La paz es posible

“La paz es consecuencia de la guerra, pero no de una guerra cualquiera, sino de la guerra de uno consigo mismo: es la lucha personal de actuar en todo momento desechando los intereses egoístas”. Artículo inspirado en san Josemaría y publicado en Alfa y Omega.

El Santo Padre ha pedido oraciones por la paz.

Con ocasión de la canonización de san Josemaría y del final del centenario de su nacimiento se puede aprovechar para reflexionar sobre dos sentimientos, ciertamente conectados entre sí, que caracterizan y se generalizan en nuestro tiempo: el anhelo de paz existente en el corazón de millares de personas, y el miedo a la soledad y a la tristeza, que comprime a tantos, incluso rodeados de gente y de todo tipo de bienestar material imaginable.

Cuando se considera el tema de la paz -y al comprobar el panorama mundial parece claro que más vale hacerlo-, habría que plantearse algunas cuestiones: ¿cuál es la paz que necesita el hombre? ¿por qué no la hay? ¿cuáles son los medios realmente eficaces para conseguirla? ¿cuál es su fruto? ¿qué aportación se espera del cristianismo al problema de la falta de paz?

Decía san Josemaría Escrivá que estas crisis mundiales son crisis de santos (...). La verdadera revolución que ha de cambiar el mundo y la vida de la gente, y que ha de conducir a darle plena significación, comienza y se decanta en la intimidad de la conciencia de cada hombre, en ese santuario de cada uno, tal y como es, sin mentiras, se encuentra ante su Dios y Padre. Es allí donde la persona -el cristiano, si ha sido bautizado- se decanta y decide ser o no sembrador de paz y de alegría allí donde esté.

Nadie puede dar lo que no tiene. La paz y la alegría no son un remedio que se aplica desde fuera, sino que, al igual que sucede con la confianza, no se impone, se inspira. Hay, de ese modo, quien es factor positivo de paz allí donde está, quien hace que a su lado los demás se sientan felices, porque detectan, como los niños, el cariño y la consideración con que se les trata; muchas veces basta con una mirada o con la sola presencia.

Quizá lo que nos enseña aquí Josemaría Escrivá es a adoptar esa actitud -única actitud coherente para un cristiano- desde la perspectiva y la experiencia de una fe viva en Cristo (...). Por la felicidad y la salvación del hombre, Dios no se mide y llega a hacer locuras... y no le quita la libertad de hijo que le dio, aunque tantas veces la use egoísta e incluso brutalmente.

La paz, dice san Josemaría, se inspira.

Si ése es el valor que para Jesucristo tiene toda persona, ser su discípulo pasa necesariamente por una preocupación real por el bien de los demás, preocupación que no nace ni única ni principalmente de compartir una misma sangre, unas mismas aficiones, una misma nacionalidad o unos mismos planteamientos ideológicos.

La fe no es una utopía. No se trata de creer que el cristiano, o más ampliamente el hombre de bien, es capaz de transformarse a sí mismo y cambiar el mundo con sus solas fuerzas. Sería una ingenuidad o una presunción porque, entre otras cosas, no tendría en cuenta la realidad palpable del pecado, de ese no controlar y dejarse llevar por el hombre viejo -por esa inclinación al mal- que, aunque nos pese, llevamos dentro. Ahí está el verdadero enemigo de la paz, de la paz personal y de la paz en la vida familiar, social y política.

Solía recordar Josemaría Escrivá, por eso, que la paz es consecuencia de la guerra, pero no de una guerra cualquiera, sino de la guerra de uno consigo mismo: es la lucha personal de actuar en todo momento desechando los intereses egoístas, y teniendo presente la repercusión sobre los demás de nuestras decisiones, incluso de aquellas que se nos presentan como más privadas e inocuas, ya que lo que seamos y lo que vivamos no repercute sólo en nuestra vida. Para tener paz y para darla, pues, hay que hacerse violencia (...).

Al fin, para tener paz y para darla hay que estar dispuestos a tener la experiencia cotidiana, en lo grande y en lo pequeño de pedir perdón y de perdonar. Y hay que asumir el reto de hacer compatibles la fortaleza y la comprensión, haciendo prevalecer siempre el respeto a la persona (...).

El cristiano que se decide a serlo de veras es fermento eficaz de paz y de alegría a su alrededor. Una descripción muy acertada de la vida y la figura de Josemaría Escrivá que alguna vez se ha dado es la de que ha sido, simplemente, un cristiano auténtico, sin paliativos.

María del Mar Martín// Alfa y Omega