Nací en Moscú al comienzo de la segunda guerra mundial, en una familia de empleados: mi padre era artista y mi madre profesora de música y geografía. Escribí mis primeros versos antes de frecuentar la escuela, poco tiempo después de aprender a leer. Mis primeras lecturas fueron los rótulos de las calles y los periódicos extendidos sobre las mesas, a modo de mantel, en el jardín de infancia.
Cuando tenía quince años leí con gran entusiasmo los clásicos rusos y empecé a plantearme el sentido de la vida, del mundo y de la vocación del hombre. Conocí las enseñanzas del Evangelio bastante tarde: lo leí cuando tenía 27 años, ocho años antes de ser bautizado.
Durante ese tiempo me apasioné por la astronomía, y experimenté la belleza y la grandeza del universo. Fue entonces cuando escribí un libro sobre Tsiolkovsky. Sus trabajos sobre la filosofía de la naturaleza dejaron en mi conciencia una convicción importante: el universo es un organismo único y viviente.
Aunque soy un hombre de letras (cursé el bachillerato de Literatura y fue recibido como miembro en la Unión de los Escritores en 1979) pocos de mis trabajos se publicaron en la prensa diaria. Mis primeros libros se editaron en 1980, y la gran mayoría después de la Perestroika. En el periodo soviético me ganaba la vida realizando trabajos manuales (excursiones geológicas, koljozs de pescadores) y traduciendo obras de poesía.