Guatemala: fin de ruta

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

Hace mucho tiempo que el Fundador del Opus Dei desea visitar Guatemala. Así lo expresan las líneas de una carta escrita al Cardenal Arzobispo:

«Puedo asegurarle, Eminencia, que he llegado a considerar la realización de mi proyecto de irlos a ver a Guatemala, como un regalo que el Señor me hará por los 50 años de sacerdocio, durante los cuales he tratado de servirle con fidelidad».

El 15 de febrero de 1975 cumple este deseo, el tomar tierra en la terminal guatemalteca. El Padre llega agotado por el viaje: se ha entregado de lleno a miles de personas en Caracas, no ha escatimado el menor esfuerzo. Además, este vuelo ha sido especialmente duro, con escala de varias horas en Panamá, bajo un sol tórrido y en un avión sin acondicionar.

El Padre se aloja en una casa de la Avenida Catorce. Se reducen al mínimo las visitas, a pesar de que centenares de personas están deseando conocerle. Pero los bruscos cambios de temperatura han producido en el Padre una afonía que apenas le permite comunicarse.

No ignora que se han preparado muchas cosas para recibirle, para que pueda charlar de un modo familiar con todas sus hijas e hijos guatemaltecos; y con miles de personas que han recibido la noticia de su llegada y han venido de otros países del Continente a esta confluencia Centroamericana.

Conociendo la cordialidad de Monseñor Escrivá de Balaguer y lo inagotable de su entrega a los demás, se puede calibrar lo que ha de costarle esta situación de imposibilidad física. Hasta donde pueda, intentará ver a cuantos se han acercado a Guatemala para saludarle.

Durante la semana que el Padre permanece en este país, será preciso cancelar las grandes reuniones previstas en los campos de deporte del Centro Universitario Ciudad Vieja , para unas cinco mil personas. Muchas veces pedirá perdón porque le han abandonado las fuerzas. Dice que con la enfermedad ha venido a estorbar a Guatemala. Y repite varias veces:

-«Soy un estropajo... »(80).

Pero aún se sobrepondrá, y recibirá a un grupo numeroso de sacerdotes, a muchas de sus hijas en la Escuela Técnica de Hostelería Zunil , y a grupos de hijos suyos en la casa donde vive. Y seguirá repartiendo el caudal de su espíritu evangélico, la sonrisa y el buen humor, la ascética ejemplarizada con su propia vida, el servicio y la entrega, por encima de toda circunstancia desfavorable.

Con la misma alegría, sigue expresando su amor a la Iglesia y al Papa, su defensa de la unidad y pureza del dogma católico, la urgencia de manifestar la dignidad del sacerdocio, el ecumenismo bien entendido...

-«En medio de esta barahúnda, el hecho de amar más cada día a la Iglesia y de estar contentos, ya es un milagro...

Luego, no podemos nosotros distinguir entre este Papa y el otro, y el de más allá. ¡No! A venerar al Santo Padre, sea quien sea, y a rezar por él: que el Señor lo tenga de su mano y le siga ayudando para que gobierne la Iglesia»(81).

Y habla, mientras tiene voz, del amor de Dios como dimensión absoluta de la vida del hombre:

«Hay que acudir al trato con el Señor constantemente, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana, también durmiendo. Sí. Antes de dormir, un acto de amor de Dios, una petición, una jaculatoria. Jaculatoria es como una saeta encendida... Y cuando te despiertes, si duermes de un tirón, te despiertas todavía con el sabor de la saeta en la boca».

A sus hijos de Guatemala les anima en las tareas apostólicas por estas tierras centroamericanas. Está muy contento, pero les pide que no cejen en su esfuerzo por multiplicarse, por agrandar el reino de Dios:

«Tengo que deciros, hijos, que el Señor, en estos momentos tan duros para la Iglesia, está bendiciendo la Obra como nunca»(82).

La víspera de su partida pasa un rato a solas con el Consiliario del Opus Dei. Quiere dejarles el regalo de aquello que no ha podido decir, en voz alta, a todos los vientos.

«Saber sentir realmente el peso de la Obra sobre nuestros hombros. Esto se lo debes inculcar a todas mis hijas y a todos mis hijos: todos hemos recibido el mismo mensaje, a todos nos corresponde responder de la misma manera»(83).

Al día siguiente, cuando el coche que lleva al Fundador hasta el avión enfila el aeropuerto, se encuentra con una multitud -pasan de dos mil personas- que acuden a despedirle. Invaden pasillos, corredores y el borde mismo de la pista... Desde el pie de la escalerilla les bendice, y hace un gesto de unión y despedida. Minutos más tarde el aparato despega con rumbo a Roma.

Ha concluido esta ingente catequesis continental: casi 45.000 kilómetros de recorrido. El Padre ha terminado, también, con todas sus reservas físicas. Pero algo inagotable le desborda el alma en este viaje de regreso: la alegría de haber visto y hablado a tantas gentes. De haber prestado su voz para hacerles llegar la llamada de Cristo a la santidad en todos los caminos de la tierra.