Mis primeros estudios en Huesca

Francisco Ponz. MI ENCUENTRO CON EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Madrid, 1939-1944

Aprendí a leer y a escribir de la mano de mi madre, excelente maestra, y hacia los cinco años comencé a ir al Colegio de Santiago Apóstol, al que también acudía mi hermano. Era un colegio privado, de ambiente cristiano, pero no llevado por religiosos; no tenía capilla ni había rezos colectivos. Durante mi estancia allí fueron directores don José Samper, maestro de edad avanzada, y don Máximo Seral, de los que guardo muy agradecido recuerdo. A los nueve años hice el ingreso del bachillerato en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Huesca, el mismo en el que se había examinado diecisiete años antes, en 1912, Josemaría Escrivá. En ese Instituto, único entonces en la provincia, cursé los seis años de bachillerato como alumno oficial, entre 1929 y 1935.

El Instituto se hallaba entonces en la parte más alta de la ciudad, donde ahora se encuentra el Museo Provincial. Era el histórico edificio del Alcázar Real, de los antiguos reyes aragoneses, en el que Pedro IV de Aragón había fundado el Estudio General o Universidad de Huesca en 1345, y en el que también sitúa la tradición la famosa leyenda de la Campana de Huesca, según la cual, en el siglo XII, Ramiro II acabó con la rebeldía de los nobles levantiscos y ordenó cortar y colgar las cabezas de los principales. Todas las aulas y laboratorios del Instituto se abrían al claustro poligonal, cuyo perímetro interior, provisto de gruesas columnas y abierto a la intemperie, rodeaba al jardín central protegido por una sencilla verja. En el largo y duro invierno, las aulas tenían estufas de carbón, pero el claustro resultaba helador y ponía a prueba nuestra fortaleza física, de modo especial cuando el cierzo soplaba de recio. Casi todos los inviernos me salían sabañones.

Aquel Instituto era mixto, aunque por entonces eran pocas las chicas que estudiaban el bachillerato. Además de corretear por el claustro, jugábamos en la Plaza de la Universidad. Un día por semana teníamos clase de Educación Física y practicábamos el fútbol en un descampado próximo. En no raras ocasiones, hacíamos guerras a pedrada limpia contra otros grupos de chicos, a veces hasta con onda: era una tradición que venía de lejos, pues Santiago Ramón y Cajal, que fue estudiante de ese Instituto casi setenta años antes, ya recoge este modo de pelear en sus recuerdos.