La historia de Jeysa (Venezuela) forma parte del multimedia «El viaje del viaje», un proyecto por el 50.º aniversario de las catequesis de san Josemaría por América. A continuación reproducimos su historia.
Los padres de Jeysa se casaron muy jóvenes y su matrimonio estuvo marcado por las dificultades. Ella recordaba cómo su madre, Isabel, repetía a menudo, delante de los hijos, que algún día se divorciaría.
La historia, sin embargo, tomó un rumbo distinto gracias a la fe y su encuentro con el Opus Dei. Su madre, deseosa de salvar su matrimonio, comenzó a comprender la vocación matrimonial como un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria. Poco a poco cambió su forma de vivir y transmitió a su hija que era posible transformar el corazón. Aquella primera conversión impresionó profundamente a Jeysa, y la familia empezó a acudir junta a misa.
Años más tarde, Jeysa se casó muy joven. Confiesa que le costaba mucho dominar sus impulsos y que, con frecuencia, se dejaba llevar por el capricho. A los 21 años se cuestionó muy seriamente el por qué se había casado tan joven y en seguida se divorció.
Esta situación le hizo sentir que no encajaba en la Iglesia, lo que la llevó a dejar los sacramentos y a buscar alivio en distracciones pasajeras. Así nació una peligrosa afición por el juego que derivó en una adicción: lo único que quería era apostar.
Isabel viajó a Roma para la canonización de san Josemaría en 2002, y allí rezó por la conversión de su hija. Aquellas oraciones dieron fruto: el cambio fue total, y a partir de ese momento su amor se convirtió en el punto de apoyo para que Jeysa misma encontrara el camino de regreso a la Iglesia.
El milagro llegó a través de una llamada. Una persona le habló de un grupo de ayuda para quienes sufrían adicción al juego. Jeysa empezó a asistir a él, regresó a la Iglesia y comenzó a rezar el rosario diariamente. Al poco tiempo consiguió dejar atrás aquella dependencia y a partir de entonces comprendió que su historia podía servir a otros.
Compartiendo su testimonio de vida, conoció al hombre con quien hoy comparte su vida. Aunque por su situación personal —pues estaba previamente casada por la Iglesia— no podían acceder al sacramento del matrimonio ni a la comunión sacramental, decidieron emprender un camino de fe juntos.
A los tres meses de comenzar su vida en común, realizaron un retiro espiritual. Allí comprendieron que, a pesar de no poder recibir la Eucaristía, podían vivir una auténtica comunión espiritual: alimentarse de la Palabra de Dios, asistir juntos a misa cada día y rezar el rosario como pareja. Esta experiencia les abrió un camino de gracia, fidelidad y crecimiento espiritual, centrado en Dios.
Esa experiencia les llevó a integrarse en un grupo que reúne a personas divorciadas para acompañarlas en el camino de reconstrucción personal y espiritual. Jeysa y su esposo se dedicaron a ayudar a otros a reconocer lo que significa sentirse roto por dentro y a experimentar cómo es posible levantarse.
La serenidad y la confianza en Dios que había visto en su madre, Jeysa aprendió a hacerlas suyas. “Dios siempre espera por ti, te ama como eres, incluso más cuando estás equivocada”, solía repetir, convencida de que Él siempre le había dado nuevas oportunidades.
En 2013 su madre enfermó de cáncer. Aquellos nueve meses fueron, para Jeysa, como un “embarazo a la inversa”: un tiempo en el que volvió a contemplar de cerca cómo la fe y la Obra habían transformado a su madre y preparado su corazón para el encuentro definitivo con Dios. Aunque Jeysa la echaba profundamente de menos, decía que siempre la llevaba en el corazón.
Cinco años atrás, Jeysa recibió el diagnóstico de leucemia. Lo vivió con sorpresa, porque nunca imaginó vivir tanto ni disfrutar de una vida relativamente buena después de la noticia. También padeció una hernia discal que le impedía caminar, pero en medio de todo descubrió una fortaleza que no era suya, sino un regalo de lo alto. “Todo es gracia —afirmaba— y todo es para un bien más grande”.
