Ordenación sacerdotal

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Escrivá recibió el subdiaconado en junio de 1924 y pronto comenzó su preparación para la ordenación de diácono que tendría lugar pocos días antes de Navidad. El 27 de noviembre recibió un telegrama que le informaba de que su padre estaba gravemente enfermo y le rogaban que acudiera con urgencia a Logroño. De hecho, su padre había fallecido súbitamente aquella misma mañana mientras se preparaba para ir a trabajar. Desgraciadamente, la tensión creada entre los Escrivá y la familia de doña Dolores, por la quiebra del negocio familiar y la decisión de don José de pagar a los acreedores con el patrimonio familiar, quedó tristemente de manifiesto al no acudir ningún Albás al funeral celebrado en Logroño.

El joven seminarista de 22 años se encontró de repente con la responsabilidad de sacar adelante a su madre, a su hermana Carmen y al pequeño Santiago. Teniendo en cuenta que cuidar de toda su familia como sacerdote no iba a ser fácil, la decisión de no seguir adelante con su vocación hubiera tenido justificación. Es cierto que ya era subdiácono, pero dadas las circunstancias habría sido fácil obtener la dispensa. Además, y a pesar de los años transcurridos desde que vio las huellas del padre José Miguel en la nieve, Escrivá seguía sin tener una idea clara de lo que el Señor quería de él. Aunque había decidido hacerse sacerdote para estar dispuesto a llevar a cabo lo que Dios le pidiera, continuaba a oscuras con respecto a la razón última de su sacerdocio. Sin embargo, el hecho de haber recibido ya el subdiaconado lo consideró Escrivá como una señal cierta de que Dios deseaba que siguiera adelante en su vocación sacerdotal, y confió en que el Señor le ayudaría a hacerse cargo de su familia al mismo tiempo. Poco antes de su vigésimo tercer cumpleaños –el 20 de diciembre de 1924– fue ordenado diácono en Zaragoza.

En la España de 1920, pocas parroquias urbanas tenían rectorías. La mayor parte de los sacerdotes vivía con sus parientes o se alojaba como huésped en casas de otras familias. Escrivá sabía, por tanto, que en cuanto fuera ordenado sacerdote y dejara el seminario tendría que buscar alojamiento para él y su familia, ya que no era planteable tener dos casas, una para los suyos y otra para él. Suponiendo que el primer destino como sacerdote sería en Zaragoza, alquiló un pequeño apartamento en la ciudad y allí se mudó la familia en 1925.

El traslado de doña Dolores y sus hijos a Zaragoza molestó a algunos de sus parientes, sobre todo a su hermano Carlos Albás, sacerdote ilustre y con buenas relaciones en la diócesis de la capital aragonesa. Durante los años en que Escrivá estuvo en el seminario, Albás ayudó a su sobrino como pudo e hizo que fuera conocido en algunos círculos sociales, a pesar de no estar de acuerdo con sus planes de estudiar Derecho y de considerar la idea del sacerdocio del joven Josemaría poco práctica y nada realista. Lo peor de todo, sin embargo, fue que don Carlos Albás no estaba preparado para tener a sus parientes en una ciudad donde su pobreza dañaría la próspera y distinguida posición social que disfrutaba. Les aconsejó, por tanto, que se quedaran en Logroño y, al igual que otros parientes, se ofreció a ayudarles económicamente si permanecían allí.

A don Carlos le sacaba de quicio que echaran en saco roto sus consejos y la decisión de los Escrivá de trasladarse a Zaragoza le molestó enormemente. Cortó toda relación con ellos e hizo lo posible para que abandonaran la ciudad. Cuando Josemaría y su hermana Carmen fueron a visitarle al poco de llegar a la ciudad, les recibió en la puerta de su casa y les espetó: “¿Qué demonios habéis venido a hacer en Zaragoza?, ¿airear vuestra pobreza?” [1] .

Durante los meses que siguieron a la muerte de su padre, Escrivá se preparó para la ordenación sacerdotal trabajando como diácono. Su fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía era tan manifiesta y su amor a Cristo tan apasionado, que le temblaban las manos, y a veces todo el cuerpo, cuando cogía la Hostia en sus manos. Nunca olvidó aquellos primeros encuentros con Jesús Sacramentado nada más ordenarse diácono. En noviembre de 1970, mientras se lavaba las manos durante la Misa, le volvieron a temblar al pensar que pronto iba a tocar el cuerpo de Cristo. Los recuerdos de esas primeras experiencias hacía casi medio siglo volvieron a su mente con fuerza. “Señor, que no me acostumbre a estar cerca de Ti; que te quiera como aquella vez, cuando Te toqué temblando por la fe y el amor” [2] .

Escrivá recibió la ordenación sacerdotal el 28 de marzo de 1925 en la iglesia del seminario de manos del obispo auxiliar Díaz de Gómara y celebró la primera Misa el lunes siguiente en la capilla de la Virgen del Pilar. Debido a que la familia seguía de luto por la muerte de don José, el joven Escrivá invitó a poca gente a la ceremonia. Apenas hubo parientes y fue llamativo que ninguno de sus dos tíos curas, Carlos y Vicente Albás, estuvieran presentes. Aparte de su madre, sus hermanos y los dos sacerdotes que le ayudaron, invitó al rector del seminario –el padre López–, al Dr. Moneva, con su esposa e hija, un primo de Escrivá y su mujer, dos amigas de su hermana y otros dos amigos del nuevo sacerdote: uno era juez y el otro un empleado del seminario. Tras la Misa, algunos de los invitados fueron al apartamento familiar a tomar un pequeño refrigerio.

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El joven sacerdote se encontró en una curiosa situación. En cierto sentido, toda su vida hasta la fecha había sido como un proceso de preparación para el sacerdocio. No albergaba ninguna duda de que ésa era su vocación y sin embargo intuía que Dios quería algo más de él; algo que no podía describir, pero que era la razón de ser de su sacerdocio. Así estuvo durante tres años y medio, hasta el 2 de octubre de 1928 cuando recibió de Dios su vocación específica como fundador del Opus Dei.

[1] Andrés Vázquez de Prada. ob. cit. p. 190

[2] ibid. p. 192, nota 182