Encontrar a Dios en el México indígena

Mujeres indígenas mazahuas del estado de México aseguran que pertenecer al Opus Dei transformó sus vidas y les ha traído beneficios en su relación familiar. Reproducimos el artículo publicado en el periódico El Universal de México que cuenta la vida de estas mujeres.

Desde niñas y hasta su edad adulta, mujeres mazahuas del estado de México han sufrido los golpes de los padres y los esposos; nunca, en su infancia, tuvieron una muñeca para jugar, y fueron muchas las noches que durmieron con el estómago vacío en el frío piso de tierra. Los ingresos de los varones han sido destinados principalmente para pulque.

Hoy se dicen transformadas y buscan la santidad. Son las mazahuas del Opus Dei, prelatura de la Iglesia católica que ha sido vinculada con hombres y mujeres de poder político y económico; e incluso, se le liga con actividades secretas. Poco se sabe, sin embargo, de la actividad social que realiza con los pobres y el impacto que ha causado en sus vidas.

Para estas indígenas mexicanas La Obra (como le llaman) fue un “parteaguas” porque transformó sus vidas. Ya no se enojan, no maltratan a sus hijos y soportan a sus esposos… hay quienes aseguran que, por medio de la oración, han logrado cambiar a varios de ellos.

La Obra, aseguran, ha sido su salvación y han hecho un pacto con Dios: sólo muertas podrán dejarla.

Toxi: la casa de la abuela

En una hacienda ubicada en Atlacomulco, municipio del estado de México considerado la cuna de políticos influyentes que dominan el panorama nacional y que están ligados con el Partido Revolucionario Institucional, se reúnen semanalmente las mazahuas para rezar el rosario y después, escuchar las pláticas de las más experimentadas.

En este lugar también funciona una escuela-albergue para señoritas, donde se imparte la carrera de hotelería, hay bazar, clases de alfabetización, repostería, y de corte y confección.

Sentada en el pasto, Sixta Cruz González una de las indígenas con más antigüedad en el Opus Dei en esta región platica con una mujer y le recomienda: "No dejes a tu marido aunque te moretee (golpee). Ya estamos casadas, ¿a dónde vamos a ir? No nos queda más que rezar. Perdónalo, ponte a rezar, ¡platica con él, que eso está mal!". "Yo no les aconsejo que dejen al esposo porque es meterlas en más problemas, y en ese caso ¿cuál es mi apoyo, entonces? ¿Qué vine a aprender?", expone.

La hacienda de Toxi fue propiedad de Teresa Ortiz de la Huerta de Orvañanos, una de las primeras integrantes del Opus Dei, desde su fundación en México en 1949. Ella donó su propiedad para que ahí se realizaran actividades apostólicas en 1959, con la instalación de un dispensario atendido por médicos y enfermeras del Opus Dei.

Ahí los indígenas monolingües, en su mayoría recibieron las primeras consultas, vacunas, medicinas, estudios radiológicos y operaciones de la época, porque no había clínicas ni hospitales para ellos. Para llegar hasta acá, hay quienes tienen que caminar por espacio de una o dos horas desde sus viviendas.

"El número de pacientes aumentó y los médicos consiguieron donativos de alimentos para esa población desnutrida. Les dieron leche en polvo, frijol, harina y galletas de animalitos (las preferidas de los niños mazahuas). Comenzaron también las clases de higiene, nutrición, primeros auxilios, costura, tejido y cursos de alfabetización, hasta llegar a los cursos de catecismo y formación cristiana", señala Consuelo Montelongo, de la Oficina de Información del Opus Dei en México.

Mazahuas en ‘La Obra’

"Mi ingreso al Opus Dei fue hace 15 años, apenas tenía un año de casada y mi suegra me invitó. Yo no sabía nada de Dios, ni de confesiones, ni del santo rosario. Nada de eso", recuerda Adela López González, habitante de San Juan de los Jarros, pueblo ubicado a 15 minutos de Toxi.

Adela señala que ella es cooperadora. Ofrece rezos por el Opus Dei, hace sacrificios económicos y los otorga a la prelatura de la cual todavía no forma parte. Será miembro en el momento que elija adquirir un mayor compromiso con su fe y con Dios. Entonces sería supernumeraria.

"De mi casa para acá puedo venirme en taxi, pero elijo ahorrar ese dinero y mejor camino. Esa cantidad que ahorré la doy como cooperación, y se hace cada mes", explica. "Eso para mí es no darle gusto a mi cuerpo, es mortificarlo un poco, no darle todo lo que quiere, y esto me ha ayudado a cambiar. Antes era muy agresiva. Era de las que decían: `Yo mando, yo digo´, y creo que eso no es correcto. Más bien, es tener paciencia". "Entonces, en mi rato de oración pido a Dios la virtud de la paciencia, no le pido dinero ni otra cosa más que eso: la sabiduría para entender a mi esposo, porque solamente a través de eso, podremos hablar mucho de Dios. Si no transmitimos el ejemplo, no tendría sentido. Ser cristiana no sería coherente", asegura Adela.

¿Tu esposo también está en esto?

"No, porque aquí no ha habido medios de formación para varones, pero sí le gustaría venir. Sólo cuando yo llego de la hacienda me pregunta; le digo que nos hablan de cómo cuidar al esposo, la alimentación a la hora, porque si no, es pecado. Tampoco debemos usar anticonceptivos porque es una falta muy grave a Dios. Tenemos que controlarnos por el método natural, siempre que el matrimonio esté de acuerdo".

"He sentido que también él ha cambiado porque platicamos mucho. Ésa es la base del matrimonio. Sin diálogo, fracasa".

¿Cómo es que el Opus Dei ha cambiado tu vida?

"Venir a los medios de formación, hablar de Dios, de nuestros defectos, llevar dirección espiritual con el sacerdote, es lo que ha hecho cambiar mi vida y que lo que viví de mi niñez, prácticamente ya lo he olvidado".

"Es lo más bonito que ha sucedido en mi vida. Estoy aprendiendo a perdonar porque tenía mucho rencor, porque mi mamá me golpeaba al grado de que casi me deja sin nariz. Me pegaba con su zapato. Al estar con mi suegra y venir a los medios de formación ha sido... no sé, encontrar la paz".

El sexto mandamiento

Lorena Segundo Félix tiene 16 años de casada, 32 de edad, y tres hijas a las que ya inició en estas actividades: la mayor de ellas acude a visitar enfermos y las otras dos van a un club llamado Ondare, donde cada sábado reciben cursos de danza, artesanías y cocina.

Por ahora, esta joven madre de familia ofrece pláticas a las mujeres que recién se inician en La Obra de Dios.

Esta semana, el tema fue el “Sexto mandamiento”.

No fornicarás señalamos. Ella asienta con la cabeza.

¿Cómo se lo vas a explicar a las señoras?

"Pues que el cuerpo no es malo, pero que traten de valorarlo porque a lo mejor pueden caer en tentación. Además, Dios es amor y si creó al hombre y a la mujer, es para que se amen; pero dentro del matrimonio. Ambos tienen que ser fieles”.

¿Y si alguno de tus hijos decidiera vivir en unión libre, lo aceptarías?

"No, no es lo que Dios quiere; pero siempre estaré con ellos, ¿quién soy para no perdonar?"

Y si tu esposo te fuera infiel, ¿lo perdonarías también a sabiendas de que puede repetir la traición?

Lorena duda. Piensa y asienta: “Es que tengo dignidad ¿no?... Y si vienen dos o tres engaños más, ¿qué caso tiene vivir juntos?... No sé. Yo haría todo por salvar mi matrimonio, haría oración y pediría mucho a Dios por él”.

La duda, sin embargo, queda en la joven al suponer que, si deja al marido infiel, podría ser mal vista por sus compañeras y verse obligada a salir del Opus Dei, abandonar la experiencia que considera la “más bella de su vida”. A diferencia de ella, Sixta Cruz, con más de 30 años en el grupo, contesta que ya consultó al sacerdote y le dijo que puede seguir en el Opus Dei porque la falta no es de ella. Aún así, tiene advertidos a sus hijos que si le fallan, ella no podrá seguir yendo a la hacienda, con todo y lo feliz que la hace, porque sentirá que fracasó.

Antonia González Romualdo es la más antigua de las mazahuas integrantes del Opus Dei. Ella es supernumeraria. No sabe su edad y sólo atina a decir que forma parte de La obra desde sus inicios en este lugar, hace 45 años. Aprendió a leer con el catecismo. Escribir no sabe, pero Antonia tiene ánimos para aprender y enviar cartas de su puño y letra al padre que las asesora. Mujer inteligente y bonachona, refiere que todos los días se levanta a las 5:30 de la mañana para ir a misa. Regresa a su casa por el nixtamal y sale al molino para volver de nuevo y preparar sus tortillas.

Limpia su vivienda, va a casa de su nuera, para ayudarla con los nietos, porque está enferma de lupus, regresa a la una de la tarde para iniciar puntual su oración, hace una lectura de cinco minutos y, más tarde, el santo rosario. Sin embargo, dice que le pide a la Virgen para que le ayude a ganar tiempo al tiempo y estar en la hacienda a las cinco de la tarde todos los jueves para el catecismo. Al término de esto, sube a su vivienda para preparar la comida, antes de que el marido llegue: tortillas y quintoniles.

"No más me da risa -dice- que mi esposo también ha cambiado… casi no me hace caso, pero un día me preguntó qué le di porque es menos enojón. No hice nada, fue por pura oración", concluye sonriente Antonia González Romualdo.

Periódico El Universal. Por: Guillermina Guillén; fotografías: Pedro Mera.