Mi viaje hacia la fe

Saida Wangeci, escribe desde Kenya para contar "su viaje" hacia la fe católica.

Como los planes de Dios no son los de los hombres, me gustaría contar mi viaje hacia la fe católica. Mi padre era musulmán y mi madre católica. Se casaron en la Iglesia Católica pero mi padre siguió practicando su religión y así lo acordó con mi madre, que mantuvo su fe católica. En la familia somos cuatro hermanos y yo soy la pequeña. Los tres primeros se bautizaron en la Iglesia Católica cuando eran muy pequeños y recibieron los demás sacramentos. Mi padre estaba de acuerdo, pero cuando yo nací, él pensó que era mejor que yo esperara a ser adulta para decidir entre ser católica y musulmana. A mi madre no le pareció bien, pero mi padre permaneció muy firme en su decisión. De todas maneras, mi padre me dejaba acompañar a mi madre a la iglesia, aunque me dijo que no recibiera doctrina hasta que eligiera mi religión.

El Credo

Mientras tanto, iba a Misa todos los domingos. Me gustaba la música y las canciones que oía en la iglesia, sobre todo una de ellas me llamó enormemente la atención: el Credo. Realmente no sabía el significado que tenía pero me gustaban las palabras que recitaban. Un domingo decidí llegar un poco antes a la iglesia para anotar las palabras de la canción, y así yo podría cantarlo también cuando quisiera. Pasaron varios años y me di cuenta de que ese episodio había sido algo providencial en mi vida. Cada año, me preguntaba si sería buena ocasión proponerle a mi padre si el momento había llegado, pero suponía que para él la edad adecuada sería a partir de los 18 años, así que esperé.

Al cumplir 16 años, mi padre enfermó; yo me encontraba en el colegio internada, bastante lejos de casa y no me percaté de la gravedad de la situación. Ingresó en el hospital y, una semana después, el día que regresó a casa, empeoró y falleció.

La decisión era mía

Tiempo después supe que uno de los días que mi padre estaba en el hospital, mi madre fue con una amiga suya, que había rezado mucho para que me bautizara. Le preguntaron a mi padre si estaba de acuerdo y mi padre dijo que era una decisión que tenía que tomar yo. Sin saber esto, yo tenía la misma preocupación, porque no había podido preguntarle a mi padre, como siempre había querido. En el camino hacia el funeral, se lo comenté a una de mis hermanas y ella me aseguró que me correspondía a mí elegir, y estaba segura de que mi padre respetaría mi decisión.

Cuando todo pasó, le dije a mi madre que quería recibir clases de catecismo cuanto antes, y tenía la oportunidad de recibirlas en mi colegio. Debo admitir que fue así de rápido, sobre todo, porque mis compañeros estaban esperando recibir los sacramentos desde hacía un año y se acercaba el momento en que el párroco podría venir, ya que se tenía que desplazar desde otro lugar, para administrarlos a todos aquellos que estuvieran preparados. Estuve lista cuando llegó el día de la ceremonia y le prometí a Dios seguir profundizando en la doctrina después de recibir los sacramentos. Gracias a Dios, todo fue bien y pude cumplir mi promesa.

Además, Dios tenía más planes para mí. Los descubrí a medida que crecía en mi vida cristiana, porque después de bautizarme conocí el Opus Dei, y pensé: ¿qué mejor camino para profundizar en mi fe? Tres años después descubrí que Dios me llamaba para ser del Opus Dei. Todavía continúo dando gracias a Dios por el regalo de la fe y de mi vocación.