No es cosa para privilegiados

“La herencia de Mons. Escrivá de Balaguer”, escrito por Luis Ignacio Seco.

«Hemos venido a decir –escribía el Fundador del Opus Dei en 1930– con la humildad de quien se sabe pecador y poca cosa, pero con la fe de quien se deja guiar de la mano de Dios, que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su profesión, su estado o su oficio. Porque esa vida corriente, ordinaria, sin apariencia, puede ser medio de santidad... ya que todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo».

De hecho, si hablas en cualquier país con alguien del Opus Dei descubres siempre las mismas cosas: ganas de vivir la vida a fondo, amor del bueno a las personas, pasión por la libertad, espíritu de aventura sin salir del propio sitio... No hace falta más que esto –te dicen– para empezar a andar en el Opus Dei. Después se descubre, como un nuevo Mediterráneo, la alegría en la lucha, en el trabajo, en el dolor. Se hace amor y aventura de todo. Y se adquiere una gran riqueza de buen humor al comprobar todos los días que «no Somos nadie», que Dios sigue construyendo ahora con la misma arcilla del Génesis, y que cuanto más profundo y lejano llegas a mirar, más amplio te parece el horizonte y más diminuto y pobre el foco de donde sale la mirada. Vale la pena comprometcrse con Dios...

Según los datos más recientes, los miembros del Opus Dei pasan de 73.000, pertenecen a 87 nacionalidades y viven en los cinco continentes, comprometiéndose con Dios y complicándose la existencia para apurar alegremente y al máximo los talentos naturales de que disponen. Es lógico entonces que la labor apostólica de los miembros del Opus Dei sea noticia todos los días en algún lugar del mundo, como de hecho sucede. Unas veces es un reportaje sobre un centro de formación profesional para obreros o campesinos, sobre una actividad social en un país cualquiera, sobre una iniciativa universitaria de fondo, sobre una convención internacional de intelectuales o de profesionales, sobre una convivencia de estudio de Teología, etcétera. Otras, puede ser un artículo que trata de explicar la realidad del Opus Dei en tal o cual país o en el mundo entero. Las más, simples sueltos que refieren hechos, con interpretación o escuetamente. Y como en la prensa, puede suceder también en las televisiones privadas o estatales, en las emisoras de radio o en las simples reuniones familiares o de sociedad, en el sentido más general de la palabra.

Sin embargo, la verdadera noticia del Opus Dei sigue siendo, desde 1928, la que se produce, ya a nivel planetario, en el fondo de muchos corazones sin llegar a los periódicos, ni a la televisión, ni a la radio, ni al cine, ni a las conversaciones, de acuerdo con el estilo que caracteriza desde siempre a la acción de Dios, que es la de exigir un pequeño esfuerzo, personal e intransferible, para descubrirle en todo, incluso en lo que menos importancia aparente tiene para los hombres.

El panorama es inmenso, sin duda alguna, como la propia vida, y se realiza bajo cualquier cielo, en todos los idiomas, a cualquier hora del día y de la noche. Las combinaciones pueden resultar, por tanto, apasionantes, y lo resultan de hecho. Todas las profesiones honradas, absolutamente todas, incluso las más inverosímiles..., todas las edades del hombre y de la mujer, sin ningún paréntesis..., todas las situaciones imaginables, individuales o de grupo..., sirven para que un común mortal conecte, directamente con Dios y dé un sentido a su existencia que le vuelva loco de alegría y le haga «correr la bola» por amor a Dios y a los hombres. Naturalmente ese común mortal sigue siendo de barro, con defectos y debilidades –lúcida seguridad que le acompañará durante toda su vida–, pero se sabe en manos de Dios, que lo puede todo.

El cardenal Karol Wojtyla, actualmente Su Santidad Juan Pablo 11, en una conferencia pronunciada en 1974 sobre La evangelización y el hombre interior, recordaba un aspecto de las enseñanzas del Fundador del Opus Dei: «¿De qué manera, en definitiva, dominando la faz de la tierra, podrá el hombre plasmar en ella su rostro espiritual? Podremos responder a esta pregunta con la expresión tan feliz y tan familiar a gentes de todo el mundo que Mons. Escrivá de Balaguer ha difundido desde hace tantos años: santificando cada uno el propio trabajo, sano ficándose en el trabajo y santificando a los otros con el trabajo».

«Lo que he enseñado siempre –ha dicho el Fundador del Opus Dei– es que todo trabajo honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el cristiano con la mayor perfección posible: con perfección humana (competcncia.` profesional) y con perfección cristiana (por amor a la voluntad de Dios y en servicio de los hombres). Porque hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente las realidades temporales –a manifestar su dimensión divina– y es asumido e integrado en la obra prodigiosa de la Creación y de la Redención del mundo: se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obra de Dios, operatio Dei, opus Dei».

Esta verdad tan sencilla aclara las cosas y la conclusión parece obvia. Si hay personas en el mundo dispuestas a participar por libre en esa gran empresa de Dios con plaza para todos y a luchar, en silencio y con paz; por esos ideales, resulta tan inevitable que acabe por hablarse de algunas de ellas, como que sean muchísimas, verdaderamente muchísimas más, las que no alcancen notoriedad, aun haciéndolo todo igual o mejor que las anteriores. Esto sucede en la vida corriente y tiene que suceder lógicamente en la vida de las personas del Opus Dei, que es normal y ordinaria, revolucionada por dentro. Pero hay más..