Médico por vocación, paciente de profesión

Mª Jesús Narvaiza estudió Medicina en la Universidad de Navarra. Después de dedicar varios años a la docencia, en 1995, tras una revisión ginecológica le diagnosticaron un cáncer.

Mª Jesús Narvaiza nació en San Sebastián. Pasó su infancia en Bilbao y en el año 1967 se marchó a Pamplona. Estudió en la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra, donde se graduó en 1972. Cuando cursaba 1º de carrera pidió la admisión en el Opus Dei. 

Alcanzó el Doctorado en Medicina con una tesis que trataba acerca de las alteraciones del fibrinógeno en el paciente cirrótico. Lo suyo, claramente, era la Hematología. Se dedicó con entusiasmo a la investigación entre muestras, tubos de ensayo y microscopios.

A mediados de los 80 empezó a hacer compatible ese trabajo con la docencia en la Escuela de Enfermería de la Universidad, lo que le supuso un gran cambio de mentalidad: pasó de la investigación pura y dura al contacto directo con las alumnas. Su entrega a la docencia iba más allá del curso académico: algunos veranos los pasaba junto a sus alumnas atendiendo un proyecto sanitario organizado por el Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán, en México DF.

Dejó la investigación definitivamente para entregarse en cuerpo y alma a la Escuela de Enfermería, de la que llegó a ser Catedrática. El tema que defendió para ganar la oposición fue “La atención al enfermo oncológico”.

Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra

Permaneció en la Escuela hasta noviembre del 2006, año en que solicitó la invalidez. En 1995, tras una revisión ginecológica de rutina le diagnosticaron un cáncer de mama. Empezaron entonces las sesiones de radioterapia. A los tres años, durante los que siguió trabajando, esa lesión se había convertido en una metástasis progresiva que le invadió el pulmón, los huesos, el hígado y la piel. A cada una de estas metástasis le correspondía un duro choque de quimioterapia.

"En el Opus Dei le han recordado una y otra vez la columna vertebral de la fe cristiana: que Dios es un Padre bueno, que da a sus hijos lo mejor"

La enfermedad es su compañera de viaje desde hace más de una década. Y con ella ha aprendido a convivir. En el Opus Dei le han recordado una y otra vez la columna vertebral de la fe cristiana: que Dios es un Padre bueno, que da a sus hijos lo mejor. Una realidad sobrenatural que intenta hacer vida de su vida. No algo teórico que puede resultar bonito oír o leer, sino algo tangible, aplicado al día a día, en cada asalto contra la imaginación, ante la duda, frente al temor. Aprendiendo también la lección de salir de una misma, de no compadecerse y pensar “qué pobrecita soy”. La convicción de que una persona enferma no es una persona inútil.

El Prelado del Opus Dei le escribió en una ocasión: “Ofrece el trabajo profesional de estar enferma”. Y este consejo lo lleva tatuado en su alma, en su inteligencia, en su voluntad. Y así reaprende, una vez y otra, a sobrellevar el cansancio, el malestar, la pérdida del apetito, la caída del cabello y el esfuerzo psicológico y físico que supone volver al ciclo de quimioterapia cuando notas que tu cuerpo aparentemente vuelve a estar fuerte.

Mª Jesús intenta, a cada momento, salir de la trampa de la autocompasión. Su arma: un horario, en el que caben la Eucaristía diaria y otras normas de piedad cristiana, sacar a pasear a “Txuri”, una perrita de 11 años que le hace compañía, y confeccionar puzzles de 500 piezas, que luego regala a sus amigas, con las que comparte también muchos ratos de compañía y conversación. Antes montaba barcos, auténticas embarcaciones, pero ahora ha tenido que dejarlo porque tiene las manos agrietadas; el cáncer le ataca también la piel.

A Mª Jesús la enfermedad le ha enseñado a pulir el carácter. Ella era de planificar el tiempo con grandes recorridos; ahora sus ambiciones son las mismas, pero el punto de mira se ha acortado. Los planes son de esta mañana para esta tarde o, a lo más, de hoy para mañana. 

El pensamiento de la muerte no la sobrecoge: ha visto morir a muchos pacientes y les ha acompañado en el último tramo de su vida. No tiene miedo a su propia muerte porque cree en la vida eterna y porque está convencida de que morir es encontrarse con Dios. A Él le entregó su vida hace más de 40 años y a Él sigue dándosela cada nuevo día. Recibió la Unción de enfermos en mayo del año pasado.

"A veces nos imaginamos cosas que, cuando llegan, no son para tanto… y, si son para tanto, Dios nos brinda su mano amorosa”

Pero Mª Jesús sí tiene miedo a la agonía; sin embargo, confía en los cuidados paliativos. Lucha por ahuyentar los fantasmas de la imaginación que le rondan a menudo por la cabeza, pensando cómo será su muerte, cuándo llegará, y cuánto más sufrirá. Aunque asegura, tajante, que la imaginación no cuenta con la gracia de Dios, pero la realidad, sí. Dios la ayuda en cada momento, en su día a día: ahí está la gracia. “A veces nos imaginamos cosas que, cuando llegan, no son para tanto… y, si son para tanto, Dios nos brinda su mano amorosa”.

Recojo este testimonio pocos días antes de que se marche a Comillas, un pueblo precioso de la costa cantábrica, que le devuelve los veranos de su infancia y adolescencia, que le enamora, dice. Comillas para Mª Jesús es sinónimo de descanso, de paseos por el bosque, de andar sin prisas por la arena del mar, aunque hace tiempo ya que sus manos no la ayudan a hacer lo que más le gusta: coger caracolillos. Mª Jesús ama la vida; esa vida que, asegura, es un regalo de Dios y que aprendió, hace ya muchos años, a ponerla al servicio de los demás.