Intervención de Mons. Tomás Gutiérrez, vicario del Opus Dei en España

"Nuestro Fundador nos ha enseñado a mirar siempre hacia adelante". Son palabras del vicacio del Opus Dei en España en el acto de presentación del libro 'Josemaría Escrivá 1902-2002'

Pienso estar en lo cierto si supongo que al Beato Josemaría no le hubiera gustado mucho este acto que celebramos.

Como recordaba Monseñor Álvaro del Portillo, "mientras estuvo físicamente entre nosotros, nuestro Padre no dejaba que le mostrásemos ni siquiera un poco de agradecimiento filial por su desvelo incesante. Si, en su presencia, alguien empezaba a decirle una frase que sonaba a agradecimiento, le interrumpía inmediatamente diciendo: las gracias, al Señor" (Carta, 24-IX-1978). Entre las numerosas cualidades que Dios concedió al Beato Josemaría, figuraba la de ser hombre profundamente agradecido; y nos enseñó a serlo también nosotros, sus hijos. Pero las palabras o manifestaciones halagüeñas hacia su persona, lejos de proporcionarle satisfacción alguna, le causaban un positivo malestar, que no era capaz de disimular. Sin asomo alguno de falsa modestia –le repugnaba cualquier hipocresía–, se consideraba un instrumento sordo e inepto en manos del Dios que escribe con la pata de una mesa.

Ahora, que goza de la visión beatífica, ya no puede sufrir. Por eso aprovechamos este Centenario para dirigir nuestras miradas a su figura, como quiere la Iglesia cuando incluye a un hijo suyo en el elenco de los bienaventurados (y todo parece indicar la proximidad de su Canonización).

También es la de hoy una buena ocasión para expresarle, públicamente, aquella gratitud que no nos permitía manifestarle durante su vida terrena.

Además –y esto sin el menor atisbo de desobediencia– debemos agradecer a Dios por haberse preparado ese instrumento adecuado y atento, cuya heroica correspondencia a las gracias divinas ha supuesto para las almas y para el mundo impresionantes beneficios, de los cuales aparecen algunos en el libro que hoy se presenta. Según escribía no hace mucho el Obispo Prelado del Opus Dei, "¿Cómo no se encenderá nuestra acción de gracias a la Trinidad, por esta misericordia suya con las criaturas?" (vid Hoja Informativa, n° 24, pág. 3).

Ahora bien, Monseñor Javier Echevarría continuaba: "Pero la gratitud no puede limitarse a un mero sentimiento: aspira a manifestarse en acciones concretas. Como reza el viejo adagio, obras son amores y no buenas razones" (ibidem).

Aunque fuese con el justo propósito de dar gracias, sería desacertado entender este Centenario como una simple retrospección. Naturalmente que debemos reconocer los dones recibidos. Viene aquí como anillo al dedo la reflexión que, hace muchos siglos, formulaba otro natural de estas tierras, afincado también en Roma: "Es ingrato el que niega el beneficio recibido; ingrato es quien lo disimula; más ingrato quien no lo descubre y el más ingrato de todos quien se olvida de él" (Séneca, De beneficiis, III). En este sentido, el Santo Padre Juan Pablo II, en muchos de sus discursos y documentos, tiene por costumbre sacar a la luz las raíces históricas de los pueblos o personas a quienes se dirige. Y, por lo que se refiere a la Iglesia entera, está todavía reciente el Gran Jubileo durante el que, bien unidos al Papa, conmemorábamos el bimilenario de la Encarnación. Pero, nada más concluir el año jubilar, Su Santidad nos exhortaba a acometer esperanzadamente el tercer milenio: "¡Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro" (C.A. Novo millennio ineunte, 1).

Los fieles del Opus Dei leímos con particular emoción ese aliento del Papa. Nuestro Fundador siempre nos había enseñado a vivir mirando hacia delante; y, para hacerlo, solía emplear precisamente esas mismas palabras del Señor a San Pedro en el mar de Galilea –"Duc in altum, boga mar adentro" (Lc 5,4)–, que había hecho esculpir en diversos lugares de la que hoy es Curia Prelaticia del Opus Dei (palabras que, por cierto, se leen en la Misa de su fiesta litúrgica). El Beato Josemaría no era, en efecto, amigo de las remembranzas puramente "contemplativas" –de pretérito–, que alimentan autocomplacencias y resultan a menudo paralizantes. Hizo, sí, construir templos en honor de Dios y de su Madre Santísima; también levantó edificios en servicio de los hombres. Pero no alzó, ni permitió que lo hiciéramos, "memoriales" de su persona: "Los monumentos –nos decía– que yo quiero dejar sois vosotros, hijos míos". Y cuando, al visitar un Centro del Opus Dei, alguien le pedía un recuerdo, alegando que allí no tenían nada suyo, replicaba que sí tenían: tenían su espíritu, el que Dios le había entregado para transmitir a sus hijas e hijos.

Por eso el Centenario del Beato Josemaría no puede concebirse en términos de añoranza, evocación o nostalgia. Claro está que se trata de una magnífica oportunidad para recordar su amor a la Iglesia, sus virtudes y su celo de buen pastor. Sobre todo, debe servirnos para tomar nuevo brío en la realización de la Obra que Dios le confió y para difundir su mensaje con aliento joven.

Los bienaventurados no sufren, he señalado hace un momento. Pero Dios nuestro Señor puede proporcionarles incrementos de aquella gloria que los autores clásicos llamaban "accidental". Si algo así sucediera con ocasión de este año, estoy seguro de que a nuestro Padre no le proporcionarán satisfacción los homenajes, sino las nuevas iniciativas de tipo apostólico y asistencial que están surgiendo al calor del Centenario; así como, especialmente, los pasos adelante que –con el mismo motivo– demos hacia la santidad cada uno de los fieles de la Prelatura y cada una de las personas a quienes llega su labor evangelizadora.

Eso es lo que incrementa la gloria del Beato Josemaría, que de vez en cuando recordaba un adagio italiano, quizá malicioso: "Il sangue del soldato fa grande il capitano (la sangre del soldado hace grande al capitán)". A decir verdad, no nos agradaba escuchar tales palabras. Su humildad nos adjudicaba sinceramente cualquier mérito que se le pudiese atribuir a él. Pero nos sentíamos incómodos oyendo ese proverbio, toda vez que nuestro Padre siempre había ido por delante. Como hacen los pastores buenos nos abría el camino con sus pisadas, evitándonos –porque cargaba personalmente con ellas– las heridas causadas por abrojos y alimañas. En cualquier caso, si queremos engrandecerle, ahí queda señalado el modo: seguir marchando por la senda que nos marcó, recorriéndola él, y de este modo "mostrar con el esfuerzo diario –según señalaba Su Santidad Juan Pablo II hace unos días– que el amor de Cristo puede informar toda la existencia, y permite alcanzar el ideal de la unidad de vida" (Al Congreso "La grandeza de la vida ordinaria", 12-I-2002) .

Sólo había un extremo en que a nuestro Padre no le molestaba que lo tomásemos por modelo; más aún, lo deseaba: "Si en algo quiero que me imitéis es en el amor que tengo a la Virgen". Quiera Dios que este Centenario sirva para que imitemos al Beato Josemaría en todo; y, de modo señalado, en su amor a nuestra Madre del Cielo.