Libro “El Opus Dei. Informe sobre la realidad”
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El Concilio Vaticano II recordó de nuevo a los cristianos la llamada universal a la santidad que hizo el Señor: todos hemos sido llamados a la santidad, a la identificación con Cristo y a una divinización progresiva bajo la acción de la gracia, para llegar a la plenitud de la vida cristiana, "a la medida de la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13).
Dios llama a algunos bautizados —los miembros del Opus Dei, las personas que participan y se forman cristianamente gracias a sus apostolados— para que lleven ese mensaje —la llamada universal a la santidad— a todo el mundo, recorriendo el camino que el mismo Dios fundó el 2 de octubre de 1928, sirviéndose de san Josemaría Escrivá de Balaguer.
Desde esta perspectiva, la llamada específica a la santidad en el Opus Dei convierte la vida de las mujeres y de los hombres del Opus Dei, y la de las personas que se forman al calor de su espíritu, en un constante servicio a la Iglesia y al mundo.
“Quiso el Señor —escribía San Josemaría— promover su Obra cuando, en la mayoría de los países, élites y masas enteras parecían alejarse de la Fuente de toda gracia; cuando, incluso en países de vieja historia cristiana, escaseaba la frecuencia de sacramentos por parte del pueblo; cuando vastos estratos del laicado parecían adormilados, como si se hubiera desvanecido su fe operativa” (Carta, 25-I-1961, n. 13, en El itinerario jurídico del Opus Dei, p. 53).
Este es el mensaje de Escrivá de Balaguer: que la santidad está al alcance del hombre de la calle. Es un mensaje de raíces evangélicas, que encuentra su mejor ejemplo en la vida de los primeros cristianos. Por lo tanto, su “novedad” es relativa: se trata más bien de un aspecto de las enseñanzas del Señor que se había difuminado en el transcurso de los siglos. Es un mensaje "viejo como el Evangelio, y como el Evangelio nuevo", en palabras del fundador (Carta, 9-I-1932, n. 91, en El Opus Dei en la Iglesia, p. 71).
En los años veinte y treinta del pasado siglo, en los comienzos del Opus Dei, cuando San Josemaría proclamaba la llamada universal a la santidad, era plenamente consciente —a pesar de la sorpresa y de la extrañeza que sus palabras provocaban en algunos, a los que esta doctrina les parecía una propuesta demasiado arriesgada cuando no herética— de que no hacía más que repetir la enseñanza de Cristo, que “nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia” (Ef 1, 4).
“Dentro de la llamada universal a la santidad —escribía San Josemaría—, el miembro del Opus Dei recibe además una llamada especial, para dedicarse libre y responsablemente, a buscar la santidad y hacer apostolado en medio del mundo, comprometiéndose a vivir un espíritu específico y a recibir, a lo largo de toda su vida, una formación peculiar.” (Conversaciones..., 61).
La llamada al Opus Dei es una llamada secular que se dirige a las mujeres y hombres que viven en el mundo: es lo que se denomina en un determinado lenguaje, “vivir en el siglo”. El fundador quiso que se mencionara expresamente este rasgo fundacional —la secularidad— en los primeros Estatutos del Opus Dei, precisando que no es una llamada al estado de perfección, propio de los religiosos, sino a la perfección en el propio estado, porque la vocación al Opus Dei no crea una especie de estado nuevo: cada uno sigue viviendo y trabajando en el lugar que le corresponde en la sociedad.
Como su vocación no les aleja del mundo —al contrario— el fundador aconsejaba a los fieles del Opus Dei que no utilizaran su condición de católicos como un estandarte ni como un signo de distinción. Eso acabaría clericalizándolos y los convertiría en un grupo aparte, alejadode los demás.
Por esa razón no utilizaba el término “católico” cuando ese calificativo se prestaba a utilizaciones partidistas. Escribía en su homilía En el taller de José: “Por eso, aunque quizá sea conveniente en algunos momentos o en algunas situaciones, de ordinario no me gusta hablar de obreros católicos, de ingenieros católicos, de médicos católicos, etc., como si se tratara de una especie dentro de un género, como si los católicos formaran un grupito separado de los demás, creando así la sensación de que hay un foso entre los cristianos y el resto de la Humanidad. Respeto la opinión opuesta, pero pienso que es mucho más propio hablar de obreros que son católicos, o de católicos que son obreros; de ingenieros que son católicos, o de católicos que son ingenieros. Porque el hombre que tiene fe y ejerce una profesión intelectual, técnica o manual, es y se siente unido a los demás, igual a los demás, con los mismos derechos y obligaciones, con el mismo deseo de mejorar, con el mismo afán de enfrentarse con los problemas comunes y de encontrarles solución.” (Es Cristo que pasa, 53).
“Por ellos yo me santifico —dice el Señor—, para que también ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17, 19). Siguiendo los pasos del Señor, los miembros del Opus Dei procuran santificarse haciendo apostolado, mediante un esfuerzo evangelizador diario por acercar a Dios a las personas con las que comparten su vida. Santidad y apostolado forman una profunda unidad en la vida de los miembros del Opus Dei, para los que, como enseñaba San Josemaría “el trabajo es el quicio de su vida espiritual” (Conversaciones..., 70).
Un rasgo importante: el apostolado que llevan a cabo las mujeres y los hombres del Opus Dei es siempre de carácter personal. El fundador lo denominaba un “apostolado de amistad y de confidencia” (Conversaciones..., 62).
Ese trabajo evangelizador debe ser fruto de una coherencia de vida y de una apertura del alma que lleva a la amistad generosa con todos. “Vive tu vida ordinaria; trabaja donde estás, procurando cumplir los deberes de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión o de tu oficio, creciéndote, mejorando cada jornada. Sé leal, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ese será tu apostolado. Y, sin que tú encuentres motivos, por tu pobre miseria, los que te rodean vendrán a ti, y con una conversación natural, sencilla —a la salida del trabajo, en una reunión de familia, en el autobús, en un paseo, en cualquier parte— charlaréis de inquietudes que están en el alma de todos, aunque a veces algunos no quieran darse cuenta: las irán entendiendo más, cuando comiencen a buscar de verdad a Dios" (Amigos de Dios, 273).
En el contexto de una sociedad cada vez más descristianizada, ese esfuerzo evangelizador debe procurar paliar, en la medida de lo posible, la ignorancia religiosa que padecen tantas mujeres y hombres de nuestro tiempo. “En esto consiste el gran apostolado del Opus Dei —escribió el fundador—; mostrar a esa multitud que nos espera cuál es la senda que lleva derecha hacia el Señor” (Carta, 24-III-1930, en Hoja informativa nº 5, p. 9).
“El apostolado cristiano —y me refiero ahora en concreto al de un cristiano corriente, al del hombre o la mujer que vive siendo uno más entre sus iguales— es una gran catequesis, en la que, a través del trato personal, de una amistad leal y auténtica, se despierta en los demás el hambre de Dios y se les ayuda a descubrir horizontes nuevos: con naturalidad, con sencillez he dicho, con el ejemplo de una fe bien vivida, con la palabra amable pero llena de la fuerza de la verdad divina” (Es Cristo que pasa, 149).
La acción evangelizadora de las mujeres y hombres del Opus Dei debe ser —y así lo deseaba el fundador— sencilla y sin ostentaciones, fruto de la coherencia de una intensa vida cristiana personal: ""Y ¿en un ambiente paganizado o pagano, al chocar este ambiente con mi vida, no parecerá postiza mi naturalidad?", me preguntas. —Y te contesto: Chocará sin duda, la vida tuya con la de ellos; y ese contraste, por confirmar con tus obras tu fe, es precisamente la naturalidad que yo te pido" (Camino, 380).
El apostolado de los fieles del Opus Dei se dirige a todos los hombres, sin distinción de raza, nación o condición social. Dentro de ese contexto de alcance universal, Escrivá de Balaguer subrayó la importancia del apostolado personal con los intelectuales —un término amplio que engloba a los estudiosos, los profesores, los creadores, los artistas, las personas de gran influencia en la sociedad— a los que comparaba con las cumbres nevadas de las grandes montañas, que parecen distantes, pero de cuya nieve proviene el agua que hace fructificar los valles.
Artículo publicado originalmente en el año 2007