La Primera Misa

«Dentro de unos minutos -decía en cierta ocasión Monseñor Escrivá de Balaguer- me llegaré, con este hijo que me acompaña, a celebrar la Santa Misa: a tener un encuentro personalísimo con el Amor de mi alma. Y este hijo mío me recordará -al contestarme con las palabras de la liturgia- que me estaré acercando al altar de Dios que alegra mi juventud. Porque soy joven, y lo seré siempre, ya que mi juventud es la de Dios, que es Eterno. Jamás podré con este amor sentirme viejo.

Después besaré el altar: con besos de amor. Y tomaré el Cuerpo de mi Dios, y el cáliz de su Sangre, y lo levantaré sobre las cosas todas de la tierra, diciendo: “ Per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso ”: ¡por mi Amor!; ¡con mi Amor!; ¡en mi Amor!»(15).

Esta protesta de juventud, en su corazón enamorado del sacerdocio, echó sus raíces definitivas el 28 de marzo de 1925. Es en esta fecha cuando se consuma la vocación que le ha llevado al Seminario. Su ordenación sacerdotal ha tenido lugar en la iglesia de San Carlos`. Ofició la solemne ceremonia don Miguel de los Santos Díaz Gómara, siendo ya Obispo preconizado de Burgo de Osma y Presidente del Real Seminario de San Carlos; el Rector de San Francisco de Paula era el sacerdote don José López Sierra. Los documentos relativos a la ordenación están firmados por José Pellicer, Vicario Capitular. Hay un dato de interés: el día 28 de marzo de 1925 era sábado: un regalo para Josemaría, que no ha dado un paso en el camino de Dios sin pedir la ayuda, el cariño y el apoyo de la Virgen.

Dos días más tarde, el 30 de marzo de 1925, celebra su primera Misa solemne en la Santa Capilla de la Basílica del Pilar de Zaragoza. Hay muy pocos invitados, apenas una docena, que pertenecen a la estricta intimidad de la familia.

La Santa Capilla está resplandeciente, a las diez de la mañana. En la gruesa barandilla de plata se agrupan las velas encendidas por la fe y el amor de los aragoneses a su Patrona. Grandes goterones de cera convierten la devoción en holocausto. A la derecha, la Virgen, con su corona y manto. En el centro, el altar principal, obra del escultor Ramírez, que presenta la venida de Nuestra Señora entre nubes y ángeles. A la izquierda, el grupo escultórico de Santiago y los Convertidos, en otro maravilloso relieve de alabastro. Es en este altar, que la voz popular llama «de los convertidos», donde celebra solemnemente el Santo Sacrificio don Josemaría Escrivá.

El tiempo hace confluir en este momento toda una sucesión de gracias y exigencias de lo Alto que han marcado la vida de este joven sacerdote: el día aquel en que la huella de unas pisadas en la nieve levantó la divina inquietud de la entrega a Jesucristo; la conversación con su padre y su decisión al sacerdocio; las dificultades, y también la piedad y el amor, que encierran sus años de Seminario; su caminar firme y ardiente por aquella ciudad apuntalada por santuarios.

La ceremonia se realiza de un modo sencillo y despacioso, porque Josemaría dice siempre que los enamorados no tienen prisa para despedirse. Y hoy, día en que sus palabras harán venir a Jesús hasta la tierra, las oraciones salen de su corazón. Cuando se vuelve a dar la Comunión a los fieles tiene el deseo de hacerlo, en primer lugar, a su madre. Doña Dolores Albás, con las señales de su reciente dolor aún en el gesto, se aproxima. Pero una buena mujer, que asiste a la Misa desde lejos, se cruza y se adelanta. Este trastrueque inevitable ha roto una pequeña ilusión que traía hoy en el alma. Pero hasta ese menudo detalle ha de ofrecer en el último momento. Así paladea, a la vez, el gozo y el sacrificio de este día.

En las cúpulas de la Basílica del Pilar, los ángeles de Goya, los suaves y nítidos firmamentos de Bayeu son, en este 30 de marzo de 1925, la representación plástica del amor universal del nuevo sacerdote.