Expedición Xauish (juguete)

Un grupo de estudiantes madrileños del Club Amura transporta juguetes a Marruecos

El viernes, bien temprano, cruzamos en ferry el Estrecho de Gibraltar con dos furgonetas del Club Amura –obra corporativa del Opus Dei dirigida a la formación de chicos de secundaria y bachillerato-. Íbamos de convivencia a Larache, cargados de juguetes nuevos y reciclados que habíamos conseguido reunir durante las semanas previas. El destino de los juguetes era el comedor social para niños sin recursos que una comunidad de franciscanas españolas mantiene en la ciudad marroquí de Larache. Allí comen a diario 130 niños de hasta cinco años de edad y muchos de ellos no han tenido un juguete nunca.

En el último viaje a Marruecos estuvimos ayudando en el comedor y nos pusieron al corriente de las principales necesidades del centro. Los juguetes no eran lo más urgente, pero tal vez era lo único que estaba en nuestras manos: 150 juguetes sin mecanismo donados por jugueterías, la Asociación Benéfica Reyes Magos 98 y algunos amigos generosos.

Durante los días que pasamos allí los doce que fuimos de convivencia resultaba elocuente el ejemplo de los pocos cristianos que viven en esas tierras y su confianza en Dios, en medio de un ambiente no cristiano, pero creyente. Uno de los que participaron en la convivencia, Chema, estudiante de primero de bachillerato, comentaba: “Al ver tanta gente que no conoce a Jesús y la Iglesia Católica, doy gracias a Dios por la fe que he recibido desde pequeño y me propongo conocerla mucho mejor”. Nacho, también estudiante de bachillerato, estaba muy impresionado por la pobreza en la que vive mucha gente, y su alegría, en contraste con el mundo más desarrollado del que procede: “me he dado cuenta de que se puede vivir con muy poco y para ser feliz no hacen falta muchas cosas”.

El plan también incluía tiempo para alguna excursión: el sábado, después de hacer la entrega de juguetes y pasar un rato entre los niños del comedor, nos fuimos a Rabat, a conocer la antigua mezquita de Hassan, cuya torre es idéntica a la Giralda, y el bello mausoleo real. Por la tarde recorrimos el extenso zoco de Salé, la ciudad vecina, al otro lado del río, donde abunda el pescado fresco y la verdura, y las gallinas y los corderos se venden vivos en los puestos callejeros de la medina. Los olores a cúrcuma, comino y azafrán y los animales de carga por las callejuelas encharcadas pusieron la nota exótica al viaje.

Tras un poco de harira y tallín regresamos a Larache de nuevo, donde nos esperaban ahora los franciscanos de la misión católica. El sacerdote que venía con nosotros  celebró la Santa Misa en el templo de esta misión, en la Avenida Hassan II, y después nos quedamos un rato con Fray Giuseppe, que nos invitó a unos turrones. Se incorporaron a la "merendola"  el cura de Larache, don Simeón, y un abogado polaco amigo suyo, que andaba por allí A cuenta precisamente de eso la sobremesa giró sobre las cárceles en Marruecos, donde la Iglesia local realiza una labor impagable. Don Simeón visita semanalmente todas las que están a menos de cien kilómetros.

El domingo nos quedamos un rato en el templo parroquial cantando villancicos a un hermoso belén instalado junto al altar. Ese mismo día conocimos también a las monjas paulinas, que tienen un dispensario en el puerto pesquero de Larache, un centro para personas mayores que requieren atención, clases de confección para chicas y un comedor para nada menos que 300 niños de la calle.

También supimos de la labor de otras instituciones católicas en Marruecos y, sobre todo, en la diócesis de Tánger, que preside un obispo gallego. En esa misma ciudad hay religiosas de la congregación de Teresa de Calcuta, que realizan una labor admirable; y franciscanos de la Cruz Blanca, a los que pertenece el llamado Padre Patera, que son cooperadores del Opus Dei. Aunque frutos en forma de conversiones al cristianismo apenas existen, todos aquí parecen guiarse por las palabras que Juan Pablo II pronunció en Casablanca en 1985: “Trabajad sin esperar recompensa, pues el Señor a quien servís y vuestro Padre del cielo conocen lo que hacéis. Trabajad en esperanza sin querer ver los resultados de vuestro servicio. No cuenta el que planta ni el que riega, sólo cuenta el que da crecimiento a la semilla: Dios”. El mismo Papa escribió en 1991 a las iglesias en el Norte de África: “con vuestra disponibilidad ante vuestros compañeros musulmanes, vosotros mostráis, en una sociedad donde el amor de Dios es referencia, la manera de vivir la fe cristiana y de traducir en actos el amor del Padre Celestial”.

Salimos hacia Tánger con la firme determinación de volver pronto, porque Marruecos engancha. Para alguno era ya el tercer viaje. De cara al próximo esperamos conseguir nuevos juguetes, ropa para bebés, cunas, cochecitos... lo que nos han pedido. Los frailes nos invitaron a recaudar dinero para arreglar el techo de la iglesia, que se derrumba. Y nos dijeron que cualquier cosa que llevemos es bienvenida porque los medios de la misión son exiguos. Sobre la marcha y abrumados ante tanta necesidad material, se nos aflojó el bolsillo y ayudamos con lo que pudimos. También nos propusieron pasar más días allí enseñando español a los marroquíes o atendiendo a los niños de la calle en el centro cultural de la parroquia. Las monjas nos dijeron que ellas rezan mucho por las personas que les ayudan y nosotros nos comprometimos a rezar por la Iglesia en Marruecos. 

Un poco emocionados nos embarcamos en el Jaume II con destino a Algeciras después de pasar más de una hora cumplimentando trámites aduaneros en el enmarañado puerto de Tánger. Ahora las furgonetas volvían vacías hasta Madrid pero muchos de nosotros viajábamos llenos de entusiasmo y ganas de empezar a organizar una nueva Expedición Xauish (juguete en árabe) con aún más juguetes y nuevos compañeros.