Gracias y que Dios esté con vosotros ¡Shalom!

Francisco Varo, Profesor Agregado de Antiguo Testamento de la Universidad de Navarra resume el viaje del Papa.

Gracias y que Dios esté con vosotros ¡Shalom! Con estas palabras Benedicto XVI se despedía de Tierra Santa el pasado día 15 de mayo. Con agradecimiento y deseos renovados de paz para todos, se cerraba el que había sido considerado por la prensa internacional como el más difícil de los viajes emprendidos en este Pontificado.

El Papa había llegado a Jordania el pasado día 8, y al cabo de tres días se trasladó a Israel y Palestina para culminar su peregrinación de paz a los Santos Lugares. Ha rezado en la tierra santificada por el paso de nuestro Señor Jesucristo, y ha llevado su cercanía y calor de padre a los cristianos de Tierra Santa, que viven en medio de tantas dificultades. Además, en apenas una semana, ha dejado, con su ejemplo y sus palabras, un mensaje de paz y de reconciliación a todas las partes implicadas en la tensión sostenida que se padece en la zona.

Sería ingenuo pensar que el dramático conflicto que aflige a aquella población tan heterogénea se puede resolver en unos días. La trágica experiencia de los últimos sesenta años demuestra que no existen soluciones simples. Con tantos padecimientos pasados y presentes, cada parte es muy sensible a su propio dolor y busca todos los apoyos posibles para proclamar sus razones y reivindicar su causa. 

Un peregrino amigo de israelíes y palestinos

No han faltado momentos duros en este viaje, ni críticas a las intervenciones del Santo Padre. Sus palabras en el Yad Vashem fueron consideradas tibias por los judíos, y los medios de comunicación palestinos se mostraban insatisfechos porque esperaban un discurso más fuerte a favor de sus reivindicaciones. Pero no es de extrañar. Quienes buscaban servirse de un referente ético universal, como es el Papa, como altavoz internacional al servicio de sus posturas, se han encontrado con unos mensajes claros y precisos, pero nunca serviles a consignas partidistas. Benedicto XVI supo resistir las fuertes presiones a las que fue sometido sin doblegarse, sin disimular la verdad ni retraerse de manifestar un amor de apertura universal, sin distinción de razas ni religiones.

Resulta extremadamente difícil ser amigo de todos, mirar a todos con afecto fraterno, escuchar los motivos de dolor que afligen a unos y otros, y pronunciar la palabra de apoyo y consuelo que cada uno espera y desea. Pero eso es lo que ha hecho Benedicto XVI en estos días. Antes de emprender este viaje ya había dicho que iba como peregrino de paz, y así ha sido: un peregrino que se ha manifestado como amigo entrañable de israelíes y palestinos, que ha sufrido al constatar la falta de entendimiento, a pesar de la buena voluntad de las partes implicadas, y que les ha trasmitido sus deseos de paz y reconciliación. 

Confidencias de amigo

En la última jornada abría su corazón, desvelando sus sentimientos más profundos: “A los amigos les gusta pasar tiempo en recíproca compañía y se afligen profundamente al ver que el otro sufre. Ningún amigo de los israelíes y de los palestinos puede dejar de entristecerse por la tensión continua entre vuestros dos pueblos”. En esa confidencia de amigo, junto a los deseos de que nunca más haya enfrentamientos ni derramamiento de sangre, proponía algo muy propio del mensaje cristiano, que tal vez sea el único camino para superar las tensiones y restañar las heridas que aún sangran: “rompamos el círculo vicioso de la violencia. Que pueda establecerse una paz duradera basada en la justicia, que haya una verdadera reconciliación y curación”. Sin la valentía de renunciar a la venganza unida al esfuerzo por perdonar, no será posible reparar fracturas sociales, ni consolidar una convivencia pacífica y justa.

Gestos de ánimo y palabras de consuelo

En estos días el Santo Padre ha visto personalmente y ha escuchado de primera mano las inmensas dificultades que padecen israelíes y palestinos, así como los cristianos de Tierra Santa. Para todos ha tenido gestos de ánimo y palabras de consuelo. Desde los padres del soldado israelí Gilad Shalit, que todavía se encuentra prisionero en Gaza, hasta algunos sobrevivientes de la Shoah, víctimas inocentes del más inhumano terror urdido por un régimen sin Dios que propagaba una ideología de antisemitismo y odio, o cientos de campesinos palestinos que han visto cómo un muro infranqueable de hormigón les impide acceder de sus casas a sus tierras. 

Sólo quien cree que un único Dios nos ha creado a todos, y ha hecho a la humanidad como una familia, puede tener el corazón abierto a unos y otros, sin mirar en qué bando están, lleno de un amor sincero sin rencores ni exclusiones.

Un modelo de reconciliación

Los encuentros ecuménicos se han desarrollado en un clima muy cordial, y en las conversaciones con líderes religiosos musulmanes y judíos, se ha podido percibir una clara voluntad de diálogo y colaboración en numerosos temas que afectan a todos. 

Benedicto XVI ha dejado un hondo impacto. Como ha escrito en estos días un destacado líder judío, Rabbi Yechiel Eckstein, en The Wall Street Journal, “el mundo necesita desesperadamente de este modelo de reconciliación. Ruego que se extienda también a nuestros primos musulmanes, de modo que todos los hijos de Abrahán podamos encontrar la paz unos con otros”. Como él, son muchos los analistas que coinciden en calificar este viaje de éxito rotundo.

Francisco Varo, Profesor Agregado de Antiguo Testamento de la Universidad de Navarra