«Tajamar hunde sus raíces en las visitas de San Josemaría a los pobres de las periferias»

Jesús Carnicero, uno de los promotores de Tajamar cuenta, en una entrevista publicada en unomasdoce.com, los inicios del Colegio entre barro, chabolas y pedreas.

Enlace a la entrevista publicada en unomasdoce

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En una ocasión, profesores, alumnos y el capellán del colegio ayudaron a reconstruir de noche varias chabolas, destruidas por la policía, según cuenta Carnicero en el libro Entre chabolas (Rialp). En años posteriores, miembros del Opus Dei crearon una cooperativa de viviendas para los pobladores del lugar.

¿Cómo fue erigir en Vallecas en 1958 esta iniciativa cuando siempre se achaca al Opus Dei que se dirige a los ricos?

Esta visión del Opus Dei es en mi opinión producto de la ignorancia, de desconocer la labor que realizó y que realiza entre personas de todos los estamentos sociales en el aspecto asistencial, principalmente en el campo de la enseñanza, desde la década de los años 20. En el tema que nos ocupa, Tajamar, no se puede omitir que hinca sus raíces en aquellas visitas a pobres y enfermos de los barrios periféricos de Madrid, en Vallecas y Tetuán. Tajamar se creó por expreso deseo del Fundador del Opus Dei, San Josemaría.

En el libro abunda en los escollos que tuvieron que superar para ultimar el colegio. ¿Cuáles fueron los más significativos?

Encontrar un local y los alumnos que cumplieran los requisitos exigidos para cursar el Bachillerato fueron los obstáculos iniciales. Pero superar ambos obstáculos era una cuestión de tiempo y oportunidad, por lo que estos problemas, acuciantes en los primeros momentos, se resolvieron con relativa facilidad.

Sin embargo, el problema económico parecía no tener fin. Se vivía al día, y cuando se acercaba el final de mes no se sabía si los miembros de la plantilla, profesores y administrativos, podríamos cobrar el sueldo correspondiente, aunque debo decir que ni un solo mes Tajamar dejó de cumplir sus obligaciones laborales. Hay que señalar que, frente a la carencia de ayudas oficiales, Tajamar contó siempre con ayudas de los más variados sectores sociales (empresas, instituciones…) que supieron valorar la implantación del significado de un centro escolar en un sector deprimido como era Vallecas.

Alude también a las granizadas de piedra que sufrían los alumnos con los chicos del barrio, más que barrio, chabolario.

En efecto, hay que señalar que, con la nueva sede de Tajamar en la vaquería adaptada como centro de enseñanza, profesores y alumnos teníamos que atravesar aquella nube de chabolas, y en muchas ocasiones los chicos tenían que sufrir las agresiones de otros que habitaban las chabolas. Afortunadamente esta situación apenas duró, porque Tajamar solicitó ante el Ministerio de Educación, y obtuvo, la creación, en abril de 1960, de una escuela de enseñanza primaria que sirvió para albergar a chicos de los alrededores, ente ellos, vecinos de aquellas chabolas. Con este motivo, se acabaron las pedreas y en adelante se estableció una relación de buena vecindad y de cariño, interrumpida cuando desaparecieron aquellas chabolas, que se contaban por millares, y los vecinos ocuparon los nuevos pisos que se crearon con el paso del tiempo.

En alguna ocasión, ayudaron también a reconstruir algunas chabolas destruidas por orden de la Autoridad.

Se refiere usted, sin duda, a aquel episodio en el que la Policía destruyó varias. La realidad es que aquellas chabolas eran un espejo de miseria y suciedad y la Administración quería suprimirlas. Se asentaban, además, en terrenos ajenos. Y tenía que surgir el conflicto, como así pasó cuando un grupo de policías, al mando de un teniente, comenzó a tirar chabolas. Don Rodrigo, el capellán de Tajamar, avisado de lo que sucedía, y alarmado por las voces de los vecinos del Cerro de Tío Pío, consiguió que abandonaran la faena de destrucción, y recabó la ayuda de los alumnos de la sección nocturna de Tajamar quienes junto con algunos vecinos damnificados volvieron a poner en pie las cinco o seis chabolas que habían sido demolidas.

¿Fue esa implicación con las personas de la zona lo que les condujo a promover posteriormente una cooperativa de viviendas para sus pobladores?

Este suceso sirvió quizá para acelerar el proceso de creación de una cooperativa formada por los vecinos que habitaban aquel lugar, y fue visto con simpatía. La aspiración de los chabolistas era poder abandonarlas y marcharse a vivir a otro lugar, pero les faltaban los medios económicos. Para facilitar el proceso de sustituir la chabola por un piso, don José Luis Saura, pese a no contar con experiencia en estos trances, encabezó el proceso de creación de una cooperativa, que pocos años después ultimaría el objetivo de lograr el cambio chabola-piso, al tiempo que se cambiaba el aspecto miserable de la zona. Estos pisos salieron muy baratos para los cooperativistas ya que sólo tuvieron que abonar el coste de los materiales, la mano de obra y los solares. Nadie cobró por su gestión.

Usted vivió en primera línea “conectado” a esta labor educativa, ¿qué experiencias sacó de aquello?

Los años que pasé en Tajamar como profesor constituyen una experiencia inolvidable. Durante aquellos cinco años de convivencia con aquellas familias se creó una amistad muy sólida, tan sólida, que se ha mantenido y fortalecida desde entonces pese a la distancia de más de medio siglo.

¿Cómo encajó en aquel ambiente deprimido, de miseria forzosa de la zona, cuando usted procedía de otro contexto social?

Era difícil, si no imposible, no encajar en aquel ambiente porque tanto las familias como los profesores mantenían una comunicación fluida. Cuando el profesor encargado de curso convocaba a los padres, la respuesta era masiva. Los padres, según comenta la generalidad de los alumnos, estaban encantados de que personas con una formación universitaria les hablaran de sus hijos con confianza y afecto. Para la mayoría de padres aquella comunicación con los profesores de sus hijos era la primera vez que se producía. Los chicos relatan la impresión que estas entrevistas producían en sus padres, que se sentían en Tajamar como si estuvieran en su propia casa, y adquirían el sentimiento, real, de que eran ellos los principales educadores de sus hijos.

Enrique Chuvieco

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