También hoy en día Cristo conquista los corazones. Lo hace "con la misma fuerza irresistible" con la que llamaba a Sí a los apóstoles, cuando –hace 2000 años- recorría los senderos de Palestina. Llamaba por su nombre a Pedro, a Juan, a Andrés... Ciertamente, les pedía todo, pero les ofrecía todavía mucho más: una vida de amor y amistad con Él.
Y después de su muerte quería que ellos actuasen y hablasen en su lugar –con su divina fuerza y autoridad– para llevar la salvación a todos los hombres. Les mandó continuar su tarea sobre la tierra, es decir "anunciar la buena nueva a los pobres, vendar los corazones rotos, pregonar a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad (Is 61,1-2-9)." Es esto lo que llena la existencia sacerdotal de alegría y sentido, hoy como siempre.
En contra de la costumbre, ampliamente difundida, de destacar las dificultades que encuentra un sacerdote en nuestras sociedades multiculturales y secularizadas, el Prelado del Opus Dei pone de relieve, en su nuevo libro, la profunda belleza de una vida para la Iglesia. "Cada vocación es el testimonio visible y convincente de que Cristo vive," afirma con serena seguridad.
Por esto, la vocación al sacerdocio es una razón de agradecimiento y felicidad tanto para quien la recibe, como para su familia y toda la comunidad cristiana. "Quiere Dios que del corazón de los hombres se alce, no el lamento de la tristeza, sino un perenne canto de alabanza."
El obispo Echevarría anima a no buscar una vida cómoda y fácil, aunque este modo de actuar a menudo parezca "una locura a los cobardes". Pero sólo quien sigue a Cristo, también en la oscuridad del dolor, puede colaborar verdaderamente con Él: "de cada encuentro nuestro con la Cruz proviene el milagro de un corazón que torna a Dios."
La dinámica del amor exige que el enamorado "renueve constantemente su impulso inicial". La fidelidad –advierte el Prelado- tiene un carácter dialogal, interpersonal, esponsalicio y comprometido. Significa una mutua donación, una amistad profunda, una confianza plena, un compromiso permanente. "Sólo el amor garantiza que nuestra respuesta se mantenga viva y perseverante, que sea más firme y actual con el paso del tiempo."
Sobra decir que mons. Echevarría ofrece, en estas bellas páginas, la amplia panorámica de toda vocación cristiana. Explícitamente, se dirige a diversos grupos de sacerdotes, en los momentos decisivos de su ordenación sacramental. Pero implícitamente –y sin nivelar las diferencias esenciales- habla también a los laicos, hombres y mujeres. Porque también ellos pueden escuchar las palabras divinas "Os he llamado amigos" (Jn 15,15).
Y cada uno de ellos está invitado personalmente a ser, de modo original y libre, "un testigo transparente de Cristo y de su Evangelio". Un laico no actúa, ciertamente, in persona Christi –como sí el sacerdote-, sino en su propio nombre y con su propia responsabilidad, cuando "empuja a parientes, amigos y compañeros por las sendas del amor divino." Pero por esto no participa menos en la intimidad divina, y también su vida consiste en "servir a la Iglesia".