Dios hace una pausa

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

En los primeros meses de 1936, el Padre viaja a Valencia invitado por don Javier Lauzurica, Obispo Auxiliar y amigo suyo. Le acompaña Ricardo Fernández Vallespín. Van en un coche de turismo grande, de carácter público, de los que constituyen el medio de transporte más barato. En Valencia se alojan en el Hotel Balear, situado en la calle de la Paz.

Aquí vuelven a reunirse con el grupo que les visitó en Madrid. Don Javier Lauzurica les anima a montar una Residencia Universitaria en esta ciudad lo antes posible.

Cuando retornan a la capital de España el ambiente empieza a ser irrespirable. Se puede considerar el país en guerra civil. Hay grandes manifestaciones, acciones violentas; asesinatos, ataques personales y represalias. La violencia está a la orden del día y cuenta con la tolerancia del Gobierno.

El Padre está informado de todo. Sufre por la furia antirreligiosa, pero jamás pierde la serenidad ni consiente que se perturbe el apostolado o se interrumpan los medios de formación. No fomenta el menor aislamiento, sino todo lo contrario. Quiere que todos conozcan la situación y respeta las opciones políticas de cada cual. Nunca ha insistido tanto en que los miembros de la Obra recen y apoyen su fortaleza en el sagrario.

Cuando triunfa en las elecciones el Frente Popular, se recrudece la persecución religiosa y todo parece abocar a un régimen marxista. Por otro lado, la oposición prevé un golpe de Estado contra el Gobierno de la República.

En medio de este clima, el Padre combate todo derrotismo; trabaja como si nada fuese a ocurrir. Varias personas que conocen y aprecian su labor apostólica constituyen una sociedad civil, sin fines lucrativos, llamada “Fomento de Estudios Superiores”. Esta entidad adquiere una casa que pondrá a disposición de don Josemaría para una nueva Residencia de estudiantes en Madrid. Está enclavada en el mismo barrio de Argüelles, próximo a la Ciudad Universitaria. Es propiedad de los Condes del Real, que viven en Francia, y se trata de un inmueble, bien construido y amplio, situado en el número 16 de la calle de Ferraz, frente al Cuartel de la Montaña.

A primeros de julio de 1936, toda la instalación de Ferraz 50, incluido el oratorio, se traslada al número 16. Isidoro Zorzano ya ha solicitado excedencia voluntaria en su puesto de ingeniero de los Ferrocarriles Andaluces, en Málaga, porque es quien se va a ocupar de la nueva Residencia de Madrid. Ricardo se trasladará a Valencia para instalar, también allí, una Residencia Universitaria. El 16 de julio, Paco Botella, que está en Valencia, pone un telegrama anunciando que ha encontrado el local adecuado para llevar a cabo esta iniciativa en su ciudad levantina. Al día siguiente, 17 de julio, Ricardo recibe de nuevo la bendición del Padre en un salón de Ferraz 16, e inicia este viaje que marca la primera expansión de la Obra en España. Poco antes, Isidoro había llegado a Madrid. Su permanencia en Málaga le habría costado la vida: precisamente por su labor abnegada, en servicio de los más humildes, había sido puesto en la «lista negra» de los revolucionarios.

Ese mismo día, 17 de julio de 1936, se conoce el levantamiento del ejército de Africa. Una semana antes y a partir del asesinato de Calvo Sotelo, líder de la oposición monárquica en la Cámara Legislativa, se recrudecen en toda España los disturbios y violencias. Sin embargo, el Padre y la Obra que Dios le encomendó siguen su camino. Es la locura de una fe que está más allá de coyunturas humanas.

El 18 de julio se proclama la rebelión dentro de la Península. Madrid y Valencia quedan incomunicadas. Va a dar comienzo una guerra civil que se prolongará casi tres años. Durante este tiempo, resultará arrasado lo que se ha conseguido con tanto esfuerzo. Ferraz 16 va a ser incautado por las milicias populares y luego, en el asedio de Madrid, bombardeado y destruido por las tropas nacionales.

El primer grupo de hombres de la Obra y toda aquella amplia labor apostólica se verá dispersada por avatares de muy diversa índole. Pero algo enraizado ya de modo sobrenatural permanece intacto en todos: la seguridad de que la Obra debe continuar adelante; de que uno sólo que sobreviva habrá de coger la antorcha del mensaje divino y transmitirla. Recordarán, ahora y siempre, las palabras del Fundador:

«La Obra de Dios viene a cumplir la Voluntad de Dios. Por tanto, tened una profunda convicción de que el Cielo está empeñado en que se realice»(32).

Y, con este coraje en el alma, se inicia un tiempo de espera activa, de oración y penalidades. Una etapa de prueba da comienzo.