Qué bien estamos…

Hace unas semanas ActualidadSocial entrevistó a Araceli, pero en realidad Ana y Juan Carlos son los verdaderos protagonistas de esa historia. Ellos y su hijo Javier, de 8 años, enfermo de leucemia. En total conforman una piña de once, que llena el domicilio familiar de risas y de vez en cuando de lágrimas, y a veces de ambas a la vez, porque el sufrimiento es compatible con la alegría, como dice Ana, cuyo lema “qué bien estamos”, ha transmitido con maestría a sus hijos.

Hablo con ellos una tarde en que han conseguido hacer un hueco entre los viajes al hospital con Javier y la recogida de los más peques en el cole, y lo hago a raíz de la entrevista a Araceli, la mayor de los hijos, de 18 años, que ha enarbolado la bandera de la causa de su hermano en las redes sociales, para animar a rezar por su curación y para que quienes estén en la misma situación que él, que ellos, sepan que no están solos y se sientan acompañados. 

La cuenta de Instagram que abrió, -Todos por Javier @quebienestamos-, cuenta ya con más de 6.200 seguidores y aumenta cada día, incluso el repartidor de Amazon, que un día le vio y dijo: “ay, yo te conozco, te sigo en Instagram”.

Y les voy preguntando sin dorar la píldora, sin tapujos ni edulcorantes, porque ellos no son de los que necesitan envolver su realidad en papel celofán. Y poco a poco van desgranando cómo afrontan la vida y cómo están tratando de educar a sus hijos, de tal modo que Araceli conteste como lo hace en la entrevista.

Me cuentan que a ambos ser del Opus Dei les ayuda porque la formación que reciben les permite dar sentido a todo esto, para darse cuenta de que, -como han oído muchas veces-, Dios da la Gracia a quien lo necesita y para ver en esta situación una oportunidad, sin tragedias ni pesimismos.

Ana ha superado un cáncer hace pocos meses y ahora les llega la leucemia de Javier, y les pregunto si no es una bufonada ese lema “qué bien estamos” que tienen siempre en la boca. Ana me contesta que es la pura verdad, que es su lema de siempre, porque están en las manos de Dios, que es donde mejor se puede estar y que no se piensan mover de ahí, porque mientras estén a su lado es imposible que estén mal. Juan Carlos me mira mientras ella lo dice. Sereno. Seguro. Ni siquiera asiente. Es evidente que piensa igual. Y luego me dice: “Si no tienes fe esto es para volverse locos, pero a una persona que tiene fe no hace falta que la reconfortes. Está bien porque está en las manos de Dios”.

Les pregunto cómo es posible hacer compatible sufrimiento y alegría, serenidad y cruz, sonreír cuando se sienten los golpes, y me explican que san Josemaría pedía para sí “con alegría, ningún día sin cruz”, y que cuando supieron el diagnóstico de Javier, le explicaron primero a él lo que tenía, en el mismo hospital, y aprovecharon para hablarle del sentido cristiano del sufrimiento, que Dios iba a hacer maravillas con todo lo que él iba a pasar. Y luego hablaron con sus demás hijos, uno a uno.

Me explica Ana que en todo hay que ver oportunidades y que se plantearon qué querían conseguir en la educación de sus hijos con esto, porque se dieron cuenta de que el sufrimiento era una oportunidad para conseguir que sus hijos fueran mejores.

Hay una pregunta difícil, dura... ¿Y si no se cura, qué? Y Juan Carlos me explica que su meta (la de ambos) es el Cielo, y que para sus hijos lo que quieren sobre todo, más que todo y con independencia de todo, es el Cielo, así que si Javier no se cura no es que haya salido mal nada, porque el objetivo prioritario no es que se cure, -aunque obviamente es un objetivo claro-, sino que crezca y mejore aprovechando esto, y si se tiene que ir al Cielo ya, acceda muy bien preparado. Juan Carlos se para un instante, y me dice: “Cuando llegan estas cosas ves de verdad que estás en las manos de Dios, qué suerte tienes de tener fe, de estar cerca de Dios y de haber descubierto la maravilla del Opus Dei”.

Me explican que educan a sus hijos para una vida plena aquí y para una vida plena allá, cuando llegue el momento. Y parafraseando a san Josemaría me dicen que el Cielo es para los que han sabido ser felices en la Tierra, (Forja, 1005), y ellos están muy empeñados en lo segundo para conseguir lo primero.

Por eso, me dicen, cuando Javier llora, -porque a veces llora-, procuran aliviarle, tanto si es un dolor físico como si es de otro tipo, y además le animan a que lo ofrezca por alguien o por algo, porque el dolor hay que tratar de evitarlo siempre que se pueda, pero si llega es corredentor, como lo fue en el caso de Jesucristo.

Y esto cuenta para el resto de la familia. Cuenta Araceli en la entrevista que "el primer día, cuando nos enteramos de la noticia, hicimos una lista con normas. La primera norma de la lista era no llorar solos. Yo me he encontrado a alguno de mis hermanos llorando solo en el baño y acordamos que eso no podía ser. Tenemos que estar juntos y apoyarnos en el sufrimiento unos a otros".

Me cuentan que sólo sufre quien ama, y que el sufrimiento de Javier les ha unido aún más a todos, y que desde raparse la cabeza hasta organizar cuantos saraos sean necesarios, todo vale con tal de que se sienta querido, comprendido, arropado.

Como no es fácil encontrar a chicas de 18 años que contesten como lo hace Araceli en la entrevista, estoy intrigado por saber si los demás hijos son como ella y les pregunto cómo lo han hecho para transmitir esa fe. ¿Cómo? “Con coherencia, -me dicen-, dando las gracias y pidiendo perdón cuando toca, ayudándonos unos a otros, intentando hacerlo bien y explicando los fallos sin enfadarnos, rezando el rosario en familia, yendo juntos a Misa y viviendo la fe con alegría, no como obligados. Ellos ven que la fe nos la tomamos en serio y que procuramos ser coherentes”.

Ni Ana ni Juan Carlos están en redes sociales. Han visto cómo Araceli, Ana y María, -sus hijas mayores-, han puesto en marcha varias iniciativas en la red llevadas por la fe, el cariño a su hermano y el pensamiento de que habrá otros que lo estén pasando mal. Están felices y esperanzados, confiando a la intercesión de San Juan Pablo II la curación de Javi y seguros de que pase lo que pase, todo es para bien. Qué bien estamos no es una frase bonita ni un leitmotiv para sortear las aristas del destino, sino la expresión de una fe que sale a borbotones de su mirada, de su manera de hablar, de su sonrisa, de su seguridad.

Les doy las gracias porque he aprendido mucho de esta entrevista y terminamos. Empiezan a llegar los más peques, rodean a mamá con sus bracitos y la llenan de besos. Qué bien estamos.

Jesús Gil