En la muerte de Don Pachi

Obituario de D. Francisco Sanzol, recientemente fallecido, escrito por Martín-Miguel Rubio Esteban, Doctor en Filología Clásica.

Francisco Sanzol desarrolló su labor sacerdotal durante 40 años en Ciudad Real.

El Imparcial En la muerte de Don Pachi

El 23 de octubre moría en Ciudad Real mi admirado amigo y sacerdote del Opus Dei, Don Francisco Javier Sanzol, Don Pachi para todos, víctima de esta Covid 19 que nos agarrota, como un influjo de malas estrellas que ahora corre.

Siempre los aires del misterio indescifrable nos pueden acatarrar mortalmente. Cariñosamente se le llamaba don Pachi, como buen vizcaíno de Bermeo que era. Hombre dulce y puro donde los haya, sus meditaciones espirituales nos han quedado prendidas en el alma por sus acentos de honestidad casi infantil e inexpugnablemente inocente.

Hombre bueno, dulce, humilde con angelical sonrisa, y sabio como pocos, verdadero sembrador de paz y alegría, tiene que estar ya hoy como compañero de los habitantes del cielo. Aunque Físico de carrera, tenía una enorme pasión por las Letras, y en los últimos quince años había estudiado muy bien todo lo que concierne a Cervantes y su obra inmortal desde el punto de vista de la teología y la moral cristianas.

De esos estudios publicó magníficos opúsculos cervantinos en los Cuadernos de Estudios Manchegos, nada de bisutería cultural al uso hodierno, sino trabajos concebidos con fundamento, como La amistad en el Quijote, La justicia y la misericordia en El Quijote, Las virtudes en El Quijote: una aproximación, Matrimonio y familia en El Quijote y la última hace uno año, Pero Pérez, el Cura de la aldea de Don Quijote. Los cuatro primeros opúsculos muestran el acendrado catolicismo de un muy ortodoxo Cervantes cuyas reflexiones morales siempre están tomadas de los Evangelios. Y en el último hace del cura de la aldea de Don Quijote, don Pero Pérez, perfecto paradigma del buen cura de pueblo. Recuerda en La amistad en el Quijote la muy tangible y terrena etimología de “compañeros”, aquellos que comparten el mismo pan (panis) que comen. Sancho y Don Quijote fueron un buen ejemplo de amistad y compañerismo.

Don Quijote de La Mancha es un inacabable venero de citas y anécdotas que en gran parte caracterizan nuestra cultura. De aquí sacaba Don Pachi cientos de referencias que configuran a Cervantes como un extremado católico, fiel observante del Catecismo del Concilio de Trento, también llamado Catecismo Romano o De San Pío V, ya que fue este Papa quien lo mandó publicar el 25 de septiembre de 1566. También se denominó Catecismo para los párrocos, que sin duda utilizó el buen cura de la aldea de nuestro Sr. Don Quijote.

Todas las virtudes aristotélicas, traducidas en cardinales por la teología católica, son cantadas por Cervantes, e incluso algunas de ellas encarnadas por personajes o ejemplificadas en apólogos. Los derechos de la mujer son defendidos de modo apasionado, no habiendo feminismo más radical que el cervantino.

Cervantes, a través de su Don Quijote, como Karl Popper cuatro siglos después, está convencido de que su misión no es llevar la felicidad a nadie, puesto que la felicidad no es cuestión objetiva y cada uno la encuentra en cosas distintas, sino en la urgencia moral de reducir el sufrimiento. A diferencia de la felicidad, el sufrimiento es relativamente evidente, fácilmente identificable y, por así decir, dicta el contenido mínimo de nuestra respuesta. “A los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos van de aquella manera por sus culpas o por sus gracias: sólo les toca ayudarlos como a menesterosos, poniendo los ojos en sus penas y no en sus bellaquerías”.

Yo diría que Don Pachi ve a Don Pero Pérez, el sacerdote amigo de Don Quijote y consejero del buen Sancho, como el paradigma perfecto de lo que debería ser todo cura de pueblo. Tanto Don Quijote como Sancho son hijos espirituales del cura de su pueblo. Cervantes pudo basarse para crear su personaje en un sacerdote de verdad, de carne y hueso. Un cura llamado Pero Pérez en el primer tercio del siglo XVI se hallaba desarrollando su actividad pastoral en la ermita de San Bernabé, en Esquivias, patria de la mujer Cervantes, Catalina, y de la familia de ésta. Su eco pudo llegar a Cervantes para construir el personaje.

El Pero Pérez de la novela inmortal tiene una profunda humanidad, que le lleva a ser eficaz componedor de enemistades en bastantes ocasiones. Así, por ejemplo, el cura pone paz entre los cuadrilleros de la Santa Hermandad y Don Quijote, al que querían llevarse preso. Es un sacerdote que tiene claro que el amor es la brújula del bien. En la caridad se resume la Ley y los Profetas (Mt. 9, 22). Diríase que Pero Pérez ve en Don Quijote casi a un colega, porque Don Quijote es, de hecho, un predicador de la caballería andante, y en su locura reafirma una y otra vez la alta misión de la que él se cree depositario. De hecho se le llega a decir a Don Quijote: “Más bueno es vuesa merced para predicador que para caballero andante”.

Pero Pérez es un humanista que enseña a sus parroquianos con perlas horacianas. Así, el propio Sancho dirá a su señor: “Y a nuestro cura he oído decir que con igual pie pisaba (la muerte) las altas torres de los reyes que las humildes chozas de los pobres”. Respecto al amor diríase hoy que el cura tenía ideas muy atrevidas para su época, cuando por el contrario reflejan la gran teología del Concilio de Trento. “Cuando se cumplen las fuertes leyes del gusto, siempre que no intervenga en ello pecado, el que las sigue no debe ser culpado”. El cura, buen inventor de enredos, siempre por razones buenas, es el que mete a Don Quijote en una jaula para llevárselo a su pueblo donde curarlo de la cabeza. Y cuando una vez recuperado de su caballeresca locura, Don Quijote piensa en hacerse un pastor teocriteo, no olvida a su gran amigo Pero Pérez, y afirma que el nombre pastoril del cura será “el pastor Curiambro” (II, 67).

Aunque el tiempo haya podido borrar de nuestra memoria los contenidos concretos de las meditaciones que nos daba don Pachi, nuestro entrañable Curiambro, sí nos queda grabada en nuestra memoria de bronce su dulce aliento en animarnos a ser buenos y delicados.

R.I.P., carissime amice don Pachi.