Guadalupe, pionera y santa

El vicario del Opus Dei para Castilla y León trata sobre la próxima beata, Guadalupe Ortiz de Landázuri: “Los cristianos necesitamos ejemplos de vida llenos de virtudes y que nos resulten cercanos. Y Guadalupe Ortiz de Landázuri es uno de ellos, uno de esos santos de la puerta de al lado de los que habla el Papa Francisco”.

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Cuando la sociedad trabaja por reconocer el papel de las mujeres en nuestro tiempo, y la educación lucha porque aumenten su presencia en las carreras de ciencias, nos encontramos con Guadalupe Ortiz de Landázuri: una mujer de la primera mitad del siglo XX; fue una de las cinco que acabaron Químicas en Madrid en medio de una guerra civil, y donde murió fusilado su padre, después de que su mujer y sus hijos pudieran acompañarle la noche previa. No fue fácil su adolescencia y juventud.

Desde muy joven fue forjando su carácter con entrega y dedicación a los demás. Estudió sus primeros años en Tánger, siendo de las pocas niñas que asistían a clase. Regresó Guadalupe a España y decidió iniciar sus estudios universitarios en una carrera de ciencias, algo que entonces, aún más que hoy, era minoritario para las mujeres. En 1944 conoció al fundador del Opus Dei y al poco tiempo solicitó su admisión en esta Prelatura.

Era ya profesora de Química en dos colegios y preparaba su tesis doctoral. Hacía el trabajo a conciencia, escuchaba a muchos de sus compañeros y amigos. Pronto le propusieron ir a México a comenzar una residencia universitaria: de nuevo se convertiría en pionera. Allí, Guadalupe asistió a enfermos en un dispensario ambulatorio, buscó la promoción social de las campesinas, con una fortaleza admirable y enemiga de los agravios. Y con serias dificultades.

La dignidad de la mujer siempre estuvo en su mira, con gente muy distinta. Desde las residencias universitarias a las escuelas de capacitación profesional en el mundo rural. Lo que había escuchado a San Josemaría Escrivá buscar a Dios en medio de las ocupaciones diarias lo había hecho suyo y lo trasladaba a las demás. Nadie podía quedar excluido.

Sus colegas la recuerdan por su tenacidad y su permanente sonrisa. Por su transparencia y sus consejos. Por su gran capacidad para perdonar. Aprendió en el Opus Dei que lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado? Y parece que Guadalupe supo encarnar esa lección. Un corazón lleno de amor a Dios, que iluminaba su vida y su oración contemplativa sin salirse de este mundo, y la animaba a compartir ese tesoro con quien estuviera a su lado. Un corazón en el que se juntaban el cielo y la tierra.

La enfermedad le fue minando en los últimos años de su vida, la afrontaba con valentía, la misma que le llevó a acercar el mensaje de Jesucristo a lugares desconocidos y, en bastantes casos, periféricos. Con un corazón que venía de familia y que compartió con sus padres y hermanos. Antes morir que manchar el vivir era el lema de los Landázuri en su casa alavesa de Gobeo. Guadalupe llevó ese lema hasta el extremo al vivir santamente su vida.

Las mujeres en el Opus Dei siempre van por delante. Va a ser la primera fiel laica de la Prelatura que será beatificada. Había fallecido en 1975, con solo 59 años. Los cristianos necesitamos ejemplos de vida llenos de virtudes y que nos resulten cercanos. Y Guadalupe Ortiz de Landázuri es uno de ellos, uno de esos santos de la puerta de al lado de los que habla el Papa Francisco.

En 1933 San Josemaría, al solicitar permiso para arreciar en su penitencia, se dirigía a su confesor diciéndole que debía ser maestro y guía de santos, llevando a la práctica -como pastor- lo que años más tarde dirá el Concilio, que todo cristiano está llamado a ser santo. Josemaría fue depositario de ese mensaje, en el sentido de ayudar a sus hijos e hijas espirituales a concretar cómo lograr esa santidad, que es felicidad en la tierra y en el Cielo.