Esa gente del Opus Dei

Artículo de Miguel Ángel Loma con motivo del fallecimiento de Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei.

Mons. Javier Echevarría falleció el 12 de diciembre de 2016.

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A raíz del reciente fallecimiento de Monseñor Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, de nuevo ha salido a la palestra de los medios el nombre de esta institución, sobre la que sigue recayendo una extraña ignorancia manipulada y recelosa incluso aquí en España, donde nació y creció antes de extenderse por todo el mundo. Ignorancia recelosa que después de tanto tiempo no es comprensible, pues cualquiera que conozca con un mínimo de rigor el Opus y no padezca las tópicas ideas que pretenden desprestigiarlo -ya procedan de corrillos de iluminados o de libritos con códigos secretos para bobos-, sabe que se trata de una asociación mayoritariamente de laicos, nacida en el seno de la Iglesia Católica (en 1928), e integrada por hombres y mujeres tan normales como los demás, pero especialmente comprometidos con su vocación y con la manera de vivirla entre el resto de la gente.

Un modo de vivir la vocación y la fe que habitualmente se concreta en algo tan simple y heroico a la vez, como es intentar ser unos buenos profesionales en sus diferentes trabajos; unos buenos padres, esposos, hijos, hermanos, etc., en sus respectivas familias; unos católicos de primera línea con notable formación en su fe y en la doctrina de la Iglesia; y unos ciudadanos comprometidos con la realidad en la que viven y se desenvuelven. Y además, lo normal es que realicen todo ello con un optimismo y buena cara que, en tiempos de negros nubarrones, resultan dignos de envidia. Pero como somos un poco bajunos con quienes aspiran a lo más elevado, lo que nos sale es la crítica maledicente y señalar sus errores y tropiezos, por muy buenas personas que sean.

Y aunque es obvio que el solo hecho de pertenecer al Opus no garantiza la perfección, ni que todo lo bordarán; sí nos garantiza que son de esos que luchan cada día por mejorar buscando hacer el bien a su alrededor y contribuyendo a hacer también mejores a quienes les rodean. Por eso, tampoco se comprende que a esta gente, cuya presencia entre nosotros debiera ser motivo de satisfacción para todos -seamos o no creyentes-, a veces se les mire con desdén. No se comprende porque personas como éstas, que son de las que suman y no restan, de las que edifican y no destruyen, de las que ayudan a levantarse y a vivir con esperanza, no abundan en una sociedad progresivamente egoísta, descreída y pasota, no ya con Dios, sino con el ser humano que vive junto a nosotros.

Como lo que es bueno para el Opus Dei también es bueno para la Iglesia, los que somos hijos de la Iglesia, aunque no de la Obra, confiamos en que aquél sobre el que recaiga la responsabilidad de ser su próximo Prelado, sepa guiarles de manera firme, confiada y segura en estos momentos difíciles en que la barca de Pedro surca por aguas no muy apacibles. Porque, ya está dicho, su bien será también el nuestro.