La ordenación sacerdotal

Francisco Ponz. MI ENCUENTRO CON EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Madrid, 1939-1944

Los tres futuros sacerdotes continuaron sus estudios con intensidad y dedicación crecientes, superando con alto nivel los sucesivos exámenes. El Padre se sentía muy contento al pensar en la proximidad de esa ordenación y nos hablaba alguna vez de las nuevas actividades que podrían ponerse en marcha contando con ellos. "Como para entonces ya tendremos sacerdotes -comentaba en una ocasión al hablarnos de algunos de esos planes- podrán marchar las cosas mejor que ahora". Con frecuencia nos pedía que rezáramos mucho por los que se iban a ordenar, para que fueran muy doctos, alegres y santos. A finales de enero del 1944 nos invitó a ofrecer todos los días una pequeña mortificación por ellos y nos explicó que correspondía al Padre llamar al sacerdocio: el interesado podía con libertad aceptar o no; y los que no fuesen llamados -la gran mayoría- no tenían por qué preocuparse, servirían muy bien al Opus Dei como seglares.

Las ordenaciones de presbíteros tuvieron lugar el 25 de junio de Ç1944. A primera hora, Chiqui, como diácono todavía, nos dio la Comunión a los que vivíamos en Lagasca, en medio de la emoción de todos. La ceremonia estaba anunciada para las diez de la mañana en la Capilla del Palacio Episcopal, y ahí fueron todos menos el Padre, José María Albareda y yo. El Padre celebró la misa en el oratorio de Diego de León, a la hora de la ordenación, y le ayudó José María. Ofreció la misa por los tres hijos suyos que se ordenaban. No quiso asistir a la ceremonia para evitar ser objeto de la felicitación de muchas personas, para no ser el foco de la atención. Yo me había quedado en la dirección de Lagasca, para atender cualquier incidencia en la casa y estar al tanto del teléfono. Entre tanto, con la Capilla Episcopal abarrotada, don Leopoldo Eijo y Garay confirió el presbiterado a los tres primeros.

Terminada la ordenación, los tres nuevos sacerdotes vinieron a Diego de León para reunirse con el Padre, que les esperaba anhelante. Al llegar, besó sus manos recién consagradas, y les dio un abrazo muy de Padre, que lo decía todo. Más tarde llegó don Leopoldo, que se quedó a almorzar con el Padre y los tres presbíteros. Después de la comida nos reunimos en la casa muchos de los que éramos del Opus Dei en Madrid y los que habían venido de fuera. Se organizó una tertulia con el obispo en el salón azul de la planta baja. Aprovechando la ausencia del Padre, que desapareció de allí muy pronto, don Leopoldo nos dijo frases muy sentidas y sobrenaturales sobre él. Se le veía feliz por haber culminado algo que consideraba muy importante y significativo para el Opus Dei y para toda la Iglesia.

El Opus Dei estaba sediento de sacerdotes, por lo que los recién ordenados tuvieron que ponerse a trabajar con intensidad desde el primer momento. Además de atender los centros del Opus Dei con su sacerdocio ministerial, ya en agosto don José María y don José Luis estuvieron en Valencia para dirigir cursos de retiro, y don Álvaro predicó otro en la residencia de la Moncloa para miembros de la Obra. En septiembre el Padre distribuyó su trabajo para el curso 1944-1945, que estaba a punto de comenzar: don Álvaro se quedaría en Madrid para ayudar al Padre, aunque atendería también el Norte de España; a don José María le encomendó la asistencia espiritual de las mujeres de la Obra y ocuparse de Cataluña y Levante; y don José Luis atendería Andalucía.