Fallecimiento de la Abuela

Francisco Ponz. MI ENCUENTRO CON EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Madrid, 1939-1944

Doña Dolores consiguió superar los intensos fríos del invierno, abrigándose como podía, refugiada en su habitación de Diego de León. Al comenzar la primavera se atrevió a dar algún paseo por Madrid y por sus alrededores. El día 4 de abril, que era Viernes de Dolores, su onomástica, fuimos a felicitarla. Y al día siguiente, que salió muy soleado, fue con Carmen y Santiago, Álvaro, Isidoro y algún otro de excursión al Escorial, y almorzaron en el campo. El frío allí era más intenso y traicionero, y la Abuela se resfrió. Ya en Madrid tuvo molestias bronquiales, y no lograba reponerse. La destemplada temperatura de la casa de Diego de León no ayudaba mucho y tuvo que guardar cama. Coincidió entonces con que el Padre debía ir a Lérida para dar una tanda de ejercicios espirituales a sacerdotes de esa diócesis. Habló con los médicos que la atendían: aun conscientes de que doña Dolores tenía un corazón delicado, no apreciaron que se encontrara en aquel momento en situación de extrema gravedad. Por eso, el Padre decidió atender su compromiso con la diócesis de Lérida y el 20 de abril emprendió el viaje. Al despedirse de su madre, le pidió que ofreciera sus molestias por la labor que iba a hacer con los sacerdotes que le esperaban. La Abuela asintió, pero no pudo evitar un comentario en voz baja, lleno de maternal cariño: "¡Este hijo".

La enfermedad había evolucionado a bronconeumonía, para la que no había entonces fármacos eficaces. No obstante, el médico, al visitarla el 21 por la tarde, quedó con la impresión de que mejoraría en las horas siguientes y se fue tranquilo. Con ese parecer, Álvaro fue al centro de la Calle de Martínez Campos, donde vivía Ricardo, para cumplir con su ayuda el encargo del Padre de preparar un ejemplar bien presentado y encuadernado de los Reglamentos de la Obra, para los archivos de la Curia Diocesana. Como se alargó mucho ese trabajo, se quedó allí a dormir. Entre tanto, contra lo previsto, en la madrugada empeoró la enferma de modo inesperado y, cuando volvió el médico a primera hora de la mañana del martes 22, la Abuela se encontraba ya bastante mal y falleció poco más tarde. Una pintura al óleo, italiana, conocida en el ambiente familiar como la "Virgen con el Niño peinadico", imagen a la que la Abuela tenía particular devoción, acogió con su maternal mirada los últimos instantes de una vida entregada por entero a Dios, y a la Obra que Él había puesto en manos de su hijo.

La muerte debió de ocurrir mientras Álvaro volvía esa mañana a Diego de León, pues se enteró al llegar. Con el ánimo conmovido por el dolor de la pérdida de una persona a la que quería de modo muy entrañable, pidió una conferencia telefónica con el Seminario de Lérida -se tardaba entonces horas en conseguirla- para darle la noticia al Padre. Como el propio don Josemaría contó años más tarde, al llegar al Seminario de Lérida había acudido al Sagrario con este ruego: "Señor, cuida de mi madre, puesto que estoy ocupándome de tus sacerdotes". El 22 por la mañana, se había referido en una plática al oficio inigualable que compete a la madre junto a su hijo sacerdote. Poco después de terminar, casi al mediodía, mientras estaba aún recogido en la capilla, recibió la llamada telefónica de Álvaro. "Volví a la capilla -contaba el Padre- sin una lágrima. Entendí enseguida que el Señor mi Dios había hecho lo que más convenía: y lloré, como llora un niño, rezando en voz alta (estaba solo con ÉI) aquella larga jaculatoria, que tantas veces os recomiendo: fiat, adimpleatur, laudetur.. iustissima atque amabilissima voluntas Dei super omnia. Amen. Amen. (hágase, cúmplase, sea alabada...la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas). Desde entonces, siempre he pensado que el Señor quiso de mí ese sacrificio, como muestra externa de mi cariño a los sacerdotes diocesanos, y que mi madre especialmente continúa intercediendo por esa labor".

En un coche que le facilitó Juan Antonio Cremades, Gobernador Civil de Lérida y buen amigo suyo, el Padre emprendió regreso a Madrid. Malos eran entonces los automóviles y las carreteras, por lo que no pudo llegar a Diego de León hasta pasada la medianoche, ya en la madrugada del 23. Subió al oratorio, se arrodilló ante el Señor en el sagrario y se acercó a besar la frente de su madre, muy conmovido y sin contener el llanto. Después, rezó con Álvaro un Te Deum en agradecimiento al Señor por la serenidad y paz que se reflejaban en el rostro de su madre. Como era ya de madrugada, celebró la Santa Misa en sufragio por su alma.

Pronto nos había llegado la noticia de la muerte a los de Jenner y nos produjo enorme sorpresa y dolor. Fuimos a Diego de León a velar por turnos sus restos y a rezar por su alma. El cadáver se había amortajado con el hábito de Nuestra Señora del Carmen. La Abuela nos había robado el corazón, se había ganado nuestro cariño y todos estábamos muy apenados. Las lágrimas humedecían nuestros ojos.