«El Código Da Vinci» desvela su secreto: es aburridísima

La esperada cinta, que no gustó a la crítica, abrió ayer el Festival de Cannes.

Las calles de esta ciudad estaban ayer inundadas por enormes carteles en los que se podía ver la imagen de «La Gioconda» de Leonardo. El motivo no era otro que la presentación mundial de «El Código Da Vinci», dirigida por Ron Howard, película que inauguró la LIX edición del Festival de Cine con su proyección fuera de concurso. El resumen que podría hacerse es simple y sencillo: de una mala novela se ha rodado una película aún peor que resulta soberanamente aburrida, salvo en algún momento puntual que deviene grotesca y llega a provocar la carcajada en el momento de mayor dramatismo de la obra. Dos horas y media eternas con una acción que no termina y que riza el rizo una y otra vez. Ron Howard, antiguo actor juvenil y autor de filmes como «Cinderella Man», «Una mente maravillosa», «Apolo 13» y «Cocoon», entre otros, se confiesa un verdadero entusiasta del mundo del celuloide y quiere atraer al público a las salas.

Decorado. Es una lástima pero el director, a pesar de los medios extraordinarios con los que ha contado (como conseguir, por ejemplo, el permiso para rodar en el interior del Museo del Louvre), no acierta ni siquiera en la medida, ya que es una cinta excesivamente larga -dos horas y media bien cumplidas-, hay demasiado diálogo, y también sobradas explicaciones con una música de fondo que suena atronadoramente. En definitiva, no logra tener el menor interés, ni siquiera con el tema que ha popularizado la novela de Brown y que tanto está dando que hablar: la teoría de que Jesús se casó con María Magdalena. La razón del éxito de la novela no tiene necesariamente que implicar que el filme vaya a funcionar. Howard se ha rodeado de un buen equipo de profesionales y de un elenco de actores, que encabezan Tom Hanks y Audrey Tautou y al que siguen Ian McEllen, Alfred Molina y Paul Bettany, y a los que ayer, antes de la presentación de la cinta, acribillaron los «flashes» de los fotógrafos. Ninguno de ellos merece destacarse, porque ni siquiera la interpretación es lucida, sigue la tónica general de la cinta: es decir, aburre y resulta pretenciosa al tener que explicar demasiadas cosas al espectador (aunque bien es cierto que no es condición haber leído el libro para pasar por la taquilla), algunas, quizá, de manera un tanto pueril y a través de la utilización de «flash-back» mediante fotografías quemadas. Más publicidad, en resumen a pocas horas del estreno para una película sobre la que aún queda por escribir. Por cierto, que todos los profesionales que asistieron al pase de Prensa, y fueron más de dos mil, abandonaron la sala de proyección con la misma idea en la cabeza.

Carlos Pumares // La Razón