a David, tu servidor.
Líbrame de la espada maligna,

11 sálvame del poder de los extranjeros,
que dicen mentiras con la boca
y tienen las manos llenas de traición.

12 Que nuestros hijos sean como plantas,
florecientes en plena juventud;
que nuestras hijas se asemejen a columnas,
esculpidas como las de un palacio.

13 Que nuestros graneros estén repletos
con productos de todas las especies;
que nuestros rebaños se reproduzcan a millares
en todas nuestras praderas.

14 Que nuestros bueyes estén bien cargados,
que no haya brechas ni aberturas en los muros
ni gritos de angustia en nuestras plazas.

15 ¡Feliz el pueblo que tiene todo esto,
feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor!

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Himno a la grandeza y bondad de Dios

Miércoles 1 de febrero de 2006

Salmo 144

Queridos hermanos y hermanas:

1. Acabamos de orar con la plegaria del salmo 144, una gozosa alabanza al Señor que es ensalzado como soberano amoroso y tierno, preocupado por todas sus criaturas. La liturgia nos propone este himno en dos momentos distintos, que corresponden también a los dos movimientos poéticos y espirituales del mismo salmo. Ahora reflexionaremos en la primera parte, que corresponde a los versículos 1-13.

Este salmo es un canto elevado al Señor, al que se invoca y describe como "rey" (cf. Sal 144,1), una representación divina que aparece con frecuencia en otros salmos (cf. Sal 46; 92; 95; y 98). Más aún, el centro espiritual de nuestro canto está constituido precisamente por una celebración intensa y apasionada de la realeza divina. En ella se repite cuatro veces —como para indicar los cuatro puntos cardinales del ser y de la historia— la palabra hebrea malkut, "reino" (cf. Sal 144,11-13).

Sabemos que este simbolismo regio, que será central también en la predicación de Cristo, es la expresión del proyecto salvífico de Dios, el cual no es indiferente ante la historia humana; al contrario, con respecto a ella tiene el deseo de realizar con nosotros y por nosotros un proyecto de armonía y paz. Para llevar a cabo este plan se convoca también a la humanidad entera, a fin de que cumpla la voluntad salvífica divina, una voluntad que se extiende a todos los "hombres", a "todas las generaciones" y a "todos los siglos". Una acción universal, que arranca el mal del mundo y establece en él la "gloria" del Señor, es decir, su presencia personal eficaz y trascendente.

2. Hacia este corazón del Salmo, situado precisamente en el centro de la composición, se dirige la alabanza orante del salmista, que se hace portavoz de todos los fieles y quisiera ser hoy el portavoz de todos nosotros. En efecto, la oración bíblica más elevada es la celebración de las obras de salvación que revelan el amor del Señor con respecto a sus criaturas. En este salmo se sigue exaltando "el nombre" divino, es decir, su persona (cf. vv. 1-2), que se manifiesta en su actuación histórica: en concreto se habla de "obras", "hazañas", "maravillas", "fuerza", "grandeza", "justicia", "paciencia", "misericordia", "gracia", "bondad" y "ternura".

Es una especie de oración, en forma de letanía, que proclama la intervención de Dios en la historia humana para llevar a toda la realidad creada a una plenitud salvífica. Nosotros no estamos a merced de fuerzas oscuras, ni vivimos de forma solitaria nuestra libertad, sino que dependemos de la acción del Señor, poderoso y amoroso, que tiene para nosotros un plan, un "reino" por instaurar (cf. v. 11).

3. Este "reino" no consiste en poder y dominio, triunfo y opresión, como por desgracia sucede a menudo en los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad, de ternura, de bondad, de gracia, de justicia, como se reafirma en repetidas ocasiones a lo largo de los versículos que contienen la alabanza.

La síntesis de este retrato divino se halla en el versículo 8: el Señor es "lento a la cólera y rico en piedad". Estas palabras evocan la presentación que hizo Dios de sí mismo en el Sinaí, cuando dijo: "El Señor, el Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad" (Ex 34,6). Aquí tenemos una preparación de la profesión de fe en Dios que hace el apóstol san Juan, cuando nos dice sencillamente que es Amor: "Deus caritas est" (1Jn 4,8. 16).

4. Además de reflexionar en estas hermosas palabras, que nos muestran a un Dios "lento a la cólera y rico en piedad", siempre dispuesto a perdonar y ayudar, centramos también nuestra atención en el siguiente versículo, un texto hermosísimo: "el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas" (v. 9). Se trata de palabras que conviene meditar, palabras de consuelo, con las que el Señor nos da una certeza para nuestra vida.

A este propósito, san Pedro Crisólogo (380 ca. 450 ca.) en el Segundo discurso sobre el ayuno: ""Son grandes las obras del Señor". Pero esta grandeza que vemos en la grandeza de la creación, este poder es superado por la grandeza de la misericordia. En efecto, el profeta dijo: "Son grandes las obras de Dios"; y en otro pasaje añade: "Su misericordia es superior a todas sus obras". La misericordia, hermanos, llena el cielo y llena la tierra. (...) Precisamente por eso, la grande, generosa y única misericordia de Cristo, que reservó cualquier juicio para el último día, asignó todo el tiempo del hombre a la tregua de la penitencia. (...) Precisamente por eso, confía plenamente en la misericordia el profeta que no confiaba en su propia justicia: "Misericordia, Dios mío —dice— por tu bondad" (Sal 50,3)" (42,4-5: Discursos 1-62 bis,Scrittori dell area santambrosiana, 1, Milán-Roma 1996, pp. 299. 301).

Así decimos también nosotros al Señor: "Misericordia, Dios mío, por tu bondad".

Salmo 144

1 Te alabaré, Dios mío, a ti, el único Rey,
y bendeciré tu Nombre eternamente;

2 Día tras día te bendeciré,
y alabaré tu Nombre sin cesar.

3¡Grande es el Señor y muy digno de alabanza:
su grandeza es insondable!

4 Cada generación celebra tus acciones
y le anuncia a las otras tus portentos:

5 Ellas publican sus tremendos prodigios
y narran tus grandes proezas;

6 Ellas publican tus tremendos prodigios
y narran tus grandes proezas.

7 divulgan el recuerdo de tu inmensa bondad
y cantan alegres por tu victoria.

8 El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;

9 el Señor es bueno con todos
y tiene compasión de todas sus criaturas.

10 Que todas tus obras te den gracias, Señor,
y tus fieles te bendigan;

11 que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen tu poder.

12 Así manifestarán a los hombres tu fuerza
y el glorioso esplendor de tu reino:

13 Tu reino es un reino eterno,
y tu dominio permanece para siempre.
El Señor es fiel en todas sus palabras
y bondadoso en todas sus acciones.

14 El Señor sostiene a los que caen
y endereza a los que están encorvados.

15 Los ojos de todos esperan en ti,
y tú les das la comida a su tiempo;

16 abres tu mano
y colmas de favores a todos los vivientes.

17 El Señor es justo en todos sus caminos
y bondadoso en todas sus acciones.

18 El Señor está cerca de aquellos que lo invocan,
de aquellos que lo invocan de verdad;

19 cumple los deseos de sus fieles,
escucha su clamor y los salva;

20 el Señor protege a todos sus amigos
y destruye a los malvados.

21 Mi boca proclamará la alabanza del Señor:
que todos los vivientes bendigan su santo Nombre,
desde ahora y para siempre.

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Tu reino es un reino eterno

Miércoles 8 de febrero de 2006

Salmo 144

Queridos hermanos y hermanas:

1. Siguiendo la liturgia, que lo divide en dos partes, volvemos a reflexionar sobre el salmo 144, un canto admirable en honor del Señor, rey amoroso y solícito con sus criaturas. Ahora queremos meditar en la segunda sección de este salmo: son los versículos 14-21, que recogen el tema fundamental del primer movimiento del himno.

Allí se exaltaban la piedad, la ternura, la fidelidad y la bondad divina, que se extienden a la humanidad entera, implicando a todas las criaturas. Ahora el salmista centra su atención en el amor que el Señor siente, en particular, por los pobres y los débiles. La realeza divina no es lejana y altanera, como a veces puede suceder en el ejercicio del poder humano. Dios expresa su realeza mostrando su solicitud por las criaturas más frágiles e indefensas.

2. En efecto, Dios es ante todo un Padre que "sostiene a los que van a caer" y levanta a los que ya habían caído en el polvo de la humillación (cf. v. 14). En consecuencia, los seres vivos se dirigen al Señor casi como mendigos hambrientos y él, como padre solícito, les da el alimento que necesitan para vivir (cf. v. 15).

En este punto aflora a los labios del orante la profesión de fe en las dos cualidades divinas por excelencia: la justicia y la santidad. "El Señor es justo en todos sus caminos, es santo en todas sus acciones" (v. 17). En hebreo se usan dos adjetivos típicos para ilustrar la alianza establecida entre Dios y su pueblo: saddiqy hasid. Expresan la justicia que quiere salvar y librar del mal, y la fidelidad, que es signo de la grandeza amorosa del Señor.

3. El salmista se pone de parte de los beneficiados, a los que define con diversas expresiones; son términos que constituyen, en la práctica, una representación del verdadero creyente. Este "invoca" al Señor con una oración confiada, lo "busca" en la vida "sinceramente" (cf. v. 1), "teme" a su Dios, respetando su voluntad y obedeciendo su palabra (cf. v. 19), pero sobre todo lo "ama", con la seguridad de que será acogido bajo el manto de su protección y de su intimidad (cf. v. 20).

Así, el salmista concluye el himno de la misma forma en que lo había comenzado: invitando a alabar y bendecir al Señor y su "nombre", es decir, su persona viva y santa, que actúa y salva en el mundo y en la historia; más aún, invitando a todas las criaturas marcadas por el don de la vida a asociarse a la alabanza orante del fiel: "Todo viviente bendiga su santo nombre, por siempre jamás" (v. 21).
Es una especie de canto perenne que se debe elevar desde la tierra hasta el cielo; es la celebración comunitaria del amor universal de Dios, fuente de paz, alegría y salvación.

4. Para concluir nuestra reflexión, volvamos al consolador versículo que dice: "Cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente" (v. 18). Esta frase, en especial, la utilizaba con frecuencia Barsanufio de Gaza, un asceta que murió hacia mediados del siglo VI, al que buscaban los monjes, los eclesiásticos y los laicos por la sabiduría de su discernimiento.

Así, por ejemplo, a un discípulo que le expresaba el deseo "de buscar las causas de las diversas tentaciones que lo habían asaltado", Barsanufio le respondió: "Hermano Juan, no temas para nada las tentaciones que han surgido contra ti para probarte, porque el Señor no permitirá que caigas en ellas. Por eso, cuando te venga una de esas tentaciones, no te esfuerces por averiguar de qué se trata; lo que debes hacer es invocar el nombre de Jesús: "Jesús ayúdame" y él te escuchará porque "cerca está el Señor de los que lo invocan". No te desalientes; al contrario, corre con fuerza y llegarás a la meta, en nuestro Señor Jesucristo" (Barsanufio y Juan de Gaza, Epistolario, 39: Colección de Textos Patrísticos, XCIII, Roma 1991, p. 109).

Y estas palabras de ese antiguo Padre valen también para nosotros. En nuestras dificultades, problemas y tentaciones, no debemos simplemente hacer una reflexión teórica —¿de dónde vienen?—; debemos reaccionar de forma positiva: invocar al Señor, mantener el contacto vivo con el Señor. Más aún, debemos invocar el nombre de Jesús: "Jesús, ayúdame". Y estemos seguros de que él nos escucha, porque está cerca de los que lo buscan. No nos desanimemos; si corremos con fuerza, como dice este Padre, también nosotros llegaremos a la meta de nuestra vida, Jesús, nuestro Señor.

Salmo 144

1 Te alabaré, Dios mío, a ti, el único Rey,
y bendeciré tu Nombre eternamente;

2 Día tras día te bendeciré,
y alabaré tu Nombre sin cesar.

3¡Grande es el Señor y muy digno de alabanza:
su grandeza es insondable!

4 Cada generación celebra tus acciones
y le anuncia a las otras tus portentos:

5 Ellas publican sus tremendos prodigios
y narran tus grandes proezas;

6 Ellas publican tus tremendos prodigios
y narran tus grandes proezas.

7 divulgan el recuerdo de tu inmensa bondad
y cantan alegres por tu victoria.

8 El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;

9 el Señor es bueno con todos
y tiene compasión de todas sus criaturas.

10 Que todas tus obras te den gracias, Señor,
y tus fieles te bendigan;

11 que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen tu poder.

12 Así manifestarán a los hombres tu fuerza
y el glorioso esplendor de tu reino:

13 Tu reino es un reino eterno,
y tu dominio permanece para siempre.
El Señor es fiel en todas sus palabras
y bondadoso en todas sus acciones.

14 El Señor sostiene a los que caen
y endereza a los que están encorvados.

15 Los ojos de todos esperan en ti,
y tú les das la comida a su tiempo;

16 abres tu mano
y colmas de favores a todos los vivientes.

17 El Señor es justo en todos sus caminos
y bondadoso en todas sus acciones.

18 El Señor está cerca de aquellos que lo invocan,
de aquellos que lo invocan de verdad;

19 cumple los deseos de sus fieles,
escucha su clamor y los salva;

20 el Señor protege a todos sus amigos
y destruye a los malvados.

21 Mi boca proclamará la alabanza del Señor:
que todos los vivientes bendigan su santo Nombre,
desde ahora y para siempre.

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"Magníficat" Cántico de la santísima Virgen María

Miércoles 15 de febrero de 2006

Lucas 1,46-55. Magníficat

Queridos hermanos y hermanas:

1. Hemos llegado ya al final del largo itinerario que comenzó, hace exactamente cinco años, en la primavera del año 2001, mi amado predecesor el inolvidable Papa Juan Pablo II. Este gran Papa quiso recorrer en sus catequesis toda la secuencia de los salmos y los cánticos que constituyen el entramado fundamental de oración de la liturgia de las Laudes y las Vísperas.

Al terminar la peregrinación por esos textos, que ha sido como un viaje al jardín florido de la alabanza, la invocación, la oración y la contemplación, hoy reflexionaremos sobre el Cántico con el que se concluye idealmente toda celebración de las Vísperas: el Magníficat (cf. Lc 1,46-55).

Es un canto que revela con acierto la espiritualidad de los anawim bíblicos, es decir, de los fieles que se reconocían "pobres" no sólo por su alejamiento de cualquier tipo de idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la profunda humildad de su corazón, rechazando la tentación del orgullo, abierto a la irrupción de la gracia divina salvadora. En efecto, todo el Magníficat, que acabamos de escuchar cantado por el coro de la Capilla Sixtina, está marcado por esta "humildad", en griego tapeinosis, que indica una situación de humildad y pobreza concreta.

2. El primer movimiento del cántico mariano (cf. Lc 1, 46-50) es una especie de voz solista que se eleva hacia el cielo para llegar hasta el Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen que habla así de su Salvador, que ha hecho obras grandes en su alma y en su cuerpo. En efecto, conviene notar que el cántico está compuesto en primera persona: "Mi alma... Mi espíritu... Mi Salvador... Me felicitarán... Ha hecho obras grandes por mí...". Así pues, el alma de la oración es la celebración de la gracia divina, que ha irrumpido en el corazón y en la existencia de María, convirtiéndola en la Madre del Señor.

La estructura íntima de su canto orante es, por consiguiente, la alabanza, la acción de gracias, la alegría, fruto de la gratitud. Pero este testimonio personal no es solitario e intimista, puramente individualista, porque la Virgen Madre es consciente de que tiene una misión que desempeñar en favor de la humanidad y de que su historia personal se inserta en la historia de la salvación. Así puede decir: "Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación" (v. 50). Con esta alabanza al Señor, la Virgen se hace portavoz de todas las criaturas redimidas, que, en su "fiat" y así en la figura de Jesús nacido de la Virgen, encuentran la misericordia de Dios.

3. En este punto se desarrolla el segundo movimiento poético y espiritual delMagníficat (cf. vv. 51-55). Tiene una índole más coral, como si a la voz de María se uniera la de la comunidad de los fieles que celebran las sorprendentes elecciones de Dios. En el original griego, el evangelio de san Lucas tiene siete verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones que el Señor realiza de modo permanente en la historia: "Hace proezas...; dispersa a los soberbios...; derriba del trono a los poderosos...; enaltece a los humildes...; a los hambrientos los colma de bienes...; a los ricos los despide vacíos...; auxilia a Israel".

En estas siete acciones divinas es evidente el "estilo" en el que el Señor de la historia inspira su comportamiento: se pone de parte de los últimos. Su proyecto a menudo está oculto bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan "los soberbios, los poderosos y los ricos". Con todo, está previsto que su fuerza secreta se revele al final, para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: "Los que le temen", fieles a su palabra, "los humildes, los que tienen hambre, Israel su siervo", es decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está formada por los que son "pobres", puros y sencillos de corazón. Se trata del "pequeño rebaño", invitado a no temer, porque al Padre le ha complacido darle su reino (cf. Lc 12,32). Así, este cántico nos invita a unirnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del pueblo de Dios con pureza y sencillez de corazón, con amor a Dios.

4. Acojamos ahora la invitación que nos dirige san Ambrosio en su comentario al texto del Magníficat. Dice este gran doctor de la Iglesia: "Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios... El alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se alegra en Dios, porque, consagrada con el alma y el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo proviene, y a un solo Señor, en virtud del cual existen todas las cosas" (Esposizione del Vangelo secondo Luca, 2, 26-27: SAEMO, XI, Milán-Roma 1978, p. 169).

En este estupendo comentario de san Ambrosio sobre el Magníficat siempre me impresionan de modo especial las sorprendentes palabras: "Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios". Así el santo doctor, interpretando las palabras de la Virgen misma, nos invita a hacer que el Señor encuentre una morada en nuestra alma y en nuestra vida. No sólo debemos llevarlo en nuestro corazón; también debemos llevarlo al mundo, de forma que también nosotros podamos engendrar a Cristo para nuestros tiempos. Pidamos al Señor que nos ayude a alabarlo con el espíritu y el alma de María, y a llevar de nuevo a Cristo a nuestro mundo.

Lucas 1,46-55.Magníficat

46 María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor,

47 y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador,

48 porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,

49 porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!

50 Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.

51 Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.

52 Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.

53 Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.

54 Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia,

55 como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre».

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Benedicto XVI