27 de julio. Vigo. España. Tres familias con mucha ilusión comenzábamos nuestras vacaciones. Objetivo: Acompañar al Papa Francisco en Cracovia. Medio de transporte: furgonetas. Resultado de la expedición: os cuento…
Hasta salir definitivamente por las carreteras de Europa, el reto más importante de esta sencilla aventura había sido el organizativo. Tres matrimonios y 18 niños de entre 4 y 16 años. Nueve eran menores de 9 años. Conseguir que la aventura no fuera ni una odisea, ni una locura. Ese era el verdadero reto.
Una intendencia casera
Detrás de estas vacaciones sobre ruedas había su intendencia. El viaje debía ser económicamente viable para todos y por eso le dimos mil vueltas al presupuesto, al gasto en combustible, alojamientos, comidas, etc. Queríamos aprovechar el viaje hacia Cracovia para conocer también algunas ciudades del centro de Europa. El destino JMJ nos pareció una estupenda oportunidad para despertar inquietudes en la sensibilidad y cultura en nuestros hijos.
Tras muchas posibilidades, encontramos alojamiento en Volary, un pueblecito de la República Checa en la que estaríamos hasta el 7 de agosto. Y como había que ahorrar, habíamos llevado desde casa la comida para todos los días del viaje, salvo los desayunos y las cenas. Furgonetas, niños, comidas y asfalto.
En Cracovia y ¡alucinados!
El sábado 30 por la mañana nos dirigimos al corazón de la Jornada Mundial de la Juventud. Todas las salidas de la autopista hacia Cracovia estaban cerradas, y tuvimos que pasar de largo y conducir 26 kilómetros más hasta encontrar una vía de escape. La llegada al Campo de la Misericordia se complicaba. En el ambiente familiar de los tripulantes era muy fácil decir: "Niños a rezar a la Virgen con mucha confianza para poder ver bien al Papa". 24 personas (muchos de ellos niños) pidiendo llegar bien y a tiempo no podían fallar. Llegamos al descampado con las mochilas y las tiendas de campaña justo cuando comenzaba a hablar el Santo Padre.
Pudimos participar en la Vigilia del sábado, cenar, ver a familiares y amigos que estaban en otros sectores del recinto y, por supuesto, a los dos hijos de uno de los matrimonios, que habían llegado hasta Cracovia en otros viajes organizados por su club juvenil y su colegio mayor.
Nuestros hijos alucinaron al ver a tantos jóvenes que se habían desplazado hasta allí para rezar con el Papa. El recogimiento, la atención y la piedad de los que participaban en la Misa del domingo contribuyó a que nuestros hijos aprendieran y todo se les hiciera más rápido de lo normal.
Una convivencia sobre ruedas
La semana siguiente la pasamos haciendo excursiones a los maravillosos lagos, bosques, montañas y castillos de la zona. Fuimos a Praga, donde pudimos ver su castillo, la catedral, el puente de Carlos. Paseamos en barco por el río Moldava y rezamos ante el Niño Jesús de Praga. Pasamos un día en la preciosa Hallsttat (Austria) disfrutando de su entorno y sus casas de cuento. Conocimos Viena, Salzburgo y la medieval Cesky Krunlov. Las comidas las organizábamos con bocadillos que preparábamos sobre la marcha.
Durante estos días los niños se levantaban a las 7 de la mañana sin rechistar. Los mayores se ocupaban de los pequeños. Ante las dificultades que iban surgiendo el ambiente de colaboración y ayuda iba creciendo.
A la vuelta paramos a dormir en Lausana (Suiza), cerca de Toulouse (Francia) donde unos amigos, padres de los mismos colegios donde estudian nuestros hijos, nos acogieron generosísimamente a los 24… La última noche la pasamos en una casa rural de Burgos.
¿Y qué hacíamos en las furgonetas durante tantas horas? Contar historias sobre los lugares por los que pasábamos, jugar, rezar, hablar de miles de cosas, ver películas, sin olvidar, alguna que otra discusión entre los niños.
Allá por donde circulábamos era difícil pasar desapercibidos. En los pueblos, en la salida de las iglesias, en las tiendas, nos paraban, se interesaban por nosotros y nos preguntaban de dónde veníamos. Y aprovechábamos la oportunidad para contar que habíamos estado en la JMJ con el Papa. A pesar de los miles de kilómetros en el coche, nuestros hijos no dudan en decir que ha sido "¡el mejor verano de nuestra vida!"
Dos meses después de estas vacaciones en carretera se mantiene la evaluación, con sus signos de admiración incluidos, por parte de todos.