La naturalidad de vivir junto a un santo

Francisco Ponz. MI ENCUENTRO CON EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Madrid, 1939-1944

La vida de don Josemaría reflejaba una santidad llena de naturalidad, sin comportamientos chocantes. Su vivir era muy humano y muy divino. Incluía muy altos niveles de exigencia, de correspondencia heroica a cuanto Dios le pedía, pero no quedaba distante, a alturas inalcanzables, sino cercano, cordial. La vida y las enseñanzas del Fundador del Opus Dei acercaban la santidad a la gente corriente, a todos abrían -como él decía- "los caminos divinos de la tierra". Estar con él, vivir junto a él, no daba lugar a sobresaltos, al miedo o pasmo que provocan los fenómenos sobrenaturales. Todo en él resultaba sencillo. Y sin acertar a saber bien por qué, uno se sentía impulsado a portarse mejor, a procurar ser más fiel a Jesucristo.

Un día -debió de ser a comienzos de 1944- tuve la oportunidad de oír directamente al Padre contar cómo había nacido la Obra. Estaba yo acompañando a desayunar en el comedor de Diego de León al Padre Permuy, profesor de Filosofía en el Centro de Estudios, cuando entró el Padre y se sentó con nosotros. Empezó a explicarle a este buen religioso el Opus Dei y a hablarle de su origen. Le dijo entre otras cosas que él no había pensado nunca en nada parecido hasta el 2 de octubre de 1928, día en que el Señor se lo había hecho ver con claridad y con todas sus características esenciales, cuando estaba haciendo un retiro en el convento de los Padres Paúles de Madrid. Él había entendido que eso que Dios quería y sembraba en su corazón era algo que habría de durar por los siglos, mientras hubiera hombres sobre la tierra. Se ponía muy de manifiesto que, por su humildad, le costaba mucho abrir la intimidad de su alma para contar esos hechos sobrenaturales, más aún por hacerlo en mi presencia, con el riesgo de que pensara que la santidad que enseña el Opus Dei debe estar asociada a fenómenos extraordinarios, en lugar de realizarse sin nada llamativo en las circunstancias más corrientes de la vida de trabajo en el mundo. Pronto me dijo, por eso, con delicadeza, que podía irme ya a mis ocupaciones, porque él se quedaría acompañando al Padre Permuy. Y les dejé, con el sentimiento de perderme el resto de su conversación, que se prolongó un buen rato.

En una de aquellas charlas íntimas y familiares que el Padre tenía con sus hijos en Diego de León, nos decía que la Obra es eminentemente "realizadora". Con esta expresión quería que comprendiéramos que no se limitaba a mostrar una teoría, una posibilidad de entender la vida cristiana. El Opus Dei no era sólo una enseñanza bella y atractiva acerca del cristiano que vive en el mundo, sino que Dios quería que fuese ante todo vida real en cada uno. No era un mero proyecto de vida, sino que ese proyecto, con la ayuda divina, debía realizarse, hacerse vida propia. Por eso nos hablaba también de que lo nuestro era "ser y hacer el Opus Dei".