Las visitas a enfermos realizadas durante el verano de 1927

San Josemaría entre los enfermos de Madrid (1927-1931)

Conocida la buena disposición del capellán para asistir a los enfermos que se le indicaran, las visitadoras empezaron a solicitar su ayuda desde la primera semana en que se hizo cargo de la capellanía. En efecto, el más antiguo documento que se conserva le fue entregado el martes 14 de junio de 1927: 14–VI–1927: Muy estimado y respetable D. José. Tenga la caridad de ir a Josefa González – Amor Hermoso 63 que está pasando el puente de la Princesa barrio Usera, es todo seguido a mano izquierda. Mañana a las nueve menos cuarto vendrá el automóvil de la Sra. de Abellán para la comunión de los enfermos; se le llevará a esta que va [a atender] esta tarde y al de Abades 7, si Vd. no quedó con él en otra cosa. Su affma en el Señor Mª Cristina20.

Por el texto de este recado, queda claro que, antes del día 14, don Josemaría había visitado ya a un enfermo en Abades 7. El nombre de la calle donde estaba esta casa de vecindad –una de las muchas corralas de ese barrio, a la que volverá más veces para visitar a otros enfermos21–, quedó bien grabado en la memoria de san Josemaría. Efectivamente, durante la catequesis que realizó en 1974 en varios países americanos, ante los miles de asistentes a una reunión en Buenos Aires, una anciana de 84 años, después de haberse presentado como abuela de tres fieles del Opus Dei, entabló este animado diálogo con don Josemaría:

“Padre, quería decirle que soy de Madrid. –¡Madrileña!, ¿de Chamberí o de dónde? [...] Oye, hija mía, ¿en qué calle has nacido de Madrid, ¿en qué calle naciste? –En la calle de los Abades. –Ya lo conozco, ya lo creo. Sí, cerca de Progreso; la calle de Dos Hermanas está allá al lado. Anda, sigue, sigue...”22. A partir de este primer aviso, el capellán fue recibiendo otros más durante el verano de 1927. La documentación deja constancia de cuarenta y dos visitas solicitadas por escrito a don Josemaría en estos meses. Sin embargo, le fueron pedidas algunas más, puesto que queda documentado indirectamente que atendió otros enfermos23.

Parte de los pacientes asistidos en estos primeros meses vivían relativamente cerca del Patronato de Enfermos, pero la mayoría se encontraba a tal distancia que para llegar a sus domicilios el capellán tenía que darse largas caminatas. En el distrito de Chamberí, donde estaba situado su lugar de trabajo y que incluía hacia el norte el barrio de Cuatro Caminos, hizo 6 visitas; y en el distrito contiguo por el oeste, el de Universidad, que comprendía varios barrios como los de Bellas Vistas, Lozoya y Santa Lucía, hizo 7 visitas. Bastante más alejados pero quizá asequibles para llegar andando, se encontraban los distritos de Buenavista (3 visitas), Centro (2 visitas), Congreso (6 visitas) y Palacio (otras 2 visitas). Pero además tuvo que desplazarse frecuentemente hasta los que entonces eran conocidos como barrios bajos madrileños, integrados en los distritos de Hospital, donde atendió 8 enfermos; Inclusa, otros 4 y Latina, 5.

Aunque nunca podremos saber con certeza cómo se desplazaba por Madrid en esos meses de verano, cabe imaginar que cuando las direcciones a las que tenía que dirigirse le permitían hacer el trayecto a pie, partiría de su residencia de Larra o, una vez terminado su trabajo, desde el Patronato de Enfermos situado en la calle de Santa Engracia; para llegar a los lugares más distantes, cuando lo permitiera su economía, utilizaría los medios públicos de transporte urbano, una de las líneas de tranvía o del metro que le aproximara mejor al barrio para proseguir andando hasta el domicilio que debía visitar. El análisis directo de los papeles conservados, facilita datos de interés para conocer el empeño que ponía con el fin de organizar bien su tarea y llevarla a cabo con eficacia. Don Josemaría, llegado recientemente de Zaragoza, desconocedor del callejero madrileño, tuvo que hacerse con un plano o guía de Madrid24.

Efectivamente, en las hojas de aviso que le entregaban, aparecen múltiples anotaciones personales que reflejan las reflexiones y conclusiones a las que llegó después de estudiar detenidamente un plano. Están escritas con su inconfundible grafía, unas veces con tinta y otras con lápiz. Diversas anotaciones ponen de manifiesto que se incluyeron nuevos nombres y direcciones a los de la lista recibida, quizá porque uno de los visitados le informó acerca de enfermos conocidos suyos o bien porque las religiosas le habían dado nuevos datos a última hora.

También queda constancia de que una vez terminado el trabajo, informaba puntualmente sobre el resultado obtenido. Así sabemos que en ciertos casos, por el motivo que fuera, la visita no pudo realizarse. Por último, merece destacarse que estos viejos papeles conservan actualmente la huella de los dobleces a los que el capellán los sometía, quizá para llevarlos en el bolsillo o en la mano y consultarlos fácilmente durante el trayecto; generalmente se observan dos, tres o cuatro pliegues; en algunos casos llegan a constatarse seis, ocho e incluso diez25.

El ritmo de esta actividad fue mantenido constantemente por el capellán durante todo el verano, hasta que quedó paralizada en septiembre. Posiblemente la comunidad de religiosas pasó unos días de reposo en la casa de descanso llamada Villa Valvanera, en la calle Arturo Soria26. Por la razón que fuera, no se le pasaron nuevos avisos durante este mes. Don Josemaría permaneció en Madrid y aprovechó esos días para entrar en contacto con los propietarios de la Academia Cicuéndez en busca de un trabajo complementario, semejante al que había conseguido años antes en el Instituto Amado, de Zaragoza. Consiguió ser contratado para dar clases de derecho romano e instituciones de derecho canónico durante el curso escolar 1927–1928. También tuvo que hacer gestiones para preparar el traslado de su familia a Madrid, que a finales de noviembre pudo quedar instalada en un pequeño piso alquilado, en la calle de Fernando el Católico, n. 46, a una distancia de un cuarto de hora del patronato27.

Julio González-Simancas y Lacasa