La historia de Raimundo

Testimonio del coordinador de las actividades de voluntariado del Colegio Altair, obra corporativa del Opus Dei en Sevilla

Varios alumnos de Altair con José María, a la puerta de una chabola

Desde los comienzos del Colegio Altair hace más de 40 años, la preocupación social siempre ha estado presente. No en vano, el colegio nació en una modesta barriada de Sevilla, entre personas necesitadas de ayuda de diverso tipo, también material.

Hace un par de años ofrecimos al Colegio desde la ONG en la que trabajo, una serie de actividades de voluntariado para los alumnos de Secundaria y Bachillerato. La respuesta de los alumnos ha sido magnífica.

Hasta el mes de febrero se hacían visitas a residencias de personas mayores y a domicilios particulares. Las razones por las que elegíamos los domicilios eran evidentes: soledad, dificultades económicas, enfermedades, y en muchos casos, todo a la vez. Aún así, estábamos buscando ampliar el ámbito de estas visitas.

Con Raimundo, en la explanada, el día siguiente al incendio de su chabola

Paseando un domingo por la tarde, a unos 10 minutos de Altair, me fijé en la hilera de seis chabolas junto a la tapia de las naves principales de Correos, en el barrio de Palmete. He pasado muchas veces por allí, pero nunca había pensado aventurarme a entrar y charlar con esos vecinos. Esa tarde me lancé. La primera persona a la que saludé fue Raimundo: después de interesarme por él, comprendí que muchos alumnos debían conocerle.

Raimundo tiene 69 años, ha trabajado toda la vida en el campo y desde hace más de 20 años vive en una de las denominadas chabolas. Junto a él vive José María, su hijo, de 25 años, sordomudo.

En febrero, comenzamos las visitas semanales, llevando algo de comida, ropa, y sobre todo, ganas de escuchar las necesidades de estas familias. Cada vez que nos encontrábamos con Raimundo siempre nos recibía con mucha educación, alegría y agradecimiento.

Con Raimundo y José María, después de la rehabilitación de la chabola

Volvimos otra vez a visitarle después de Semana Santa y nos quedamos de piedra: las dos chabolas, anteriormente mencionadas, de padre e hijo, habían quedado reducidas a cenizas.

Raimundo nos contaba, con desolación y a la vez con mucha fortaleza: “se prendió todo; estábamos dormidos y se había quedado una vela encendida, se cayó y el plástico se quemó a toda velocidad. Tuvimos que salir corriendo con lo puesto. Cuando llegaron los bomberos, sólo pudieron salvar las siguientes chabolas”. Se quedaron con lo puesto, ya que las pocas pertenencias guardadas habían ardido.

Desde entonces el voluntariado ha sido aún más importante, como se puede comprender. Junto a gestiones administrativas para que el Ayuntamiento de Sevilla colabore, Raimundo, sin pausa, ha ido levantando su nueva casa. Los alumnos de Altair han continuado con las visitas: cada semana, un grupo distinto de 6 ó 7 alumnos, desde los 14 a los 18 años.

Actualmente, Raimundo ha vuelto a levantar su casa y a muchos de nosotros, su ejemplo y valor ante las dificultades nos ha edificado aún más.

Aún nos queda una pequeña batalla por ganar: conseguir que deje de llamarnos “señor” antes de mencionar nuestro nombre.