El Dr. Pere Pascual recuerda que Álvaro del Portillo comentó del Fundador: “Dio una meditación sobre el amor a Dios y a la Virgen y me quedé hecho fosfatina”

Es uno de los tres primeros agregados del Opus Dei en acceder al sacerdocio. En esta entrevista explica su relación con el futuro beato, que sucedió a san Josemaría, así como las virtudes que destacaban de él

Estamos a las puertas de la beatificación del obispo prelado del Opus Dei y primer sucesor de San Josemaría, Monseñor Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, Doctor Ingeniero de Caminos nacido en Madrid el 11 de marzo de 1914, hace ahora 100 años. El reverendo Pere Pascual Piqué, ordenado por Juan pablo II en 1982 junto a otros dos agregados del Opus Dei, los tres primeros agregados en acceder al sacerdocio, nos cuenta como el Opus Dei trae a la Iglesia de nuevo la realidad de la llamada universal a la santidad que recibe todo bautizado, llamada vieja y nueva como el Evangelio, y modus vivendi de los primeros cristianos.El espíritu fundacional del Opus Dei es una llamada a santificar el trabajo ordinario, a santificarse en el trabajo ordinario y a santificar a los demás a través del trabajo ordinario. Mentalidad laical, alma sacerdotal que todos recibimos en el bautismo, se puede ser contemplativo en medio del mundo, amar al mundo apasionadamente sin ser mundanos y ser santos de altar en el matrimonio, o en el celibato por el reino de los cielos al que también están llamados muchos laicos. El doctor Pere Pascual me recibe en su casa y me explica su relación con el futuro beato, así comolas virtudes que más destacaban en él, como la fidelidad a la llamada divina, la lealtad al fundador y la humildad para ser instrumento. Mossèn Pere Pascual a sus 77 años, nacido en el 36, sigue predicando a diario pláticas y ejercicios espirituales y atendiendo espiritualmente a gente de todas las condiciones, en Barcelona y en pueblos de los Pirineos

Los agregados y numerarios del Opus Dei pueden ser llamados al sacerdocio por el Prelado. ¿Es eso una segunda vocación?

La Obra nace en 1928 y podemos decir que es un fenómeno atípico, como figura institucional en la entonces estructura canónica de la Iglesia. La Obra es eminentemente laical, y promueve la búsqueda de la santidad en medio del mundo. Al principio San Josemaría era el único sacerdote que había en la Obra y tenía necesidad de que hubieran sacerdotes que conocieran y viviesen el espíritu del Opus Dei.

Sin embargo, el proceso fundacional de la Obra fue muy largo en el tiempo. Así, estuvo buscando, sin éxito, una fórmula para que hubiera sacerdotes en el Opus Dei. Y en el año 1943, también un el 14 de febrero, como el día que había visto que las mujeres cabían en la Obra, en la Santa Misa vio que se podrían incardinar en la Obra sacerdotes, creando así la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Los tres primeros sacerdotes numerarios de la Obra fueron Don Álvaro del Portillo, a punto de ser beatificado en Madrid el próximo 27 de setiembre, Don José Luis Múzquiz, y Don José María Hernández de Garnica, los tres, ingenieros, y los dos restantes también con la causa de beatificación abierta.

Cuando después la Santa Sede erigió la Obra en Prelatura Personal el 28 de noviembre de 1982, que era un traje a medida según la inspiración fundacional del Fundador, los agregados pudimos ordenarnos. Anteriormente no era posible, pues ellos y ellas vivían “donde la suerte les cupo” como dice la “epístola a Diogneto”. Con la Prelatura no era un requisito que los candidatos al sacerdocio tuvieran que vivir en un centro de la Obra, así que fue posible que se ordenasen también miembros agregados. Por tanto para ser parte del presbiterado del Opus Dei hay que haber tenido vocación a la Obra. La gran mayoría de sacerdotes del presbiterado del Opus Dei son profesionales de muy diversas profesiones y han pasado muchos años ejerciéndolas antes de dedicarse con exclusividad al desempeño de su ministerio sacerdotal en la Prelatura.

¿Cuántos años estuvo usted ejerciendo de periodista y en qué diarios trabajó fundamentalmente?

“El Correo Catalán”, “Mundo Diario” y en la agencia Europa Press, durante unos 25 años.

El Fundador decía que nadie podía obligarles a ser religiosos. Si por requerimiento canónico se asimilara la vocación al Opus Dei con la vocación al estado religioso dejarían ese camino. ¿No es asimilable esta lógica a la de un laico del Opus Dei, numerario o agregado, que es llamado al sacerdocio por el Prelado? Porque ya no será laico nunca más.

Como le he dicho antes, la obra es eminentemente laical, por lo tanto dirigida a hombres y mujeres que viven en medio del mundo y que por lo tanto de lo que se trata es de santificarse a través de esta vocación. Un sacerdote incardinado en la Prelatura no recibe una nueva vocación, es simplemente otra manera de servir a la Obra y a la Iglesia.

Cuando después la Santa Sede erigió la Obra en Prelatura Personal el 28 de noviembre de 1982, que era un traje a medida según la inspiración fundacional del Fundador, los agregados pudimos ordenarnos. Anteriormente no era posible, pues ellos y ellas vivían “donde la suerte les cupo” como dice la “epístola a Diogneto”. Con la Prelatura no era un requisito que los candidatos al sacerdocio tuvieran que vivir en un centro de la Obra, así que fue posible que se ordenasen también miembros agregados. Por tanto para ser parte del presbiterado del Opus Dei hay que haber tenido vocación a la Obra. La gran mayoría de sacerdotes del presbiterado del Opus Dei son profesionales de muy diversas profesiones y han pasado muchos años ejerciéndolas antes de dedicarse con exclusividad al desempeño de su ministerio sacerdotal en la Prelatura.

En la Obra no hay diferencia vocacional entre el laico y el sacerdote, de lo que se trata es de como sacerdote administrar los sacramentos, celebrar la Santa Misa y predicar. No hay categorías y solamente hay unos cuantos sacerdotes en la Prelatura, además del Obispo Prelado del Opus Dei y los vicarios en las diferentes demarcaciones. Y fue posible nuestra ordenación siendo agregados precisamente por la Prelatura. Hay una sola vocación a la Obra, la misma para todos, la misma, aunque hay miembros numerarios, generalmente todos universitarios, agregados, que ejercen sus distintas profesiones manuales o intelectuales, y supernumerarios, que tienen la misma vocación que los numerarios y agregados. Una sola vocación por tanto, que la mayoría viven en su estado de casados.

¿Por qué una es agregada, otra numeraria y el otro es supernumerario? Depende de las circunstancias personales, pero no son grados distintos, por lo tanto los sacerdotes no forman tampoco un grupo aparte, separado. El sacerdote en la Obra no tiene poder, los cargos de gobierno los ocupan laicas y laicos, excepto aquellos cargos que aúnan la labor que se hace con mujeres y la que se hace con los hombres, en las distintas demarcaciones.

La figura que representaba la Prelatura era un gran sueño del Fundador porque cuando comenzó a hacer los primeros trámites para la aprobación de la Obra le dijeron en Roma que habían llegado con un siglo de anticipación. Era así porque en el Código de Derecho Canónico el fenómeno del Opus Dei desbordaba completamente. Y con la Obra se vuelve a la vida de los primeros cristianos, donde había fieles - fieles porque si no fueran fieles serían infieles -, y sacerdotes. Este concepto del fiel es muy importante, fieles lo son desde el Papa hasta el último catecúmeno que se ha agregado a una comunidad cristiana. Después estaban los sacerdotes, y los ermitaños, y miembros de distintas órdenes religiosas, pero la Obra es fundamentalmente volver a cómo vivían los primeros cristianos, por ello es muy útil para entenderlo confrontarlo con la epístola a Diogneto, donde se ve la forma de vivir de los primeros cristianos en medio del mundo.

San Josemaría tenía un gran aprecio a las órdenes religiosas, es otro camino que lleva a Dios, había llevado a gente, tanto hombres como mujeres a conventos porque cada uno tiene su camino.

A propósito de esto de que cada uno tiene su camino, hay una anécdota de durante la guerra civil, cuando San Josemaría dirigió un Curso de Retiro, lo que se conoce como Ejercicios Espirituales, en Valencia, en un lugar que había sido sede, creo recordar que era un colegio universitario, de las Brigadas Internacionales. En el camino, en una de las paredes encontró que había una frase: “cada caminante siga su camino”. Tal vez porque había sido de las Brigadas Internacionales uno de los asistentes quería borrarlo pero el Fundador del Opus Dei dijo no, no, déjalo porque es así: “Cada caminante siga su camino”. Por ello como discípulos de Cristo nos corresponde amar a todos y cada uno con su forma peculiar de ser.

¿Cómo se conocieron Don Álvaro del Portillo y el Fundador del Opus Dei?

Lo más importante a los ojos del Fundador siempre fue la oración, y por ello decía que el arma del Opus Dei no es el trabajo sino la oración. Durante unos cuantos años se confesaba con él una señora que le hablaba mucho de un sobrino suyo, de nombre Álvaro del Portillo. Le estuvo encomendando durante varios años hasta que un día le conoció. Y le habló de lo que representaba la Obra. En aquella época, antes del 36 eran muy pocos, y además la gente no entendía el Opus Dei.

Y tras haberse conocido, antes de marchar de vacaciones en verano de 1935, Álvaro fue a despedirse de San Josemaría por cortesía. El Fundador le invitó al domingo siguiente a un retiro y Álvaro pensó que acudiría. Fuerte fue la impresión que le causó la manera de hablar de Dios de San Josemaría, que después del retiro espiritual pidió la admisión en la Obra, el 7 de julio de 1935. Más tarde comentaría que “Evidentemente se trató de una llamada divina, porque nunca me había pasado por la cabeza, ni siquiera de lejos, aquella idea (…): yo pensaba sólo que sería ingeniero y formaría una familia”.

“En ese retiro, el Padre dio una meditación sobre el amor a Dios y el amor a la Virgen, y me quedé hecho fosfatina”

Personalmente la vivencia que tengo de Don Álvaro es que siempre estaba a la sombra del Fundador. Lo comprobé en la primera ocasión en que le conocí físicamente. Fue a comienzos de los años 60, cuando San Josemaría vino a Barcelona y durante la tertulia no recordó el nombre de una persona y solamente dijo “Álvaro”, y Álvaro del Portillo mencionó inmediatamente el nombre de esa persona, lo que reflejaba cómo en todo momento estaba pendiente del Fundador. Por esa intervención pude descubrir donde estaba D. Álvaro; antes no había podido localizarle.

Ésta es mi vivencia personal de una persona de una gran categoría humana y sobrenatural que estaba siempre a la sombra, a disposición de San Josemaría. Hay muchas anécdotas y de más categoría que están recogidas en varios libros.

Recuerdo una en concreto que no es personal, pero que refleja el hondo calado de Álvaro del Portillo: indiscutiblemente cada Papa es el sucesor de Pedro pero también cada Papa tiene su personalidad, y en concreto Pablo VI no era un hombre dado al elogio. En los tiempos en que Álvaro del Portillo ocupaba cargos de coordinación de distintas comisiones en la Curia vaticana, cuando le presentaban a Pablo VI un escrito para firmar no era raro que pidiera saber cuál había sido el voto de Don Álvaro; si era afirmativo lo firmaba a veces sin leerlo. Esa era la confianza que tenía Pablo VI en Don Álvaro.

¿Cómo era la continuidad entre el Fundador y su primer sucesor?

En una ocasión Pablo VI le comentó a Don Álvaro del Portillo, después de la marcha al Cielo del fundador, “Usted, cuando tenga que decidir un asunto póngase en la mente de su Fundador” y Don Álvaro le dijo que esto era lo que intentaba siempre. Lo que yo diría, desde un punto de vista subjetivo, muy personal, lo que yo diría es que a pesar de sus dos personalidades distintas y diferentes había una continuidad perfecta entre el Fundador del Opus Dei y Don Álvaro, tal vez la palabra más exacta sería fidelidad, con toda la fuerza que tiene esta palabra.

Yo no tuve un trato personal continuado, sino muy esporádico con Don Álvaro, y constaté que lo más destacado de su carácter era su sencillez. Así poco antes de la ordenación le pregunté qué les dijo San Josemaría a ustedes, los tres primeros numerarios que se ordenaron, y me respondió con toda naturalidad: “no me acuerdo”.

¿Y qué les dijo Don Álvaro a los tres primeros agregados del Opus Dei que accedíais al sacerdocio?

Bueno, la primeras palabras que dijo y que se me quedaron grabadas fueron “vosotros sois un sueño de Nuestro Padre”.

Después de todos los Concilios, siempre ha habido gente que se pasa y gente que no llega. Recuerdo que en los años 50, en Francia, nació un movimiento de sacerdotes obreros, con la respetable idea de que para acercarse al pueblo, el sacerdote debería tener una ocupación manual, que no tuvo especial éxito. En cambio, San Josemaría hablaba de obreros sacerdotes, cambiaba el orden. Por eso yo no pensaba que nunca sería sacerdote. Pero la vida es la vida, y resultó que ninguno de nosotros éramos obreros. Se empieza por lo que se puede y ahora sí que hay agregados sacerdotes de distintas profesiones manuales.

La gran aportación de Concilio Vaticano II fue la llamada a la santidad de todos los bautizados. Puede imaginarse la alegría del Fundador del Opus Dei. Vale la pena subrayar, cada vez con más fuerza el papel fundamental propio de los laicos en la vida de la Iglesia que es el de impregnar de espíritu cristiano las estructuras temporales. Quizá una anécdota puede ser bien explícita. Sucedió en una empresa cuando un trabajador se acercó a un compañero con el que no tenía especial trato, simplemente era un conocido. Al abordarle le dijo: ¡oye! ¿Verdad que tú eres amigo de ese hombre vestido de blanco? Al principio hubo silencio, ¿un hombre vestido de blanco? ¿Te refieres al Papa de Roma? – Exactamente., replicó. Entonces empezó la conversación, explicándole su vida, como muchas otras de hoy en día; estaba muy apartado de la doctrina y de la vida cristiana, separado de su mujer, convivía con otra, etc. Empezaron unas clases de catecismo, y ese hombre volvió a la práctica y se reconcilió con su legítima esposa. Tiempo después, el que fue interpelado preguntó a su vez; ¿por qué te fijaste en mí si no habíamos tenido un trato especial? La respuesta fue: “necesitaba hablar con alguien, no estaba contento conmigo mismo, y pensé que solo tú me podías entender aquí en la empresa, porque eras el único que hablaba bien de su familia y procuraba ayudar a los demás”. Éste es el testimonio cristiano, si no se es un buen profesional es muy difícil acercar las almas a Dios.

¿Qué efectos espirituales se esperan de esta beatificación?

Todo nuevo beato o santo es un modelo indiscutible de alegría para la Iglesia, sea quien sea: Si los fieles del Opus Dei, no estuviesen contentos sería un disparate. La Iglesia con estos actos, después de seria investigación, ofrece a todos el ejemplo de esos hombres y mujeres como modelo de vida cristiana y como intercesores delante de Dios. Una ceremonia de canonización o beatificación siempre ha sido un instrumento del Espíritu Santo para que muchas personas se reafirmen en su fe cristiana, la vivan con más fuerza, y para que las almas se acerquen más a Cristo.

¿Alguna cosa extraordinaria de Don Álvaro aparte de lo extraordinaria que es su vida ordinaria?

Después de la erección de la Obra como Prelatura personal, escribí un artículo que lo titulé con una frase de San Josemaría: “Lo raro de no ser raro”. De la vida de Don Álvaro desde mi punto de vista destacaba el hacer extraordinario lo que era ordinario. Pese a que tuvo había sufrido muchas enfermedades, nunca rebajó su ritmo de trabajo.

¿Se puede santificar el trabajo? ¿Y si no te gusta? En ocasiones el largo tiempo dedicado a trabajar no deja espacio ni para pensar, o cuidar de la familia, de los hijos. Apaga la creatividad y puede ser alienante. ¿Se puede santificar esta realidad? ¿O sería santificable solamente lo que realiza un ejecutivo, o aquel que se realiza en el trabajo? ¿Qué es lo santificable?

Santo Tomás de Aquino, plenamente vigente en la doctrina y enseñanzas del Vaticano II enseñó que el trabajo sirve para “proveer las necesidades propias”, “ayuda a evitar la ociosidad”, “evita caer en el robar”, y “posibilita dar limosna”. Es una visión del trabajo, sí, real, pero exclusivamente horizontal. El carisma que recibió san Josemaría fue la profundización en la vida oculta de Jesús. El Señor trabajó con sus manos, y cumplió lo escrito en el Génesis: “el hombre ha nacido para trabajar como el pájaro para volar”. El trabajo no es una maldición. Sólo como consecuencia del pecado de origen viene el “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, pero al comienzo no fue así.

Un antiguo aforismo señala que no puede ser redimido lo que no ha sido asumido. Por ello puede afirmarse que tanto redimió Cristo en la Cruz como con una lágrima en Belén, o una gota de sangre en la circuncisión y el sudor en el taller de Nazaret. Es bien sabido que quién actúa es la persona, no la naturaleza. Y en Cristo hay una sola Persona, divina, y dos naturalezas, la divina y la humana, recibida de Santa María. En teología se llama a esto las operaciones teándricas de Jesucristo, que es Dios y hombre, y por tanto cuanto realizaba tenía un valor redentor divino.

Ahora bien, Todas las situaciones que ha mencionado usted no son en absoluto fáciles, nos encontramos que aquí entran en juego muchas personales circunstancias, pero si no hay un sentido transcendente de la vida y nos anclamos en que todo lo de aquí abajo se acaba en un agujero, ¡mal vamos! La desesperación está al acecho. A mí me gustan mucho los grafitis, recuerdo uno de hace muchos años, que vi cuando iba con un compañero del periódico donde trabajaba y éste compañero que había sido militante de la Acción Católica obrera, como a otros muchos europeos occidentales les pareció que la cuestión obrera solo se solucionaría con el partido comunista. Y el slogan decía: “Ni dios ni patrón, autogestión”. Le comenté: éste está más a la izquierda que tú. Me replicó a bote pronto, había amistad “Mira, vosotros y nosotros, sabemos lo que queremos y estamos dispuestos a todo para conseguirlo”.

Cuando me ordené lo anuncié a todos mis amigos y compañeros de los medios informativos, el único que no me contestó fue él. Hacía poco tiempo que había cambiado de mujer y de partido, según me dijeron. Poco tiempo después restablecimos la antigua amistad. A mi modo de ver la doctrina social de la Iglesia, como todo lo que está diciendo el Papa Francisco, salen al paso de todas estas preguntas vitales, o situaciones variopintas, por lo que debemos intentar mirar las cosas por la portada y la contraportada. En esta lamentable crisis podemos también encontrar un aspecto positivo, y es descubrir que uno vale por lo que es y no por lo que tiene. Me parece que muchos han descubierto que no hace falta tener tantas cosas. Y también que uno debe saber privarse de cosas y así ayudar a los demás. Hay ejemplos espectaculares.

“Tenemos que ser contemplativos en medio del mundo”, decía el Fundador del Opus Dei a los miembros de la Obra. ¿Cómo se puede ser contemplativo sino se es religioso?

Una de las grandes aportaciones de San Josemaría es recordar con gran fuerza que cualquier bautizado, siempre contando con la gracia de Dios, puede convertir su trabajo diario, el que sea, y las realidades terrenales en oración constante en presencia de Dios. Esa oración, incluyendo las normas de piedad y la Santa Misa serán también trabajo al procurar hacerlas a conciencia, y trabajo será también el apostolado personal con su familia, amigos y compañeros de trabajo, apostolado por el que rezará ofreciendo sus horas de trabajo que son como vimos horas de oración real y junto a sus oraciones que son trabajo, en una perfecta unidad de vida.

Lo tenemos muy claro, muy visible en este país que está lleno de viñas: si el sarmiento no está unido a la vid no da fruto; si no existe esa unión con Dios no hay nada que hacer. En la medida en que se procura leer el evangelio a diario, participar en los sacramentos que Jesús entregó a la Iglesia, o rezar el rosario, que puede hacerse en cualquier sitio, también en la calle, sí que es posible ese trato con Dios.

¿Cómo era la preocupación eficaz del Fundador del Opus Dei por sus hermanos en el sacerdocio?

Una de las grandes preocupaciones del Fundador del Opus Dei eran sus hermanos en el sacerdocio. De tal forma que hubo un momento, tras una de las primeras aprobaciones de la Obra, que quiso dejar la Obra para hacer una fundación para los sacerdotes; después vio que cabían dentro del Opus Dei. Fundó poco después la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Los sacerdotes, como dice el Papa Francisco, no somos funcionarios, y podemos encontrar aquí un régimen de vida interior y por tanto los sacerdotes diocesanos que forman parte de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz tienen la misma vocación al Opus Dei que los demás miembros pero dependen de su obispo respectivo. La Obra no saca a nadie de su lugar. El Prelado del Opus Dei es el Presidente de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz pero los sacerdotes que se han asociado a ella siendo ya clérigos dependen exclusivamente del Obispo ordinario del lugar, viven personalmente la espiritualidad propia del Opus Dei: la santificación del trabajo ordinario, que en nuestro caso es el ejercicio del ministerio sacerdotal.

Jordi Picazo

Forum Libertas