Personas de las más variadas profesiones y condiciones sociales

Extracto del capítulo «La vocación al Opus Dei como vocación en la Iglesia», escrito por Fernando Ocáriz e incluido en el libro «El Opus Dei en la Iglesia» (Ediciones Rialp).

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La dimensión subjetiva de la llamada universal a la santidad ‑o sea, el hecho de que todo hombre y toda mujer estén llamados a la santidad ­implica su dimensión objetiva, es decir, el reconocimiento de que en todos los estados y condiciones de la vida humana puede ser alcanzada la santidad. Esta realidad teológica se refleja, desde el inicio, en el Opus Dei. Y es lógico que sea así porque su razón de ser, su carisma originario es precisamente la difusión de la llamada universal a la santidad. «Con el comienzo de la Obra en 1928 ‑podía afirmar San Josemaría Escrivá‑, mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para privilegiados, sino que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, todos los estados, todas las profesiones, todas las tareas honestas».

No se trata de una declaración exclusivamente doctrinal, sino también pastoral y jurídica: al Opus Dei pueden pertenecer, y pertenecen de hecho, personas de las más variadas profesiones y condiciones. «La Prelatura ‑reafirman los Estatutos, en texto ya mencionado pero que resulta imprescindible recordar ahora‑ se propone trabajar con empeño para que personas de toda condición y estado de la sociedad civil, y en primer lugar los intelectuales, se adhieran de todo corazón a los preceptos de Cristo nuestro Señor y los lleven a la práctica, en medio del mundo, mediante la santificación del trabajo profesional»; propósito que en números posteriores se concreta estableciendo que pueden ser admitidos como fieles personas de todas esas condiciones y estados.

«Pertenecen de hecho al Opus Dei ‑declaraba Mons. Escrivá en una entrevista concedida en 1966‑ personas de todas las condiciones sociales: hombres y mujeres, viejos y jóvenes, obreros, industriales, empleados, campesinos, personas que ejercen profesiones liberales, etcétera. La vocación la da Dios, y para Dios no hay acepción de personas». Para expresar esta universal apertura del Opus Dei, es decir ‑de acuerdo con la expresión que antes empleábamos‑, el carácter no sectorial de la misión específica de la Prelatura, su Fundador la comparó a veces con «un mar sin orillas» y, en otros momentos, habló del carácter no especializado de su labor apostólica o, en frase ya citada, de organización desorganizada.

Así lo hacía, por ejemplo, en una de sus Cartas. En el Opus Dei ‑escribía‑ «está presente toda la sociedad actual, y lo estará siempre: intelectuales y hombres de negocios; profesionales y artesanos; empresarios y obreros; gentes de la diplomacia, del comercio, del campo, de las finanzas y de las letras; periodistas, hombres del teatro, del cine y del circo, deportistas. Jóvenes y ancianos. Sanos y enfermos. Una organización desorganizada, como la vida misma, maravillosa»; «sabéis muy bien, hijos míos ‑insistía poco después‑, que no tiene nuestra labor apostólica una finalidad especializada: tiene todas las especializaciones, porque arraiga en la diversidad de especializaciones de la misma vida; porque enaltece y eleva al orden sobrenatural, y convierte en auténtica labor de almas, todos los servicios que unos hombres prestan a los otros, en el engranaje de la sociedad humana».

En este contexto de universalidad de destinación, debe ser situado el inciso que aparece en el texto arriba citado del número 2 de los Estatutos: «en primer lugar entre los intelectuales». Esa frase indica, en efecto ‑como Mons. Escrivá de Balaguer explicó en muchas ocasiones‑, no un horizonte de trabajo, sino, por así decir, un método pastoral: al verse llamado en 1928 a promover la llamada universal a la santidad, advirtió enseguida que, si quería llegar a todos los sectores de la sociedad, debía comenzar por quienes, con una profesión intelectual, poseían la movilidad y las cualidades que permitían llegar a los más diversos ambientes. A este criterio ajustó su trabajo, y lo recogió en los escritos jurídicos y fundacionales, marcando a la vez la destinación universal de la tarea, pues, como solía decir con frecuencia, de cien almas nos interesan las cien: «he predicado siempre que nos interesan todas las almas ‑de cien, las cien‑, sin discriminaciones de ningún género, con la certeza de que Jesucristo nos ha redimido a todos, y quiere emplearnos a unos pocos, a pesar de nuestra nulidad personal, para que demos a conocer esta salvación».

Importa señalar que esa amplitud de destinación del Opus Dei ‑cualquier cristiano corriente; cualquier persona llamada a santificarse en medio del mundo, sea cual sea su profesión, su raza, su condición, su oficio‑ y esa diversidad real entre sus miembros no implica una diversidad de naturaleza jurídica o teológica: como ya decíamos antes, la vocación es una y la misma para todos. Las profesiones y oficios, las circunstancias concretas de la vida serán diversas en uno y en otros, pero todos están llamados a santificar su existencia concreta, cualquiera que sea, y a ejercer el apostolado en el propio ambiente. Es, pues, único el fenómeno pastoral y teológico.

Y, en consecuencia, es también único el espíritu e incluso la formación, que se adaptará, obviamente, a las posibilidades y necesidades de cada uno, pero teniendo siempre por objeto una misma realidad básica: trasmitir la fe cristiana y el espíritu del Opus Dei en su integridad, mostrando su capacidad para informar y vivificar todas las realidades humanas. San Josemaría Escrivá lo expresó a veces con una frase gráfica, tomada de la experiencia ordinaria: el hecho de que, en las familias unidas y con todos sus miembros sanos, todos comen juntos, de un mismo puchero. «Nosotros ‑decía en una de sus Cartas ­somos una familia sana y, por tanto, no tenemos más que un puchero. (...) Tenemos un solo alimento, un solo puchero: es necesario decir a todos lo mismo, porque la Obra es para las almas, y todas las almas tienen la misma posibilidad para santificarse (...). Es cierto, sin embargo, que mis hijos ejercen las más diversas actividades; que hay entre ellos gentes de muy variadas culturas y de edad y de estados diferentes ‑unos solteros, otros casados, otros viudos, otros sacerdotes‑, y es cierto que no todos tienen el mismo temperamento. Por eso, los hijos míos que forman a los demás, hacen como las madres de familia cuando se mueven con sentido práctico: procuran acomodar el puchero común a las necesidades concretas de cada uno (...). Pero el puchero es el mismo».

Fernando Ocáriz