“No hemos sido creados para morir”

A primera vista, no parece fácil trabajar alegremente en una funeraria, pero Joan responde con una sonrisa cuando se le pregunta por su estado de ánimo

Joan Santigosa trabaja en la funeraria de Badalona desde muy joven, cuando ayudaba a su padre. Actualmente es padre de seis hijos y continúa realizando su trabajo, del que se siente muy orgulloso. Desde hace unos cuantos años busca poner en práctica las enseñanzas de San Josemaría, ofreciendo a Dios su trabajo y buscando la manera de acercar muchas personas a Él. 

Con una sonrisa comenta: me encanta mi trabajo, y además, ¡puedo ayudar tanto a la gente! Después añade que, cuando puede, procura lanzar un cable a los parientes del difunto, para ver si quieren hablar de Dios y del más allá. Normalmente les digo: no sé como lo veis, pero la gente que tiene fe, este dolor de estómago lo sufre de otra manera. Y relata una anécdota: una vez, después de hacer estas consideraciones, le dije a una señora que lloraba la muerte de su marido: ‘piensa en el aceite de ricino que tomábamos cuando éramos pequeños: si te lo tragas de golpe, ya se ha acabado'. Cuando nos vemos me lo dice: ‘¡Joan, cuánta razón tenías!'.

¿En tu trabajo cómo puedes transmitir la virtud de la alegría cristiana?

Soy feliz, feliz en el despacho, y no porque todo sea perfecto: como en todos los trabajos, hay momentos mejores y peores. En todo caso, es un trabajo bonito. Cuando tengo que contratar a un nuevo trabajador, le digo que esto de la funeraria tiene sus ventajas: ‘vas bien vestido con traje y corbata, y además puedes conducir un mercedes gigante'.

Naturalmente, trato con personas que se encuentran en contacto con la muerte. Cuando son cristianos, eso se ve, porque reaccionan con serenidad y paz. El sentimiento de dolor les resulta igualmente inevitable, pero es muy diferente del nerviosismo y de los lloros desmesurados: la muerte para un cristiano es una realidad triste y dulce al mismo tiempo. Conozco a una señora que cada vez que me ve empieza a reír: ‘me acuerdo de aquel día y no puedo parar de reír'. Estaba velando un difunto, junto a otras señoras. No dejaban de llorar: lloros y más lloros. Cuando estaba a punto de irme, me pidieron que por favor no me fuese porque tenían miedo de quedarse solas. Esta era una de las causas de sus males. 

Decidí quedarme y les conté un chiste sobre entierros: empezaron a reír sin parar. Sirvió para distraerlas de la situación y pasaron toda la noche velando al difunto. Muchas veces, para quitarle  hierro a la situación, basta cambiar de tema, mostrar la perspectiva trascendente de la muerte y salir del presente más inmediato con buen humor.

De todas maneras, no es una profesión muy agradecida humanamente...

La gente nos da las gracias por los servicios recibidos en la funeraria. Una familia, que al principio mostraba un trato más bien frío, después del funeral me llamó diciendo que se habían sentido muy bien acogidos y que estaban contentísimos. Porque tengo muy claro que lo importante son las personas y que en estas circunstancias hay que mimarlas. En el fondo es una obra de misericordia: enterrar a los muertos. Cuando llega alguna familia que no tiene medios económicos porque ha sucedido todo de repente, o porque era un pariente muy joven... les ofrecemos la posibilidad de pagar más adelante e incluso, en algunos casos, les digo: tranquilos, eso ya se arreglará; ya está. ¿Ya está?, preguntan. Sí, sí, nada más. Y si me lo agradecen, siempre añado: no me deben dar las gracias, simplemente cumplo con mi trabajo. La verdad es que se puede ayudar mucho a la gente. 

¿Y cómo lo haces para santificar tu trabajo?

Uno puede pensar que el hecho de estar en contacto con difuntos facilita tener el pensamiento en el más allá. En cierta medida es verdad, pero también el hombre se acostumbra a todo. Normalmente intento rezar por el difunto y por los familiares. Hace poco asistí al entierro de un delincuente. Pedí al Señor que le perdonase. Pero también procuro tener presente que Dios me mira cuando estoy en mi despacho: tengo una imagen de la Virgen María y la miro de vez en cuando. Después, cuando hago números –no sólo encargamos ataúdes-, cada vez que escribo un punto digo una jaculatoria (una jaculatoria es una frase bonita, de amor, dirigida a Dios o a su Madre). Pero lo más importante es trabajar lo mejor que uno puede y con una intención recta de hacer el bien, de servir a los demás: para ofrecer a Dios Nuestro Señor el trabajo, debe estar muy bien hecho y acabado, y eso a veces implica mucha exigencia personal. 

¿Piensas en el día de tu muerte? ¿Tu trabajo te ayuda a recapacitar?

Pido a Dios que me dé vida y le digo: cuando Tú quieras. Hay gente que tiene miedo de pensar en la muerte. Yo recomiendo a mis hijos que ofrezcan sus hijos a Dios Nuestro Señor. Es lo que hicimos mi mujer y yo: Señor, le dijimos, Tú me los das y yo los educaré para que sean lo que Tú quieras. Si después se los lleva, Él sabe más. En cambio, no tiene sentido cerrarse a los designios de Dios. Un día, se me acercó una señora y me dijo: ‘quiero hablar con usted. Tengo un nicho en el cementerio. Cada semana lo limpio: ¿quién lo hará cuando yo me muera?' Entonces le contesté: ‘¿usted no sabe que cuando uno entra en el nicho es para siempre?' Me acordé de aquella imagen que usaba San Josemaría: la soberbia se entierra 24 horas después del cuerpo. 

       

La muerte no es una realidad para ir llorando todo el día. A menudo me encuentro con gente que es víctima del sentimentalismo: basta con leer algunas esquelas. Sin embargo, los creyentes tenemos claro que ¡no hemos sido creados para morir! Más allá de la muerte nos espera la resurrección, y el Cielo.