«El amor no entiende de jubilación»

¿Quién dijo que jubilarse es aburrido? Desde entonces Lola no ha parado de exprimir los días para sacarles su mejor jugo. Es algo que tiene en la sangre desde niña. Su trayectoria familiar, profesional y vital le ha marcado para embarcarse en distintas iniciativas relacionadas con la juventud: “Estar siempre cerca de gente joven es motor y fuente de esperanza”, afirma convencida.

Lola nació en Carmonita (Badajoz) hace 71 años. Es la mayor de cinco hermanos. Sus padres –Atanasia y Francisco– tenían una tienda donde se vendía de todo, “era como El Corte Inglés del pueblo”. Desde muy pequeños toda la familia participaba echando una mano en el comercio. No había bancos y por eso su padre era corresponsal de tres bancos en su pueblo. La gente iba a su casa a ingresar y sacar dinero, a pagar las letras del pienso y del abono, etc. “En nuestra casa se trabajaba mucho y disfrutábamos siendo un equipo. Nos sentíamos parte de algo importante”, cuenta Lola.

A los 11 años se fue a Mérida a estudiar en un colegio e hizo los estudios de Magisterio. Cuando terminó, sus padres compraron un piso para que pudieran seguir estudiando sus hermanos.

“Después de terminar mis estudios en el mes de enero conocí –a través de un sacerdote de Mérida– a unas personas del Opus Dei que venían desde Sevilla. Me lo pensé unos meses nada más y después de rezar sobre mi posible vocación, en mayo me decidí a pedir la admisión como agregada. Y desde entonces hasta ahora... ¡Una aventura detrás de otra!”. El relato, a partir de ahora, es todo de Lola...

Formación de la mujer en el entorno rural

Me incorporé como maestra interina en dos pueblos en Extremadura y así estuve un par de años trabajando. Al tercer año me fui a la EFA Elcható. Era 1970, inicios del rodaje de esta escuela familiar agraria. Siempre he sido bastante decidida y no me asusté ante el desafío. Aquello era una entrega en cuerpo y alma. Esa aventura del trabajo con la mujer del mundo rural me llevó por varias provincias. Tras Sevilla vino la EFA Yucatal , y de ahí a la EFA El Llano en Guadalajara. Más adelante me trasladé a Cuenca a la EFA El Batán y luego a Alcázar de San Juan a la EFA El Gamonal donde estuve 10 años.

Con las alumnas hacíamos unos viajes de estudios que les abrían horizontes y les ayudaban a fomentar su inquietud profesional. Estos viajes formaban parte del plan de formación de las EFAs. En uno de ellos estuvimos en Cataluña y visitamos varias fincas, nos entrevistábamos con agricultores que nos explicaban los distintos tipos de cultivo. En Galicia aprendimos cómo se pesca la lamprea, acudimos a una lonja donde se subastaba el pescado, a poblados celtas, etc. Todo era muy formativo para ellas y les hacía tener un panorama amplio e integrado de las distintas profesiones. Teníamos una relación cercana y estrecha con las familias. Tanto que entablamos amistades con muchas de las alumnas que permanecen todavía.

Por ejemplo, cuando celebramos los 25 años de la primera promoción de la EFA EL Gamonal, fue muy emotivo. Nos reencontramos y rememoramos muchos de los acontecimientos vividos. El impacto que esa formación había tenido en sus vidas era enorme y esto nos producía una gran satisfacción y nos llenaba de esperanza.

De las aulas a los libros

Después de 15 años trabajando en las EFAs regresé a Extremadura para estar un poco más cerca de mi familia. Empecé a trabajar en la librería Bujaco en Cáceres. Desde que era niña tenía habilidad para las relaciones sociales y este trabajo me abrió otro panorama en mi vida. Era un establecimiento de dos plantas, donde yo atendía la sección de clásicos de literatura, de libro juvenil e infantil y de libros de espiritualidad.

Había mucha gente que se acercaba a la librería buscando respuestas, otros pedían consejo para un regalo, etc. A raíz de las conversaciones que surgían sobre libros y demás entablé también nuevas amistades.

La salud de mi padre se fue deteriorando a consecuencia de la diabetes y comenzó con diálisis. Ante esta situación me prejubilé después de 15 años de trabajo en la librería y me llevé a mis padres a vivir conmigo a Cáceres para poder atenderles mejor, y allí permanecieron desde 2005 hasta el final de su vida. Fue una alegría para mí poder corresponder a su generosidad y al desvelo que siempre habían tenido con nosotros.

Una casa abierta al mundo

¿Qué hago ahora con una casa tan grande? Vivía en un dúplex, la planta alta se había quedado vacía… Y tuve una idea. Me fui al vicerrectorado de la Universidad de Cáceres para entrar en el programa Erasmus y poder acoger en casa a jóvenes estudiantes extranjeros. Fue una decisión genial. Estar siempre cerca de gente joven es motor y fuente de esperanza, tenga uno los años que tenga, porque contagian su alegría y dinamismo.

Desde entonces acojo a estudiantes internacionales que vienen a la Universidad. En estos últimos años he podido convivir y compartir amistad con universitarias de varios países de Europa, Latinoamérica y Estados Unidos. Las estudiantes pasan solo unos meses, pero cada una se lleva el regalo de nuestra amistad, visión de la vida e intereses. Y, como no, una estampa de san Josemaría, al que empiezan a rezar por sus intenciones.

Gracias a la tecnología seguimos en contacto. Alguna de las estudiantes que han pasado por aquí ha acudido con mucho interés a las actividades de formación que ofrece el Opus Dei. Incluso dos de ellas viajaron a Roma para participar en el congreso Univ. Mantenemos contacto de manera permanente vía zoom o WhatsApp. Una experiencia maravillosa.

Un nuevo proyecto solidario

En el año 2013 la Fundación Prodean empezó a trabajar en Cáceres. Como en ese momento disponía de más tiempo, quise enrolarme en este nuevo proyecto. Iniciamos un voluntariado en el Aula Infantil del Hospital San Pedro de Alcántara, y en una residencia de ancianos con más de 300 mayores.

Participan más de 60 voluntarios yendo los fines de semana a una y otra actividad. Allí han sucedido muchas anécdotas impresionantes con las que te das cuenta de que, a través de algo aparentemente sencillo, puedes ayudar mucho más de lo que esperas. Una de ellas, por ejemplo, responsable del área de Pediatría, me contaba que, desde que los niños participaban en las actividades de la ciberaula los fines de semana, los lunes empezaban la semana con una actitud completamente nueva.

Con ocasión de la pandemia, organizamos, con los voluntarios, una campaña de recogida de alimentos para el comedor social “La Milagrosa” de Cáceres, que fue todo un éxito.

Tenemos sesiones de formación para los voluntarios y participan con verdadero interés. Es una suerte poder seguir en contacto con gente joven y ver la ilusión con la que responden.

Aquí van resumidos estos años de verdadero júbilo y acción… juventud y esperanza. Siempre he pensado que cada momento de la vida nos enriquece para el siguiente.