Guadalupe Ortiz de Landázuri: derribando muros

Artículo de Mercedes Montero sobre esta científica española, doctora en Químicas, que es la primera mujer beata del Opus Dei.

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Guadalupe Ortiz de Landázuri, beatificada el 18 de mayo, es una doctora química, docente e investigadora nacida en Madrid en 1916 en el seno de una familia de padre militar y republicano. Guadalupe se educó como sus hermanos varones: hizo el bachillerato y practicó todo tipo de deportes, como la natación, el tenis y la equitación, que le entusiasmaba especialmente.

En los años 20 nada de esto era normal en la vida de las mujeres. Cuando su padre fue trasladado a Tetuán, se matriculó en el único colegio que existía para españoles, uno naturalmente de varones. Fue la primera y única alumna. Aquello supuso algo más que seis años de coeducación. Subrayó probablemente su carácter decidido y poco dado al sentimentalismo.

Al regresar a Madrid se matriculó en Ciencias Químicas en la Universidad Central, en el curso 1933-1934. En aquellos momentos solo el 6,4% de los alumnos universitarios eran mujeres.

Como le apasionaba la investigación, se buscó unas buenas prácticas que la Universidad, por desgracia, no podía ofrecer. Así, por medio de una amiga que vivía en la Residencia de Señoritas de la Institución Libre de Enseñanza, acudió asiduamente al Laboratorio Foster, pequeño pero completo, donde las estudiantes de la Residencia realizaban sus prácticas de Química orgánica e inorgánica, convalidadas por el catedrático Madinaveitia.

Pero Guadalupe además frecuentaba la Residencia, no se limitaba a las prácticas académicas. Su hermano Eduardo, médico, era por entonces miembro de un partido republicano revolucionario. Guadalupe no se metió en política pero sus gustos quizá coincidían con el ambiente de estudio serio que María de Maeztu –la directora– quiso imprimir en aquella casa. Por allí pasaba toda la intelectualidad de los años de preguerra, especialmente mujeres como Ernestina de Champourcin o Concha Méndez, poetas muy comprometidas con la República.

Guadalupe, además, sabía divertirse. Salía en pandilla con un grupo grande de hijos de artilleros, hacían excursiones, deporte, etc... Incluso se atrevió con la aviación. Además, solía acudir cada semana con sus mejores amigas al cine, cuando este espectáculo era visto por los bienpensantes como algo «populachero». La gente con «clase» iba al teatro, a la ópera, o a los conciertos.

A Guadalupe Ortiz de Landázuri la «clase» o «las clases» le traían por completo sin cuidado. Después de conocer el Opus Dei y pedir la admisión (ya con 27 años, trabajando de profesora de Química y con la tesis comenzada), trató a personas de muy diversas situaciones sociales. En México, donde estuvo cinco años y medio promoviendo la Obra, se dedicó con igual intensidad a las indígenas de los ranchos que a las grandes señoras del Distrito Federal o las universitarias. Era una dinamizadora social nata, que animó a esas mujeres a quebrar su zona de confort, a complicarse la vida pero a ser más independientes y conscientes de su libertad y capacidad de autodeterminación.

La escuela que fundó en Montefalco –una hacienda agrícola– se ha convertido con el tiempo en un lugar donde las muchachas indígenas salen directamente hacia la Universidad. Y a las universitarias de los años 50 les enseñó que la carrera no es solo un tiempo de espera hasta contraer matrimonio. Animó a muchísimas de ellas a trabajar y, por tanto, a participar en el espacio público.

Años más tarde, en el Madrid de los sesenta, se encontraba igualmente cómoda con la aristocracia y las clases altas como con las alumnas de la Escuela Industrial donde impartía clase y donde obtuvo la cátedra por oposición. En aquellos tiempos la incipiente clase media española comenzó a dividirse en lo que los sociólogos llamaron clase media-baja, clase media-media y clase media-alta. Las chicas de la Escuela Industrial pertenecían sobre todo a los dos primeros segmentos. Podrían haber estudiado en la Universidad pero querían quizá dedicarse a lo que por entonces se llamaron «nuevas profesiones»: Estética, Patronaje, etc.

Es impresionante el respeto, admiración y cariño con que es recordada por aquellas chicas, ahora mujeres ya jubiladas. A Guadalupe le importaba cada persona, sin añadidos de clases y títulos: las personas en sí mismas, por sí mismas.

Esto la lleva directamente a Ernestina de Champourcin, la poeta exiliada en México, y a otros españoles amigos de Azaña, la persona que firmó como presidente de la República el decreto de fusilamiento de su padre. El marido de Ernestina, Juan José Domenchina, había sido secretario político de Azaña hasta 1935. El matrimonio había sufrido una conversión y Guadalupe conoció a Ernestina en esa fase.

El espíritu decidido de Guadalupe solo murió con ella. Cuando tenía ya casi cincuenta, realizó una tesis doctoral y recibió el Premio Juan de la Cierva con todo el equipo que investigaba en aquella materia (las cualidades refractarias de la cascarilla de arroz), entre las que se encontraba una gran científica, también del Opus Dei, Piedad de la Cierva.

Guadalupe Ortiz de Landázuri es un ejemplo de mujer, siempre derribando muros: en su profesión, en el trato con los demás, en sus aspiraciones científicas. Los beatos o santos de la Iglesia Católica son gentes así, personas que pueden ser puestas de ejemplo a todos en el mundo.

Mercedes Montero

La Razón