El primer sagrario

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

El 19 de marzo de 1975, recordando el Fundador los tiempos de Ferraz 50, decía a sus hijos:

«Nuestra mayor ilusión era poner el oratorio, cosa que ahora os parece tan fácil, ¿verdad, hijos míos? Y es fácil porque hemos logrado, desde hace muchos años, tener jurídicamente el derecho a poner oratorios semipúblicos con Nuestro Señor reservado. Pero entonces no teníamos derecho a nada»(18).

La solicitud de los permisos necesarios para erigir el oratorio de Ferraz 50 va firmada por el Padre el 13 de marzo de 1935 y dirigida al Excelentísimo Señor Obispo de Madrid-Alcalá(19). Tanto la persona del Fundador como las actividades apostólicas y culturales de la Residencia han ganado la confianza de la más alta jerarquía de la Iglesia en la ciudad y, muy pocos días después, quedará consagrado en la casa un oratorio semipúblico, con licencia para celebrar la Santa Misa diariamente y para todas las funciones sagradas previstas por el Derecho Eclesiástico.

Durante muchos meses, y desde hace años, es el más ardiente deseo del Padre. Tanto que, ante las diversas dificultades, ha decidido invocar en su ayuda a un buen intercesor: San José. Recuerda cómo otro José, el hijo de Israel, en la historia del Antiguo Testamento, llega a ser primer ministro: aquel a quien envía el faraón cuando el pan escasea: «Id a José». Es la frase bíblica. En la nueva generación de cristianos, San José, elegido por Dios para cuidar a Jesús que se nos ofrece en el Pan Eucarístico como alimento permanente, será el mejor mediador. “Ite ad Ioseph” (20) se convertirá en oración para que Dios venga de nuevo a «plantar su tienda entre nosotros» (21). Y, en efecto: en el mes de marzo de 1935, Dios viene a habitar en el primer sagrario del Opus Dei.

A lo largo de este curso, con el entusiasmo y sacrificio de todos, se irá completando la instalación del oratorio. El Padre dirige la construcción del altar. El fondo de la habitación se decora con una tela, de color verde, de la misma anchura que el altar. Sobre el lugar que ocupará el sagrario, una especie de baldaquino de madera forrada sujeto al techo.

El párroco de la iglesia de San Marcos certifica que todo lo referente al local está en orden. Han trabajado de firme para lograr lo más indispensable. El escultor Jenaro Lázaro Gumiel ha prestado una bella imagen de la Virgen; pero, al fin, se pone como retablo un cuadro que representa a Cristo partiendo el pan en Emaús y dándose a conocer a los discípulos. En una de las paredes laterales irá una representación de la Virgen del Pilar. También el futuro sagrario saldrá del taller. de Jenaro Lázaro y, hasta entonces, consiguen que la Madre Muratori, una Religiosa que aprecia mucho al Padre, Priora de las RR. Reparadoras de Torija, les preste uno de madera dorada que no se utiliza en el convento(22). La llave que custodiará este sagrario lleva una cadena y una medalla acuñada con la imagen de San José: “Ite ad Ioseph”, se puede leer grabado en el envés. Es el agradecimiento de la Obra al Patrono de la Iglesia universal que les ha traído a Cristo Eucaristía.

Todavía faltan muchas cosas: candeleros, vinajeras, atril, bandeja... El cáliz y el copón los ha conseguido el Fundador, que quiere celebrar la primera Misa el 31 de marzo de 1935.

Unos días antes, el portero sube con un gran paquete. Lo ha dejado un señor en la portería, sin acompañarlo de tarjeta ni remitente. El Padre lo abre y allí, perfectamente colocado, está todo lo que faltaba para concluir la instalación del oratorio. En broma, y un poco en serio, los chicos dicen que han debido llevarlo, hasta Ferraz, San Nicolás o San José.

Alguien supuso que el generoso donante fue, esta vez, don Alejandro Guzmán, que tantas veces acompañó al Padre en sus correrías por los barrios de Madrid, visitando pobres y aliviando enfermos. Su barba cerrada y su capa española perfilan la estampa elegante de un hombre muy ligado a los primeros pasos de la Obra en Madrid.

Pedro Casciaro recuerda la alegría de don Josemaría Escrivá de Balaguer en estos últimos días de marzo de 1935:

«Los pensamientos del Padre en aquella tarde convergían muy especialmente hacia el nuevo Sagrario: el Señor, comentaba, jamás deberá sentirse aquí solo y olvidado; si en algunas iglesias a veces lo está, en esta casa donde viven tantos estudiantes y que frecuenta tanta gente joven, se sentirá contento rodeado por la piedad de todos, acompañado por todos. Tú, ayúdame a hacerle compañía, me dijo finalmente.

Me conmovió ver su amor a Jesucristo en el tabernáculo, y como yo iba diariamente a la Escuela de Arquitectura, que entonces estaba cerca de Ferraz, me "comprometí" gustoso a ir tantas veces como pudiera a la Residencia para "hacer un ratico de oración" delante del Sagrario (...). Fue seguramente entonces cuando el Padre me dictó el texto de la Comunión espiritual que, desde entonces, he recitado toda mi vida»(23).

El 31 de marzo el Padre celebra la primera Misa. Con casulla blanca, gótica. Los candeleros escalonados hacia el Crucifijo, el altar adornado con flores naturales, y el oratorio lleno de gente. Están todos los de la Obra, los residentes y muchos amigos que asisten al acontecimiento. Es un día imborrable: Jesucristo ha llegado al primer sagrario del Opus Dei en el mundo.

Francisco Botella escribe acerca de las veces que pudo presenciar una Misa oficiada por el Fundador:

«Las primeras veces que asistí a esas Misas fueron un auténtico descubrimiento. Se veía al Padre embebido en Dios, y se comprendía mejor el sentido del Santo Sacrificio del Altar (...).

Recuerdo especialmente un sucedido. Yo dormía en el piso de Ferraz, 48. Alguna vez me quedaba a estudiar después de cenar, antes de acostarme. Por la ventana de la habitación donde yo dormía echaba una mirada a la ventana del oratorio, a través de una especie de patio que separaba los dos edificios. Una noche (...) -el Sagrario se entreveía a través de la ventana- vi a nuestro Padre arrodillado junto al altar, con la cabeza pegada a él, recogido en oración»(24).

Atraídos por este espíritu, la afluencia de estudiantes a Ferraz 50 va en aumento. Y la Academia “DYA” está repleta. Muchos de los que acuden a la formación que da el Padre, en una incansable dirección espiritual, conocerán su vocación y dedicarán su vida a realizar la Obra de Dios.

El trabajo diario crece y apenas hay servicio. Por la mañana, los chicos salen hacia sus Facultades respectivas. El Padre, aprovechando ratos mínimos, hace las camas, limpia los suelos y arregla las habitaciones de los residentes, sin que ninguno se dé cuenta de ello. Organiza las compras, con economía exhaustiva y pobreza heroica, que vive en todo momento y enseña a vivir a los demás. Piensa en los detalles; maneja las cosas con el cuidado de quien ha de hacerlas durar en buen estado. Apunta con precisión sus escasos gastos personales. No es la primera vez que, a pesar de la desaprobación de su madre, saca unos zapatos desechados y arrojados a una papelera y, tras teñirlos de negro y limpiarlos cuidadosamente, los utiliza para sus largas caminatas, que cubren la ciudad de un extremo a otro.

Pero jamás esta pobreza hace perder a la casa su aspecto grato, su confortable y limpia presencia. Las comidas son sanas y suficientes; el ambiente es cuidado y digno. Nada más lejos de la tacañería o la estrechez. Cada uno de los que viven en Ferraz se siente orgulloso de invitar a un amigo a almorzar o a pasar un rato en la Residencia. Se ha convertido en su casa. Un hogar cálido' en el que todos colaboran y disfrutan de lo feliz y lo arduo.

A la vez, el Padre forma a cuantos le siguen en la importante idea de que no hay trabajo, por humilde que parezca, que no sea santificable, propio de un hijo de Dios, y no le haga feliz.

«Hay gente que confunde la pobreza con la suciedad y con la fealdad»(25).

Desde el principio les anima a la magnanimidad en las obras de Dios. A que no calculen sus posibilidades apostólicas de acuerdo con los medios actuales, sino con los que Dios enviará. Todo cuanto se construye ha de ser sólido, espacioso, terminado. Para que dure muchos años; mejor: siglos. Tiene, en su alma, una divina ambición que en cristiano se llama esperanza:

«Cada una de nuestras casas será el hogar que yo quiero para mis hijos. Vuestros hermanos tendrán un hambre santa de llegar a casa, después de la jornada de trabajo; y tendrán también ganas de salir a la calle -descansados, serenos-, a la guerra de paz y de amor que el Señor nos pide»(26).

Poco a poco, el ambiente de Ferraz 50 empieza a ser conocido en los medios universitarios y acuden a visitar al Padre los directivos de algunas organizaciones estudiantiles de otras provincias. De Valencia llega un grupo que invita al Fundador a realizar la primera expansión de la Obra a esta ciudad levantina. Pero su horizonte es universal, y ya en 1935 se habla, con naturalidad, de llevar este espíritu fuera de España, probablemente a París, a donde quizá alguno pueda ir a estudiar; de comprar una casa suficientemente grande para montar la Residencia de Madrid y de abrir otra en Valencia.

Con razón escribe Angel Galíndez, otro residente de los años 1935-36:

«Si la ocasión lo requería, era "un vendaval": se lo llevaba todo por delante. En él coincidían virtudes opuestas y encontradas, aunque armónicamente fundidas, que daban lugar a una personalidad que se imponía recia y suavemente al mismo tiempo»(27).

Un día, viene invitado a comer un prestigioso Catedrático de Mecánica Racional de la Universidad Central. Los chicos comparten con él la tertulia y el café. El Padre intenta explicarle la pobreza que se vive alrededor de aquel ambiente agradable. Parece que no comprende muy bien. Apoyándose en la amistad que les une, el Padre se levanta, le toma del brazo y se lo lleva a la cocina: allí están dos residentes de la Obra, alumnos de este profesor, lavando la vajilla que se ha utilizado.

-«¿Lo entiendes ahora, Paco?»(28).

Y ante las actividades prácticas que ahora realizan estos chicos, completamente ajenas al estudio de la Cinemática que les explica en la Facultad, empieza a comprender.

El pan que sobra en las comidas se recoge cuidadosamente, se parte y se tuesta. Por las tardes se reúnen a merendar con este improvisado complemento, que el Padre llama, con su buen humor de siempre, «pastas para el té». Muchas veces, no cenará otra cosa.

En el cuarto destinado a Dirección de la Residencia hay una imagen de la Virgen. Todos son testigos de cómo se despide el Padre, cada día, al salir a la calle. La besa con el calor de una fe que no repara en falsos pudores. Esta Virgen, a la que el Padre dedica tantas miradas de afecto y tantos besos de confianza, le protege siempre. Le ayuda en toda dificultad y contradicción. Custodia su juventud sacerdotal y le da valor para una tarea superior a sus fuerzas humanas.

Con el deseo de hallar imágenes que le recuerden a su Madre del Cielo, descubre las que adornan fachadas de casas e iglesias madrileñas. Aun después de la época de mayor persecución religiosa, entre 1936 y 1939, fue capaz de hallar algunas que habían escapado al odio destructor. Este empeño por mantener una presencia de Dios, una vida contemplativa sin rarezas, tomando ocasión de todas las cosas que le rodean en la calle, será herencia que intentará clavar en el alma de sus hijos. A ello conduce también la costumbre de «asaltar sagrarios»: les invita a un acto de amor cuando pasen junto a los lugares en que permanece, en la oscuridad y la espera, Jesús Sacramentado.

Durante estos años muchos de los residentes y amigos se desplazarán de Madrid aprovechando las vacaciones. El Padre mantiene relación con ellos a través de múltiples cartas que les llevan el afecto y preocupación por cada uno. Desde el verano de 1934, en la casa de Luchana, se prepara una publicación corta, apenas una hoja informativa, escrita a máquina, y en la que se da cuenta a todos los que frecuentan la Academia, y luego la Residencia, de las noticias que puedan llevarles alegría e interés por los que han quedado en Madrid. No hay multicopista, pero se lograrán reproducciones con planchas de gelatina. Muy pronto, los correos de España son portadores de una corriente de amistad que pasa por encima de la inquietante situación política, que amenaza tormenta en todo el país.