Carta pastoral sobre Guadalupe Ortiz de Landázuri

Carta pastoral del Obispo de Coria-Cáceres​, Francisco Cerro Chaves​, sobre Guadalupe Ortiz de Landázuri

Agencia Sic Guadalupe Ortiz de Landázuri

En la biografía de Guadalupe no se encuentran fenómenos extraordinarios. Su vida fue una vida corriente, de trabajo intenso y sereno, de alegría, de preocupaciones por los demás.

Nace en el seno de una familia católica. Padre militar, lo que motivó que tuvieran que vivir en distintos lugares, según los destinos de su padre.

Probablemente, el hecho de ser única chica entre hermanos varones, forjó su carácter y su personalidad desde la reciedumbre y la valentía que las adornaba con una extraordinaria paciencia, una sonrisa permanente, un trato afable, un acentuado sentido del humor y, lo que es más importante, con un inmenso corazón.

Estoy convencido que todo esto le vino muy bien cuando se matriculó en Ciencias Químicas en la Universidad Central. Era una de las CINCO únicas mujeres en una clase de 70 personas.

Era profundamente piadosa y de sólida formación doctrinal y desarrolló un amplio y fructífero apostolado a lo largo de toda su vida

Entre las muchas virtudes que adornaron la vida de Guadalupe, no en vano ya es Beata, me voy a fijar en tres: Presencia de Dios, Amor al prójimo y Alegría constante:

1. Presencia de Dios

El amor hace pensar con mucha frecuencia en la persona amada o en lo que se ama. Si un alma está enamorada de Dios, como le ocurría a Guadalupe, pensará en Él casi constantemente y, movida por la fe, descubrirá su presencia y cercanía en todo momento. De manera natural y espontánea vivirá con el Señor y sentirá la acción de su Amor y de su Misericordia.

Esta unión profunda y eficaz parece descubrirse en algunos párrafos de las cartas que Guadalupe escribía a San Josemaría. Era tan profunda la unión con Dios que nunca se sentía sola.

No es difícil descubrir en ella un espíritu verdaderamente contemplativo, de unión con el Señor en la vida ordinaria. Estaba con los pies en la tierra, concentrada en realizar, lo mejor posible, las tareas que tenía encomendadas, pero también estaba con el corazón en el Cielo.

Fue contemplativa en medio del mundo, encarnando, de este modo, fielmente el espíritu del Opus Dei, que ha venido a recordar a los hombres que los caminos humanos pueden ser caminos divinos, caminos de unión con Dios.

2. Amor al prójimo

Otra consecuencia de la unión viva y profunda con el Señor es la preocupación por los demás hasta el olvido de sí misma. En la vida de Guadalupe se descubre una atención constante al prójimo.

Cuando en el año 1950, san Josemaría, le pide que vaya a México para llevar el mensaje del Opus Dei a aquellas tierras, realizó un inmenso trabajo y, entre otras iniciativas, junto con una amiga médico de profesión, crean una especie de Dispensario Ambulante y realizaban el trabajo yendo casa por casa y en los barrios más pobres y necesitados. Pasaban consulta y les proporcionaban, de forma gratuita, los medicamentos que necesitaban.

Fue, Guadalupe, una “pionera” en la atención y entrega a los que viven en “las periferias de la vida y del corazón”, como dice el Papa Francisco.

Trataba a todo el mundo con muchísimo cariño. El amor de Guadalupe a Dios y a los demás la hizo fuerte, mortificada y con un inmenso espíritu de sacrificio que la llevó a olvidarse de sí misma para dedicarse a los demás. Guadalupe buscó la santidad a través del trabajo cotidiano y de la entrega a su prójimo. Fue una digna hija de san Josemaría.

3. Alegría constante

Como tercera manifestación de la santidad de Guadalupe, quiero señalar su alegría constante que, a veces se traducía en una risa sonora que contagiaba a quien estuviera a su lado. La historiadora Beatriz Gaytán, recuerda: “Siempre que pienso en Guadalupe oigo, a pesar del tiempo transcurrido, su risa”.

Hablar de alegría después de hablar de entrega a los demás, me recuerda un texto de San Josemaría: “Darse sinceramente a los demás es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de alegría” (Forja, 591).

Efectivamente, la alegría de Guadalupe no era el entusiasmo lógico de la juventud o de la persona a la que las cosas le salen bien, sino que era la alegría de quienes han encontrado a Jesús y viven con Él. Y esto nos lo demostró Guadalupe a través de toda su vida.

La suya era una alegría serena, constante y desbordante. Era señal, no sólo de su amor a Dios, sino también de su amor al prójimo que, siempre debe ser una continuación del amor a Dios. Era una alegría sobrenatural, pero también muy humana, realista y constante. Ante acontecimientos que podían contrariarla, respondió siempre con la alegría de cumplir feliz la voluntad de Dios.

“Los que no somos santos, estamos alegres si un día las cosas nos salen bien; al día siguiente, si nos salen mal, nos entristecemos. Los santos –como Guadalupe- tienen una constante alegría, aún en medio de las contradicciones”. (Beato Álvaro del Portillo).

En este mismo sentido, san Pablo, invitaba a vivir siempre alegres en el Señor y así vivió Guadalupe desde la juventud hasta la muerte.

Conclusión

He dicho, hace unos instantes, que Guadalupe poseía un corazón inmenso, un corazón hecho para amar y que en el ejercicio de ese amor a Dios y su prójimo, fue desgastándose poco a poco. En 1975, los médicos, habida cuenta de los problemas que aparecen y que se traducen en cansancio al caminar, al subir pendientes, al realizar esfuerzos, deciden que hay que operar ese corazón. El 1 de julio de ese mismo año es operada. El resultado de la intervención fue satisfactorio, pero en el proceso de recuperación sufre una insuficiencia respiratoria y falleció el 16 de julio de 1975, festividad de la Virgen del Carmen.

Para concluir quiero recordar una de las parábolas de Jesús: “El Reino de Dios viene a ser como un hombre que echa la semilla sobre la tierra, y, duerma o vele, noche y día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo. Porque la tierra produce fruto ella sola: primero hierba, después espiga y por fin trigo maduro en la espiga. Y en cuanto está a punto el fruto, enseguida mete la hoz, porque ha llegado la siega”.

Así es la vida de los santos, así ha sido la vida de Guadalupe. La semilla de la gracia fue sembrada en su corazón en el momento del Bautismo y esta semilla, con naturalidad, y en el secreto del diálogo de la conciencia con Dios, ha crecido y ha dado frutos de santidad que han saltado hasta la vida eterna. La semilla ha dado un fruto abundante.

Es bonito que la Iglesia declare la vida santa, no solo de personas que han realizado obras extraordinarias, sino también de personas, como Guadalupe, que han llevado una vida sencilla de amor a Dios, de amor al prójimo y de trabajo y entrega a los demás hasta desgastarse.

+Francisco Cerro Chaves

Obispo de Coria-Cáceres