Isidoro, colegial. Primera Comunión

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

El curso 1910-11, recién cumplidos los ocho años, Isidoro asiste ya al colegio de los Maristas. Los buenos Hermanos, contribuirán en medida notable a desarrollar los gérmenes de la gracia que, con el Bautismo, había recibido el niño. Y, a través de la criatura, se tonifica el ambiente cristiano de la familia. De hecho, Isidoro transmitirá el sentido religioso a sus padres; sobre todo, a mamá. Resulta enternecedor ver cómo Teresa empieza a rezar —no sabía hacerlo— con las oraciones que su hijo le va enseñando, nada más aprenderlas él.

Isidoro, que ya sabe leer y escribir —sus esfuerzos les había costado tanto a Salus como a él— es un niño más bien retraído y observador. Había seguido muy atento la Primera Comunión de Fernando y, durante este primer curso escolar, su idea fija será recibirla también él. Salus, que acaba de cumplir sus diez años, está recibiendo en el colegio La Enseñanza, de la Compañía de María, la preparación para comulgar —según es costumbre— la próxima primavera. Pero nadie, al menos en casa, toma muy en serio los deseos de Isidoro, por más que hace unos meses —el 8 de agosto de 1910— el Santo Padre Pío X ha permitido que los pequeños accedan a la Sagrada Eucaristía desde que lleguen al uso de la razón, en torno a los siete años.

El niño insistía una y otra vez. Teresa le respondía:

—Eres muy pequeño.

Isidoro no se daba por vencido y consiguió que su madre hablase con los Maristas. A juicio de los Hermanos, el niño podía comulgar porque tenía «un conocimiento y fervor superiores a sus años».

En la primavera de 1911 celebraron, por tanto, los Zorzano dos Primeras Comuniones. La de Salus, el domingo 30 de abril. Unas semanas después, el día de la Ascensión del Señor, recibía Isidoro por primera vez a Jesús Sacramentado, en la Iglesia de Santiago el Real. Pasados muchos años, Salus escribirá que su hermano comulgó «con una preparación muy fervorosa, como todos los actos religiosos que realizaba, pues desde niño llamaba la atención en la iglesia por su recogimiento, raro en esa edad, y daba ejemplo de piedad a todos sus compañeros».

Era uno de los más pequeños en el grupo de cuarenta y cinco niños que comulgaron aquel día «bajo la dirección de los Hermanos Maristas», según se hacía constar en los recordatorios. Isidoro, como casi todos sus compañeros, vestía un trajecillo oscuro, con calzón hasta media pierna. En el brazo izquierdo, un vistoso lazo de raso blanco, rematado con flecos trenzados en hilo de oro: en uno de los colgantes del brazalete lleva pintado un ángel, a cuyo lado hay un cáliz con una sagrada forma y la cruz como fondo. En el otro extremo, figuran las iniciales (I en azul, Z en rojo), así como la fecha: 25 Mayo 1911.

Mucho se comentó aquella primavera el esplendor con que Madrid, pese al teórico anticlericalismo oficial, había celebrado el XXII Congreso Eucarístico Internacional. Toda España aprendió el himno compuesto para la ocasión: «Cantemos al amor de los amores...».

Isidoro, que conserva como primera impresión consciente la imagen de su Bautismo, sigue con atención las ceremonias litúrgicas. Tal vez por ello, y por su piedad, algunos parientes piensan que, de mayor, será sacerdote.

Él mismo reconocerá que gozó en su infancia de una devoción sólo recuperada veinte años después, en la década de 1930. Se confesaba y comulgaba con bastante más frecuencia que los otros niños. De hecho, las madres solían ponerlo como ejemplo a sus hijos.

En casa todos observan que Isidoro, aunque procura disimular, realiza pequeños sacrificios. A la hora de comer deja un poco de aquellas cosas que más le gustan. Su madre comenta:

—A Isidoro ya no le gusta esto, que le gustaba tanto.

Los hermanos, que también asisten a colegios religiosos, saben de qué va el asunto:

—¿No será, precisamente, porque le gusta?.

A veces cargan la mano:

—Anda Isidoro: haz otro sacrificio.

El niño, azarado, calla y sonríe.

Otro tanto sucederá, durante el verano, en Ortigosa. Al regresar sedientos de una excursión, todos beben con avidez, menos Isidoro, que también se limita a sonreír cuando le insisten para que beba pronto.