Un buen guía para la gente joven

Obituario de José Gil Osuna nació en Álora, Málaga, el 8 de febrero de 1928 y murió en Madrid el 14 de octubre de 2019. Doctor en Medicina (Universidad de Granada) y en Derecho Canónico (Angelicum). Fue ordenado sacerdote el 5 de agosto de 1956. Fue capellán del Colegio Mayor Moncloa de la Universidad Complutense.

ABC Un buen guía para la gente joven (PDF)

Ha muerto don José Gil Osuna. Pepe Gil para sus innumerables amigos. Don José para tantos que en su día y a lo largo de tantos años de servicio sacerdotal a la Iglesia, a la Prelatura del Opus Dei y a la juventud universitaria, lo tuvimos como consejero espiritual.

Fue hijo de un artesano zapatero de Álora, que en aquellos años se empeñó en dar estudios universitarios a todos sus hijos. Él se hizo doctor en Medicina en Granada y más tarde se ordenó sacerdote, dedicando su vida entera a la pastoral universitaria.

Por aquella labor de orientación espiritual en Madrid pasaron innumerables jóvenes que luego fueron profesionales en tantos ámbitos; incluso toreros de postín se acercaban a su dirección espiritual como sus amigos Antonio Bienvenida y don Álvaro Domecq.

No era D. José un sofisticado intelectual. Pero su cuajo mental, fundado en la intuición y sobre todo en la fe cristiana, tenía algo de cartesiano, sí de Descartes, por aquello de las ideas claras y distintas, expuestas con sencillez, con sentido del humor, y sobre todo con aquella atractiva virtud viril y hombría de bien que siempre resultaba sorprendente. Por eso, en aquellos años, digamos sesentayochistas, para muchos de nosotros de grato recuerdo, pero difíciles; de audaces transiciones en lo político y cultural, pero de cambiantes fidelidades y en no pocos casos de derrumbe doctrinal y moral, fue su consejo seguro apoyo al que muchos debemos la perseverancia en lo fundamental de una fe fuerte, simpática y milenaria.

Una anécdota: Iba él un día a no sé dónde por aquellos parajes vecinos al Colegio Mayor Moncloa que consideraba como propio territorio. Y allá que se fue, por así decir por mitad del ruedo, a cruzar sin consideración a semáforos o pasos cebra la amplia glorieta del final de la Avenida de Reina Victoria. Provocó un no pequeño caos circulatorio, obligando a frenar a algún conductor, que le espetó furiosamente: «¡A dónde se cree usted que va!». Repuesto del susto y con no menos energía respondió don José: «¡Allí!». Y señalaba con gesto decidido a la acera del boulevard de Reina Victoria donde se asentaba el quiosco que los residentes denominábamos «El Avaro», y en la que él confiaba ahora encontrar refugio del caos circulatorio al que tan audazmente se había aventurado.

Y es que él siempre sabía, ya hablase de fútbol o comentase el Salmo 2, «a dónde quería ir a parar». Y por eso fue un buen guía para la gente joven. Ahora, por fin, él ha llegado al seguro refugio que siempre buscó en Jesús y en su Madre. Y junto a ellos ciertamente forma también parte de su gloria el cariñoso recuerdo de los muchos que en su día encontramos en él esa amable orientación. ¡Gracias, D. José!

Javier Hernández-Pacheco

Catedrático de Filosofia de la Universidad de Sevilla