Iniciativas apostólicas

Libro escrito por Dominique Le Tourneau sobre la estructura y el espíritu del Opus Dei.

Como hemos visto, la misión del Opus Dei es difundir entre todos los hombres la llamada universal a la santidad. Numerosas personas de todo el mundo —fieles del Opus Dei, cooperadores, amigos, etc.—, encuentran en los medios de formación de la prelatura ayuda y aliento continuo para su trato personal con Cristo, su vida cristiana y su afán evangelizador. El espíritu del Opus Dei les impulsa a realizar un amplio apostolado personal con las personas que les rodean, en su ambiente familiar, profesional y social.

Ese apostolado nace de la asunción personal y responsable de los compromisos bautismales, que lleva a poner en práctica el mandato de Jesús de anunciar el Evangelio a todas las criaturas. Debe ser, al mismo tiempo, apostolado de la palabra y apostolado del ejemplo, fruto del amor a Cristo; sobreabundancia de la vida interior —en palabras de Escrivá de Balaguer—; testimonio coherente y espontáneo de la fe que cada uno se esfuerza por vivir; y siempre, consecuencia de un deseo de servicio y colaboración generosa y eficaz con los demás en sus necesidades concretas.

Las iniciativas apostólicas que han surgido con el espíritu del Opus Dei son variadísimas y multiformes: “un mar sin orillas” en palabras del fundador. Los fieles del Opus Dei se esfuerzan, venciendo los obstáculos exteriores —el olvido de Dios— y los interiores —sus limitaciones y defectos personales— por anunciar a Cristo a todos, llevando a cabo un apostolado personal en los ambientes más variados de la sociedad en la que viven: la educación, el arte, el mundo del espectáculo, las comunicaciones sociales… El actual prelado, Mons. Echevarría, ha subrayado la necesidad de llevar el mensaje de Cristo con especial urgencia y vibración a la juventud y la familia, dando respuesta a los grandes problemas y cuestiones de nuestro tiempo: la emigración, la pobreza, la paz, la solidaridad, la dignidad de la mujer, la justa distribución de la riqueza, la justicia social entre los hombres...

La preocupación por los grandes problemas espirituales y materiales de la sociedad fue un leit-motiv constante en la predicación y enseñanzas de San Josemaría. “Se comprende muy bien —decía— la impaciencia, la angustia, los deseos inquietos de quienes, con un alma naturalmente cristiana, no se resignan ante la injusticia personal y social que puede crear el corazón humano. Tantos siglos de convivencia entre los hombres y, todavía, tanto odio, tanta destrucción, tanto fanatismo acumulado en ojos que no quieren ver y en corazones que no quieren amar.

Los bienes de la tierra repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura encerrados en cenáculos. Y fuera, hambre de pan y sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como si fueran cosas, como números de una estadística. Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento nuevo del amor. Todas las situaciones por las que atraviesa nuestra vida nos traen un mensaje divino, nos piden una respuesta de amor, de entrega a los demás. (...) Hay que reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres. Ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto, sino que formamos todos parte de un mismo poema divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra libertad.” (Es Cristo que pasa, 111).

Animaba a los fieles del Opus Dei, los cooperadores y a todas las personas que participan en los apostolados de la Obra a dar su respuesta cristiana y personal ante los grandes problemas de la sociedad: una respuesta madura y responsable, nacida de los compromisos bautismales. Enseñaba a amar y servir a todos sin discriminaciones, siguiendo la enseñanza paulina: “no hay diferencia entre judío ni griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, porque todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús” (Ga 3, 28). “Nuestro Señor ha venido a traer la paz, la buena nueva, la vida, a todos los hombres. No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres. No sólo a los sabios, ni sólo a los ingenuos. A todos. A los hermanos, que hermanos somos, pues somos hijos de un mismo Padre Dios. No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros.” (Es Cristo que pasa, 106).