Kazajstán: Un corazón que late fuerte

Ésta es la mejor definición de un inmenso país -dos veces Europa- desconocido para muchos, también para nosotras hasta hace unos meses

Kazajstán fue el último estado que se independizó de la ex Unión Soviética en 1991. Su rasgo específico es el elevado número de minorías étnicas: más de 130 en un país de poco más de 17 millones de habitantes. Son numerosas sus razas como lo son las coloreadas y olorosas especias que se venden en el Gran Bazar.

Una sociedad por tanto modelo y ejemplo de convivencia para occidente en la que musulmanes, ortodoxos, cristianos -protestantes y unos pocos católicos-, comparten su día a día pacíficamente.

Un joven país en el que todavía se respira un cierto aire soviético que nos hacía evocar el pasado heroico de tantos cristianos hermanos en la Fe; pues tras la revolución socialista de Octubre de 1917, la Iglesia Católica experimentó la más horrorosa persecución comunista; multitud de católicos fueron deportados a estas estepas del Asia Central y centenares de creyentes murieron mártires.

En 1936 comenzaron a llegar a Kazajstán incontables trenes de ganado repletos de deportados católicos traídos de Polonia, Ucrania o Alemania que eran abandonados a su suerte. A pesar del empeño de Stalin por erradicar la Fe, lejos de lograrlo, quienes sobrevivieron a las durísimas pruebas a que fueron sometidos, la mantuvieron, practicaron y extendieron en la clandestinidad.

Actualmente, los católicos se esfuerzan por revitalizar su Iglesia. Por ejemplo en la diócesis de Almaty (que tiene una extensión mayor que toda España) trabajan 18 sacerdotes. Además hay 14 monjas. Un sacerdote español es el Rector del seminario interdiocesano de Karaganda que alberga a diez seminaristas.

Las conversiones al catolicismo están creciendo. A diario acuden a Misa un buen grupo de personas; en el momento de la Comunión todas se acercan al altar y se arrodillan: algunas comulgan, mientras que otras reciben la señal de la cruz en la frente ¡son catecúmenos que próximamente se bautizarán!

Monseñor Schneider -obispo de la diócesis de Karaganda- declaraba que “la evangelización en esta tierra es, sobre todo, una evangelización de presencia, de testimonio y por eso la tarea de los laicos es importantísima”.

Un programa en español

“Desde el primer momento que llegamos a Almaty intuimos que en esta tierra y en sus gentes había algo especial que esperábamos descubrir pronto”, comenta Ana Rivera, profesora y coordinadora de un grupo de antiguas alumnas del Colegio Senara de Madrid que han participado en el proyecto de voluntariado cultural en Kazajstán. “Una idea que surgió al leer en la última encíclica del Papa : que nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas”,  por eso pensamos en organizar un voluntariado cultural, que diera respuesta –al menos en parte- a una de las inquietudes que tienen los kazajos: aprender español.

Nos pareció que éramos capaces de dar esas clases y aportar con ello nuestro granito de arena; y empezamos los preparativos. En un tiempo record y con los exámenes finales pisándonos los talones, nos pusimos a aprender cuatro frases en ruso y a buscar patrocinadores. La crisis no fue obstáculo para que “muchos pocos” sumaran la cifra que necesitábamos. Era pronunciar la palabra Rusia y todo el mundo echaba mano de la cartera, que unas veces estaba más llena que otras.

En cuanto llegamos a Almaty, la capital kazaja, empezamos con las clases de español que dábamos en el club Irtysh, una de las iniciativas promovidas por personas del Opus Dei allí. Para amenizar las sesiones, les explicábamos algunas de las tradiciones españolas, que a tantos kilómetros de distancia, sentíamos más dentro y más nuestras que nunca. Entonamos el “1 de enero, 2 de febrero” y contamos quien era San Fermín ¡cómo favorecía el atuendo pamplonica a nuestras amigas asiáticas!... Aunque tampoco sonaba nada mal el “olé, al Rocío yo quiero volver a cantarle a la Virgen con fe” con acento ruso… Y después de explicarles cómo se vive y celebran las fiestas de Navidad, el 12 de agosto tomamos las doce uvas a golpe de campana, simulando el reloj de la Puerta del Sol.

Descubrimos las raíces cristianas de todas esas tradiciones que forman parte de nuestras vidas porque hemos crecido con ellas y (a más de 7000 km. de distancia) surgió el firme compromiso de mantenerlas y defenderlas si llegara el caso.

Para enriquecer la cultura de las participantes en el programa, se dieron sesiones de orientación familiar, de liderazgo para jóvenes, etc. y se debatió sobre el sentido de la libertad, de la dignidad de la mujer, la influencia de los medios de comunicación, de la educación del siglo XXI… y todo gracias a las alumnas de nivel avanzado que traducían nuestras exposiciones y que despertaban interesantes debates: las nuevas generaciones escuchaban voces expertas y éstas se enriquecían de nuevos enfoques para construir una sociedad mejor.

En definitiva, estuvimos en un país que emerge, país de misión, un corazón kazajo en el continente euroasiático que late con fuerza -la fuerza de la fidelidad- y que muy pronto bombeará su sangre a Rusia, China, y Extremo Oriente.